Bajo nuestros pies, fuerzas colosales laten en silencio, recordándonos que la estabilidad terrestre es una ilusión pasajera. Los supervolcanes representan la cara más extrema de la actividad volcánica, capaces de transformar el clima y poner a prueba la resistencia de la civilización humana en cuestión de días. Aunque a menudo pasan inadvertidos, los avances científicos han colocado el foco sobre estas formaciones, particularmente en regiones como Yellowstone, en Estados Unidos, y los Campos Flégreos, en Italia.
La preocupación de la comunidad geológica no es infundada: la reactivación de uno de estos gigantes supondría perturbaciones a escala global, desde la oscuridad prolongada por la ceniza hasta extensas pérdidas en biodiversidad y economía. Sin embargo, la ciencia aún no dispone de una fórmula infalible para anticipar cuándo llegará la próxima gran erupción.
¿Qué distingue a los supervolcanes?
Supervolcanes y volcanes convencionales se parecen en su esencia, pero difieren radicalmente en magnitud. Mientras un volcán ordinario puede expulsar decenas de millones de metros cúbicos de material, un supervolcán tiene la capacidad de liberar más de 1.000 kilómetros cúbicos de cenizas y lava de una sola vez. Tal explosión puede provocar depresiones gigantes en el terreno, denominadas calderas, y modificar el entorno durante siglos.
Los efectos más señalados de una gran erupción incluyen: reducción de la radiación solar –causante del llamado invierno volcánico–, afectaciones graves a la agricultura y la salud humana, y alteraciones profundas en los ecosistemas globales. La atmósfera podría permanecer cargada de partículas durante años, alterando patrones de lluvias y temperaturas en todo el planeta.
Campos Flégreos: un laboratorio natural bajo vigilancia
Recientemente, varios terremotos superficiales han sacudido la zona, con magnitudes notables que incluso han obligado a suspender servicios ferroviarios preventivamente. Los expertos del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología (INGV) vinculan esta actividad sísmica al fenómeno del bradismo, es decir, la elevación gradual del suelo causada por la acumulación de gases y magma en las profundidades.
Las autoridades insisten en que no existen indicios de una erupción inminente, pero la monitorización constante es clave para gestionar los riesgos en una región tan densamente poblada y con un pasado histórico de catástrofes volcánicas.
Yellowstone: ¿gigante dormido o amenaza latente?
En Estados Unidos, la mirada se dirige al supervolcán de Yellowstone, un coloso cuya caldera abarca varios estados y cuya historia geológica está marcada por tres supererupciones en los últimos 2,1 millones de años. Las investigaciones recientes han sacado a la luz que la cámara magmática bajo Yellowstone está mucho más activa de lo que se pensaba, con bolsas de magma que ocupan hasta un 30% de su volumen bajo la caldera principal.
Especialistas del USGS han generado mapas tridimensionales de la zona, desvelando una acumulación de magma pegajoso bajo el noreste del parque Yellowstone. Este hallazgo, que supera el volumen expulsado en antiguas erupciones, ha sido posible gracias al uso de técnicas avanzadas de medición eléctrica y aprendizaje automático, identificando diez veces más terremotos entre 2008 y 2022 respecto a registros previos.
Entre los factores que preocupan a los científicos se encuentran los enjambres sísmicos frecuentes y las deformaciones del terreno, ambos asociados a movimientos magmáticos subterráneos. No obstante, según el Servicio de Parques Nacionales y biólogos independientes, los recientes movimientos de animales en la zona tienen explicaciones migratorias normales, muy alejadas de un presagio catastrófico.
Consecuencias de una supererupción
En el hipotético caso de que uno de estos supervolcanes despierte, los efectos se sentirán en todo el mundo. Una erupción de Yellowstone, por ejemplo, comenzaría con una explosión violenta, seguida de columnas de ceniza ascendiendo a la estratósfera y nubes piroclásticas arrasando cientos de kilómetros a la redonda.
La ceniza cubriría gran parte de América del Norte en cuestión de horas, colapsando redes eléctricas, contaminando el agua y paralizando el transporte terrestre y aéreo. Ciudades alejadas como Chicago, San Francisco o incluso Nueva York recibirían una capa significativa de ceniza, con las áreas cercanas completamente devastadas. Las consecuencias agrícolas y sobre la salud serían inmediatas, con pérdida masiva de cosechas y problemas respiratorios extendidos.
Además, el bloqueo de la luz solar tras la erupción originaría un descenso global de temperaturas. El conocido como invierno volcánico podría prolongarse varios años, afectando la producción de alimentos y desencadenando crisis económicas y sociales a escala planetaria.
¿Estamos preparados para el despertar de un supervolcán?
A pesar de los avances en monitoreo y predicción, la incertidumbre sigue siendo la norma en la vigilancia de los supervolcanes. Aunque los científicos esperan detectar señales premonitorias como cambios en la sismicidad, deformaciones del terreno y alteraciones químicas en los gases, estudios recientes en Yellowstone y otros supervolcanes sugieren que las señales pueden ser mínimas o demasiado tardías para una evacuación efectiva.
Lo que sí está claro es que la prevención y la investigación constante son esenciales para mitigar posibles daños. Los proyectos científicos en Yellowstone han permitido afinar los sistemas de alerta temprana y orientar el uso de la energía geotérmica de manera segura, pero la naturaleza impredecible de estos gigantes exige estar preparados para cualquier escenario.
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