La historia detrás del reloj con el que los españoles se toman las uvas cada año
Labriego, militar, proscrito, exiliado y, en Londres, relojero de fama mundial. El leonés José Rodríguez Losada, conocido como el relojero de la puerta del Sol, adquirió fama internacional como artesano, de modo que en su taller de Londres acudieron clientes tan distinguidos como Sisí Emperatriz o la propia Corona británica. Tal fue su fama que varios escritores de su tiempo como José Zorrilla, cuya carrera salvó cuando le acosaban los acreedores, o Benito Pérez Galdós quedaron asombrados por su vida y su talento. El escritor canario incluyó al relojero en uno de los Episodios Nacionales, «La revolución de julio», publicado en 1903. Luego, simplemente, Rodríguez Losada desapareció de la memoria de España.
«Losada fue un flechazo. Me fasciné al escuchar su biografía tan peliculera. No entendí cómo no había ninguna película y varias novelas sobre un personaje tan potente», asegura Emilio Lara, escritor, historiador y colaborador de ABC, que acaba de publicar con Edhasa la novela «El relojero de la Puerta del Sol». Una obra de ficción que, además de entretener, busca enmendar el descuido histórico que España ha cometido con un hombre que, literalmente, se hizo a sí mismo con igual esmero con el que fabricaba sus relojes. «Fue incluso famoso aquí, pero sucedió como ha ocurrido tantas veces en la historia de España. Este país es muy olvidadizo, y más que una madre es una madrastra», explica Emilio Lara.
Una misión de alto riesgo
El punto de partida de la novela es la misión de alto riesgo que la mismísima Reina Victoria encomendó al leonés: arreglar el reloj del Big Ben, símbolo del Imperio británico, que en tiempos victorianos se atrasaba para vergüenza nacional. Una trama principal que Lara intercala con distintos fragmentos de la vida del artesano. El relojero de la Puerta del Sol se crió en el seno de una familia de ganaderos de Iruela, León, de la que se escapó una noche para prevenirse de otra paliza de su padre. Saltando por España, Rodríguez Losada acabó siendo oficial de caballería de los ejércitos de Rafael del Riego y, a la postre, un proscrito cuando los Cien Mil Hijos de San Luis liquidaron el proyecto liberal. En su huida de la represión absolutista, encabezada por el padre de José Zorrilla, el joven leonés dio con sus huesos en Inglaterra.
«Era un autodidacta, inteligente y observador, que se inició con 34 años en el oficio de relojero sin saber una palabra de inglés y sin un céntimo en el bolsillo», narra Emilio Lara. El salto a la cabeza del mayor imperio de su tiempo permite al novelista jienense mostrar el contraste entre aquella España de Fernando VII, que viajaba en carromato, frente a «la Inglaterra de la revolución industrial que empezaba a moverse en ferrocarril». La mejor oportunidad para confrontar dos visiones antagónicas del mundo».
Además de artesano de lujo, Rodríguez Losada se convirtió en toda una referencia para los exiliados españoles en Londres, que, aparcando sus diferencias políticas en la Península, se reunían en la trastienda de su relojería. En la Tertulia del Habla Española acudían con frecuencia personajes como Zorrilla (el hijo del hombre que había perseguido a Losada en su juventud), Juan Manuel de Rosas o Ramón Cabrera «El Tigre del Maestrazgo». La única regla de esta tertulia es que no se hablaba de política. «El leonés era un hombre con unas ideas muy avanzadas y conciliadoras, representa la España que pudo ser y no fue», apunta el autor de «El relojero de la Puerta del Sol». La metáfora perfecta de cómo los españoles, salvando la ideología, «pueden ponerse de acuerdo en cualquier aspecto de la vida».
Un regalo para Madrid
Sin embargo, el relojero no se consideraba ya un exiliado, sino alguien que vivía en Londres por agradecimiento a este país y, claro está, por amor. Casado en su madurez con la esposa de su maestro relojero, Rodríguez Losada no quiso nunca trasladarse de nuevo a España. Aunque el Gobierno de Isabel II le condecoró y la Armada Española le solicitó diversos cronómetros marinos, el leonés solo volvió a su país natal de forma puntual, en 1860, por cuestiones de trabajo. Precisamente, alojado en un hotel de la Puerta del Sol, se lamentó del pésimo estado del reloj que se había colocado en el edificio de la Real Casa de Carlos III, entonces sede del Ministerio de la Gobernación. «A Losada le picó en su amor propio que el reloj principal de España atrasara. Por eso decidió construir un reloj muy moderno y regalárselo a Madrid, con motivo del cumpleaños de la Reina Isabel II».
El artesano que construyó los relojes de la Catedral de Venezuela y de Málaga y del Arsenal de Cartagena, dispuso sin cobrar un duro para Madrid la pieza más revolucionaria del mundo en ese momento. Un reloj que sobrevivió al paso del tiempo y a un obús que durante la Guerra Civil fue a parar a la torre, pero no llegó a estallar. Más del 99 por ciento de las piezas siguen siendo hoy las que empleó Rodríguez Losada. El mecanismo no cuenta con ningún elemento eléctrico; todo es artesanal. «Fue el regalo a Madrid de un soñador que pudo realizarse en Londres y que jamás albergó resentimiento contra la España que le persiguió», recuerda el novelista e historiador.
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