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En el sur de la provincia argentina de Chubut, cerca de la frontera con Santa Cruz, se encontraba el lago Colhué Huapi, un vasto espejo de agua que existió durante miles de años. Sin embargo, en menos de una década atrás, este lago se secó por completo, dejando a su paso un paisaje desolador, repleto de dunas problemáticas.
Con una superficie que alguna vez superó los 800 kilómetros cuadrados y una profundidad de hasta cuatro metros, el Colhué Huapi paso de ser un espacio de vida acuático con su propia biota y biodiversidad a convertirse en un extenso desierto.
Entre las causas de esta desaparición se encuentran las prolongadas sequías que han afectado a la Patagonia y que se deben al calentamiento global de origen antropogénico, así como a la construcción de desvíos artificiales que alteraron el flujo natural de agua hacia el lago y la pésima gestión que se ha hecho en la zona de los recursos hídricos.
Los lagos patagónicos ‘agonizan’ por la sequía
Debido principalmente a la variabilidad climática, pero también a la intensificación de las actividades agrícolas, cinco lagos de la Patagonia argentina, ubicados en el Parque Nacional Laguna Blanca, en la provincia argentina de Neuquén, están en riesgo de secarse. El área que los alberga, además de tratarse de un Parque Nacional, ha sido designada como zona de importancia internacional para la conservación de la biodiversidad, la vida humana y el desarrollo sostenible (sitio Ramsar).
Un trabajo publicado en Science of the Total Environment encendió la alarma al constatar que estos lagos han reducido su superficie entre un 20 y un 52 por ciento entre 2007 y 2024, generando efectos adversos en el ecosistema, como la pérdida de hábitat y la proliferación de algas.
El Parque Nacional Laguna Banca es considerado de importancia vital para la alimentación de especies migratorias. Sus lagos son hábitats críticos para varias especies de aves (125), mamíferos (16), reptiles (12) y anfibios (3), algunas de las cuales son endémicas y están en peligro de extinción, como el cisne de cuello negro y la rana patagónica, según detallan los autores.
“Inevitablemente, la pérdida de estos recursos conlleva también graves consecuencias económicas, culturales y sociales”, comenta Carina Seitz, coautora del trabajo e integrante del Departamento de Geología y Petróleo de la Universidad Nacional del Comahue.
Para determinar las causas de la reducción de la superficie de esos lagos, los investigadores analizaron imágenes satelitales y el índice climático, estudiaron los períodos de humedad y sequía y realizaron un inventario de la infraestructura construida en las cabeceras de la cuenca.
Desde las imágenes satelitales de todos los meses de enero, desde 1998 hasta 2024, constataron que el área de la superficie de los cinco lagos dentro del Parque Nacional decreció hasta 52 por ciento desde 2007 debido a las condiciones climáticas cada vez más secas.
Paralelamente, comprobaron que entre 2007 y 2024 aumentaron los periodos de sequía y disminuyeron los de humedad, condición que condujo a que hubiera menos agua en la cuenca. Por otra parte, constataron la construcción de 53 canales de irrigación aguas arriba del Parque Nacional, dentro de la cuenca de la Laguna Blanca, a partir de 2020.
“Si bien los canales no son el factor principal de la reducción de agua al 2024, en los últimos tres años, por más que han aumentado levemente los periodos de humedad, la Laguna sigue retrocediendo. Entonces, estas construcciones sin duda están teniendo un efecto adverso”, dice Facundo Scordo, coautor del estudio e integrante del Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente de la Universidad Nacional del Comahue.
A pesar de la robustez del modelo usado, de alcance global, los investigadores subrayan la necesidad de disponer de más información local para nutrirlo. “Si bien los datos existentes resultaron suficientemente buenos para el estudio, en la Patagonia, el Servicio Meteorológico Nacional posee muy pocas estaciones, y con datos actualizados al 2015”, afirma Scordo.
Esa falta de datos y la ausencia de un manejo integrado de las cuencas están llevando a la desaparición de los cuerpos de agua, en una zona donde los recursos hídricos escasean, añade. Tal lo sucedido con otro lago patagónico, el Colhué Huapí ─cuyo estudio, motivó la tesis doctoral de Scordo─ el que, habiendo llegado a superar los 800 km2, se secó una década atrás.
Para Ana Liberoff, del Laboratorio Eco-Fluvial del Instituto Patagónico para el Estudio de los Ecosistemas Continentales, en Chubut, quien no participó en la investigación, el trabajo demuestra que a pesar de no contar con todos los datos necesarios es posible hacer un trabajo de buena calidad empleando herramientas remotas y trabajo de campo.
Agrega que en esa zona de la Patagonia se esperan fuertes disminuciones de agua para el futuro, tal como señala un trabajo publicado en Theoretical and Applied Climatology, que prevé aumento de la temperatura y disminución de las precipitaciones.
La desaparición de los lagos puede tener además otras consecuencias. Scordo indica que “si los sedimentos del fondo del lago son erosionados por el viento, van a terminar en la ciudad de Zapala, generando problemas respiratorios en la población, como ya sucedió en Comodoro Rivadavia con la sequía del Colhué Huapí”. Ubicada en el centro de la provincia de Neuquén, Zapala tiene una población estimada de 34 mil habitantes y se encuentra a aproximadamente 40 km del Parque Nacional Laguna Blanca.
¿Y ahora qué se puede hacer con los lagos?
“¿Cómo enfrentará la sociedad estos cambios? ¿Cómo combatirá la sequía? Necesitamos conocer las causas, qué grado de impacto tienen cada una de las variables intervinientes para decidir las medidas a tomar”, dice Liberoff y subraya que la información debe estar disponible para la sociedad y para dar sustento a las políticas públicas.
“El desmantelamiento y desfinanciación de organismos científico-tecnológicos, sumado a la desinformación sobre las problemáticas climáticas y la relevancia de estos estudios ponen en riesgo la conservación de nuestros Parques Nacionales y la invaluable riqueza de nuestra flora, fauna y diversidad paisajística”, puntualiza.
Carlos Harguinteguy, del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal de la Universidad Nacional de Córdoba, señala que es una necesidad urgente accionar modos de conservación a nivel local e internacional que permitan frenar la desaparición de estos ecosistemas vulnerables y su biota endémica, como ya ha ocurrido en otras partes del mundo.
En esa dirección, Guillermo Folguera, del Instituto de Ecología, Genética y Evolución de la Universidad de Buenos Aires, y especialista en filosofía de la ciencia, subraya que hay políticas nacionales que pueden empeorar la situación, tal como está ocurriendo en Argentina.
Desde su punto de vista en relación con las prácticas científicas y tecnológicas actuales, Folguera dice que “La extracción de hidrocarburos, la megaminería, el fracking, los agronegocios y las plantaciones forestales son causas directas de consumo de agua dirigida para la actividad de hacer negocios para la exportación de commodities, antes que para la vida de la comunidad”.
Y añade que, a nivel regional, la deforestación y el desmonte, por ejemplo, han agravado enormemente la capacidad que tienen los ambientes de retener el agua. “Sin duda, es necesario trabajar a nivel global para enfrentar la crisis climática, ya que ningún país se salvará en soledad”, destaca.
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