La presa de las Tres Gargantas es una hazaña de ingeniería sin precedentes. Con sus 181 metros de altura y 2.335 metros de longitud, esta estructura monumental, puesta en marcha por China en 2012, domestica las caprichosas aguas del Yangtsé, el mayor río de Asia y cuyas inundaciones se han cobrado millones de vidas a lo largo de la historia. También alberga la mayor central hidroeléctrica del planeta, cuya capacidad instalada de 22.500 megavatios eclipsa los 17.000 generados en conjunto por las 1.300 centrales hidroeléctricas de España. El precio de esta proeza fue dos décadas de trabajo, 200.000 millones de yuanes (unos 26.500 millones de euros) y el desplazamiento de 1,4 millones de personas procedentes de los 114 pueblos y 1.680 aldeas que desaparecieron bajo las aguas de su vasto embalse.
Trece años después de su inauguración, no existe infraestructura en el planeta, en funcionamiento o proyectada, que se le compare. Salvo, como no podía ser de otra forma, en su propia cuna. Porque, como se reveló oficialmente al concluir 2024 tras años de sospechas, China ha comenzado un proyecto todavía más ambicioso. Uno que promete triplicar la capacidad energética de las Tres Gargantas y, al mismo tiempo, dar un golpe en el tablero geopolítico frente a sus vecinos del sur: la megapresa de Medog.
Ubicada en la región autónoma del Tíbet, la presa de Medog se erigirá sobre el río Yarlung Tsangpo, conocido en India y Bangladesh como el Brahmaputra. Apodado como “el Everest de los ríos”, cuenta con una combinación de caudal y desnivel única en el planeta. En su tramo más vertical, el Gran Cañón del Tsangpo, el río desciende en un giro abrupto conocido como la Gran Curva, antes de cruzar la frontera hacia la región india de Arunachal Pradesh. En un segmento de apenas 50 kilómetros, el agua cae 2.000 metros, un sueño para la generación de energía. Las autoridades chinas han asegurado que la futura central podría contar con una capacidad instalada superior a los 60.000 megavatios.
Pero aunque China presenta el proyecto como una solución para sus necesidades energéticas y climáticas, su impacto va más allá de sus fronteras. El río es vital para la subsistencia de millones de personas en las naciones vecinas. E India, uno de los países con más estrés hídrico del mundo, ve el control chino sobre las aguas del Brahmaputra como una amenaza a su seguridad nacional.
India tiene motivos de sobra para sospechar. Los proyectos hidroeléctricos chinos en la cuenca del Mekong, en el sureste del gigante asiático, han sido acusados por los países ubicados río abajo —Laos, Tailandia, Camboya y Vietnam— de provocar escasez hídrica, desplazar a miles de personas y alterar el equilibrio ecológico y la economía de las comunidades locales. En 2019, pese a experimentar una temporada especialmente lluviosa en el tramo superior de la vía fluvial, las once presas que China ha construido desde 1995 retuvieron casi toda el agua, agravando las sequías en los países vecinos.
Un interés ulterior
Más allá del control de las aguas, múltiples expertos han señalado que la construcción de infraestructura en regiones fronterizas ofrece a China una forma de demarcación y control territorial a lo largo de una frontera disputada.
Pekín denomina a la región india de Arunachal Pradesh como “Tíbet del Sur” y la considera, al menos parcialmente, como parte de su territorio. Según el informe anual del Pentágono de 2021 sobre el poder militar chino, en 2020 Beijing construyó una aldea con 100 viviendas dentro de esta zona en disputa con India, cerca del área donde se desarrolla el proyecto de la presa de Medog. Este movimiento es un ejemplo emblemático de la llamada “táctica del salami”, una estrategia basada en realizar cambios incrementales y progresivos que, con el tiempo, alteran el status quo en mapas y fronteras. Un enfoque que lleva años dando frutos para Pekín en su control sobre el Mar de China Meridional.
Un reporte del Australian Strategic Policy Institute publicado en 2024 y centrado en la construcción de la presa apunta que “China está trabajando de manera silenciosa e irreversible para legitimar su control sobre las regiones fronterizas, incluidos los territorios disputados con India”. “Poblar estos territorios con civiles e infraestructura proporciona a Beijing una mejor posición negociadora en las conversaciones fronterizas, permitiéndole rechazar cualquier acuerdo que implique el desplazamiento de estas ‘poblaciones locales’”, sentencia el informe.
China también está usando el flujo del Brahmaputra como palanca diplomática en la región. Mientras India ha sido históricamente la potencia hegemónica en cuestiones de agua, su intransigencia en asuntos hídricos ha generado tensiones con Bangladesh. Pekín ha aprovechado esta oportunidad, ofreciéndose a construir almacenamiento adicional para garantizar caudales durante la temporada seca y financiando múltiples proyectos de irrigación en suelo bangladesí.
De forma similar, en Nepal, China ha contribuido a financiar proyectos como la hidroeléctrica Chameliya, uno de los más costosos de su tipo, mientras que India se niega a comprar electricidad de cualquier proyecto con participación china. Estas tácticas diplomáticas se extienden incluso al intercambio de datos hídricos: Pekín cobra a India 125.000 dólares al año por información sobre los flujos del Brahmaputra mientras proporciona los mismos datos gratuitamente a Bangladesh.
Zona de peligro
El megaproyecto chino no solo exacerba las tensiones geopolíticas, sino que también plantea riesgos significativos debido a su ubicación en la delicada zona geológica del sureste del Tíbet, donde convergen las placas tectónicas india y euroasiática.
El plan incluye desviar la mitad del caudal del río, más de 2.000 metros cúbicos por segundo, a través de seis túneles de 19 kilómetros de longitud perforados en la roca sólida de la cordillera del Himalaya. Una intervención de esta magnitud en el paisaje montañoso más sísmicamente activo del planeta carece de precedentes, y cualquier falla estructural podría convertir la presa en una auténtica "bomba de agua" con consecuencias devastadoras para las comunidades río abajo.
El pasado martes, un terremoto de magnitud 7,1 sacudió la región del Tíbet, dejando al menos 126 muertos y más de 188 heridos, además de destruir más de 1.000 viviendas en el condado de Tingri. La zona registró posteriormente más de 150 réplicas, complicando los esfuerzos de rescate en aldeas remotas a más de 4.200 metros de altitud.
Estas condiciones geográficas adversas son también las que van rumbo de convertir a la presa de Medog en el proyecto de infraestructura más caro de la historia, con un costo estimado de un billón de yuanes (130.000 millones de euros). Un costo prácticamente inasumible para cualquier país, siempre que éste no se llame China.
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