lunes, 7 de marzo de 2022

Francisco del Puerto, el grumete abandonado que vivió entre amerindios

 

Francisco del Puerto, el grumete abandonado que vivió entre amerindios



Javier Retuerta   .......   EspañaFascinante



Los choques de civilizaciones y culturas han sido una constante en toda la historia. De eso la península ibérica sabe bien. Hace 4.500 años llegaron pueblos de las estepas orientales europeas que impusieron su linaje genético en todos los hombres peninsulares en solo cinco siglos. Eso sí, la cultura siguió más o menos estable. Luego se extendieron culturas celtas, Roma impuso su yugo, más pueblos bárbaros, bizantinos, árabes… Pero también ocurrió al revés en lugares como América. Allí el descubrimiento dejó muchas anécdotas, como capitanes que acaban comidos por indígenas. También, la oscura y poco determinada historia de un grumete abandonado.

Él no lo haría

Toca echar mano de la imaginación. Principios del siglo XVI. Uno es un joven que ha decidido darse a la aventura. No como ahora, claro está. En lugar de irse una semana al Levante a destrozarse el hígado, irse a echarse selfies al sudeste asiático o hacer el Interrail este se apuntó a una expedición. Seguramente no superaba los 15 años. Allí se vio descubriendo el mundo en primera persona. Porque el viaje en el que se metió de cabeza era para ir a Terra Incógnita bajo las órdenes del líder de la flota de descubrimiento.

Solís con los indios a punto de matarle
Sean charrúas o guaraníes, estos no planean nada bueno. | Wikimedia

Juan Díaz de Solís era el almirante y Francisco del Puerto el chaval. Uno debía descubrir un paso al Pacífico para poder quitarle el monopolio del tráfico de especias a Portugal. El otro debía hacer cosas de grumete. Echar una mano, limpiar, cargar y descargar, aprender… Una vida dura pero que le permitiría ver territorios que ningún europeo había visto antes.

Todo iba de lujo hasta que descubrieron el Río de la Plata. El estuario era tan grande que parecía el ansiado paso al Pacífico y las islas de la Especiería. Sí, esas que también buscó Magallanes en la primera circunnavegación, completada por Elcano. Solís avanzó en el curso fluvial hasta que este se estrechó. Allí vio a unos indígenas, bien charrúas, bien guaraníes. Quiso saludarles, así que bajó del barco junto a unos cuantos colegas y terminó bastante mal. En resumen: les asaetaron, desmembraron y comieron asados delante de la carabela en que miraban horrorizados sus compañeros.

La expedición, ante la imagen del almirante a la barbacoa, salió por patas. Tan rápido se fueron que no se fijaron en que un jovencito del Puerto de Santa María se quedaba en tierra. Era Francisco del Puerto. Solo cabe imaginársele allí, tirado cual perro abandonado por sus imbéciles dueños en una gasolinera.

El retorno de los europeos

El relato parece de ficción. De hecho, hay quien lo cree así. Por ejemplo, no aparece como vivo en los relatos narrados por la expedición de Solís en su regreso a España. Sin embargo, los viajes promovidos desde Sevilla volverían a dar con él, probando en buena manera que existir, al menos, existió.

Una década después, aproximadamente, de aquel fatídico 20 de enero de 1516 una nueva expedición salió a las Molucas. Sebastián Caboto lideraba un nuevo esfuerzo comercial de Carlos V. Ya estaba descubierto el paso sur al Pacífico y Elcano había concluido su gesta. Pero el asunto no iba de gloria, iba de mandar barcos y traerlos de vuelta cargados de clavo, pimienta y demás carísimas especias.

Sebastián Caboto
Sebastián Caboto. | Wikimedia

El veneciano Caboto, camino del estrecho de Magallanes, escuchó los rumores de la expedición de Solís. No parecía que fuera un paso al Pacífico pero sí un pasaje a las riquezas de los Incas. Río arriba, se contaba que yacía la Sierra de la Plata, una tierra de enorme riqueza. Por eso el navegante decidió que a la porra el plan de Carlos V. Él se iba al famoso estuario a buscar metal. Discusiones y destierros mediante, sacó adelante sus intereses y se plantó allá donde se unen el Paraná y el Uruguay. Así, se acabó encontrado con Francisco del Puerto en 1527.

El viaje de Francisco del Puerto al mito

Llegados a este punto todo pasan a ser relatos a medias y cuasileyendas. Parece bastante seguro que hicieron contacto con Francisco del Puerto en el entorno en que se unen el Uruguay y el Paraná. Allí el andaluz, ahora guaraní, habría servido de intérprete al navegante de Carlos V, según narró el propio Caboto. Los relatos coinciden en que el servicio continuó mientras remontaban el Paraná hasta el río Paraguay. Un enlace entre locales y extranjeros que cualquiera que haya visto una película de las guerras de Afganistán o Irak sabe que no termina bien nunca.

El marino veneciano cuenta que en la «boca del río Paraguay» sucedió una desgracia. Era el 10 de abril de 1528 y se celebró una comilona entre amerindios y españoles. Acabó en masacre. Caboto cuenta en su relación del viaje «quel dicho Francisco los vendió a los dichos indios«. Una versión de los hechos apunta que el antiguo grumete se había enfadado tanto con el tesorero de la expedición que decidió acabar con él. Otra afirma que los indígenas creían que los exploradores acabarían haciéndoles pagar lo de comerse a Solís.

Río Paraguay
Río Paraguay. | Shutterstock

Sea como fuere, Francisco del Puerto desaparece de la historia salvo por una mención más adelante de un tal Francisco por parte del explorador Cabeza de Vaca. Su destino, un misterio idealizado por escritores, sobre todo sudamericanos. Allá se le ha visto habitualmente como el primer criollo, como una fusión primigenia de Europa y América que derivaría en lo que hoy es Argentina o Uruguay. Así, el chaval ya crecido pasó a ser un mito casi fundacional.

Por eso es parte de la literatura, de la mano de autores como los argentinos Roberto Payró o Juan José Paer. Grandes escritores de distinta época que lo imaginan bien retornando a Europa, bien eligiendo ser «salvaje». Nadie sabe lo que le ocurrió a este grumete. Lo que está claro es que su historia es mucho más interesante que la de Pocahontas y John Smith

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