viernes, 18 de octubre de 2024

La invasión invisible: así es el nuevo ecosistema que hemos creado con plástico en los océanos

 Cientos de toneladas de botellas, bolsas y demás utensilios plásticos contaminan los mares del planeta. Pero los biólogos han descubierto que también puede florecer la vida. Bienvenidos a la plastisfera, el continente creado por el hombre.

Aunque no se popularizó hasta después de la Segunda Guerra Mundialel plástico ha logrado hacerse un hueco en todos los ámbitos de nuestras vidas. Su producción, según datos de la patronal del sector, va en aumento y se sitúa en torno a los 299 millones de toneladas anuales. Dicho de otro modo, tocamos a 42 kilos por cada uno de los habitantes del planeta. Prescindir de él sería, en la actualidad, un enorme desafío. Pero más difícil es eliminar sus deshechos. Como una invasión silenciosa, plásticos cuya utilidad se ha agotado se encuentran, literalmente, en todos los rincones del planeta. 

“Toneladas de este material llegan al océano todos los años”, afirma la investigadora Miriam Goldstein, que analiza este problema en su tesis doctoral, realizada en el Instituto Oceanográfico Scripps de la Universidad de California. “Se fragmentan y dan origen a partículas tan pequeñas que casi no las vemos. No son biodegradables, no desaparecen y no sabemos qué impacto tienen en el medio ambiente”.

Contaminación con plásticos los océanos

La vida que creamos sin querer: cómo el plástico dio lugar a un nuevo hábitat en el mar. Foto: Dall-E 3/Christian Pérez

 Existen cinco zonas distintas en el mar donde la concentración de macropartículas de plástico es tan elevada que el 100 % de los muestreos realizados lo contienen. Son los llamados giros oceánicos, enormes áreas donde las corrientes y vientos atrapan detritus y donde, según señala Tracy Mincer, microbiólogo del Instituto Oceanográfico Woods Hole, en Massachusetts, “inadvertidamente, hemos creado un nuevo hábitat”. 

Un nuevo universo

Con muestras recogidas en dos expediciones en aguas del Atlántico Norte, Mincer y sus colegas Linda Amaral-Zettler y Erik Zettler fueron los primeros en estudiar a los pobladores de este microcosmos. Vida en la plastisfera, el artículo que publicaron en el año 2013, detalla los centenares de especies que encontraron en fragmentos del tamaño de una cabeza de alfiler. 

“Es algo que no existía hace más de cuarenta años”, señala Mincer. Pero, a medida que las aguas se llenaron de plástico, la vida, con su proverbial tenacidad, encontró maneras de usarlo. Fue un fenómeno registrado por primera vez en 1972. En esa época, se creía que “el único impacto biológico de estas partículas era el de actuar como superficie adecuada para el crecimiento de diatomeas, hidrozoos y, tal vez, bacterias”, tal como señalaron, en la revista Science, los oceanógrafos Edward Carpenter y Kenneth Smith. 

A lo largo de la última década, un sinfín de estudios han documentado el daño que los plásticos causan a las especies marinas. Sin embargo, las comunidades microscópicas permanecieron en el olvido, y solo ahora empezamos a comprender la relación que mantienen sus integrantes liliputienses con estos materiales. 

En pedazos de mayor tamaño, se han encontrado habitantes de todo tipo. Pequeños cangrejos, percebes o mejillones son frecuentes en cualquier sustrato duro que se mantenga a flote. El plástico no les ofrece mucho alimento, pero es una balsa abundante, persistente y que flota muy bien. Ello les garantiza un viaje largo, hasta parajes que solían ser de difícil acceso. 

Estos cambios podrán acarrear alteraciones importantes en la estructura de las comunidades marinas especializadas en vivir a la deriva. Pero, a pesar de ello, el citado Erik Zettler aclara que las grandes balsas abióticas no son fáciles de encontrar. “En general, incluso en las zonas más contaminadas, los fragmentos grandes son la excepción, no la regla. No quiero decir con esto que no sean problemáticos, sino que los microplásticos son infinitamente más abundantes y, por ende, su impacto es mayor”, explica este ecólogo microbiano. Con menos de 50 mm de diámetro, su reducido tamaño impide el transporte de animales grandes. Pero nada es demasiado pequeño para los microorganismos, ni escapa a su enorme capacidad de adaptación. Bacterias, hongos y algas son la avanzadilla de la ocupación a la que se ve sujeta cualquier nueva superficie en el océano. 

Microbios plástico

¿Podemos confiar en los microbios para limpiar nuestros mares de plástico?. Foto: Dall-E 3/Christian Pérez

2025: 115 millones de toneladas

Según un efecto descrito en 1943 por Claude Zobell, padre de la microbiología marina, en ambientes donde los nutrientes se encuentran muy diluidos, la presencia de superficies solidas e inertes resulta beneficiosa para la vida menuda. Así, en el mar, los microplásticos actúan como un imán y ayudan a la proliferación de ella. 

“Lo más impresionante es la gran variedad de actores presentes en este pequeño mundo”, señala la anteriormente mencionada Linda Amaral-Zettler, del Laboratorio de Biología Marina, en Woods Hole. Y añade: “Se me ocurrió bautizarlo como plastisfera por similitud con el término biosfera, que engloba toda la vida que habita el planeta. Es muy importante describir la historia natural de este nuevo hábitat”.

 Por su parte, Zettler nos explica que no tenemos datos concluyentes sobre su magnitud. “Existen estudios que ofrecen cifras, pero son muy distintas”, apunta. Por ejemplo, una investigación liderada por Andrés Cózar, de la Universidad de Cádiz, estima que en la superficie del océano flotan entre 7.000 y 35.000 toneladas de plástico –lo equivalente a diez botellas de medio litro por cada kilómetro cuadrado–. 

Sin embargo, Marcus Eriksen, de la organización no gubernamental 5 Gyres, cree que las partículas flotantes superan los cinco billones, con una masa de cerca de 269.000 toneladas, según datos recogidos en la revista PLOS ONE en 2014. Llegar a un número definitivo es difícil, porque “todo lo que se ha publicado se refiere a plásticos que flotan. Pero muchos residuos están todavía en las playas, y otros se han hundido”, apunta Kara Lavender Law, oceanógrafa en la asociación educacional SEA, donde también es profesor Zettler. 

De acuerdo con un estudio liderado por Lavender Law, se estima que casi 5 millones de toneladas llegan al mar todos los años. El pronóstico es que, en 2025, el impacto cumulativo ascenderá a la friolera de 155 millones de toneladas. 

Si queremos eliminar el plástico del océano, no basta con mejorar la recogida de los residuos que ya hay en el agua. Se necesita frenar el vertido de más plástico.

Si queremos eliminar el plástico del océano, no basta con mejorar la recogida de los residuos que ya hay en el agua. Se necesita frenar el vertido de más plástico. Foto: IstockSHUTTERSTOCK

Antes de que se conocieran estos alarmantes datos, Mark Osborn, en la actualidad profesor en el Real Instituto de Tecnología de Melbourne (Australia), fue uno de los primeros en alzar la voz en pro de la necesidad urgente de estudiar a los habitantes de este nuevo ecosistema. “Vivimos en la era del plástico, y la contaminación es un problema cada vez mayor, tanto en el océano como en los sistemas de agua dulce”, advierte Osborn. Y añade: “Sin embargo, para los microorganismos, la disponibilidad de una nueva superficie para colonizar puede representar una oportunidad. Quizás, este nuevo hábitat sea provechoso también para nosotros”. 

“Vivimos en la era del plástico, y la contaminación es un problema cada vez mayor, tanto en el océano como en los sistemas de agua dulce”

Comedores de petróleo

Osborn nos cuenta que existen especies microbianas que son capaces de consumir hidrocarburos derivados del petróleo, como el plástico, y obtener a partir de ellos energía para prosperar en la columna de agua. “Existen pocos datos al respecto, pero puede que dichos microorganismos tengan el potencial para mitigar los efectos perniciosos de esta contaminación, comiéndose literalmente el plástico. Habrá que seguir investigando para explorar esta posibilidad y conocer qué especies podrían sernos de utilidad”, opina. 

Para caracterizar a los integrantes de la plastisfera, Zettler explica que se utilizan tres técnicas distintas. “Después de recoger las partículas con una red muy fina, que peina la superficie del agua, las observamos al microscopio electrónico. También secuenciamos el material genético, para identificar el mayor número posible de especies, y sometemos el plástico a un análisis espectroscópico, que revela su composición química”. Esto es importante, ya que no todos los plásticos son iguales, y parece ser que su composición, tamaño e incluso el color de las partículas influye en la comunidad microbiana que se desarrolla en su superficie. “El más abundante es el polietileno, que se usa para fabricar todo tipo de bolsas y envases”, comenta Zettler. 

De un modo similar a lo que ocurre en tierra, la estructura y la diversidad de estas comunidades no cambian solo con el tipo de sustrato, sino que también se ve afectada por las estaciones y la localización geográfica. Según Osborn, que lideró una investigación sobre el desarrollo de la plastisfera en botellas de PET, “si estudiamos las sucesiones biológicas sobre distintos tipos de polímeros y desarrollamos una escala temporal, podremos estimar cuánto tiempo ha pasado en el mar cada fragmento. Pero si además conocemos las diferencias entre las comunidades de distintas localizaciones, sabremos incluso por dónde han pasado”. 

Botellas de plástico

Botellas de plástico. Midjourney/Sarah RomeroMidjourney/Sarah Romero

Encuentran hasta parásitos

El análisis de la plastisfera revela un mundo complejo, con organismos fotosintéticos, depredadores, presas e, incluso, parásitos. Osborn señala que, en menos de una semana, cualquier trozo de plástico sumergido está lleno de vida. Por otra parte, comparada con la comunidad de especies que viven en el agua, la del plástico es menos diversa, aunque cuenta con ejemplares muy especiales. 

Hasta la fecha, la más prometedora es una bacteria descrita hace dos años en varios tipos distintos de plástico procedente del Atlántico Norte. “No sabemos de qué especie se trata, pero sí que se multiplica dentro de las hendiduras”, explica Mincer. El año pasado, la oceanógrafa Julia Reisser encontró un microbio similar en fragmentos recogidos en aguas australianas. 

“Es posible que la bacteria sea la responsable por la erosión del polímero, ya que los huecos ocurren en filas y tienen una forma similar a la de las células que los habitan”, aventura Mincer. Si es así, quizás Osborn esté en lo cierto y la plastisfera pueda ayudarnos a eliminar la contaminación. Pero también habrá que estudiar qué efectos tienen estos microorganismos en la salud de las especies que se alimentan de ellos. 

Además de contener químicos peligrosos para el medio ambiente, capaces de fijarse en los tejidos animales, el plástico acumula metales pesados y contaminantes orgánicos peligrosos, como el DDT. Según el Laboratorio de Investigación Ambiental de la Agencia de Protección Medioambiental estadounidense, su ingesta puede tener consecuencias fisiológicas importantes. 

Informes recientes apuntan a que algunas especies de peces ingieren una cantidad estimada de entre 12.000 y 24.000 toneladas de plásticos al año. Son partículas que pueden liberar sustancias nocivas, que se acumulan en los tejidos y entran así en la cadena alimentaria. Tal como señala Amaral- Zettler, no debemos olvidarnos de que “lo que comen los animales que nos sirven de alimento, nosotros también lo comemos”. Tampoco podemos descartar la posibilidad de que existan patógenos entre los pobladores de la plastisfera. Algunas muestras contienen concentraciones muy elevadas de bacterias del género Vibrio, primos de la bacteria del cólera. Aunque los expertos dudan que alguna pueda llegar a afectar al ser humano, Mincer colabora en la actualidad con científicos de la India para investigar el potencial de este material como vector de enfermedades contagiosas.

La sorprendente respuesta a cómo eliminar los microplásticos del agua potable es hervir el líquido y luego pasarlo por un filtro.

Lo que no sabías sobre el plástico que llega a tu plato: el impacto de la plastisfera en la cadena alimentaria. Midjourney/Sarah RomeroMidjourney/Sarah Romero

¿En el agua que bebes?

Ningún fragmento de plástico llega al mar sin pasar antes por tierra y, muy probablemente, por sistemas de agua dulce. Qué ocurre en esas aguas, microbiológicamente tan distintas a las del mar, es todavía un misterio. Dentro de unos meses, Melissa Duhaime, profesora de la Universidad de Míchigan, publicará los primeros datos sobre la plastisfera de los Grandes Lagos de América del Norte, la mayor concentración de agua dulce del mundo. 

Hemos observado que muchos peces ingieren plástico. Queremos saber si esto es común y qué impacto tiene en la salud de los animales. Los Grandes Lagos mantienen una fuerte relación con el ser humano, y cualquier nueva comunidad en sus aguas puede tener consecuencias muy significativas para nosotros”, concluye Duhaime.


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