Hermanubis, el dios sincrético que los romanos crearon fusionando a Hermes con Anubis
Observen la imagen de esa antigua divinidad ¿A quién dirían que representa? ¿A Anubis, el dios egipcio con cabeza de chacal? Casi pero no; el caduceo que porta es la clave para identificarlo correctamente. Se trata de un híbrido posterior aparecido en el mundo romano que combinaba las características de Anubis con las del griego Hermes, incluso en el nombre: Hermanubis.
Los romanos tenían una reconocida capacidad sincrética y por eso su religión era una adaptación de la helénica clásica latinizando los nombres; así, Zeus pasó a ser Júpiter, Hera se convirtió en Juno, Poseidón en Neptuno, Atenea en Minerva, Artemisa en Diana, Afrodita en Venus, Ares en Marte, etc. El mensajero del Olimpo, Hermes, sería asimilado a Mercurio. Pero, por encima de todo, los romanos eran prácticos y si la gente quería seguir otra fe, no ponían mayor problema.
El cristianismo fue la excepción, por su empeño en supeditar la autoridad imperial a la de Dios. Sin embargo, los legionarios solían rendir culto a las divinidades locales donde estaban destinados aparte de a las suyas, como demuestra el registro epigráfico, y Roma se llenó de religiones exóticas que a la larga tendrían una incidencia más o menos importante, caso del mitraísmo. Una de las que se incorporaron fue la egipcia, que llegó a tener sus propios templos en ciudades itálicas.
Es imposible saber cómo surgió la figura de Hermanubis. Los cinocéfalos, es decir, personajes con cabeza de cánido, no eran raros en la Antigüedad y no sólo en Egipto, donde aparte del teriomorfo del chacal había un dios menor llamado Am-heh (el Devorador de Millones, con cuerpo humano y cabeza de perro de caza), sino en muchos rincones del mundo: entre los masagetas, en la India, en África… algunos autores medievales como Marco Polo o Jean de Mandeville, entre otros, recogieron esas leyendas en sus obras e incluso la Iglesia representaría así a San Cristóbal.
Tampoco era rara la combinación de dioses similares y ahí está el caso de Serapis, mezcla de Osiris y Apis. Pero en Grecia sí podía considerarse excepcional y algún caso, como el de Hermafrodito, que confirma la regla. Pero Hermafrodito, hijo de Afrodita y Hermes con características de ambos, no sería homologable por la relación familiar que tenía (aunque en realidad fue la náyade Salmacis la que le confirió su ambivalente sexualidad). Más significativo sería Hermes Trismegisto, en el que se fusionaban el griego Hermes y el egipcio Toth por la relación de ambos con lo esotérico, si bien el nombre se lo puso el cristianismo posteriormente, en la Edad Media.
Plutarco, en su obra Moralia, situaba el origen de Hermanubis en la identificación de sus dos componentes divinos con la estrella Sirio, la más brillante durante la noche, también llamada Alfa Canis Maioris por estar en la constelación Can Mayor y a la que Homero vinculaba en La Ilíada con el perro del gigante Orión. Curiosamente, en otras culturas también se asociaba con ese animal: los chinos, por ejemplo, con el Lobo Celestial, pero sobre todo los nativos americanos como los cherokees, que lo hacían con un perro guardián que formaba pareja con Antares (otra estrella), los inuit con el Perro Luna, los pies negros que la llamaban Cara-Perro, etc.
En la propia astronomía egipcia Sirio era determinante para estructurar el calendario de inundaciones, fundamentales éstas en el ciclo agrario. También lo era en el llamado ciclo sotíaco (nombre que viene de Sotis, que es como llamaron los griegos a la diosa Sopdet, personificación de la estrella), período de 1.460 años resultante de la acumulación de días sobrantes, ya que el calendario de esa civilización tenía siempre e invariablemente 365 días. Lo cierto es que todos los pueblos de la Antigüedad otorgaban a Sirio merecida importancia.
Los sumerios, eso sí, lo supeditaban a Venus -representada por Inanna- y los griegos consideraban su titilar un indicativo de verano tórrido con sequía (más efectos secundarios como la excitación de las mujeres, el debilitamiento de los hombres y el marchitar de las plantas), de ahí que llamaran a esa etapa Días de perro y le ofrecieran sacrificios pidiéndole que enviara brisa. Por su parte los romanos, al llegar la puesta de la estrella el 25 de abril, también le ofrecían un perro, en este caso por intermediación de la diosa Robigo, protectora de las cosechas. A los días de perro helenos, los más cálidos del año, los rebautizaron canícula, palabra que aún conservamos hoy.
No es unánimemente aceptada la etimología de Sirio como una derivación del nombre de Osiris que proponen algunos. Es difícil saberlo porque el término no aparece documentado hasta el siglo VII a.C. en la obra de Hesíodo Trabajos y días; de hecho, es posible que el heleno Seirios proceda de otro lugar, importado en la Era Arcaica. En cualquier caso, resulta interesante porque Osiris era el dios egipcio de la resurrección, señor del mundo de los muertos que presidía el juicio de éstos, además de ser el responsable de la agricultura y la fertilidad a través de la regeneración cíclica del Nilo.
Y resulta que a Hermanubis se le consideraba el revelador de los misterios del inframundo, entendiendo por tal no el Hades sino el rincón más profundo de nuestro mundo; por eso también desvelaba los secretos de la sexualidad. Su tarea guardaba cierto parecido con la de Anubis quien, aparte de embalsamar los cadáveres, se encargaba de contrapesar el corazón de los difuntos con la pluma de Maat para determinar su salvación o condena. Anubis también era quien guiaba a dichos difuntos a presencia de Osiris, lo que sirvió a los griegos para relacionarlo con Hermes.
En esa función, Hermes, heraldo olímpico junto a Iris, reunía cualidades como la astucia y el engaño. Como esto último se basa en pasar de una cosa a otra, de un estado a otro, a él le correspondía también la labor de custodiar los viajes. Y no había viaje más importante que el último, por eso también ejercía de psicopompo, o sea, guía de los muertos hacia el inframundo; igual que Anubis. Pero es que, además, también apadrinaba la elocuencia lo que, combinado con la ocupación anterior, le convertían en un hermeneus, un intérprete que viaja con extraños y era capaz de entender el significado oculto de las cosas.
Consecuentemente, los romanos cogieron a Anubis por un lado, a Hermes por otro, los mezclaron y agitaron, y obtuvieron un cóctel al que llamaron Hermanubis, un dios sincrético que la clase sacerdotal eligió como representante por hermenéuticas razones obvias. Tuvo cierta popularidad y aparece tanto en fuentes epigráficas como literarias; ya vimos que autores clásicos lo mencionaron en sus escritos: no sólo Plutarco (que era greco-romano para más inri) sino también Porfirio (un filósofo neoplatónico que vivió a caballo entre los siglos III y IV d.C. y que era, cómo no, griego), en su De imaginibus.
En el arte, Hermanubis se reproduce como una figura antropomorfa con cabeza de chacal o perro, a veces coronado por un disco solar y en ocasiones sosteniendo una cruz anjada alusiva a la regeneración. Ahora bien, el aditamento más significativo, cabeza aparte, es que porta el caduceo sagrado de Hermes: una vara de olivo con dos serpientes enroscadas que suben hacia un par de alas y que servía para abrir o cerrar los ojos de los mortales. Un regalo que le hizo Apolo como símbolo del comercio, del que era protector y que sirve para distinguirlo de Anubis.
Aunque hay representaciones de Hermanubis con armadura, lo habitual es que se le muestre usando ropaje sacerdotal, símbolo de ciencia, misterio e intelecto. Al fin y al cabo, con el tiempo los romanos le otorgaron un tercer hermanamiento asimilándolo a Harpócrates, otro dios egipcio (Harpajered, en original) que era la versión que se daba de Horus en Alejandría. Suele llamársele Horus Niño porque se le representa con un dedo en los labios; sin embargo, es una interpretación errónea y Plutarco explica esa iconografía como «símbolo de discreción y silencio» porque es «aquel que rectifica y corrige las opiniones irreflexivas, imperfectas y parciales tan extendidas entre los hombres en lo que concierne a los dioses».
Esa cualidad hizo que siglos más tarde, durante el Renacimiento, Anubis-Hermes-Harmanubis-Harpócrates terminase adoptado como representación simbólica por los filósofos y alquimistas (en aquel tiempo eran actividades no sólo compatibles sino complementarias).
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