domingo, 2 de enero de 2022

La gloriosa defensa de la Flota de Indias que convirtió a España en el país más rico del mundo durante siglos

 La gloriosa defensa de la Flota de Indias que convirtió a España en el país más rico del mundo durante siglos


Todas la potencias europeas intentaron robar, durante las travesías por mar desde América, los tesoros que convirtieron al imperio español en el más poderoso el planeta desde 1564. La mayoría de las veces, el enemigo acabó humillado y trató de ocultarlo






Desde que fue despachada la primera Flota de Indias en abril de 1564, toda Europa intentó robarle a España los tesoros que la convirtieron en el país más rico del mundo durante más de dos siglos. Oro, plata, gemas, cacao, especias, azúcar, tabaco… No existía recompensa más atractiva para los almirantes, capitanes, comodoros y piratas del viejo continente que estas riquezas transportadas por los galeones españoles desde América del Sur y Filipinas. «Antes ocupábamos el fin del mundo y ahora estamos en el medio, con una mudanza de fortuna como nunca se ha visto antes, que traerá a nuestras casas una gran prosperidad», había advertido el humanista cordobés Hernán Pérez de Oliva cuarenta años antes.

Lo más grave de estos atracos era que, a finales del siglo XV, todo Occidente consideraba legítima la posesión de las tierras a favor de quienes las descubriera, conquistara e incorporara a la cristiandad.

Nadie discutió, salvo el Rey Francisco I de Francia, las razones políticas, administrativas y religiosas que fundamentaban esta exclusividad. Así lo explicaba el jurista gaditano Rafael Núñez en 1797: «Por un tácito consentimiento de todas las naciones civilizadas, se ha creído siempre que la fundadora de la colonia había dado el ser a esta. Y que, como había enviado personas y las había mantenido en todo su establecimiento, era justo que aquella gozase exclusivamente del privilegio de sus frutos, así como de su comercio». Incluso Adam Smith, el más reputado de los padres del liberalismo económico, no condenó la posesión monopolística de la Indias.

Aún así, los ataques no se detuvieron durante 200 años, muchos veces camuflados como piratas, pero auspiciados en secreto por los gobiernos extranjeros deseosos de golpear a la mayor potencia del planeta. ¿Qué hizo España para proteger a su preciada flota? El primero en actuar fue Felipe II con la Real Cédula del 16 de julio de 1561, que prohibía expresamente enviar a América navíos sueltos y ordenaba que «se formasen en el río de la ciudad de Sevilla [el Guadalquivir], y en los puertos de Cádiz y Sanlúcar de Barrameda, dos flotas y una armada real que vayan a las Indias: una en enero y la otra en agosto».

Los peligros del Caribe

El monarca español era consciente de la presencia en el Caribe de numerosos barcos de diferentes banderas con intenciones no precisamente buenas. De 1530 a 1555 fueron, sobre todo, los franceses, como consecuencia de la rivalidad que mantenían en ese momento con España. Se producían entonces los primeros ataques piratas, que no terminaban con la captura de la nave y su correspondiente carga, sino que hacían prisionera a toda su dotación para pedir un rescate y saqueaban las poblaciones costeras cercanas. Así ocurrió en Santiago de Cuba (1554) y en La Habana (1555).

A partir de 1560, los ataques fueron principalmente ingleses, que se convirtieron en el principal peligro de la Flota de Indias hasta bien entrado el siglo XVIII. Piratas como John Hawkins Francis Drake se hicieron famosos por sus amenazas, robos, secuestros, extorsiones y ataques en los puntos neurálgicos de la travesía española. Para evitarlo, ya en la mencionada primera travesía de 1564, la Flota fue acompañada de ocho galeones armados, embrión de la futura Armada de la Mar Océano. A partir de entonces, Felipe II ordenó que las naves más importantes de la escolta contaran con ocho cañones de bronce, cuatro de hierro y veinticuatro piezas menores.

Uno de los primeros episodios de esta abnegada defensa se produjo la noche del 22 de septiembre de 1568, cuando la flota de Indias comandada por el capitán general Francisco de Luján se enfrentó a Hawkins y Drake, que actuaban amparados en secreto por la Reina Isabel I de Inglaterra. La ofensiva española fue tan sorprendente que cuatro de sus naves piratas fueron enviadas al fondo del mar y, además, mataron a 500 enemigos y capturaron todas las ganancias que habían acumulado estos con el contrabando de esclavos.

Esta Carrera de Indias se dividía en dos flotas: la de Nueva España, que iba principalmente a Veracruz (México) y Las Antillas, y la de Tierra Firme, que se dirigía a Nombre de Dios (Panamá), Cartagena de Indias (Colombia) y otras poblaciones de la costa caribeña de América del Sur. En cada uno de estos puertos, la llegada de los españoles significaba la celebración de una feria de varias semanas en la que se realizaba todo el intercambio mercantil, mientras las naves se reparaban y pertrechaban. Después estas se reunían en La Habana para iniciar el regreso por las Bermudas y exponerse de nuevo al peligro.

Galeones de guerra

Toda esta escolta la ponía el Rey, con galeones de alto bordo y armamento militar que a veces cargaban, aunque estaba prohibido, de oro y fondos pertenecientes al monarca. El coste de esta protección era sufragada a través de un impuesto conocido como «avería», que se cargaba sobre los barcos mercantes. Las naos destinadas a Tierra Firme, que traían también abundante plata de Perú, eran protegidas por seis y ocho galeones de guerra, a veces más. Las flotas de Nueva España, menos ricas, solían contar con dos: la capitana y la almiranta. Prácticamente desde el primer viaje se ordenó que estas dos últimas tenían que llevar 100 marineros con sus 100 mosquetes correspondientes, además de ocho cañones de bronce, cuatro de hierro y veinticuatro piezas menores cada una.

Como el peligro de los piratas aumentaba en las Azores, a veces se enviaban buques de guerra de refuerzo para acompañar el regreso. En estas islas se produjo otro de los episodios más célebres: el combate de la isla de Flores el 9 de septiembre de 1591. Un total de 55 navíos españoles al mando de Alonso de Bazán sorprendieron y ahuyentaron a otros 22 británicos a cargo de Thomas Howard, lo cuales intentaba apoderarse de la gran Flota de Indias a su paso por las Azores, cargada con abundantes tesoros.

Para evitar sobresaltos, tanto los buques de guerra como los de mercancías eran revisados minuciosamente hasta en dos ocasiones por expertos de la Casa de Contratación, que daban su visto bueno o señalaban las reparaciones que era preciso efectuar. Y por si no fuera suficiente, la flota se complementaba con los llamados navíos de aviso: embarcaciones muy ligeras, de menos de 60 toneladas, que llevaban a América la noticia de que la flota estaba a punto de salir, para que se preparará toda la negociación. Estos navíos no podían llevar pasajeros ni mercancías, pero también lo incumplían regularmente.

Quedó así fijado el sistema de navegación que duró, con algunas variaciones, casi tanto como la propia Carrera de Indias. «Constituyó un intento pionero y solvente de trasladar riquezas y mercancías en grandes cantidades a través del gran océano, que después imitarían los holandeses con la Compañía holandesa de las Indias Orientales y británicos por medio de la Compañía inglesa de la India», explica Víctor San Juan en «Veintidós derrotas navales de los británicos» (Renacimiento).

Las derrotas

Los fracasos por parte de franceses, holandeses y, sobre todo, ingleses a la hora de dar caza a la Flota de Indias fueron abundantes. En realidad, solo lograron capturar una flota anual al completo en muy pocas ocasiones. La primera fue en 1657, en tenerife; la segunda en 1702, en Vigo, y la última en 1804, frente al cabo Santa María, cuando ya esta había desaparecido prácticamente. Algunas veces más apresaron galeones sueltos, como Wager en Barú, en 1708; Anson con la Nao de Acapulco, en 1743, y un largo etcétera protagonizado por Drake, que pocas veces se atrevió con el grueso de la escuadra e iba a por los barcos más pequeños y sueltos.

La gran mayoría de los intentos acabaron en una derrota apabullante. Algunos supusieron auténticos descalabros llenos de sangre y pérdidas económicas para los principales gobiernos de Europa, cuyos primeros ministros procuraron ocultar y olvidar rápidamente. «Era el dramático resultado de la caza y el cazador, que cuenta por decenas los intentos, pero tan solo con los dedos de una mano los aciertos. Sin embargo, la propaganda, la literatura, Hollywood y los historiadores adictos, pero embusteros, echaron una manita para resaltar los últimos y sepultar los primeros sin dejar rastro», opina el escritor e historiador madrileño.

Ahí está, por ejemplo, la humillante derrota de Inglaterra a manos de la Flota de Indias, cuando esta intentó invadir el puerto de Cádiz en 1625. Hoy en día, considerado uno de los desastres más importantes de la historia naval de Gran Bretaña. Se puede citar aquí la menos conocida paliza que Antonio Gaztañeta propinó a los británicos en 1727, cuando estos intentaron capturar los barcos españoles en Portobelo y Cartagena, con 50 millones de pesos de plata a bordo. Un ataque que llevaron a cabo saltándose, además, la paz vigente entre ambos países, pero perdieron las tres cuartas partes de su dotación y la mitad de los barcos, sin haber tenido la oportunidad de disparar un solo cañonazo. O aquella ocasión de 1739 en la que Edward Vernon atacó la costa de Panamá y Colombia de manera obstinada, con 186 buques, y fue derrotado de forma aplastante por Blas de Lezo y sus seis navíos.

La última Flota de Indias fue despachada de Nueva España, en 1776, al mando de Antonio de Ulloa. En la década de 1780, España abrió las colonias al mercado libre. En más de 250 años, las pérdidas por estos ataques fueron mínimas. Puede calificarse así como una de las operaciones navales más exitosas de la historia.





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