Las enigmáticas hijas del mar
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Ánfora griega decorada con la escena de Ulises escuchando cantar a las sirenas (Wikimedia Commons)
En las culturas helenísticas se las consideraba una especie de diosas del más allá que cantaban a los muertos en las Islas de las Bienaventuranzas o Islas Afortunadas. Sin embargo, el mundo griego no nos ofrece una clara genealogía de las sirenas. Algunas fuentes exponen que son hijas de Melpómene (musa de la tragedia) y de Aqueloo (dios del río homónimo y primogénito de los dioses-ríos), pero otras afirman que son hijas de Estérope (musa de la poesía y la danza). Incluso las hay que aseguran que nacieron de la sangre de Aqueloo cuando fue herido por Heracles. Su metamorfosis en híbridos fue producto de un castigo de Deméter al no impedir que Perséfone fuese raptada por Hades. Aunque también se dice que Afrodita les quitó su belleza porque despreciaban las artes del amor.
De acuerdo con el mito más difundido, habitaban una isla del Mediterráneo que tradicionalmente se situaba frente a la costa italiana meridional, más concretamente frente a la costa de Sorrento. La realidad apunta hacia que su mito nació como respuesta al peligro que entrañaban las travesías marinas cercanas a dicha costa, la de Sorrento, que producían numerosos naufragios y muchas muertes.
La primera constancia escrita aludiendo a las sirenas que conservamos es la que nos ofrece el canto XII de La Odisea en el que se relata que Ulises, siguiendo los consejos de la hechicera Circe, taponó con cera los oídos de sus marineros para hacerse atar al mástil y poder escuchar sus cantos sin sucumbir a ellos. Existen textos que nos hablan de sólo dos sirenas. Pero otras tradiciones hablan de tres: Pisínoe (Parténope), Agláope (Leucosia) y Telxiepia (Ligia). O, incluso, de cuatro: Teles, Redne, Molpe, y Telxíope.
Parece ser que, a través de la transmisión oral de los poemas de Homero, las sirenas fijas a las rocas se fueron transformando en aves voladoras influidas por otras culturas como la egipcia y por la representación concreta de Ba, cuya imagen era un pájaro con cabeza humana que volaba desde la tumba para unirse con el Ka.
“Sirena” de John William Waterhouse, 1900. (Wikimedia Commons)
Las sirenas y el arte
El mito de las sirenas ha sido, desde siempre, un tema del que han gustado muchos artistas a la hora de elaborar sus creaciones. Esta pasión artística pasó a Roma desde el mundo griego y desde allí se extendió por toda la cuenca del Mediterráneo. Fue en las ilustraciones de libros merovingios y carolingios cuando aparecieron por vez primera en el arte cristiano occidental y con el transcurrir del tiempo las iremos encontrando formando parte de la decoración de capiteles, ménsulas y otros elementos arquitectónicos, así como en la decoración de las sillerías de coro o en las vidireras de las iglesias.
Durante los siglos XII y XIII conviven las sirenas-pájaro y las sirenas-pez, pero serán estas últimas las que, poco a poco, vayan dominando en la imaginería popular, desbancando a las sirenas aladas.
Ilustración de sirena con espejo y peine. Inglaterra, siglo XV (Flickr)
Asimismo se las comienza a representar portando instrumentos musicales y sosteniendo peces o caracolas. A partir del siglo XII normalmente se las acompañará con un espejo o peine, símbolos, ambos, de la seducción femenina por aquellos tiempos. En esta época poseen un carácter moralizador: representan los placeres mundanos, las tentaciones existenciales y las distintas vanidades. Carácter moralizador que permanecerá vigente hasta el siglo XVI. A veces también son representadas junto a sirénidos masculinos o tritones o, incluso, junto a centauros.
Durante los siglos de arte Gótico, dejarán de formar parte exclusivamente de contextos religiosos y morales para pasar a formar parte de lo profano y coloquial. Tendencia que continuó a partir del Renacimiento, cuando las sirenas se convirtieron en un mero pretexto para lucir la desnudez del cuerpo femenino, moda que sigue viva en nuestro mundo actual.
Hermosas y seductoras, coquetas y peligrosas, divinas y terrenales… Las sirenas nos acompañan desde hace milenios, susurrándonos al oído esas tonadas malditas que sólo el héroe literario pudo escuchar y contar.
“Sirena” de John William Waterhouse, 1901 (Wikimedia Commons)
Imagen de Portada: Ulises y las sirenas, óleo sobre lienzo de John William Waterhouse. National_Gallery of Victoria, Melbourne, 1891. (Wikimedia Commons)
Autor: Mariló T. A.
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