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En muchos barrios de Barcelona –aquí hablamos del Eixample–, cuando tocan las 21.03 horas, ni un minuto más ni uno menos, de súbito grupos de gente desesperada se arremolinan en torno a los contenedores que algunos supermercados dejan frente a las puertas del establecimiento. Cualquiera puede retratar ese momento porque no se esconden, sería imposible, y el resultado arroja esa foto de tinte crepuscular: no es noche cerrada (no se vería nada apenas), ni es de día (porque avergonzaría).

Cinco ciudadanos hurgan en los contenedores minutos después del cierre de uno de los supermercados del Eixample de Barcelona. La foto se hizo anteayer./
A las 21.03 horas, cada día, en una calle próxima al centro de Barcelona, como en tantas otras, hay mujeres y hombres con el hambre de los pobres. Llegada la hora, vacían los contenedores y se reparten en silencio lo que está dentro. No hay peleas y puede que más civilidad que en ninguna otra parte donde se producen colas. Tres minutos después, desaparecen con sigilo arrastrando sus carritos.
Grupos de personas se abalanzan cada noche sobre los contenedores de los súpers
En el caso de la imagen de La Vanguardia , son dos mujeres y tres hombres. Esta circunstancia, lo del hambre de pobre, no es deducible por su aspecto. Pero ya me explicará el lector qué has de tener si no mucha hambre para ir a hurgar en un contenedor los restos que otros con más suerte podemos permitirnos desechar porque al día siguiente se pondrán feos o se pudrirán.
Se trata de excedentes mal gestionados por el súper, sobras de fruta, verdura o restos de preparados que escapan del canal de donación reglada que lleva, por ejemplo, al Banc dels Aliments. Por qué sucede esto no tiene ninguna explicación sanitaria ni ambiental. Ni siquiera humanitaria, porque favorece un tipo de indigencia que confirma que la red asistencial falla. Pensaremos que son desperdicios que al final acaban en el estómago de alguien, pero convendremos que esa no es la manera.
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