Los olvidados legionarios españoles que aplastaron a los Panzer nazis de Rommel: «Luchan como jabatos»
«Ya sabe usted lo jabatos que son mis hombres […]. Estos españoles son a veces difíciles de mandar, pero a la hora de la verdad nadie puede con ellos». Estas palabras, las mismas que escribió en una carta el coronel francés Magrin-Verneret a su superior tras ver combatir a un centenar de republicanos en Narvik, resumen de una forma cristalina los sentimientos encontrados que generaban los soldados de nuestro país en la Segunda Guerra Mundial. Ya lo dijo de los miembros de la División Azul el propio Adolf Hitler, a los que calificó de «andrajosos», pero también de excelentes combatientes. Los nuestros, más allá del bando en el que estuvieran (permítanme insistir en este último punto para evitar el recurrente -e insustancial- debate ideológico), lucharon siempre como rabiosos leones hispanos.
Si hace unos meses acometíamos la marcha sobre el Lago Ílmen, una de las gestas más destacadas de la División Azul en la URSS, hoy le toca el turno a los españoles que combatieron a las órdenes de los franceses por medio mundo. En África, Asia y Europa, para ser más concretos. Estos hombres eran los represaliados republicanos de la 13.ª Demi-Brigade (Semibrigada) de la Legión Extranjera. La misma que, a la postre, quedó al mando del general Charles de Gaulle tras la caída de París en 1940. Dentro de este contingente participaron -entre otras- en campañas tan destacadas como el desembarco en Narvik o el sitio de Tobruk. Aunque fue después de este último donde se ganaron la admiración de sus superiores al resistir la acometida de los Panzer alemanes e italianos en Bir-Hakeim.
La posición cayó poco después, si, pero la actuación de los legionarios españoles fue tan llamativa que, a partir de entonces, fue conocida como el «recital español». Y la contienda, la «Numancia del Sáhara». El oficial al mando del ataque, Erwin Rommel (más conocido como el Zorro del Desierto), dejó constancia en su diario de guerra de lo aguerrida que había sido la defensa: «Pese a su empuje y a la dureza de su intervención, los asaltos se estrellaron concentrado de la defensa. ¡Notable resistencia la de esta plaza aislada del resto del mundo!».
Hacia Bir-Hakeim
Pero vayamos por partes. La llegada de la 13.ª Demi-Brigade a Tobruk se produjo mientras los Aliados y el Eje se disputaban el control del norte de África. Todo había comenzado en diciembre de 1940, cuando la presión del ejército británico amenazaba con destruir a las tropas italianas afincadas en Libia. En aquellos días, Benito Mussolini solicitó a Hitler el envío de refuerzos para lograr resistir aquella acometida. El «Führer» respondió despachando hasta allí a Erwin Rommel con una División Panzer ligera. Sus órdenes eran socorrer a los desesperados italianos y no iniciar ninguna ofensiva. Con lo que no contaba el líder nazi era con que el Zorro del Desierto no pensaba ser cauteloso.
Rommel se tomó más en serio de lo que Hitler pretendía la guerra en África. Tras recibir refuerzos, y después de preparar a sus hombres para combatir en condiciones de calor extremo, tocó a carga el 31 de marzo de 1941. El primer golpe de mano (un ejemplo de que la « Blitzkrieg» era efectiva también en el desierto) cogió a los británicos desprevenidos. «Los ingleses no creían que Rommel fuera a atacar tan pronto. Se sorprendieron cuando los panzer irrumpieron en el paso de El Agheila, consiguiendo forzarlo. Las fuerzas británicas se vieron obligadas a retroceder. El 4 de abril Rommel entra en Bengasi», explica a ABC Jesús Hernández (autor de una veintena de obras sobre el conflicto como «Esto no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial»). Su objetivo último era Tobruk: clave por ser la entrada a Egipto y por su puerto.
Asfixiados por la ofensiva teutona, los británicos se hicieron fuertes en Tobruk y sus alrededores. Rommel mantuvo el sitio sobre esta ciudad durante 240 jornadas, cuando los Aliados levantaron el sitio. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que el Zorro del desierto puso de nuevo sus ojos en la región y organizó otra ofensiva a comienzaos de año. Fue entonces cuando se llamó a todas las unidades disponibles para defender la zona.
Entre ellas se encontraba la exitosa (y una decena de veces reorganizada) 13.ª Demi-Brigade; una unidad formada en su mayoría por republicanos veteranos de la Guerra Civil. «A mediados de 1941, de los 12.000 hombres que componían las fuerzas de la Francia Libre, una quinta parte son españoles, repartidos entre los tres batallones de la 13.ª Demi-Brigade», explica Alfonso Domingo en «Historia de los españoles en la II Guerra Mundial». El 14 de febrero, cuando estos hombres recibieron órdenes de movilizarse, nuestros compatriotas se hallaban encuadrados en la 1.ª Brigada Francesa Libre al mando del general Marie-Pierre Kœnig.
La 13ª Demi-Brigade, dentro de la 1ª Brigada Francesa Libre, recibió órdenes de dirigirse 100 kilómetros al sur de Tobruk y cubrir el flanco izquierdo del VIII Ejército británico (el némesis de Rommel y el África Korps). Su puesto sería el fuerte de Bir-Hakeim. «Los ingleses habían organizado mejor el escenario del combate construyendo una línea de puestos fortificados, el último de los cuales era Bir-Hakeim, un antiguo fuerte colonial turco levantado en una encrucijada de rutas caravaneras, para obligar a Rommel a desplegar sus unidades y que fueran más vulnerables», añade el autor español en su obra. Lo variopinto de los defensores era, cuanto menos, llamativo. Y es que, además de un millar de españoles, había tropas negras de Centroáfrica y hasta una brigada judía.
Recital español
Para desgracia de los defensores de Bir-Hakeim, su posición fue una de las que Rommel deseaba tomar con mayor efusividad debido a que le permitía flanquear Tobruk. A su favor. La 1.ª Brigada de la Francia Libre contaba con las 50.000 minas que sus hombres habían enterrado en los alrededores de la posición, un centenar de cañones anticarro y las órdenes de Winston Churchill de resistir «sin considerar por un momento la posibilidad de retroceder y hasta el último hombre». En contra, sus números (se desplegaron unos 4.000 hombres en total, atendiendo a las fuentes) era superado de forma amplia por las seis divisiones (tres italianas y tres alemanas) que tenían frente a sí. Es decir, diez veces más efectivos.
Así describió las defensas uno de los soldados presentes (el cual es citado por la «Amicale 1e Division Francaiçe Libre» -organización encargada de recopilar los testimonios y salvaguardar la memoria de los soldados de esta unidad):
«La guarnición está compuesta por cuatro batallones de infantería, de los cuales dos son de la Legión Extranjera francesa; un tercer batallón colonial blanco se forma con unidades de infantería naval y otras de Nueva Caledonia y las islas del Pacífico; el cuarto es un batallón colonial negro de tirailleurs del África ecuatorial francesa. Un regimiento de artillería tiene el uso de cuatro baterías de seis cañones de 75 mm. Otros 75 se dividen entre las distintas unidades y se utilizan como cañones antitanque, así como cañones de 47 mm. Un batallón de fusileros navales que aseguran la defensa contra los aviones recibieron Bofors hace unos días para reemplazar sus armas anticuadas. Los marines han estado entrenando duro para manejar sus nuevas armas».
El 27 de mayo comenzó la pesadilla. Tras una noche en la que el ruido de los motores de los vehículos alemanes les impidió dormir (más por la tensión que por el estruendo, todo hay que decirlo), el enemigo comenzó el ataque. En vanguardia iban una treintena de carros de combate italianos que, a su vez, eran seguidos por medio centenar de panzer germanos. Las minas y los cañones anticarro detuvieron la primera oleada con dificultad, pero poco pudieron hacer con la siguiente. «La segunda oleada no se detuvo y se precipitó por el sector defendido fundamentalmente por los españoles», desvela el autor español en su obra. ¿Qué podían hacer? La solución llegó en forma rojigualda o, al menos, así lo contó Jacques Paris de la Bollardière, presente en la contienda:
«Por encima de aquella barahúnda artillera se empezaron a oír gritos en español, mientras los tanques italianos iban y venían, aplastando todo lo que les salía al paso y ametrallando a mansalva. Parece que los estoy oyendo: «¡Cómo en Madrid, camaradas! ¡A por ellos!» Las botellas de gasolina saltaban por todos lados: aquello fue una especie de fuegos artificiales totalmente desconocidos para nosotros, si bien es cierto que los legionarios los habían practicado ya en Noruega, pero en escala mucho más reducida, que no tenía nada que ver con lo de Bir-Hakeim».
A partir de entonces, y tal y como desvela Domingo en su obra, aquella defensa fue conocida como el «recital español». Aunque es cierto que, en la actualidad, parece difícil saber cuál fue el número concreto de blindados que destruyeron con esos improvisados explosivos. El cabo primero José Millán Vicente, miembro de la dotación de una cañón anticarro, explicó tras la Segunda Guerra Mundial que se correspondía con una cuarta parte del total. En sus palabras, el resto fue batido «por los antitanques del 7,5». Algo que, tal y como añadió, «no nos quita mérito a los españoles». En todo caso, los republicanos dieron muestras de una valentía sin igual que quedó patente cuando, tras inmovilizar a varios tanques, los hombres más aguerridos se subieron a ellos y dispararon a las dotaciones a través de las aspilleras.
El Eje se retiró a las 11:30 de la mañana. Atrás quedaron decenas de carristas heridos; algunos, incluso, calcinados vivos en el interior de los carros de combate. O, como quedó escrito en el diario de marcha de la 13.ª Demi-Brigade, «setenta y tantos tanques más o menos despanzurrados».
Hasta el final
Por desgracia, no sucedió lo mismo en el resto de fortines. En las jornadas siguientes, un Rommel reforzado no sudó para acabar con las posiciones ubicadas entre Tobruk y el desierto. Lo hizo de forma paulatina, sin prisa pero sin pausa, que diríamos hoy.
Pero ni sabiéndose solos, vaya. Los hombres de Bir-Hakeim no estaban dispuestos a capitular. Y todo ello, para asombro de un Zorro del Desierto que les ofreció rendirse con honores varias veces. El 2 de junio de 1942 fue una de ellas. Esa jornada, después de un intenso bombardeo, un mensajero les llevó un ultimátum en italiano en el que se explicaba la penosa situación en la que se hallaban y se les invitaba a dejar de combatir. Koenig le despachó después de que un español gritara a los cuatro vientos una bravuconada: «Vamos a decirles que se vayan a la mierda, pero finamente».
Rommel no bromeaba y, tras recibir la negativa, ordenó que comenzara el bombardeo de sus obuses. A partir de entonces se inició una tormenta de proyectiles que se extendió durante una semana. El soldado citado por la Amicale definió así el inicio de aquella tragedia:
«Una hora después, los primeros proyectiles del 105 caían sobre Bir Hakeim. […] Alrededor de la 1 de la tarde comenzó a soplar un fuerte viento del sur y Bir-Hakeim desapareció bajo las nubes de arena. Se estaba volviendo imposible ajustar el fuego de artillería debido a la baja visibilidad, y todos pasamos el día esperando tensamente, hasta las 7 pm, cuando pudimos escuchar el sonido de los motores de los aviones. Había treinta de ellos dando vueltas en el cielo, incapaces de detectar su objetivo, perdido a través del polvo en espiral. Finalmente lo encontraron después de buscar durante veinte minutos y comenzó el estruendo de los fuertes bombardeos. Probablemente incitado por esto, la artillería enemiga se despertó y bombardeó hasta el anochecer».
En las jornadas siguientes las ametralladoras alemanas dispararon de forma incansable sobre los defensores animadas por el mismo Rommel, que se había desplazado a Bir-Hakeim para dirigir en persona la ofensiva. Los bombardeos continuaron también sin descanso. Pero, en lugar de desesperarse, los defensores optaron por tomarse con resignación las explosiones desde una serie de pequeños búnkers excavados en la arena. Los españoles aprovecharon estos momentos para hacer alguna que otra broma. «¡En el Ebro ya la hubiésemos palmado todos! ¡Aquello si que fue un festival de aúpa!», afirmó uno.
La Legión Extranjera mantuvo sus posiciones hasta el día 7, cuando, a eso de las cinco de la tarde, Koenig recibió un mensje de la 7ª División Blindada en el que se le ordenaba romper el cerco al que les tenían sometidos los nazis y retirarse.
La misión comenzó a las 00:15 del 11 de junio. Fue entonces cuando la vanguardia legionaria (la mayor parte, españoles) se abrieron camino a través de los nidos de ametralladora y los cañones germanos. Aquella fue la última muestra de valor de los republicanos. «En medio de la barahúnda se alzaron voces en español, que fueron el crescendo del último acto de Bir-Hakeim: “¡A mi la legión! ¡Adelante, legionarios! ¡Vamos muchachos, a por ellos! ¡Cómo en Madrid, camaradas!», añade Domingo. La mayoría escaparon, aunque un grupo de valientes de la 1.ª División se quedaron en la posición para entretener a los invasores. Todos murieron.
Las bajas, como siempre, dependen del autor. Estas fueron las que admitió Koenig en una orden general publicada el 15 de junio:
«En la noche del 10 al 11 de junio, con las armas en sus manos, la Primera Brigada asaltó las líneas de asedio enemigas, abriéndose paso después de una feroz batalla de cuatro horas. Regresó con el 75% de sus hombres, armamento y equipo, y 200 de sus hombres heridos, dejando sus posiciones intactas»
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