lunes, 11 de abril de 2022

La leyenda de las 7 Hathores y el hijo del Faraón

 

La leyenda de las 7 Hathores y el hijo del Faraón 



Hathores

Hathor, diosa protectora de la mujer en el Antiguo Egipto, era representada como la gran vaca celeste que había dado origen al mundo y a todo lo que en él había. Esta diosa tenía 7 hijas, las Hathores, deidades que siempre aparecían cuando una pareja daba a luz un niño ya que eran las encargadas de anunciar el destino del recién nacido a sus progenitores.

Cuenta una antigua leyenda que un faraón y su esposa se veían incapaces de tener hijos. La mujer lloraba constantemente y el faraón pedía suplicante a los dioses que les dieran la oportunidad de concebir al hijo que tanto deseaban. Un día, por arte de magia las suplicas de la pareja se vieron escuchadas. Finalmente la joven esposa dio a luz un varón precioso. Entre el regocijo y las fiestas propias del nacimiento aparecieron las siete Hathores para anunciar el destino del joven tanto a sus padres como al resto de fieles. Pero lo que contaron no gustó nada al faraón. Al parecer, estaba escrito en su destino que moriría a manos de un perro, una serpiente o un cocodrilo.

El faraón decidió construir un palacio en mitad del desierto para ocultar a su hijo de su temible destino. Un palacio totalmente aislado al que nadie tendría acceso. Así pasó la infancia el joven príncipe, oculto entre las dunas y las paredes de mármol de su palacio. No obstante, su rebeldía pronto se manifestó. Un día, cansado de su soledad, consiguió que su padre accediera a regalarle un cachorro. A pesar de que el miedo de la profecía era constante, el rey pensó que un inofensivo cachorro no podría hacer nada a su estimado hijo. Fue así como el joven y el perro se hicieron amigos inseparables.

Tras unos años, el joven comenzó a sentirse asfixiado en esa cárcel de oro. Así que decidió escapar junto con su perro a una ciudad cercana. En esa ciudad vivía una princesa encerrada en una torre. Su padre la había confinado a esa particular celda alejándola de los posibles pretendientes, sólo aquel que pudiera alcanzar la cima de la torre de un salto sería el elegido para desposar a su preciosa hija. Nuestro príncipe decidió intentar superar el reto. Tras varios intentos finalmente lo consiguió, así que el rey, a pesar de estar un poco enfadado por no saber la procedencia de ese misterioso joven, accedió a que se casara con su hermosa hija.

En la noche de bodas, el príncipe confesó a la princesa quien era y el motivo de su cautiverio así como el destino de su vida según las Hathores. La historia sobrecogió a la princesa que a partir de ese día se pasó día y noche vigilando a su amado para que no fuera atacado por ninguno de los tres animales. Una noche, en la que ambos compartían lecho, la princesa sorprendió a una espantosa serpiente subiendo por la cama para matar a su esposo. Rauda y decidida atestó un fuerte golpe a la víbora y se la entregó al perro para que la engullera entera.

Pero ocurrió que a partir de entonces el propio perro del príncipe se tornó violento, algo se agitaba dolorosamente en su interior. El joven se vio obligado a saltar al río para escapar de sus fauces, ignorando que en el agua encontraría otro peligro aún mayor, un enorme cocodrilo. Afortunadamente, el cocodrilo era viejo y estaba cansado de luchar por su vida (al parecer los hombres del faraón lo acosaban constantemente para matarlos por culpa de la profecía). Así pues, acordó con el príncipe que sí le ayudaba a lidiar con el espíritu de las aguas, saldría ileso de ese lugar. Y así fue. Nuevamente el príncipe escapó de su trágico final.

Fue corriendo entonces a celebrarlo jubiloso con su esposa. Y celebrándolo estaban cuando apareció nuevamente el perro del príncipe en actitud violenta. Para defenderse, tuvo que acabar con la vida de su hasta entonces fiel amigo. Pero ahí no terminó todo. Tras el golpe final, la serpiente que había sido engullido logró escapar del interior del animal y terminó, cumpliendo así con la profecía, con la vida del joven hijo del Faraón.

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