Las miradas de todo el mundo continúan puestas en Rusia. El colosal terremoto de 8,8 grados que sacudió la península rusa de Kamchatka el pasado 30 de julio continúa siendo objeto de preocupación por parte de la comunidad científica.
A pesar de que no hubo que lamentar ninguna muerte, el peligro en la zona sigue siendo elevado como consecuencia de las constantes réplicas que han tenido lugar en las últimas horas. La más reciente, de 6,8 grados, fue la evidencia más clara del peligro que aún impera en la península rusa. De hecho, tal como han detallado científicos del Servicio Geofísico Unificado ruso (SGU), solamente en estos días se registraron más de 65 réplicas del terremoto.
La intensa actividad tectónica registrada en estos días no solo ha tenido consecuencias para la capital de la península, Petropávlosk-Kamchatski, donde se han llegado a sentir al menos 10 temblores. De igual manera, el incesante movimiento de la tierra ha provocado un incremento de la actividad volcánica de la región. Hay que tener en cuenta que la península de Kamchatka –con una superficie de 472.300 kilómetros cuadrados– está repleta de grandes cadenas montañosas que incluyen alrededor de 160 volcanes, de los que una treinta están activos.
De hecho, los movimientos registrados en los últimos días han incrementado la actividad volcánica de esta región. Sin ir más lejos, las autoridades comunicaban la erupción del volcán Kracheninnikov. La formación, de más de 1.800 metros de altura, emitió una columna de cenizas que alcanzó los seis kilómetros según ha detallado la oficina local del Ministerio de Situaciones de Emergencia. Según el Programa de Vulcanismo Global del Instituto Smithsoniano, la última erupción registrada del Kracheninnikov se remonta a 1550.
La erupción del Kracheninnikov llegaba a los pocos días de que el volcán más alto de Eurasia –el Kliuchevskói– entrara también en erupción a las horas de registrarse el primer seísmo. «Justo ahora mismo, el Kliuchevskói está en erupción», señaló en su canal de Telegram el Servicio Geofísico Unificado de la Academia de Ciencias de Rusia, donde publicó una foto y un vídeo tomados por una estación sísmica cercana al volcán.
Lógicamente, esto no deja lugar a la duda. A lo largo de las últimas décadas, la gran mayoría de los terremotos más intensos han venido acompañados de una actividad volcánica. Prueba de ello fue el mayor seísmo registrado en toda la historia.
Hasta el momento se considera que el mayor terremoto ha sido el del 22 de mayo de 1960 en Valdivia (Chile) cuya magnitud fue de 9,5 y que produjo una ruptura de falla de alrededor de 1.000 kilómetros. Tal como señalaron en aquel entonces, a las 38 horas de que se registrara el potente seísmo tuvo lugar una erupción muy cerca del epicentro. En concreto, el volcán Calbuco se encontraba en un estado latente, por lo que el fuerte seísmo acabó siendo el detonante de aquella erupción.
«Se produjo una reactivación y podríamos pensar que el Calbuco estaba preparando una erupción y solo necesitó este empujón final para producir la actividad en superficie», señaló el investigador y vulcanólogo chileno Jorge Romero.
Esta no es la única referencia que relaciona los seísmos y la actividad volcánica. Ya en el año 2021 se llevó a cabo una investigación internacional con el objetivo de demostrar cómo la actividad sísmica tiene un efecto disparador en las erupciones volcánicas.
En concreto, el equipo analizó los terremotos de 2012 en América Central y cómo estos activaron algunos volcanes de la zona. En aquel año, Costa Rica, El Salvador y Guatemala sufrieron tres de los mayores terremotos registrados en la zona, con una magnitud mínima de 7,3 grados. Tras estos movimientos sísmicos, varios de los volcanes de la región –algunos de ellos inactivos desde hace décadas– incrementaron su actividad magmática durante días e, incluso, años después.
«No es una situación que se pueda dar de forma generalizada sino en casos muy particulares, lo que indica la necesidad de disponer de un buen monitoreo volcánico en aquellos volcanes potencialmente activos», señaló Joan Martí, investigador de Geociencias Barcelona (GEO3BCN-CSIC).
Tal como señala esta investigación –publicada en la revista Scientific Report–, para que se de una actividad volcánica destacada, el volcán debe estar en un «estado de latencia», el cuál se refiere a un volcán que no está completamente inactivo.
Es resumidas cuentas, la aportación de energía sísmica a su sistema no resulta suficiente para poder iniciar la erupción, por lo que aquellos volcanes «en reposo» no presentarán actividad magmática independientemente de la intensidad del seísmo.
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