miércoles, 7 de mayo de 2025

El misterio del pueblo castellano que «desaparece» bajo el agua cada primavera




Entre las sierras extremeñas se esconde uno de los secretos mejor guardados de nuestra geografía. Este pueblo castellano de Granadilla, situado en la provincia de Cáceres, protagoniza año tras año un fenómeno tan fascinante como melancólico: su parcial desaparición bajo las aguas del embalse de Gabriel y Galán. Lo que antaño fue un próspero enclave medieval, hoy se transforma en una suerte de Atlántida moderna cuando las lluvias primaverales elevan el nivel del pantano.

Los pocos visitantes que se aventuran hasta este rincón de España contemplan con asombro cómo la historia y la ingeniería se dan la mano en un espectáculo único. Declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1980, Granadilla conserva intacta su muralla circular, testigo imperturbable del paso del tiempo y de las aguas que periódicamente asedian sus muros. El silencio que reina en sus calles deshabitadas solo se ve interrumpido por el rumor del agua que, cada primavera, reclama para sí parte de este tesoro arquitectónico abandonado a su suerte tras la construcción del embalse en los años cincuenta.

LA HISTORIA TRUNCADA DE UN PUEBLO CON SIGLOS DE EXISTENCIA

La fundación de Granadilla se remonta al siglo IX, cuando los musulmanes establecieron un asentamiento estratégico en una colina rodeada por el río Alagón. Este pueblo castellano, que en sus orígenes se denominaba Granada, cambió su nombre tras la conquista de la Granada andaluza por los Reyes Católicos, para evitar confusiones con la ciudad nazarí que había ganado mayor relevancia histórica.

Durante siglos, Granadilla disfrutó de una posición privilegiada como enclave defensivo y centro comercial. Su imponente castillo y sus murallas almenadas de 14 metros de altura, perfectamente conservadas pese al abandono y las periódicas inundaciones, dan testimonio de su importancia estratégica en tiempos de la Reconquista. La fortificación circular, casi única en España, abraza un casco urbano que, aunque fantasmal, conserva la disposición urbanística medieval con su plaza mayor como corazón latente de lo que un día fue un pueblo lleno de vida.

EL EMBALSE QUE AHOGÓ LA VIDA DE TODO UN PUEBLO CASTELLANO

El punto de inflexión en la historia de Granadilla llegó con la construcción del embalse de Gabriel y Galán, iniciada en 1952 durante el régimen franquista. El proyecto, concebido para regular el caudal del río Alagón y garantizar el regadío de amplias zonas de Extremadura, selló el destino de este pueblo castellano sin tener en cuenta el coste humano y patrimonial que supondría.

En 1964, los últimos habitantes de Granadilla fueron obligados a abandonar sus hogares ante la inminente inundación. La tragedia de este éxodo forzoso radica en que, contrariamente a lo que se les hizo creer a los vecinos desplazados, el agua nunca llegó a cubrir por completo el pueblo. Solo durante los periodos de máximo caudal, generalmente en primavera, parte del acceso y los alrededores quedan sumergidos, convirtiendo temporalmente a Granadilla en una isla de piedra y memoria, aislada pero resistente ante el embate líquido que amenaza con borrar su existencia cada año.

UN RENACER INESPERADO: DE PUEBLO FANTASMA A ATRACCIÓN TURÍSTICA

Tras décadas de abandono, en 1984 Granadilla encontró una nueva razón para existir al ser incluida en el Programa de Recuperación de Pueblos Abandonados. Esta iniciativa, impulsada por los ministerios de Medio Ambiente, Educación y Cultura, ha permitido la restauración parcial de viviendas y edificios emblemáticos, devolviendo parte del esplendor perdido a sus calles desiertas.

Hoy en día, este singular pueblo castellano recibe miles de visitantes atraídos por su peculiar historia y su atmósfera entre mística y melancólica. El contraste entre la piedra centenaria y el azul del embalse que rodea la población crea paisajes de belleza indescriptible, especialmente durante los meses primaverales cuando el agua se aproxima a los muros del pueblo, ofreciendo estampas dignas de las mejores postales. Los turistas pueden recorrer sus calles empedradas, visitar el castillo de origen árabe o simplemente contemplar desde sus murallas el espectáculo natural que supone la unión forzada entre el patrimonio histórico y el agua embalsada.

ENTRE LA CONSERVACIÓN Y EL OLVIDO: LOS DESAFÍOS DE UN PUEBLO INUNDADO

La preservación de Granadilla representa un reto constante para las autoridades encargadas de su mantenimiento. Las periódicas inundaciones, aunque parciales, suponen una amenaza para los cimientos de edificios centenarios que no fueron diseñados para soportar el contacto prolongado con el agua. Este pueblo castellano se debate entre la resistencia y la resignación, convertido en un símbolo involuntario de la lucha entre el progreso tecnológico y la conservación del patrimonio histórico.

Los programas educativos desarrollados en Granadilla han permitido que jóvenes de toda España participen en labores de restauración y mantenimiento, aprendiendo oficios tradicionales mientras contribuyen a salvar del olvido este singular enclave. Cada piedra colocada, cada tejado reparado por las manos de estos voluntarios supone un pequeño triunfo contra la desidia y el paso inexorable del tiempo. Sin embargo, la batalla por la supervivencia de este pueblo castellano está lejos de ganarse, pues cada primavera las aguas regresan, incansables, a reclamar lo que una vez les fue entregado en nombre del desarrollo económico de la región.

EL FUTURO INCIERTO DE UN PUEBLO ENTRE DOS MUNDOS

Las autoridades locales y regionales contemplan con interés creciente el potencial turístico de Granadilla. Más allá de su valor histórico y patrimonial, este pueblo castellano ofrece posibilidades únicas para el desarrollo de actividades recreativas vinculadas al embalse. La paradoja es evidente: lo que una vez condenó a Granadilla al abandono podría ser ahora la clave de su renacimiento, aunque sea bajo una forma completamente distinta a la que conocieron sus antiguos habitantes.

Los planes para revitalizar la zona incluyen la promoción de deportes acuáticos, rutas de senderismo y experiencias de turismo rural que aprovechen el singular enclave natural. Mientras tanto, los descendientes de aquellos que fueron desalojados contemplan con sentimientos encontrados cómo el pueblo castellano de sus ancestros se transforma en un decorado para visitantes ocasionales. Las aguas que cada primavera rodean Granadilla son testigo mudo de esta transformación, llevando en sus ondas los ecos de un pasado que se resiste a ser completamente sumergido en el olvido. Y así, entre la memoria y la reinvención, entre la piedra y el agua, Granadilla continúa su particular viaje por la historia, desapareciendo y reapareciendo cíclicamente, como un recordatorio pétreo de las consecuencias de las decisiones humanas sobre el territorio y sus habitantes.

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