domingo, 24 de marzo de 2024

El metro de Nueva York, militarizado

 LaVanguardia


Violencia en el subsuelo

El despliegue de la guardia nacional, tras varios crímenes, provoca más críticas que elogios

Miembros de la Guardia Nacional del Estado de Nueva York vigilan a los viajeros mientras hacen guardia en un punto de control dentro de la entrada de la estación de metro en la ciudad de Nueva York

Miembros de la Guardia Nacional del Estado de Nueva York vigilan a los viajeros mientras hacen guardia en un punto de control dentro de la entrada de la estación de metro en la ciudad de Nueva York 

Reuters / Eduardo Muñoz

A veces, en el lugar más inhóspito, surge un oasis de paz. Buscando postales bélicas aparece la calma del violín. Susan Keser, concertista con más de 35 años de experiencia en grandes orquestas internacionales, interpreta un pasaje de La primavera de Vivaldi. Ya lo escribió Leopoldo María Panero en El último hombre, la belleza florece en la fealdad.

–¿Ha visto a los soldados?

–Esta mañana, no.

Keser continúa ofreciendo su terapia colectiva. Casi nadie se para a esta hora punta. El metro de Nueva York no es precisamente un balneario. Menos aún en este intercambiador de múltiples líneas al oeste de la calle 42 de Manhattan, bajo Times Square, el conocido como el cruce de caminos del mundo.

La gente va a lo suyo, que aquí, en la encrucijada del subsuelo, consiste por lo general en ir lo más rápido de un punto a otro de la metrópoli. Incluso viajan los sintecho, aunque vagan sin rumbo ni prisas.

Susan Keser tocando el violín en el metro de Nueva York

Susan Keser tocando el violín en el metro de Nueva York 

Francesc Peirón

A diferencia de “la misión divina” encomendada en el celuloide a los Blues Brothers, en esta ocasión el cometido consiste en dar con los militares de la guardia nacional que la gobernadora (demócrata) Kathy Hochul desplegó hace unos días (un total de 1.000 unidades), una medida extraordinaria adoptada después de una serie de casos violentos, dentro y fuera de los convoyes, y garantizar más seguridad a los viajeros.

Las estadísticas ofrecen una imagen matizada. Los crímenes más graves cayeron ligeramente en el 2023 comparado con el año previo. Los datos indican que el nivel de violencia fue el año pasado similar a la época previa a la pandemia, pero el porcentaje real es más alto, puesto que el número de usuarios ha caído al 70% (de seis millones diarios a menos de cinco). “Gano menos dinero porque toco música clásica y los ricos han dejado el metro”, analiza Keser.

La posibilidad de que un viajero sea víctima es remota

Hasta mediados de marzo hubo un incremento del 13,2% de delitos comparado con el mismo periodo del 2023 y un 6,6% inferior al del 2022.

La posibilidad de que un viajero sea víctima es remota. Los 570 delitos graves del 2023, la cifra más alta en décadas, se produjeron en más de 1.000 millones de viajes. Y, pese a los datos, los sondeos indican que un número significativo de pasajeros, aunque no la mayoría, se sienten inseguros. Citan el peligro de la conducta errática de otros usuarios. Hochul replica que las estadísticas, “si eres una madre con un niño en medio de una refriega, son papel mojado”.

En esa ansiedad juega, sin duda, la machaconería de los medios de la extrema derecha por magnificar los incidentes. El mismo asunto entra en bucle.

“Esto de la guardia nacional es una exageración”

Robert PaaswellProfesor emérito universitario

“Esto de la guardia nacional es una exageración”, señala Robert Paaswell, profesor emérito de Ingeniería Civil en la CUNY (Universidad de la Ciudad de Nueva York) y renombrado experto en transporte. “Tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, se veían muchas patrullas militares y los ciudadanos lo entendieron. Había una amenaza exterior, pero ese peligro exterior no existe ahora, viene de dentro y esto es el nuevo dilema de la creciente población de los sinhogar y la proliferación de enfermos con problemas psiquiátricos. Hay mejores maneras para afrontarlos que enviar a las fuerzas armadas”, sentencia.

En eso coincide Jeffrey Fagan, experto en seguridad pública de la facultad de Derecho de la Universidad Columbia. “Las crisis de salud mental y de los sintecho se tratan como una crisis penal. Hay crímenes en el metro, pero no en una dimensión de epidemia”, sostuvo en declaraciones a la BBC.

Los expertos critican que hay otras maneras de afrontar las crisis de los sintecho y de salud mental

Herencia del 11-S, la guardia nacional ha mantenido sus patrullas en Grand Central, Penn Station y Port Authory Bus Terminal, donde confluyen el metro y trenes regionales.

El plan de Hochul se centra en que los militares, sin el fusil para apaciguar quejas, ayuden a la policía en el registro de bolsos y mochilas. Tuvo su “bendición de fuego” a los pocos días.

Sucedió en la línea A, en Brooklyn, e ilustra las cosas que se registran bajo la piel de la Gran Manzana, pero que más bien reflejan lo que ocurre en la superficie –crisis de salud mental, incremento de las armas de fuego–, situaciones que se comprimen en unos tubos de acero abarrotados de humanidad.

A partir de los videos de los testigos, en un vagón bastante lleno en un trayecto exprés, un hombre identificado como Dajuan Robinson, de 36 años, acosa sin venir a cuento a un desconocido, que responde por Younece Obuad, de 32. El acosado aguanta impertérrito los insultos raciales mientras los otros presentes hacen como si lloviera. Otro “loco” más y punto.

Una mujer con bebé se felicita por la medida, y otros se quejan de que esto no es
más que apariencia

Hasta que Obuad se harta y se lanza a pelear con el acosador. Unos golpes y una mujer no identificada (se sabe que entró a la estación con Obuad) ataca a Robinson, que recibe un impacto de cuchillo en su espalda.

–¿Me apuñalaste?

El vídeo capta la sorpresa genuina de Robinson, que observa la aparición de una mancha roja en su camisa. Un espectador entra en escena y los separa. Todo indica que se acaba el conflicto.

De pronto, el pánico absoluto. La mayor parte de los pasajeros se amontonan a un lado. En el otro, Robinson esgrime una pistola. Fundido en negro. Al regresar la imagen, cuando para el tren en la estación de Hoyt-Schermerhorn, el herido de bala en la cabeza es Robinson.

Nuestro sistema de tránsito no es una zona de guerra”

John ChellJefe de patrullas de la policía de Nueva York

No se sabe cómo le arrebató el arma, pero la Fiscalía exoneró a Obuad por actuar en legítima defensa propia. El otro, si sobrevive, será inculpado.

John Chell, jefe de patrullas de la policía de Nueva York, hizo un post elocuente en X: “Nuestro sistema de tránsito no es una zona de guerra”. Para él la culpa y lo que se debe atacar son los jueces y la reforma judicial, por “ser demasiado indulgentes con los reincidentes”.

Este lenguaje “represivo” conecta con aquella Nueva York que se movilizó en masa en el 2020 por la muerte, a manos de la policía de Minnesota, del ciudadano negro George Floyd. El lema era “Defund the police”, que equivalía a recortar la financiación a los uniformados.

Es esta misma ciudad (472 estaciones y miles de vagones) en la que entran los militares en acción, en el que unos 4.500 agentes locales vigilan el transporte clave, las arterías de la ciudad, incluidos 1.000 que el alcalde Eric Adams envió en febrero.

El profesor Paaswell no cree que sea una demostración de fuerza, sino de miedo

En año electoral, la gobernadora reconoce, además, que su orden pretende torpedear la narrativa establecida por los republicanos “de que somos blandos con el crimen por la desfinanciación de la policía. No”.

El profesor Paaswell no cree que sea una demostración de fuerza, sino de miedo. “Si los viajeros ven a los militares pensarán realmente que ese sitio es inseguro y cambiarán sus hábitos, dejarán el metro”, destaca.

Un informe del viernes indica que los neoyorquinos confiesan haber perdido calidad de vida. Casi la mitad afirma que quiere marcharse.

He de retirar el dinero porque últimamente me lo roban”

Susan KeserViolinista

En el subsuelo, la violinista Keser certifica la mutación. En la bolsa para que la gente deposite su propina solo se ve un dólar. “He de retirar el dinero porque últimamente me lo roban”, lamenta. Y, sin embargo, se siente segura, aunque no trabaja nunca por la tarde o por las noches. “A mí no me importan los militares, pero es triste y entiendo que moleste a la gente porque experimenta más intranquilidad e intromisión en sus vidas”.

Por fin, tras parar en varias estaciones y constatar la moda de colarse –“se ha perdido el miedo a la autoridad”, apostilla una mujer–, ahí están los militares, en el hub de Columbus Circle (calle 59 oeste). Son cuatro y comparten mesa de chequeo de bolsas junto a dos policías. Una joven blanca con bebé en el carrito se felicita por la medida: “Me siento mucho mejor”.

Esta es una de las ciudades más seguras del mundo”

Pasan diez minutos antes de que registren una mochila. El requerido se llama Jul y es blanco. “No me molesta, pero no creo que esta idea sea buena, no pienso que esto mejore nada, al contrario. Esta es una de las ciudades más seguras del mundo”, insiste. Sabrina, afroamericana, tercia que tal vez sirva para que “los policías, en lugar de estar mirando el móvil y pasando de la gente, se pongan a trabajar”.

Carl, también afroamericano, es el segundo que debe de abrir su mochila. “Es una invasión. Yo voy a trabajar y me dan el alto, cuando esos saltan los torniquetes sin que nadie les diga nada”, se queja.

Como en la superficie, y pese a las prohibiciones vigentes en el subsuelo, aquí huele a porro.

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