miércoles, 13 de abril de 2022

La olvidada represión con la que Napoleón quiso subyugar España: «Quemad las villas»

 



La olvidada represión con la que Napoleón quiso subyugar España: «Quemad las villas»



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Napoleón Bonaparte - ABC
Napoleón Bonaparte – ABC

El 2 de mayo de 1808, el mariscal Murat publicó un edicto en el que ordenada calcinar las villas que se alzaran contra el ejército francés

Ni pacíficos, ni bonachones. Los soldados franceses que pisaron Madrid en mayo de 1808 no venían con rosas en la mano; más bien traían las espinas. Los sucesos acontecidos en la capital son de sobra conocidos, aunque no tanto las represalias tomadas por el enviado de Napoleón Bonaparte, el mariscal Joachim Murat, contra la ciudad en particular y los españoles en general. Y es que, en lugar de llamar a la calma tras las revueltas acontecidas el día 2, prefirió avivar las llamas con gasolina y acongojar a la población a golpe de arcabuz. El ejemplo más claro fueron los fusilamientos de la jornada siguiente, pero existen otros menos conocidos como la orden de quemar cualquier villa que tomase represalias contra sus hombres.

La fecha de la infamia fue la tarde del 2 de mayo. Ese día se terminó de perpetrar la afrenta de la mano de Murat. El mariscal, igual de altivo que hastiado, firmó una proclama en la que cargaba contra aquellos que se habían alzado contra la ocupación francesa. Conocido como el ‘decreto represivo‘, el texto no se andaba con rodeos ya desde sus primeras líneas: «Soldados. Mal aconsejado el populacho de Madrid se ha sublevado y ha llegado hasta el asesinato. Bien sé que los españoles que merecen nombre de tales han lamentado los desórdenes, y estoy muy distante de confundirles a ellos con miserables que no desean más que el crimen y el pillaje, pero la sangre francesa derramada clama venganza».

A continuación, establecía las consecuencias con las que se toparían los revoltosos a través de una serie de puntos concretos. Artículos que fueron difundidos en la ‘ Gazeta de Madrid‘, precursora de nuestro actual Boletín Oficial del Estado, el 6 de mayo. Sorprende que el texto no apareciese al principio de la publicación, sino en la página 430, tras una extensa pila de noticias que expresaban las victorias francesas a lo largo y ancho de Europa. Pero, más allá de la forma, el contenido era brutal y dejaba más que claro –cristalino– que la ‘Grande Armée’ no había pasado por la capital de camino a Portugal, sino para conquistar el país con el beneplático tácito de Godoy.

Caricatura de Napoleón ('Trabajando en la regeneración de España')
Caricatura de Napoleón (‘Trabajando en la regeneración de España’) – ABC

El primer punto del decreto de Murat establecía que la comisión militar del general y gobernador Emmanuel de Grouchy se reuniría esa misma noche para hacer una estimación de las consecuencias y establecer, si fuera necesario, más represalias. Después comenzaba el núcleo del ordenamiento: «Artículo II. Serán arcabuceados todos cuantos durante la rebelión han sido presos con armas». La desgraciada amenaza se materializó pocas horas después, cuando las fuerzas del Batallón de Marineros la Guardia Imperial sacaron del cuartel del Prado Nuevo a decenas de reos y los ejecutaron en la cercana Montaña de Príncipe Pío. Huelga decir que la escena quedó inmortalizada por Goya en el que fue uno de sus cuadros más famosos: ‘Los fusilamientos del 3 de mayo‘.

En el artículo tercero del manifiesto, Murat ordenó a sus hombres acabar con la violencia en las calles por las bravas: «La Junta de Gobierno va a mandar desarmar a los vecinos de Madrid. Todos los moradores de la corte que pasado el tiempo proscrito para la exención de esta resolución anden con las armas o las conserven en su casa sin licencia serán arcabuceados». El cuarto punto recordaba a aquella norma no escrita del franquismo, pues establecía que «todo corrillo que pase de ocho personas se reportará reunión de sediciosos y, como tal, se dispersará a fusilazos». A la postre, este edicto se sustentó en los 65.000 combatientes galos que se asentaron en la capital.

«Serán quemadas»

Uno de los artículos más controvertidos fue el quinto: «Toda villa o aldea donde sea asesinado un francés será incendiada». Esta máxima provocó la destrucción virtual de pueblos como Chinchón. La villa fue vapuleada en diciembre de 1808 –aunque algunos autores defienden que los tristes acontecimientos se sucedieron un año después–, cuando un puñado de soldados galos fueron pasados a cuchillo por los vecinos de la localidad. Según los datos recogidos por investigadores como Manolo Carrasco, cuando el alto mando de Napoleón se enteró de los sucesos, ordenó a una columna dar un escarmiento a la urbe. Los franceses fusilaron a un centenar de hombres, nada menos que el diez por ciento de la población, y quemaron una infinidad de edificios.

Algo parecido sucedió en Valdepeñas. En este pueblo de Ciudad Real, los habitantes decidieron alzarse en armas para evitar el paso de las columnas galas hacia Cádiz. La diferencia fue que, hartos del invasor, organizaron una pequeña resistencia de 2.000 hombres y mujeres para defenderse. «La batalla estaba concebida como una emboscada a las fuerzas de caballería, que sin duda serían las primeras que entrarían, en el desfiladero de la calle central, en el que nada más entrar el batallón de Cazadores a lomos de sus fieros animales, caerían víctimas de las trampas que habría bajo sus casos, escondidas entre la arena y la calzada. A falta de fusiles, se utilizarían todo tipo de objetos contundentes y aperos de labranza», se explica en ‘Valdepeñas: Guerra de la Independencia‘.

Napoleón, en uno de sus retratos más famosos
Napoleón, en uno de sus retratos más famosos – ABC

Aunque fueron sorprendidos en los instantes iniciales, los franceses se organizaron y acabaron con la resistencia de Valdepeñas a principios de junio de 1808. No hubo piedad para los españoles. El general Ligier-Belair, al mando del contingente, ordenó a sus hombres que cargaran sus fusiles con unos pequeños cohetes incendiarios. Durante varios minutos, los miembros de la ‘ Grande Armée‘ lanzaron sobre los tejados de las casas del pueblo estos crueles ingenios. Para desgracia de los hispanos, el humo y las llamas no tardaron en abrirse camino. Por último, el oficial determinó que sus tropas rodearan la villa y que acabaran a bayoneta calada con todos aquellos que salieran a la calle para escapar de las llamas.

Los puntos finales del ‘decreto represivo’ de Murat buscaban que los propios españoles vigilaran a sus vecinos; una forma de segar las posibles revueltas antes de que se sucedieran. «Los amos responderán de sus criados. Los empresarios de fábricas, de sus oficiales. Los padres, de sus hijos. Los prelados de los conventos, de sus religiosos». El último punto atacaba de forma directa la libertad de prensa y los posibles pasquines que anhelasen animar a la población a alzarse en armas contra el invasor: «Los autores de libelos impresos o manuscritos que provoquen a la sedición, los que los atribuyesen o vendieren, se reputarán agentes de la Inglaterra, y como tal serán pasados por las armas».

Si a Murat no le sirvieron sus amenazas para evitar que los pueblos españoles se sublevasen, otro tanto le ocurrió con la propaganda. Según explica José Manuel Matilla en ‘Estampas españolas de la Guerra de la Independencia‘, la llegada de la armada napoleónica a la península generó un torrente de publicaciones contrarias a la invasión. «Básicamente se emplearon dos medios complementarios. Por un lado, la exaltación del patriotismo mediante la narración de las gestas propias que pudieran ser calificadas de gloriosas en la lucha. Por otro lado, la presentación de la violencia aborrecible ejercida contra la población y los combatientes», añade el autor. Por descontado, se contaron también toneladas de caricaturas, poemas y tonadillas que atacaban, humor mediante, a Bonaparte.

Reacción española

El mismo 2 de mayo llegó la reacción oficial de España. Fue a través de un edicto emitido por el Consejo de Castilla, la columna vertebral de gobierno a principios del siglo XIX. A pesar de que estaba claro que los ejércitos franceses habían llegado para quedarse y que lo firmado en el Tratado de Fontainebleau era más falso que un Real de madera, desde las autoridades se llamó a la calma en la creencia de que los gabachos se marcharían de Madrid a no mucho tardar. Si durante el 2 de mayo fue una excepción ver al Ejército en las calles –los míticos Daoíz y Velarde defendieron el cuartel de Monteleón con ayuda del pueblo–, otro tanto sucedió con las advertencias publicadas tras la revuelta:

«Aunque por las providencias tomadas se logró contener el alboroto del pueblo en la mañana de este día, y se ha visto ya desde la tarde el sosiego público, conviene tomar otras precauciones que aseguren el que no se repitan tan funestos sucesos. Y con este objeto se hace saber a todos los habitantes de Madrid que por ningún título ni pretexto se reúnan en las calles y plazas; en el concepto de que si advertidos por cualquier Alcalde de Corte o de Barrio, o Cabeza de ronda, o Jefe militar con patrulla de cualquiera graduación que sea, no se dispersasen inmediatamente, se les tratará como violadores de la pública tranquilidad, e impondrán las penas correspondientes hasta la de muerte».

Llamar a la calma y a quedarse en casa no fue la única recomendación. El Consejo de Castilla instó también a los alcaldes a que recogiesen «el día de mañana en sus respectivos cuarteles todas las armas cortas blancas –en las cuales es sabido que se comprenden también los puñales– y de fuego–. Tan solo se permitió mantener en las viviendas «las escopetas y armas largas permitidas por la Pragmática para la defensa propia», aunque después de haber informado de su existencia al ejército francés. «Si después de la publicación de este bando se encontrare alguno usando de dichas armas se le impondrá no solo la pena de pragmática, sino también se agravarán hasta la de último suplicio».

El Consejo de Castilla esperaba «la ilustración y obediencia de todos los vecinos honrados de Madrid, que procurarán impedir todo desorden, cuidando se conserve la mejor buena armonía con la tropa francesa para no exponerse a las fatales resultas». Ni unos ni otros sabían lo que se les venía encima. Poco después, el alzamiento y la represión acontecidos en Madrid se extendieron por toda la península y sirvieron de ejemplo a un pueblo ansioso por plantar cara al invasor. Lo que primó a partir de entonces fue, más bien, el bando firmado por los alcaldes de Móstoles, Andrés Torrejón y Simón Hernández, en la tarde del 2 de mayo de 1808:

«Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de Madrid y dentro de la Corte, han tomado la defensa, sobre este pueblo capital y las tropas españolas; de manera que en Madrid está corriendo a esta hora mucha sangre. Como españoles es necesario que muramos por el Rey y por la Patria, amándonos contra unos pérfidos que so color de amistad y alianza nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del Rey. Procedamos, pues, a tomar las activas providencias para escarmentar tanta perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos y alentándonos, pues no hay fuerzas que prevalezcan contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son. Dios guarde a Vuestras Mercedes muchos años».



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