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El pasado 7 de noviembre, la compañía japonesa Casio lanzó al mercado su robot mascota Moflin, un dispositivo con inteligencia artificial diseñado para ofrecer compañía y actuar como soporte emocional. La propuesta busca simular los beneficios psicológicos que aportan los animales reales, como la reducción del estrés o la sensación de compañía, pero eliminando las responsabilidades y los riesgos de maltrato animal asociados a la tenencia irresponsable de mascotas.
Desarrollado originalmente por la startup japonesa Vanguard Industries y perfeccionado por Casio, Moflin es un robot con forma de pequeño animal, suave y de apariencia minimalista, que reacciona al tacto, la voz y la interacción humana. Su inteligencia artificial le permite desarrollar una personalidad única con el tiempo, modificando sus respuestas y sonidos en función del trato recibido.
El robot está equipado con sensores de temperatura, luz y movimiento, así como micrófonos y altavoces que le permiten emitir sonidos para simular emociones. No puede desplazarse de forma autónoma, ya que no tiene patas, pero reacciona con movimientos suaves de cabeza y cuerpo cuando se le sostiene, intentando imitar los gestos afectivos de una cría de animal.
Con unas dimensiones similares a las de un pequeño libro y un peso de 260 gramos, Moflin está diseñado para ser abrazado y sostenido, facilitando una interacción táctil pensada para calmar y relajar al usuario. Su autonomía es de aproximadamente cinco horas, y se recarga al colocarlo en una base que simula una cama donde ‘duerme’.
Actualmente, Moflin está disponible únicamente en Japón, donde se comercializa por 59.400 yenes, lo que equivale a unos 365 euros. La compañía también ofrece un servicio de suscripción opcional llamado Club Moflin, por 6.600 yenes anuales (unos 44 euros), que incluye descuentos en reparaciones, limpiezas e incluso la posibilidad de reemplazar completamente su pelaje en caso de desgaste o accidentes.
El vínculo emocional, ¿puede ser real?
Casio asegura que Moflin no es un juguete ni está destinado a niños, sino que se trata de una mascota diseñada para promover el bienestar emocional. Los estudios sobre los beneficios del contacto con animales reales han demostrado que la interacción con mascotas puede reducir la ansiedad, mejorar la salud cardiovascular y aportar una sensación de compañía y propósito.
La marca de origen japonés también defiende que Moflin aprende a reconocer la voz y los gestos de su 'cuidador', adaptando su comportamiento en consecuencia. Sin embargo, sus reacciones son limitadas y la expresión de emociones como alegría o tristeza solo se percibe a través de una aplicación móvil vinculada al robot.
Sin embargo, ¿puede un dispositivo con inteligencia artificial generar un apego similar al de un animal vivo? Para profundizar en esta cuestión, hemos contactado con Jaume Fatjó, director de la Cátedra Fundación Affinity ‘Animales y Salud’ de la Universidad Autónoma de Barcelona, y reconocido experto en etología y vínculos afectivos entre humanos y animales.
Ventajas y limitaciones frente a los animales reales
Según Fatjó, la principal diferencia entre estas mascotas virtuales y los animales reales radica en la ausencia de agencia. “Un perro o un gato tienen motivaciones y deseos propios, lo que los convierte en seres con agencia, es decir, con la capacidad de actuar de manera independiente y tener objetivos propios. Este elemento no está presente en Moflin, que simplemente reacciona al entorno según sus parámetros de programación”.
Fatjó también destaca que, aunque las personas tienden a humanizar y proyectar emociones en objetos que imitan características de seres vivos, esto no garantiza una conexión auténtica. “La relación con un animal real implica una dinámica mucho más compleja, donde no solo somos observadores de sus reacciones, sino también partícipes en la construcción de un vínculo mutuo. La interacción con estas mascotas virtuales no puede reemplazar la imprevisibilidad y la profundidad emocional que ofrece un ser vivo”.
Si bien Casio sostiene que Moflin no es un juguete, sino una herramienta para el bienestar emocional, Jaume Fatjó se muestra escéptico sobre el impacto a largo plazo de este tipo de dispositivos: “Al principio, puede ser interesante, pero insisto en que el factor de imprevisibilidad y desarrollo conjunto que existe con un animal real no puede replicarse en un robot”.
El experto en etología también reflexiona sobre las implicaciones éticas y sociales de estas innovaciones, advirtiendo que aún no se han estudiado en profundidad los efectos a largo plazo que podrían tener en las relaciones humanas y en la percepción de los animales como seres sintientes. “Es crucial que consideremos cómo estas tecnologías pueden influir en nuestra comprensión de lo que significa cuidar y establecer vínculos con seres vivos”.
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