El
miedo
está en nuestras cabezas.
causa angustia a personas y animales, pero también nos puede salvar la vida, porque nos obliga a reaccionar. Por eso, es
instintivo
, nacemos con él y se activa frente a estímulos concretos. Sin embargo, con el paso del tiempo,
aprendemos a superar
la mayor parte de las situaciones que nos provocan este malestar. Un estudio
publicado en la prestigiosa revista científica Science
y liderado por una investigadora española acaba de revelar cómo ocurre.
Gracias a la experiencia acumulada, logramos suprimir las respuestas instintivas de miedo, pero hasta el momento no se conocían los mecanismos cerebrales que lo hacían posible. A hora, el trabajo del Sainsbury Wellcome Centre de la University College de Londres (Reino Unido), dirigido por Sara Mederos, aclara el proceso a través de la experimentación con ratones. Este equipo de investigación ha elaborado un mapa del cerebro que describe cómo desaparecen las amenazas que, en realidad, resultan inofensivas. Además, los resultados podrían servir para desarrollar terapias frente a los trastornos relacionados con el temor, desde las fobias a la ansiedad, pasando por el estrés postraumático.
¿Cómo pasamos del miedo a la ansiedad?
“Los miedos instintivos son respuestas innatas”, es decir, que “suceden de manera fisiológica sin que haya ningún aprendizaje o exposición previa”, explica en declaraciones a El Confidencial Sara Mederos. Como consecuencia, las reacciones de huida, escape o parálisis son muy comunes en la naturaleza para huir de los depredadores. Los humanos también tenemos esa herencia evolutiva. Aunque ahora ya no nos exponemos a que un león nos pueda cazar, como hace miles de años, esa respuesta instintiva sigue presente frente a otras situaciones cotidianas. Por ejemplo, el miedo a hablar en público se traduce en sudoración o fuertes latidos, pero somos capaces de cambiar esa reacción e incluso llegar a disfrutar del momento que antes temíamos.
Un bebé nace programado para temer objetos que se acercan con rapidez, luces cegadoras y estruendos, pero muy pronto “la experiencia le hace ver que, por ejemplo, los fuegos artificiales no son nada peligroso”, comenta la investigadora española. El conocimiento adquirido modifica la respuesta del cerebro y ese proceso de cambio, por aprendizaje y experiencia, es lo que han detectado los investigadores en el cerebro de ratones.
En concreto, el estudio revela dos áreas fundamentales en ese proceso de aprendizaje. Una es la corteza visual asociativa, la parte del cerebro que se encarga de procesar de manera compleja los estímulos visuales. La otra es parte del pretálamo y se denomina núcleo geniculado lateral ventral. “Es una estructura que inhibe las respuestas y que influye sobre otras zonas del cerebro más antiguas en el sentido evolutivo, una especie de llave que puede estar abierta o cerrada”, afirma la neurocientífica, quien, antes de trabajar en Londres, pasó por el Instituto Cajal del CSIC.
Los experimentos
Ahora, junto a la profesora Sonja Hofer, del mismo centro de investigación, ha descubierto estos detalles gracias a una serie de experimentos con roedores. Mientras los animales corrían por un espacio delimitado, proyectaban sobre ellos una sombra que simulaba ser un ave que podría darles caza. En un extremo, contaban con una madriguera para esconderse, pero también un obstáculo que les dificultaba la huida. En condiciones normales, los ratones aprendían que la situación no era peligrosa en apenas cuatro días, después de ser sometidos a unas pocas decenas de repeticiones.
Sin embargo, para averiguar cómo ocurría esa adaptación, las investigadoras utilizaron diversas estrategias. Así, localizaron las áreas implicadas por medio de la optogenética, una técnica que combina elementos genéticos y ópticos para activar o silenciar distintas zonas cerebrales a través de la expresión de proteínas sensibles a la luz. “Cuando las inactivamos, vemos que el aprendizaje no ocurre de la misma manera”, apunta Mederos. Asimismo, emplearon electrofisiología para registrar la actividad de las neuronas y ver cómo se modificaba con el paso del tiempo. Finalmente, encontraron mecanismos que explicaban en detalle la participación de moléculas concretas en todo este proceso: la clave está en la liberación de endocannabinoides, moléculas mensajeras internas del cerebro que regulan el estado de ánimo y la memoria.
Uno de los puntos fuertes de esta investigación está en demostrar que un proceso de cambio tan complejo ocurre en zonas del cerebro que tradicionalmente no se relacionaban con la adquisición de nuevos conocimientos. “Esta plasticidad, que es la base del aprendizaje y la memoria, está bien descrita por haberse descubierto en la corteza cerebral y el hipocampo, pero descubrir que también se produce en el núcleo geniculado lateral ventral es muy nuevo y abre la puerta a estudiar si otras estructuras del cerebro también tienen algún papel”, comenta la investigadora.
Aplicaciones prácticas en el cerebro humano
La cuestión es si todos estos hallazgos en ratones tienen su correspondencia en el cerebro humano, pero todo parece indicar que sí. En el aspecto anatómico, “los circuitos cerebrales que estamos describiendo están muy conservados” a lo largo de la evolución, de manera que cada área identificada tiene su correspondencia. Por eso, las autoras del trabajo consideran que este estudio “nuevas oportunidades para situaciones en las que las respuestas al miedo están desreguladas, como en la ansiedad o el síndrome de estrés postraumático”.
Una posible vía de tratamiento sería la estimulación cerebral profunda, que ya se usa para aliviar los síntomas del párkinson mediante electrodos. En este caso, habría que dirigir la técnica a las áreas cerebrales identificadas en esta investigación, aunque las investigadoras del Sainsbury Wellcome Centre advierten de que esto requiere de muchos ensayos clínicos previos específicos.
Los resultados también podrían aplicarse en forma de fármacos, ya que el artículo de Science detalla las vías moleculares implicadas en la inhibición de los miedos. El sistema endocannabinoide, al que este trabajo otorga un importante papel en la superación de los temores innatos, está involucrado en una gran variedad de procesos fisiológicos y, si algún medicamento actúa sobre sus receptores, podría servir para tratar las fobias, la ansiedad o el estrés postraumático.
¿Ventaja o desventaja evolutiva?
De hecho, entre los próximos objetivos de Mederos y su equipo está empezar a manipular las áreas cerebrales implicadas en la inhibición de los miedos instintivos “en animales con depresión o ansiedad elevada para ver si se recuperan”. Algunos datos con modelos de ratón indican que aumentar la actividad de estas zonas del cerebro favorece la capacidad de exploración de los roedores. En situaciones fisiológicas normales (sin que haya un problema de ansiedad, depresión o de otro tipo), las investigadoras también pretenden analizar hasta qué punto se puede “promover el coraje” frente al miedo.
Esta línea es interesante incluso para entender el papel que este nuevo mecanismo cerebral ha podido tener a lo largo de la evolución y la selección natural. ¿Dejar de tener miedo es una ventaja o una desventaja? Por una parte, “tiene sentido, porque aprender rápidamente que no tienes un depredador permite a los animales involucrarse en otros comportamientos de interés, como buscar comida o reproducirse”, comenta la experta. Sin embargo, un exceso de valentía puede tener resultados catastróficos: si un animal considera que nunca hay peligro, tiene más papeletas para ser devorado.
Por eso, “necesitas que el cerebro encuentre un equilibrio, el miedo exagerado te conduce a la parálisis y al estrés, pero su ausencia deriva en un exceso de coraje”, que conlleva otras implicaciones negativas. Más allá de los depredadores, en el caso del ser humano esta emoción está muy relacionada, por ejemplo, con la adicción al juego, ya que las personas que la padecen no ven los riesgos.
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