Algo está ocurriendo en las aguas del sur peninsular. El Estrecho de Gibraltar y el mar de Alborán están registrando cambios visibles y constantes. No es solo una cuestión de temperatura. Tampoco es solo cuestión de peces nuevos. Lo que está pasando es mucho más profundo.
Un equipo del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC), con sede en Málaga, ha detectado lo que ya muchos pescadores empezaban a sospechar: las aguas del Estrecho están cambiando de habitantes. Y lo hacen a gran velocidad.
Una tendencia que se consolida bajo el mar
El fenómeno no es nuevo, pero sí se está acelerando. Lo llaman tropicalización: especies propias de climas cálidos que, poco a poco, van colonizando zonas que antes les resultaban hostiles. Ya no.
Los investigadores han documentado 25 nuevas especies de peces en el Mediterráneo español. 23 de ellas nunca habían sido vistas allí. No es anecdótico. No es puntual. Tampoco es fácil de ignorar.
Lo llamativo, además, es el dato térmico. Estas especies prefieren aguas que, de media, son seis grados más cálidas que las que tradicionalmente dominaban la zona. Eso explica muchas cosas. Entre otras, por qué algunas especies autóctonas están desapareciendo.
El Estrecho de Gibraltar es un rincón especialmente sensible
La razón no es única. El contacto directo con el océano Atlántico, el trasiego constante de barcos, el turismo masivo, la actividad pesquera intensa… Todo suma. Y todo influye.
El mar de Alborán, además, juega un papel fundamental. Por su configuración física, actúa como pasarela biológica para especies que vienen del sur. Y una vez que entran, muchas se quedan.
No es solo biología: hay consecuencias
Más peces no significa más pesca. De hecho, el impacto puede ser el contrario. Según alertan los investigadores, algunas de las especies tropicales recién llegadas no tienen interés comercial. Otras, simplemente, alteran el equilibrio.
Cambiar unas especies por otras rompe las cadenas tróficas que mantenían estable el ecosistema. Los depredadores habituales desaparecen. Las presas también. Y con eso, la pesca tradicional se resiente. Además, algunas de las especies que llegan no vienen solas. Traen parásitos o compiten de forma agresiva. No es solo una sustitución; puede ser una invasión.
Hacen falta datos, y pronto
El equipo del IEO lo tiene claro: hay que seguir de cerca este proceso. Medirlo. Comprenderlo. Anticiparlo. Solo con un seguimiento constante será posible adaptar las políticas pesqueras y proteger lo que aún se puede conservar.
Y no bastará con datos biológicos. Será necesario integrar información socioeconómica, ambiental y oceanográfica. Porque lo que está en juego no es solo la biodiversidad. También lo están las comunidades que viven —y sobreviven— gracias al mar.
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