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Las brujas de Zugarramurdi: El Salem español
A muy pocos kilómetros de la frontera con Francia, abrazado por un vasto manto verde sobre el que las vacas pacen tranquilas, se encuentra el caserío de Zugarramurdi. Situado en la comarca navarra de Xareta, cuenta en la actualidad con apenas 250 habitantes y, pese a ser conocido por sus magníficos pinos y castaños así como por albergar una impactante cueva esculpida por el agua, debe su fama a unos tristes y oscuros acontecimientos protagonizados por gran parte de sus vecinos en el siglo XVII. Unos sucesos por los que el Tribunal de la Santa Inquisición condenó a más de medio centenar de personas por prácticas de brujería.
Corría el año 1608, cuando los señores de Urtubi-Alzate y Sant Per solicitaron ayuda urgente al rey de Francia, Enrique IV, “para limpiar de brujas el país de Labourd” tras un conflicto en San Juan de Luz. El monarca decidió acabar con la útil y muy frecuente solución parroquial de las acusaciones de brujería, que solía terminar de modo pacífico y creó una Comisión contraria a las directrices de la Inquisición, que no creía en brujas, pactos con el diablo ni la utilización de castigos. Según declaraciones del profesor y antropólogo Mikel Azurmendi a El Confidencial esta nueva situación condujo a “la incomprensión de las nuevas acusaciones del tribunal por parte de los acusados; encierro nocturno de los niños y adolescentes en las iglesias para que no les raptase el diablo; aprovechamiento de ciertos vecinos para dar listas de acusados a niños a trueque de incentivos económicos; amenazas, castigos y torturas de vecinos por otros vecinos para que se auto-acusasen. En fin, un querer salvarse cada cual como fuere, aun recurriendo a la delación falsa”.
Corría el año 1608, cuando los señores de Urtubi-Alzate y Sant Per solicitaron ayuda urgente al rey de Francia, Enrique IV, “para limpiar de brujas el país de Labourd” tras un conflicto en San Juan de Luz. El monarca decidió acabar con la útil y muy frecuente solución parroquial de las acusaciones de brujería, que solía terminar de modo pacífico y creó una Comisión contraria a las directrices de la Inquisición, que no creía en brujas, pactos con el diablo ni la utilización de castigos. Según declaraciones del profesor y antropólogo Mikel Azurmendi a El Confidencial esta nueva situación condujo a “la incomprensión de las nuevas acusaciones del tribunal por parte de los acusados; encierro nocturno de los niños y adolescentes en las iglesias para que no les raptase el diablo; aprovechamiento de ciertos vecinos para dar listas de acusados a niños a trueque de incentivos económicos; amenazas, castigos y torturas de vecinos por otros vecinos para que se auto-acusasen. En fin, un querer salvarse cada cual como fuere, aun recurriendo a la delación falsa”.
Entonces, una mujer de Zugarramurdi contó que había visto en sueños cómo unos vecinos del pueblo participaban en un aquelarre en la cueva, lo que provocaría que el abad de Urdax pidiese ayuda al Tribunal de la Santa Inquisición de Logroño, comisionándose al inquisidor don Juan Valle Alvarado para que llevase a cabo la inspección de tales lugares.
Calavera de macho cabrío, animal que representa la personificación del demonio en aquelarres y reuniones de brujas. (Flickr)
El inquisidor, tras estudiar comentarios y denuncias, inculpó en un principio a más de trescientas personas. Las más sospechosas, alrededor de cuarenta, fueron trasladadas a la prisión de Logroño y serían juzgadas en el conocido proceso de Logroño. Un proceso que alcanzó fama internacional, traspasando las fronteras españolas y galas. En junio de 1610 el tribunal de Logroño acordó la sentencia de culpabilidad para veintinueve de los acusados.
El auto de fe
En el auto de fe celebrado en Logroño los días 7 y 8 de noviembre de 1610, dieciocho personas fueron “reconciliadas” o perdonadas porque confesaron sus culpas y apelaron a la misericordia del tribunal, otras seis que se resistieron fueron quemadas vivas y de las otras 5 se quemaron estatuillas representándolas, puesto que ya habían muerto en prisión. Alrededor de 30.000 personas asistieron el domingo 7 de noviembre de 1610 al inicio del auto de fe. Muchas de ellas llegadas desde Francia.
El auto se inició con una procesión compuesta por unas mil personas entre las que se contaban familiares, comisarios, notarios de la Inquisición y miembros de diferentes órdenes religiosas. Más atrás se situaban veintiún penitentes portando un cirio en la mano, seis de los cuales llevaban una soga atada al cuello indicadora de que habían de ser azotados. Tras estos, los veintiún reconciliados, con sambenitos y grandes corozas con aspas, sogas y velas. A continuación, aparecían cinco personas transportando las estatuas de los cinco condenados que habían muerto en prisión, acompañadas de los correspondientes ataúdes con sus huesos desenterrados. Inmediatamente detrás de estos se situaban cuatro mujeres y dos hombres, vistiendo también los sambenitos de relajados, que iban a ser quemados vivos por negarse a renunciar a la herejía de la que eran acusados. Cuatro secretarios de la Inquisición a caballo, un burro portando el cofre que guardaba las sentencias y tres inquisidores del tribunal de Logroño, también a caballo, cerraban el cortejo.
Tras ocupar todos sus respectivos lugares, un inquisidor dominico predicó el sermón y a continuación comenzó la lectura de las sentencias por parte de los secretarios inquisitoriales. Esta lectura duró tanto que el auto de fe tuvo que alargarse hasta el lunes 8 de noviembre. Debido a la dureza de las penas que se aplicaron, el de las brujas de Zugarramurdi se convirtió en el proceso más grave de la Inquisición española contra la brujería.
La cueva y el museo
A lo largo de miles de años, el arroyo Orabidea ha logrado horadar un túnel natural cuyo eje se orienta de noreste a suroeste, alcanzando una longitud de 120 metros con una amplitud de 22 a 26 metros en su extremo oriental y unos 12 metros en su salida o boca occidental, así como una altura media de 10 a 12 metros, con dos galerías elevadas sobre su cauce.
A todo este magnífico conjunto, rodeado por un paisaje intensamente verde, se le ha bautizado con el nombre de Sorginen Leizea, que en euskera significa, precisamente, la cueva de las brujas. Además, a la cavidad principal se la ha llamado Infernuko Erreka, o lo que es lo mismo, Arroyo del Infierno. Y por si todo lo anterior no fuera suficiente, el término aquelarre utilizado para denominar a las ceremonias invocadoras de demonios, tiene su origen, precisamente, en Zugarramurdi, puesto que junto a la gruta existe un prado llamado Akelarre o Campo del Macho Cabrío.
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Desde el año 2007, el municipio cuenta con un museo dedicado a narrar las historias de la brujería y del Tribunal de la Santa Inquisición. El Museo de las Brujas, ubicado en el antiguo hospital del caserío y a poca distancia de la célebre cueva, organiza visitas guiadas por el pueblo, además de ser parte activa del Día de las Brujas: una fiesta anual que se celebra desde la apertura del museo. Además en él podemos disfrutar de un magnífico retrato de la sociedad navarra del siglo XVII, así como de sus mitos y leyendas. Un lugar donde homenajear a los hombres y mujeres de aquellas épocas.
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