lunes, 30 de junio de 2025

La venta de heroína en un bloque irrita al Besòs y salpica la calle con jeringuillas: "Se sienten impunes"

 ElPeriodico


La detención de dos personas en un operativo reciente no acaba con el trasiego de consumidores en un edificio en el límite de Barcelona, al que se atribuye una responsabilidad notable en que se recojan de 700 a 1.000 jeringas al mes en esa franja de la ciudad

El portal del bloque situado en el número dos de la calle Alfons el Magnànim, en el barrio del Besòs i el Maresme, en Barcelona.

Fluye un trasiego intenso de consumidores de droga hacia un bloque en la esquina de la calle Alfons el Magnànim con la de Llull, a escasos metros de la linde de Barcelona con Sant Adrià. En ese edificio enclavado en el sector donde la pobreza y la aluminosis deterioran al barrio del Besòs i el Maresme, la policía ubica uno de los puntos de venta de heroína más frecuentados en ese extremo de la ciudad, enquistado desde hace años. De la incapacidad para desmantelarlo se deriva un tormento que padecen los vecinos mientras el trapicheo persiste, pese a que el caso resulta flagrante y es ‘vox pópuli’ a qué se dedica más de un domicilio de esa misma escalera, como admiten distintas voces. 

El flujo que desemboca a lo largo del día en el número 2 de Alfons el Magnànim llega a ser tan vivo que, durante ciertas puntas de afluencia por la tarde, pueden despacharse unas 15 dosis en un margen de 20 minutos. El inmueble es calificado como un punto álgido de mercadeo, a apenas 50 metros en línea recta de un Centro de Atención y Seguimiento (CAS) de drogodependencias

Si bien no es la única dirección en el radar de las inquietudes, tal es el trajín que la finca concentra que la policía le atribuye una responsabilidad notable en que se recojan decenas de jeringuillas en ese flanco de la metrópolis. Según fuentes consultadas, se retiran entre 700 y 1.000 jeringas abandonadas al mes en calles y terrenos del entorno, que generan malestar. Allí el Besòs i el Maresme confluye con La Mina, dos vecindarios que son víctimas de la lacra tenaz de la droga en algunos de sus puntos, lastrados a su vez por los bajos ingresos, entre los más míseros del área metropolitana.  

Punto “crónico”

Lo que ocurre en la escalera no es nuevo ni es desconocido cuando se pregunta bajo condición de anonimato en esa franja limítrofe de la capital. “Es crónico y el punto más conflictivo que hay en el barrio de venta de droga a pequeña escala”, asegura una fuente. “Ese edificio es un problema, aunque no es el único”, recalca otra.

“Hay cuatro o cinco puntos identificados en el barrio, pero este se lleva la palma: si se viniera abajo, se solventaría un problema”, zanja una tercera voz. Enfatiza que, en un lugar próximo, se dieron disparos al aire durante la noche de Sant Joan, en una muestra de alarde con armas de fuego que va repitiéndose desde hace tiempo. "Los policías estuvieron retirando vainas en la calle a las dos de la mañana", explica.  

Pese a que se han producido entradas y registros en Alfons el Magnànim, no han bastado para resolver la anomalía que allí anida. La última batida se practicó hace cosa de un mes, cuando la Guardia Urbana detuvo a dos personas por presuntos delitos contra la salud pública. También se incautaron algunas papelinas. Un tercer sospechoso huyó durante la intervención y se halla en busca y captura.

Varias fuentes coinciden en que, últimamente, la droga suele distribuirse en la entrada del bloque: entre dos y cuatro personas aguardan en el portal, vigilando si la policía merodea por las inmediaciones y haciendo pasar a los compradores al inmueble para proporcionarles la sustancia. “El problema está concentrado en el portal”, delimita un observador de la zona. 

La entrada del bloque situado en el número 2 de la calle Alfons El Magnànim, del Besòs i el Maresme, en Barcelona.

“Siempre hay varios del clan en la puerta”, atestigua otro. “Se ve cómo entran y salen al momento -prosigue-. Cuando la policía llega, el que vende sube a casa. Entonces sale el toxicómano, los Mossos se quedan, luego se van y todo vuelve a la normalidad”.

Pisos tapiados

Según las fuentes consultadas, en la escalera hay cuatro o cinco pisos tapiados, recuperados tras haber sido usurpados para dedicarlos a la operativa de un grupo familiar afincado en ese edificio desde hace años. En la calle se le conoce como los Marianos. “Es una familia histórica del barrio”, cuenta una persona que reside en los alrededores. “Tienen un par de pisos en propiedad en el bloque y hay otro par que son públicos que han sido reiteradamente ocupados por el clan”, añade. 

“Ha habido veces que han tardado tres horas en volver a ocuparlos después de ser desalojados”, afirma otro habitante. “Los he visto hasta desmontar las ventanas para ocuparlos”, confiesa una fuente. “Y en el segundo tuvieron una plantación [de marihuana], una vez bajaron tallos de las plantas a plena luz del día y los dejaron en el contáiner”, sostiene. 

La policía vigila al menos una vez por semana que las puertas antiocupación no hayan sido forzadas. “Constantemente hay alguna patrulla, están encima, pero no hay forma de desmantelar ese punto de venda”, lamenta un vecino. “Cuando hay presión fuerte, van a otro piso ocupado hasta que pasa la presión y vuelven”, agrega el afectado. Expone que la detección de jeringuillas en la vía pública “va a rachas”, pero opina que ahora se trata de "un momento crítico”. En todo caso, señala que el equipo de limpieza que las recoge es “eficaz” y acude pronto cuando recibe un aviso.

Además de la alerta causada por las jeringas, también han despuntado quejas por incivismo. De todos modos, las versiones se contradicen en ese aspecto. Los hay que aseguran que las personas que asocian al tráfico en el inmueble acostumbran a ser discretas. En cambio, otros los tachan de “escandalosos”. “Esa esquina es suya”, recriminan. “Las fiestas son frecuentes, hacen barbacoas, tiran la basura por la ventana y hasta muebles… En ese edificio es donde, el verano pasado, la urbana retiró un poni atado a la puerta”, rememoran. 

Para procurar un cambio, hay quienes sugieren instalar aparatos de gimnasia en ese entorno “para generar afluencia de vecinos y reducir la apropiación que hacen del espacio público”. “Ahora se sienten impunes y no se hace nada”, reprochan.

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