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Para que se produzca un incendio se necesitan al menos tres ingredientes, que además deben darse de forma simultánea. Estos ingredientes son: igniciones o fuentes de fuego (naturales o humanas), sequía y vegetación densa y continua (combustible).
La relación de estos factores con los incendios no es del tipo lineal, sino umbral. Esto implica que hay un nivel de igniciones, sequía y continuidad de vegetación a partir de los cuales la probabilidad de que se produzca un incendio aumenta de manera exponencial. Y cualquiera de los tres factores puede tener una alta preponderancia en el desarrollo de un incendio.
Incendios a nivel global
Las alteraciones climáticas como las sequías extremas o los incendios forestales tienen efectos negativos directos e inmediatos sobre la productividad y la capacidad de almacenar CO2 de los ecosistemas. Pero se sabe poco sobre los efectos indirectos que aparecen a largo plazo.
¿Qué pasa después de un incendio forestal o una gran sequía? ¿Se recupera el ecosistema? Una investigación publicada recientemente en Nature Climate Change, con la participación de Josep Peñuelas, investigador del CSIC en el CREAF, descubre que hay tres factores clave que determinan si el ecosistema resurge entre las cenizas o no: la disponibilidad de agua, la radiación solar y la alta biodiversidad.
Concretamente, según los resultados, los bosques tienen más ‘sed’ y necesidad de agua tras una sequía o un incendio, pero una radiación solar alta (más calor), la escasez hídrica y la poca variedad de especies es un cóctel que dificulta su recuperación.
Así mismo, el trabajo, liderado por Meng Lui, profesor de la Universidad de Utah (EE.UU), analiza datos satelitales de más de tres décadas en todo el mundo y concluye que los ecosistemas más vulnerables se encuentran en las regiones más secas y áridas del planeta, como algunas zonas del oeste de Norteamérica, el sur de Europa, Eurasia central, Australia o África meridional.
“Nuestros resultados revelan que los efectos tras un incendio o una sequía extrema son divergentes según el lugar. Mientras que las regiones áridas se vuelven más sensibles al estrés hídrico, las húmedas como las selvas tropicales de África o las regiones boreales de Europa, aumentan su resiliencia y se adaptan mejor” explica el Prof. Josep Peñuelas, investigador del CSIC en el CREAF y coautor del estudio.
Para descubrirlo, el trabajo ha analizado datos de 1982 a 2018 recogidos por el Global Land Surface Satellite (o GLASS por sus siglas). Son datos que permiten saber cuánta luz absorben las plantas, o de qué forma condiciones como la temperatura y la humedad afectan a su crecimiento. Se obtiene así una imagen global detallada del crecimiento de la vegetación en el planeta a lo largo del tiempo. También han empleado modelos de aprendizaje automático.
En particular, el equipo analizó cómo cambia la sensibilidad de la vegetación a la falta de agua, es decir, si después de un incendio o sequía esta escasez les afecta más que antes, y por qué. “Gracias a esta información observamos que efectivamente los ecosistemas secos son más sensibles a la falta de agua tras un evento extremo”, aclara Peñuelas.
El papel de la biodiversidad
Otro descubrimiento clave es el papel de la biodiversidad para mitigar el impacto de las sequías e incendios. “Los datos muestran que la biodiversidad es un ‘seguro de vida’ en las áreas húmedas y que, cuanto más diverso es un ecosistema, más resiliente es”, afirma Meng Liu. Esto podría deberse a que, en un ecosistema diverso, hay mucha variedad de especies y, durante períodos de sequía o después de incendios, las más resistentes son las que perduran, ayudando así que un ecosistema se recupere.
En cambio, en las áreas más secas, con menor biodiversidad, las plantas ya están cerca de sus límites hídricos, lo que las hace más vulnerables tanto a la sequía como al fuego. Estas regiones también experimentan alta radiación solar, lo que aumenta las temperaturas y hace que el agua se evapore más, “empeorando los efectos de estas perturbaciones”, comenta William Anderegg, investigador de la Universidad de Utah y coautor del estudio.
Amenaza del ciclo de recuperación
Según los investigadores, los ecosistemas tardan normalmente alrededor de cuatro o cinco años en recuperarse de una perturbación, tiempo de margen suficiente antes de que ocurra la siguiente sequía o incendio. Sin embargo, advierten que la creciente frecuencia e intensidad de estos eventos pone en riesgo esta capacidad y limita cada vez más el tiempo disponible para regenerarse, especialmente en las zonas más áridas del planeta. Esto a su vez amenaza la capacidad de los ecosistemas de funcionar correctamente y absorber carbono.
“Dado que los ecosistemas terrestres absorben alrededor del 25% de las emisiones de carbono generadas por el ser humano cada año, entender el impacto de los fenómenos extremos es crucial para gestionar el carbono global, proteger aquellas zonas más vulnerables y mitigar el cambio climático”, concluye el Prof. Josep Peñuelas.
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