jueves, 14 de agosto de 2025

¿Realmente las piscinas son seguras desde el punto de vista de la higiene y la salud?

 


El verano invita al chapuzón, pero también abre la puerta a un debate que muchos prefieren esquivar: ¿qué tan seguras son realmente las piscinas públicas desde el punto de vista de la higiene y la salud? Aunque el agua clorada es clave para evitar enfermedades, no todo lo que flota en una piscina desaparece con un par de chorros de desinfectante. Como explicó Jackie Knee, profesora de salud ambiental en la London School of Hygiene & Tropical Medicine en la BBC, algunas infecciones como la provocada por el parásito Cryptosporidium resisten incluso al cloro.

Este microorganismo, responsable de brotes gastrointestinales en varios países, puede sobrevivir más de una semana en piscinas correctamente tratadas. El Cryptosporidium no solo provoca vómitos, diarreas y malestar abdominal durante hasta dos semanas, sino que se puede seguir excretando incluso después de que cesen los síntomas. Según Ian Young, epidemiólogo de la Toronto Metropolitan University, esto significa que incluso un nadador aparentemente sano puede contaminar el agua.

El riesgo crece si se tiene en cuenta que, sin querer, todos tragamos agua al nadar. Un estudio realizado en Ohio en 2017 reveló que los adultos ingerían de media 21 mL de agua por hora y los niños, unos 49 mL. Durante los momentos de mayor afluencia, como vacaciones escolares, la probabilidad de infección se multiplica. Pero no solo hay bacterias intestinales en juego. Además de los patógenos intestinales, hay otras amenazas en el entorno acuático.

Además de ser irritantes para ojos y garganta, las cloraminas reducen la eficacia del propio cloro, creando un entorno menos seguro

Stuart Khan, director de Ingeniería Civil en la Universidad de Sídney, advierte sobre bacterias oportunistas como el Staphylococcus, que pueden infectar la piel. También señala la presencia de hongos en los vestuarios, capaces de sobrevivir en ambientes húmedos, y de la bacteria Legionella, que puede inhalarse desde el vapor y causar neumonía grave (Legionelosis). Otra dolencia común es la otitis externa, conocida como "oído del nadador", provocada por la permanencia de agua en el canal auditivo. Aunque no es contagiosa, es muy frecuente.

No porque huela mucho a cloro, es más higiénica

El fuerte olor a piscina tampoco es garantía de limpieza. Muchos asocian el olor a cloro con seguridad, pero según Khan, ese aroma proviene de las cloraminas, productos químicos que se forman cuando el cloro reacciona con sustancias como el sudor y la orina. Además de ser irritantes para ojos y garganta, estas cloraminas reducen la eficacia del propio cloro, creando un entorno menos seguro.

Tanto Knee como Young coinciden: los beneficios sociales y físicos de nadar superan con creces los riesgos, siempre que las piscinas estén bien mantenidas y los usuarios colaboren. Algunas recomendaciones básicas son ducharse antes de entrar al agua, para reducir restos de sudor, cosméticos y heces; evitar bañarse si se ha tenido diarrea en los últimos 14 días; no tragar agua de la piscina; avisar inmediatamente al personal si se detecta una contaminación evidente; y asegurarse de que el recinto cuenta con buena ventilación.

Aunque los brotes son poco frecuentes, no son imposibles. La clave está en la prevención. Como dijo Stuart Khan: “El equilibrio entre buena tecnología, operadores formados y bañistas responsables es lo que realmente nos protege”. Y, si después de leer esto decides darte un baño, recuerda: la higiene empieza antes de tocar el agua.






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