El mayor apagón de la historia reciente en España y Portugal no parece haber sido producto de un sabotaje o un ciberataque exterior, sino más bien el vector resultante de un exceso de codicia de las compañías eléctricas. Aunque la presidenta de Red Eléctrica Española (REE), Beatriz Corredor, ha descartado que la causa del apagón se deba a las renovables –y será necesario esperar a una investigación rigurosa para conocer todos los detalles–, lo ocurrido ha servido para revelar algunos riesgos latentes en la transición ecológica. Ya en su día, el expresidente de REE, Jordi Sevilla, admitía que la red eléctrica española no estaba aún preparada técnicamente para gestionar picos de producción renovable, tanto fotovoltaica como eólica. Varios expertos respaldan esta advertencia, y un informe reciente de la propia Red Eléctrica alertaba de posibles “desconexiones” ante situaciones de sobrecarga. Estos datos eran hasta ahora poco conocidos por el público general. Algunos intentarán utilizar este episodio como arma arrojadiza contra las energías limpias, cuando en realidad debería ser todo lo contrario: una oportunidad para identificar con claridad lo que aún debe corregirse. Sí a las renovables, pero con respaldo firme: las centrales de ciclo combinado deben estar siempre listas para entrar en acción.
Como ha señalado sin tapujos el físico e investigador del CSIC Antonio Turiel en su entrevista con el periódico Naiz, el apagón sería la consecuencia directa de un modelo energético donde la lógica del beneficio a corto plazo se impone a la responsabilidad estructural. Las energías renovables no tienen la culpa del colapso. Decir lo contrario es mentir. No se trata de cuestionar la fotovoltaica o la eólica, sino de señalar un fallo estructural conocido desde hace años: la falta de inversión en sistemas de estabilización que acompañen a estas tecnologías. Y esto, como recuerda Turiel, no es un problema nuevo. Desde al menos 2021, los informes europeos advierten de los riesgos crecientes para la estabilidad de la red eléctrica ante la creciente participación de fuentes renovables mal acompañadas. Lo sucedido el pasado 28 de abril fue, en realidad, un accidente anunciado.
Para entender el origen técnico del fallo, basta con repasar las cifras. En el momento crítico, un 60% de la energía generada era fotovoltaica y un 14% eólica. Eso implica que tres cuartas partes del sistema se sustentaban en tecnologías que, aunque limpias, no cuentan con la inercia ni la capacidad de respuesta inmediata ante variaciones de la demanda. A diferencia de las grandes turbinas térmicas que responden automáticamente a los cambios, las placas solares necesitan inversores electrónicos y estabilizadores adicionales, sistemas que, por su coste, no se han instalado de forma adecuada. El resultado fue una red eléctrica descompensada, vulnerable, y finalmente colapsada.
Sánchez sabe de lo que habla
En un gesto que parece temerario, las centrales de ciclo combinado representaban apenas el 8% de la generación en el momento del apagón. Al día siguiente, pasaron a representar el 40%. No se trató de un problema técnico irresoluble, sino de una decisión de gestión: hubo empresas que prefirieron arriesgar la estabilidad del sistema antes que asumir los costes de tener un respaldo listo para activarse.
Turiel lo resume con contundencia: “Si la central de ciclo combinado hubiera estado preparada para coger el relevo, los problemas hubieran sido más pequeños. Las tenían paradas y eso es una responsabilidad criminal.” Hablamos de un apagón que paralizó infraestructuras críticas, dejó a millones de personas sin electricidad y pudo haber derivado en daños estructurales graves. No por una catástrofe natural ni por una crisis energética global, sino por no querer asumir el coste de una medida preventiva básica.
Dicho en pocas palabras: energías renovables sí, pero con las centrales de ciclo combinado en reserva. De lo contrario puede haber problemas. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no apuntó por casualidad a "los operadores privados" en la crisis del apagón. Sabe de lo que habla. En el fondo, de la codicia de las eléctricas, que no puede pasarse por alto.
Dimensión política
El episodio revela también una dimensión política. Según el propio Turiel, tanto la exministra Teresa Ribera –ahora comisaria en Bruselas– como el presidente Pedro Sánchez son conscientes de la naturaleza del problema. Las declaraciones posteriores de Sánchez parecen confirmar que el Ejecutivo entiende que el apagón fue, en gran medida, responsabilidad de las grandes energéticas. Pero, como bien señala el investigador, estas compañías tienen poder, y mucho. Poder para condicionar políticas, para silenciar medios de comunicación, para moldear el discurso público.
Y aquí está el peligro: que el debate termine centrado en culpar a las energías renovables, cuando en realidad lo que ha fallado es el diseño del sistema, contaminado por la lógica del beneficio privado a expensas del interés público. Porque apostar por las renovables sin garantizar mecanismos de respaldo no es una transición energética, es una temeridad. Y si algo ha enseñado este apagón es que no podemos dejar en manos de intereses empresariales la gestión de un bien tan básico como la electricidad.
Renovables, sí, pero con respaldo
Por eso es tan importante insistir: este incidente no debe convertirse en munición para los enemigos de la transición ecológica. Muy al contrario, debe ser el detonante para una reforma seria, planificada y justa del sistema energético. Renovables, sí. Pero con redes modernizadas, baterías de respaldo, y centrales de ciclo combinado listas para entrar en acción. No podemos permitirnos repetir el error de pensar que lo barato hoy no tendrá costes mañana. Porque ya hemos visto el precio de esa fantasía: se mide en horas de oscuridad, en daños materiales, en pérdidas económicas y, sobre todo, en una pérdida de confianza en el futuro energético del país.
El apagón fue real. La codicia, también. Y si no queremos que se repita, la solución no pasa por renunciar a las energías limpias, sino por frenar la impunidad de quienes las gestionan como si fueran su cortijo privado. ¿Cómo evitamos el próximo colapso? Con menos codicia y más responsabilidad. Con menos opacidad y más regulación. Con menos especulación y más inversión. Es el momento de encender la luz… y no solo en nuestras casas, también en el debate público.
No hay comentarios:
Publicar un comentario