Carta de un usuario
Barcelona, esa maravillosa ciudad llena de turistas y encanto mediterráneo, se convierte cada fin de semana en un escenario digno de una tragicomedia. Los sábados, domingos y festivos, la red de autobuses urbanos parece haber decidido tomarse unas largas horas de espera , dejando a los residentes locales a merced de los caprichos del transporte público. ¿Para qué preocuparse por la puntualidad, verdad?
Mientras los autobuses escasean, aquellos que logran hacer acto de presencia llegan abarrotados de turistas que, como si fueran personajes de una obra de teatro, se suben al vehículo sin pagar. Es un espectáculo digno de verse: los asientos ocupados por visitantes sonrientes, mientras muchos de nuestros mayores, que sí contribuyen con su billete, se ven forzados a viajar de pie. ¡Oh, qué ironía! La ciudad que tanto ama el turismo parece haber olvidado a sus propios ciudadanos.
Cada verano, cuando llega el buen tiempo, la escena se repite. A pesar de las quejas y la creciente frustración de los barceloneses, parece que los responsables de transporte han elegido permanecer en un estado de letargo, ajenos a la necesidad de soluciones. Y lo que es más curioso, los precios de los billetes aumentan. Un aplauso para esa genialidad: ¡hagamos que nuestros conciudadanos paguen más para que los turistas, que disfrutan de nuestras calles, puedan viajar gratis!
Entonces, surge la pregunta: ¿por qué no poner vehículos más grandes? O mejor aún, ¿por qué no implementar un control de pago más eficaz? Tal vez, en lugar de aumentar las tarifas, deberíamos pensar en cómo servir a quienes realmente viven aquí, y no solo a aquellos que vienen a disfrutar de sol y tapas.
Así que, queridos gestores, mientras seguimos pagando por un servicio que deja mucho que desear, recordarles que el verdadero tesoro de Barcelona son sus habitantes, y tal vez, sólo tal vez, deberían hacer algo al respecto. ¡Pero no se preocupen, seguro que el autobús llega… algún día!
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