ecoticias
Las guerras son enfrentamientos violentos entre facciones armadas con diversos objetivos que pueden ser de carácter político, territorial y/o ideológicos. Estos enfrentamientos representan una de las formas más devastadoras de conflicto entre los seres humanos.
La sostenibilidad se basa en el principio de asegurar las necesidades del presente sin que por ello se pongan en riesgo las de las generaciones futuras, todo ello sin renunciar a la protección del medio ambiente, el desarrollo social y el crecimiento económico.
Las guerras y su falta de sostenibilidad
Sudán, Myanmar, Gaza, Ucrania y un largo listado de países siguen en guerra por todo el planeta este 2024 y continuarán en 2025. A sus desgarradoras consecuencias, hay que sumarle que los conflictos armados traen consigo una degradación profunda del territorio. Se pierden ecosistemas que no solo están ligados a la identidad de cada cultura, sino que impiden el acceso a bienes básicos como el agua y regulan directa e indirectamente la salud de personas, animales y plantas.
El primer golpe de la guerra es descarnado y brutal, pero no termina ahí, sino que se mantiene a largo plazo. ¿Cómo se pueden retomar los cultivos o la ganadería que alimentaban a la población si la tierra está quemada y los animales muertos? ¿Cómo se reconstruyen los caminos que tejen la red que une a la población si hay minas antipersona? Y si no hay caminos, ¿cómo pueden volver quienes huyeron de la masacre?
Los conflictos armados no paran de aumentar, pero el mundo bulle con iniciativas enfocadas a reducir nuestro impacto en el planeta: en el Sahel se plantan miles de árboles y arbustos para tratar de evitar la expansión del desierto; en Sri Lanka y en Pakistán llevan décadas restaurando los bosques de manglares que protegen la costa de los efectos de los huracanes y tsunamis.
Además, en India se conceden microcréditos a mujeres para el desarrollo de iniciativas locales sostenibles; en Latinoamérica hay proyectos para proteger a las comunidades indígenas frente a la deforestación y aprender de ellas cómo tener una relación saludable con la naturaleza.
Aquí, en Europa, se multiplican los programas educativos que incluyen el compostaje y el desarrollo de huertos urbanos para enseñar lo importante que es reducir nuestra huella ecológica. Pero ¿cómo se puede mantener el compromiso y la ilusión de las personas implicadas en todos estos proyectos si el ahorro en combustibles o en contaminantes apenas compensan las emisiones producidas por los conflictos armados y la industria militar asociada?
La industria militar es un enorme emisor de GEI
Hace ya décadas que desde la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se instó a los países industrializados a reportar las emisiones de dióxido de carbono con el fin de recopilar datos completos y transparentes y poder así tomar medidas para su mitigación. Sin embargo, la industria militar quedó fuera del acuerdo, ya que, en aras de proteger el secreto de las operaciones militares, se decidió que fuera voluntario reportar sus emisiones.
Esta protección dificulta enormemente las estimaciones de los niveles de CO2 emitidos y comprometen el cumplimiento de los acuerdos y la reducción global de emisiones. El resultado de esta situación es una industria militar que actúa con total impunidad en materia climática, operando fuera del marco legal al que quedan sujetos el resto de los sectores.
Si no se conocen las emisiones que generan, ninguna institución o gobierno puede exigir que se reduzcan. La industria militar se convierte en juez y parte al ser la encargada de crear y revisar sus propias normativas y acciones para contribuir en la reducción de las emisiones globales.
Los científicos lo explican
Pese a la opacidad que existe en torno a las emisiones que genera la industria militar, Linsey Cottrell y Stuart Parkinson, del Conflict and Environment Observatory y el Scientists for Global Responsability respectivamente, calcularon en una investigación presentada en 2022 que el sector militar era responsable del 5,5 % de las emisiones de gases de efecto invernadero. Por su parte, el Transnational Institute apuntaba en 2023 que la industria militar de EE. UU. es la responsable del 31,2 % de las emisiones históricas del país.
Según la investigación de Rasa Samaliukiene, publicada en 2018, en la que analizaba la documentación en torno al tema, la industria militar tiene efectos nocivos sobre los tres pilares en los que se basa el desarrollo sostenible: el medioambiente, la economía y la sociedad.
Medioambientalmente, la industria militar y sus efectos tienen un enorme impacto, tanto en emisiones como en destrucción de ecosistemas; económicamente, moviliza enormes cantidades de dinero, pero el efecto que tiene sobre las economías de los países donde se instalan bases militares se acerca más a la desestabilización que a la sostenibilidad; y en lo que al ser humano se refiere, tiene un efecto negativo tanto a corto como a largo plazo en la salud física y mental de niños y adultos.
No parece que estos “detalles” se estén teniendo en cuenta cuando, según el estudio que Denise García, profesora en la Universidad Northeastern de Boston (EE UU) y vicepresidenta del Comité Internacional para el Control de Armas Robóticas, publicó en Nature en 2020.
Este trabajo indica que la inversión de los países, empresas e instituciones internacionales en una industria que genera tanta destrucción es tres veces superior a la que se dedica a mitigar los efectos del cambio climático y la crisis ambiental que enfrentamos.
Algo muy chocante dado que el cambio climático mata al menos veinte veces más que todos los conflictos armados juntos. Resulta difícil de explicar que las inversiones económicas en la industria militar estén muy por encima de lo que amenaza en grado tan extenso la vida humana, la crisis climática actual.
Conflictos y guerras no sostenibles
Cabe preguntarse si la existencia de una industria altamente contaminante que va en contra de todos los pilares del desarrollo sostenible es compatible con el plan de futuro que estamos construyendo.
Más allá de nuestro deseo de alcanzar la paz y el desarme global, cosa que hoy por hoy parece poco probable, ¿es posible avanzar hacia un desarrollo sostenible si, en nombre de la seguridad, mantenemos los datos sobre la industria militar fuera de la contabilidad ambiental? ¿Qué sentido tiene hacer esfuerzos para reducir las emisiones si los conflictos armados, que a menudo surgen por el interés de unos pocos, destruyen el progreso alcanzado por grandes mayorías?
Mientras detenemos la guerra, algo en la voluntad de todos, pero en cualquier caso complejo y lejano, resulta imprescindible que la industria militar comience a dar datos sobre su huella ambiental y sus emisiones de GEI.
Si nuestra meta es un mudo más pacífico y sostenible, hoy es el mejor momento para poner en marcha políticas conjuntas y más audaces para el desarme, la adaptación ante el cambio climático y la crisis ambiental.
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