Asentamiento de filipinos en el Poble-sec: miseria en la falda de Montjuïc
Un submundo. De esta manera se podría definir el asentamiento ilegal que se encuentra en el número 1 de la calle de Blesa del barrio del Poble-sec. En el interior de un solar abandonado, que hace esquina con la avenida de Montjuïc y la calle de Cabanes, malviven una veintena de personas desde hace cuatro años. A pesar de su permanencia, son muchos los vecinos que desconocen la situación, totalmente imperceptible a pie de calle.
El espacio de 197 metros cuadrados fue propiedad de Contratas y Obras Empresa Constructora S.A. hasta que la empresa lo vendió a Solvia. Según ha informado la inmobiliaria a Metrópoli Abierta, desde hace unos años "el suelo urbano está la venta", pero nadie lo compra.
POBLADO FILIPINO
El abandono del solar ha propiciado que personas sin hogar formen chabolas en su interior. Al traspasar la verja de metal que limita y esconde el espacio, uno se adentra en lo que parece ser un poblado lleno de ruinosas construcciones hechas a mano con objetos y materiales encontrados en la calle, tal y como se aprecia en las fotografías realizadas por este medio. En el interior de estos minúsculos habitáculos viven alrededor de unas 20 personas, aunque durante el día tan solo hay 14. El 90% de los habitantes del asentamiento es de origen filipino.
El olor a carbón quemado inunda las fosas nasales y la acumulación de morralla y basura no mejora el ambiente. Los indigentes que residen en el solar cocinan su comida en pequeñas barbacoas que los ponen en peligro cada vez que se encienden. Mientras preparan los pocos alimentos que se llevan a la boca, ratas de grandes dimensiones corretean entre sus enseres personales.
CONDICIONES INFRAHUMANAS
Remedios Rosario de la Cruz habita con su marido en una diminuta parcela del asentamiento. "Estamos sobreviviendo", explica con resiliencia la pareja de filipinos. Llevan casi dos años en un angosto espacio de menos de diez metros cuadrados. En un solo cuarto duermen, cocinan y almacenan sus objetos personales. Una cortina de plástico separa su residencia de las otras.
A diferencia de otros asentamientos, este dispone de un espacio muy limitado, por lo que algunas de las personas que viven en él tienen que dormir a diario sentadas, como es el caso de Rosel, una mujer de unos 40 años que se maldice por haber llegado a este punto. Se seca las lágrimas con sus dedos ennegrecidos por la falta de higiene y explica que tiene muchos dolores en las piernas causados por la falta de descanso.
Otra de las condiciones infrahumanas a las que se enfrentan los habitantes de este campamento son la carencia de luz y electricidad, que imposibilitan ir al baño o ducharse de una manera decente. Al final de las casetas, se encuentra un meadero que han improvisado y que "se colapsa cada dos por tres". Las aguas residuales se estancan convirtiendo en insalubres las viviendas de su alrededor y anegando el terreno con un hedor infernal.
CONSUMO DE ESTUPEFACIENTES
La mayoría de las personas que malviven en el solar son consumidoras de metanfetamina, o Shabu, como ellas lo llaman. Los que todavía no lo son "caerán en ello", lamenta Maravic Pitogo Marabe, presidenta de la asociación Ágape y pastora de la Iglesia Evangélica Jesús Reino Ministerio.
Marabe les trae la comida que consigue a través de la fundación y aprovecha su visita para tratar de reinsertarlos en la sociedad. "He conseguido hacerlo con siete personas", explica orgullosa. A pesar de ello, argumenta que la gran mayoría no quiere moverse por su "gran adicción a la droga".
TRÁFICO DE CHATARRA
El consumo de cristal lo pagan vendiendo chatarra. Los residentes de este solar abandonado recolectan todo lo que encuentran por la calle y lo venden a los chatarreros, que pasan una vez a la semana. Según aseguran los indigentes, estos "compran el hierro a siete céntimos el kilo", un precio que no les permite salir de la miseria.
Arnel German, mediador intercultural para la comunidad filipina en Ciutat Vella, también se deja caer de vez en cuando por el lugar para comprobar las condiciones en las que viven sus paisanos. Muy preocupado por el empeoramiento del asentamiento, explica a este medio que le recuerda "a los barrios más pobres de Filipinas", y se queja de que las administraciones "no hagan nada" por ayudar a estas personas.
"De vez en cuando pasa una patrulla policial para pedir que no hagamos fuego", explica Robel, un filipino que hace un año que duerme en el campamento. Este sintecho pasó casi una década trabajando en la restauración hasta que perdió su último empleo y no pudo seguir pagando una vivienda decente. Ahora quiere volver a su país de origen, pero no sabe cómo hacerlo ni tiene los medios para ello.
"INACCIÓN" ADMINISTRATIVA
La situación de estas personas parece no inquietar al Ayuntamiento de Barcelona. El hecho de que el solar sea de propiedad privada resta responsabilidades a los técnicos del consistorio. Tanto Arnel como Mavic aseguran que se han hecho incontables requerimientos, pero que no reciben respuesta por su parte. "Desde que vengo como voluntaria, no ha venido nadie a comprobar cómo se encuentran estas personas", explica la pastora.
OLA DE FRÍO Y PANDEMIA
La ola de frío que desencadenó la borrasca Filomena y las grandes ventadas del temporal Hortense hicieron que la salud de muchos de los residentes de este asentamiento se resintiera. Las barracas hechas con trozos de madera y lonas de plástico no aguantaron la lluvia y las bajas temperaturas y sus habitantes tuvieron que resistir las causas meteorológicas sin ayuda.
La pandemia es otro de los aspectos que atenta contra la salud de sus moradores. A pesar de que algunos de ellos llevan mascarilla, las condiciones en las que viven son caldo de cultivo para el virus. La inmundicia, el apelotonamiento de las cabañas y la inexistente distancia de seguridad que guardan los individuos, son la combinación perfecta para que este espacio abandonado del distrito de Sants-Montjuïc se convierta en un foco de contagios.

El asentamiento desde la calle
Plano picado del poblado filipino en el asentamiento de la calle de Blesa / V.M.

Centro del poblado
Plano general del interior del asentamiento situado en la calle de Blesa / V.M.

Habitáculo de una de las barracas
Un hombre cocinando en el angosto habitáculo de su barraca / V.M.

Cocina improvisada
Uno de los residentes del asentamiento cocina en el interior de su chabola / V.M.

Espacios minúsculos
Uno de los minúsculos espacios en los que malviven los indigentes del solar / V.M.

Una de las chabolas
Una mujer entra en una de las chabolas del poblado filipino afincado en el asentamiento ilegal / V.M.

Rebuscando entre la chatarra
Uno de los habitantes del poblado rebusca entre los objetos y la chatarra / V.M.

Trapicheo entre indigentes
Dos de los indigentes que viven en el solar abandonado, trapicheando con objetos y chatarra / V.M.

Remedios, una de las habitantes
Remedios Rosario de la Cruz, una de las habitantes del asentamiento, posando frente a su cabaña / V.M.

Entrada de una de las barracas
Cortina por la que entran los residentes de una de las barracas del poblado / V.M.

Apelotonamiento de objetos
Apelotonamiento de objetos y basura en el interior del solar okupado / V.M.

Tendederos improvisados
Uno de los tendederos que improvisan las personas que malviven en el asentamiento / V.M.

Robel en su cocina improvisada
Robel, uno de los indigentes que vive en el asentamiento, cocinando en una barbacoa / V.M.

Morralla en la parte trasera del asentamiento
Un residente del asentamiento pasea entre la morralla de la parte trasera / V.M.

Meadero comunitario
Urinario comunitario en el que los habitantes del asentamiento hacen sus necesidades / V.M.

Tristeza en el asentamiento
Arnel German comprueba el estado del asentamiento mientras Rosel, una de sus habitantes se seca las lágrimas / V.M.

Carros de la compra
Los indigentes acumulan carros de la compra, con los que recogen chatarra, en el interior del asentamiento / V.M.






