España se enfrenta a una situación excepcional ante la sucesión de incendios forestales, que han quemado ya casi 112.000 hectáreas y causado tres muertos. Son este tipo de catástrofes las que llevan al límite los recursos de cualquier nación, pero al tiempo muestran si está preparada para hacerles frente. Los recursos no son infinitos. No existen ni la prevención perfecta ni el riesgo cero, pero un país abrasado por el calor se está viendo sobrepasado por el fuego sin que parezca haber aprendido las lecciones del pasado. En el caso de los incendios, además, se trata de una catástrofe reiteradamente anunciada.
Tiempo habrá cuando pase lo peor para señalar las responsabilidades de cada cual en términos de recursos, respuesta y coordinación entre los dispositivos, en los que están implicados todas las administraciones, desde el Gobierno central hasta los ayuntamientos. Pero decenas de miles de afectados repiten que se han sentido abandonados. Si bien las principales competencias en esta materia son autonómicas y la respuesta tiene que ser gestionada lo más pegada al terreno posible, se echa de menos un liderazgo estatal. Sobre la mesa están ya las duras quejas de los profesionales de la extinción, especialmente los de Castilla y León, por la falta de medios o sus precarias condiciones laborales. Quejas que se vienen repitiendo los últimos años sin que estos trabajadores, en la primera línea de la lucha contra las llamas, hayan visto el menor avance. El drama de estos días ha puesto ante los ojos de todos los ciudadanos la realidad de que muchos profesionales se están jugando literalmente la vida por poco más del salario mínimo. O que los propios vecinos voluntarios se arriesgan a morir porque resultan imprescindibles para salvar sus pueblos.
España es el tercer país de la UE con mayor superficie forestal. Más del 36% del territorio son bosques. Y es un país en la trinchera del cambio climático y el calentamiento, cuyas manifestaciones resultan cada vez más extremas. Se van a seguir produciendo, y peores. La proporción de grandes incendios forestales (500 hectáreas o más) sobre el total de siniestros no ha parado de crecer en los últimos años: entre 2014 y 2023 aumentaron un 31% con respecto a la década anterior, según la organización ecologista WWF. Son fuegos cada vez más peligrosos e imposibles de extinguir.
Hace tres años, ante la devastación de la zamorana sierra de la Culebra, que ahora vuelve a arder, se hizo patente la necesidad de escuchar con humildad las críticas de los afectados y abordar un debate a fondo sobre la adecuación de la lucha contra los incendios, dadas las condiciones cambiantes de un cambio climático extremo. El debate sigue pendiente, pero su urgencia es mucho mayor. La tragedia de este agosto debe obligar a reaccionar y llegar mejor preparados al próximo verano devastador, que llegará.
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