Los barcos sagrados de Atenas que dieron origen a la paradoja de Teseo
Vamos a hablar hoy de los barcos sagrados atenienses y no se nos ocurre forma más fascinante de empezar que recordando la llamada Paradoja de Teseo. Consiste en plantear si algo material sigue siendo lo mismo cuando se le reemplazan todas sus partes, algo que Heráclito ejemplarizaba explicando que nadie cruza dos veces el mismo río porque ni las aguas de éste ni ningún ser humano sería siempre igual (esto último especialmente interesante porque, como sabemos, renovamos nuestras células constantemente). En el caso de Teseo, es una referencia a que, según una leyenda recogida por Plutarco, su barco se conservó en Atenas durante mucho tiempo al restaurársele su maderamen de forma periódica.
Aunque los trirremes son quizá los barcos más representativos de la guerra naval en el Mediterráneo oriental antiguo, también había otros modelos como los cércuros, liburnas, lembos, hemiolotai, etc. Los navarcas solían embarcarse en triacónteros, es decir, galeras de treinta remos -quince por banda-, que resultaban mucho más ágiles para desplazarse a las diversas zonas de la batalla. La nave de Teseo era uno, según se deduce de la representación pintada que aparece en el famoso Vaso François (una crátera del siglo VI a.C. que muestra al héroe desembarcando en Atenas con los jóvenes que rescató del Laberinto de Creta).
Se llamaba Delias, nombre que aludía a las fiestas en honor de Apolo Delio que se celebraban en Delos, a donde acudía una delegación de notables atenienses (los deliastas) utilizando precisamente un triacóntero. Esto último hay que subrayarlo porque tenía que ser necesariamente ese tipo de embarcación, de igual manera que para conmemorar la estancia de Teseo en la misma isla iban en un trirreme. No se trataba de elecciones caprichosas sino que obedecían a un ritual, de ahí que Atenas dispusiera siempre de barcos sagrados destinados a otras funciones, aparte del combate.
Embajadas, regatas, ceremonias religiosas y correos eran las misiones más frecuentes para esas naves especiales, si bien en caso de guerra se incorporaban a la flota para luchar o ejercer la misión que se les encomendase. Algunas de ellas han pasado a la historia con nombre propio, aparte del Delias, cuya existencia forma parte más de la mitología que de la realidad, al margen de que pudiera haber existido un barco llamado así en Atenas que se vinculase con Teseo (ya que, retomando a Plutarco, se conservó hasta la época de Demetrio de Falero, en el siglo III a.C.).
De entre ésas cuyo recuerdo perdura todavía hoy hay que citar inevitablemente al Salaminia, un trirreme mensajero de finales del siglo V a.C. que en aquellos tiempos era uno de los dos barcos sagrados con que contaba Atenas. El Salaminia era la embarcación oficial encargada del traslado de representaciones diplomáticas y estadistas de alto rango (al Oráculo de Delfos, por ejemplo, o a Delos, como decíamos antes), por lo que únicamente podían embarcarse en él aquellos atenienses que tuvieran la ciudadanía. Plutarco la compara con Pericles diciendo que sólo actuaba cuando era necesario.
Asimismo jugó un papel curioso durante la Guerra del Peloponeso, llevando mensajes considerados de importancia poco común. Uno de ellos fue la orden de detención contra Alcibíades cuando éste se hallaba de expedición en Sicilia, acusado no sólo del desastre final sino de haber profanado los hermai (cabezas de Hermes) y los Misterios de Eleusis, sino también de conspirar contra la democracia. Alcibíades navegó hasta Catania, donde le esperaba el Salaminia; pero se negó a subir aduciendo que usaría su propio barco, lo que se le concedió y él aprovechó para fugarse.
Alcibíades no fue el único personaje ilustre que pudo haber viajado a bordo. También lo hizo Ifícrates el Viejo, un general famoso por ser autor de las llamadas reformas ificráteas, que mejoraron el equipamiento de parte de los hoplitas (sustitución de la coraza de bronce por linotórax y del escudo pesado aspis por el liviano pelta, originando el cuerpo de peltastas). Ifícrates hizo uso del Salaminia en la expedición que dirigió a Corfú para ayudarla ante el asedio que sufrió por la flota lacedemonia y un contingente enviado por Dionisio I de Siracusa; fue en el año 373 a.C. y constituyó la última singladura oficial documentada de la nave.
En su obra Helénicas, Jenofonte alaba el buen uso que el militar ateniense hizo de la embarcación en aquella campaña, en la cual también tomó parte el otro gran barco sagrado, el Páralo. Éste no era un triacóntero sino un trirreme y si el Salaminia probablemente se llama así por la batalla de Salamina, en la que habría intervenido, el nombre del otro se puede traducir como «costero», aunque se trata de una referencia a uno de los hijos de Poseidón. El Páralo es el navío que más a menudo aparece citado en las fuentes clásicas (documentales, epigráficas y literarias) como ejemplo de su clase, lo cual resulta lógico teniendo en cuenta que navegaron en él casi todos los gobernantes atenienses entre los siglos V y IV a.C.
De hecho, solía acompañar al Delias cada año en la theōría, el viaje ceremonial a Delos, llevando no sólo a los teoros (embajadores religiosos, que tenían rango diplomático), sino también las ofrendas que éstos iban a hacer a los dioses Apolo y Artemisa. Pero también participaba en la guerra y se sabe que tuvo su papel en la batalla de Egospótamos (406 a.C.) contra la armada espartana, siendo uno de los diez que se salvaron y asignándosele la misión de llevar a Atenas la noticia de la derrota. Asimismo, dice Flavio Arriano en su Anábasis que el Páralos arribó a Tiro para trasladar a los embajadores Diofantes y Aquiles ante Alejandro Magno, quien luego recurrió a él para devolver a Atenas a los soldados hechos prisioneros en el Gránico y rescatados.
Aunque seguramente su acción más célebre fue en defensa de la democracia ateniense: en el 411 a.C. impidió un golpe de estado oligárquico en Samos, dándose la paradoja de que al regresar a Atenas también allí se había producido una toma del poder por parte de los oligarcas, estableciendo el sistema de los Cuatrocientos; en consecuencia, la tripulación fue arrestada y sólo un marinero pudo escapar y advertir a Samos. Desde entonces, el estamento político y el civil se fueron separando y enemistando. Por algo Fitelo de Rodas apodaba al Páralo «garrote del pueblo» (que otros traducen como «club del pueblo»).
Para entenderlo mejor es necesario saber que las tripulaciones de los barcos sagrados resultaban un tanto especiales. Dirigidas por un tamías (tesorero), que ejercía de embajador supremo y, según cuenta Aristóteles en la Constitución de los atenienses, era elegido por los estategos en votación a mano alzada en la Asamblea, los integrantes no eran reclutas sino ciudadanos voluntarios y selectos que cobraban diariamente un sustancioso salario fijo de cuatro óbolos (un óbolo equivalía a la sexta parte de un dracma), trabajaran o no. Eso generó un espíritu de grupo que reforzaba la creencia de que, probablemente, todos pertenecieran a un mismo genos (clan), el Páraloi.
En ese sentido hay que recordar las reformas llevadas a cabo por el legislador Clístenes, un político adversario de la oligarquía que instituyó la isonomía o igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y convirtió la Ekklesía (Asamblea) en el principal órgano de decisión en perjuicio del elitista Areópago. Para limitar el poder de los clanes aristocráticos, Clístenes creó diez nuevas tribus que se sumaban a las primitivas (Geleontes, Egícoras, Árgades y Hoplitas). El criterio fue que agrupasen a los habitantes de las ciudades más su entorno rural, dividiendo el Ática en tres grandes regiones: Mesogea (central), Asty (urbana) y Paralia (costera). Cada tribu que originaba un líder político nombraba un barco, posiblemente con carácter sagrado.
El caso es que las tripulaciones suponían un gasto considerable para el erario público, ya que sumaban cientos de remeros y marineros, a cuyas pagas había que sumar el mantenimiento de las embarcaciones, de ahí la necesidad de que cada una tuviera un administrador. Ese coste se incrementaba aún más si se tiene en cuenta que, aparte del Salaminia, el Delias y el Páralo, había otras unidades de las que que quedan menos noticias: Aristóteles y Demóstenes reseñan la llamada Ammonias (de la que se cree que quizá habría reemplazado al Salaminia), mientras que el mencionado Flavio Arriano hace lo mismo con una usada por Alejandro que ostentaría el nombre de Periplous y Filócoro cita dos más, Demetrias y Antigonis.
Al igual que el Delias, el Salaminia fue continuamente restaurado hasta llegar a tiempos de Ptolomeo Filadelfo y otro tanto cabe decir del Páralo y los demás, de ahí que a causa de tanta renovación surgiera la referida Paradoja de Teseo. No obstante, esas naves recibían tal respeto que cuando estaban ausentes Atenas aplazaba las ejecuciones pendientes; por eso, en el año 399 a.C., Sócrates tuvo que esperar un mes desde su condena a muerte hasta que se tomó la cicuta que puso fin a su vida, en espera de que regresase el Páralo de una misión. Así lo atestiguó Platón en dos de sus obras: la primera escena de su obra Critón y el prólogo de Fedón.
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