Carta de un Españolito de a pie
En un giro de acontecimientos que no sorprende a nadie, el apagón que sacudió a España ha revelado más sobre la política del país que cualquier debate parlamentario. ¿La razón? La sobrecarga de enchufados que, como esos viejos electrodomésticos que se niegan a dejar de funcionar, siguen enchufados al sistema, alimentándose del erario público con la voracidad de un vampiro con insomnio.
Cuando hablamos de ‘enchufados’, no nos referimos únicamente a los cables de una instalación eléctrica, sino a una generación entera de políticos, ex-políticos, y toda una galería de familiares, parejas, sobrinas, secretarias especiales y asesores varios que hacen que el término "familiar" adquiera un nuevo significado en el contexto laboral. En España, la capacidad de conseguir un empleo parece depender más del árbol genealógico que del currículum.
Y así, en medio de esta marea de "profesionales" que se sostienen en el sistema como si fueran parásitos en un organismo debilitado, la Caja de plomos petó. ¿Nos sorprende? No. Porque con más chupadores que trabajadores activos, la única carga que llevamos es la de un sistema que perpetúa la dependencia y desatiende la eficiencia.
Podemos imaginar la escena en el centro de control del apagón: un grupo de políticos pasándola bien mientras los técnicos se rascan la cabeza. “¿Pero cómo vamos a arreglar esto?”, pregunta uno. “¡Fácil! Llamemos a tal o cual amigo, seguro que sabe algo”. Y ahí están, todos con un enchufe en una mano y un café en la otra, deliberando sobre cómo desconectar a la ciudadanía de cualquier rayo de esperanza.
En coche, es cuestión de apretar un botón y listo, la luz vuelve. Pero en la política española, el apagón es solo un síntoma. La verdadera pregunta es: ¿quién necesita un generador eléctrico cuando podemos tener un puñado de enchufados bien colocados que aseguran que la oscuridad prevalezca? Así queda claro que, en este juego de luces y sombras, nunca sabremos si el próximo apagón será por falta de corriente o por falta de vergüenza.
Así que, mientras nos recuperamos de la sorpresiva “desconexión”, recordemos: en esta España de enchufados, el verdadero apagón es el de la razón y la ética. ¡Aprovechemos la luz – aunque sea intermitente – para ver más allá de tanto cableado corrupto!
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