“Así no sigo. No puedo atender bien a mis pacientes”
Si el cuerpo aguantaba, Joaquín Morera pensaba seguir pasando consulta en su centro de salud de Madrid hasta los 70 años. Pero llegó un punto en el que no podía más. La pandemia ha sido la gota que ha colmado su vaso y el de muchos sanitarios de atención primaria, completamente desbordados por agendas inmanejables y una montaña de burocracia. “Genera ansiedad, insomnio, depresión”, relata Morera, que se ha jubilado con 63 años, siete antes de su intención. “No puedo atender bien a mis pacientes, yo así no sigo, prefiero perder dinero”, se dijo.
Colgar la bata. Es la tentación de muchos que tienen la posibilidad. Otros no ven el momento de llegar a la edad para hacerlo en una sexta ola de covid que ha puesto a los centros de salud más allá de su límite, sin capacidad ni siquiera para atender a todos los pacientes con síntomas que piden cita; mucho menos hacer los seguimientos rutinarios que son necesarios, también en pandemia, para otras enfermedades. “Yo podría perfectamente haber pedido una baja, pero eso es hacerle una faena a los compañeros porque no me iban a sustituir y los cargaría con más trabajo; así que he decidido dejarlo”, zanja Morera, que lleva desde septiembre retirado y viendo desde la barrera cómo la variante ómicron ha desbordado las previsiones y superado todos los récords de contagios, por lo que cabe deducir que también de citas en primaria (el dato se publica con más de un año de retraso).
Cuando un paciente tiene que aguardar dos semanas —a veces más— para ver o hablar a su médico de cabecera, es muy probable que al otro lado haya plantillas mermadas; facultativos que cubren la población que les corresponde —que puede llegar a más de 2.500 ciudadanos— y las de otro u otros compañeros; enfermeras que están vacunando, realizando pruebas covid y tratando de hacer visitas a domicilio a personas que no pueden acudir al centro de salud, mientras muchos pacientes que no reciben respuesta por teléfono acuden desesperados al ambulatorio para que los atiendan en persona. Según datos del sindicato CSIF, durante un día tipo de diciembre solo estaba trabajando el 80% de la plantilla asignada a cada centro de salud por bajas, permisos o vacaciones.
Empezar la mañana es “enfrentarse al Everest”, en palabras del médico de familia Arturo Arenas. “Amaneces con una agenda de 25 pacientes que se puede multiplicar por dos o por tres a lo largo del día, que además están enfrentados porque sienten que reciben una mala atención. Pasas muchísimo tiempo con trámites burocráticos. Ves a gente derrumbada, que se tiene que tomar un orfidal para poder trabajar, enfermeras y auxiliares administrativos llorando. Trabajas mal, cometes más errores, llegas a tu casa destrozado física y moralmente”, enumera este médico de primaria de Mallorca.
También con 63 años, Arenas cuenta los días para la jubilación, pese a que, como su colega, siempre había tenido la intención de aguantar hasta los 70. “Me encanta mi profesión. O me encantaba. Pero esto no es hacer medicina. Ya estoy de vuelta de todo esto. Es una situación de hastío, de cansancio profesional tremendo”, asegura.
Lo que la Organización Mundial de la Salud denomina como síndrome de burnout, que se podría traducir como estar quemado por el trabajo, afectaba de forma grave hasta a un tercio del personal de atención primaria antes de la pandemia, según varios estudios. La Fundación para la Formación de la Organización Médica Colegial denuncia que durante la pandemia estas cifras se acercan al 45% para todos los sanitarios. Es imposible conocer la situación exacta en esta sexta ola, pero tanto colegios de médicos como sindicatos aseguran que no ha hecho más que empeorar.
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