lunes, 2 de mayo de 2022

La otra Petra, situada a pocos kilómetros al norte de la célebre ciudad nabatea

 

La otra Petra, situada a pocos kilómetros al norte de la célebre ciudad nabatea






Por Jorge Álvarez  ......... La Brujula Verde  

Jordania tiene en Petra su icono turístico más emblemático y reconocible. La garganta del Siq, la fachada del Tesoro, los hipogeos, el teatro, la subida al Monasterio en burro…

Todas esas maravillas se concentran en una ciudad medio escondida en el desierto que cada año atrae a cientos de miles de visitantes y desde 2007 forma parte de las nuevas Siete Maravillas del Mundo Moderno.

Lo que muchos no saben es que no se trata de la única ciudad nabatea; no muy lejos, a unos ocho kilómetros al norte, se encuentra otra de características similares aunque mucho menor en tamaño que, por ello, recibe el nombre de Pequeña Petra.



Pequeña Petra fue construida en el siglo I d.C, probablemente como un barrio exterior de su hermana mayor, en pleno apogeo de aquella peculiar civilización. Se ubica en una zona montañosa encajada entre el desierto, el Valle del Rift jordano y el Mar Muerto, cerca del núcleo urbano de Wadi Musa y del yacimiento arqueológico del Neolítico Beidha, que probablemente tuvo su influencia para decidir a los nabateos a establecerse allí, ya que por entonces aún estaba habitado.

Su nombre árabe es Sik al-Barid, que significa El Cañón Frío, debido a que las altas paredes que la circundan dificultan el paso de los rayos del sol.

Al igual que en la Petra grande, se accede atravesando una estrecha garganta de medio kilómetro de longitud que conecta tres áreas abiertas más amplias en el mismo macizo de arenisca. En ese complejo se suceden los triclinios labrados en la roca para uso comercial así como cuevas u oquedades, también artificiales, que se utilizaban como viviendas; algunas conservan restos de decoración polícroma en sus paredes, con estilo helenístico y temática vegetal fundamentalmente, algo de esencial importancia porque constituyen la única muestra mural que se conserva de la pintura nabatea in situ.




En ese sentido, continuamente se están descubriendo nuevos edificios y dependencias, como el biclinio aparecido en los años ochenta y presentado en 2010 ya completamente limpio del hollín que ennegrecía sus techos y que procedía de las hogueras que encendían los beduinos para calentarse y cocinar en ocupaciones posteriores; se lo conoce como la Casa Pintada y además de los fantásticos frescos (con motivos dionisíacos pero también animales y putti muy parecidos a los de la Casa de Livia pompeyana) tiene alrededor varias grandes cisternas para recoger la lluvia.

Al fin y al cabo se cree que las caravanas debían parar en ese barrio para el correspondiente registro administrativo, lo que implicaría la necesidad de agua para los camellos y viajeros; por eso también abundan las canalizaciones para distribuir el líquido elemento.




Otros sitios destacados son el templo excavado en la roca, del que apenas se sabe nada al estar pendiente de estudio pero que en realidad parece ser un triclinio, y una subida al final del cañón que lleva a la parte alta de la montaña, donde se ha situado un mirador que permite obtener impresionantes panorámicas de los alrededores: un océano de piedra moldeada por la erosión eólica, que la ha dotado de fantásticas formas y colores, y que se puede recorrer libremente pagando la entrada a la Petra mayor; incluso hay un sendero de seis kilómetros que enlaza con ella en Qattar Ed-Deir y que conviene hacer con guía para no perderse porque carece de señalizaciones (también es posible hacer el recorrido inverso, una vez terminada la visita a Petra). Se accede por separado y tiene la ventaja de que se visitará casi en solitario, porque la gente se centra básicamente en la ciudad grande.

Pequeña Petra fue abandonada en el siglo VII tras un período de decadencia progresiva, y como pasó con su hermana mayor, cayó en el olvido. Sólo los citados beduinos solían acercarse para acampar en su interior, al abrigo del calor del día o del frio nocturno.



Jacob Burckhardt, el descubridor de Petra en 1812, no llegó a saber de esta versión reducida o, al menos, no dejó testimonio al respecto. Sin que fuera desconocido, las noticias sobre el lugar se remontan sólo a los años cincuenta del siglo XX, cuando la arqueóloga británica Diana Kirkbride extendió su campaña de excavaciones a ambas ciudades, si bien las consideraba una sola.

En 1981 la UNESCO inscribió el área (las dos Petras más Beidha) en su lista del Patrimonio Mundial como un único parque arqueológico de doscientos sesenta y cuatro kilómetros cuadrados.






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