Historia National Geographic
En el año 24 a.C., el geógrafo griego Estrabón visitó el Valle de los Reyes, una zona escarpada en las proximidades de la antigua capital de Tebas donde se concentraban las tumbas de los faraones de Egipto, y pudo entrar en el interior de la mayoría de las sepulturas de la necrópolis real. De todas ellas, 40 estaban abiertas, y las momias y el ajuar funerario habían desaparecido a manos de los numerosos grupos de saqueadores de tumbas que venían actuando en el lugar desde hacía siglos; de nada habían servido los métodos de protección de los sepulcros reales que los soberanos egipcios habían introducido durante el Imperio Nuevo, mil quinientos años atrás.
Pero la práctica de la profanación de tumbas era mucho más antigua: se remonta a los albores de la civilización egipcia. Los arqueólogos han comprobado que los enterramientos ya fueron saqueados en época predinástica, hacia 3000 a.C., en busca de los elementos que formaban el ajuar funerario del difunto, desde alimentos y mobiliario hasta joyas y enseres personales. El robo de tumbas era tan habitual que incluso un párrafo del Libro de los Muertos (un texto de carácter funerario compuesto a partir del año 2100 a.C.) hace referencia al problema: «Yo no he robado comida de los muertos ni he tocado las vendas [que envuelven a las momias]».
Las gentes del Nilo idearon diferentes métodos para evitar estos saqueos. El principal de ellos fue proyectar en el interior de las tumbas subterráneas un complejo sistema de estrechos pasadizos que conducían a cámaras sin salida o a puertas bloqueadas con losas de granito. Pero ni siquiera esto detuvo a los ladrones, que saquearon todas las pirámides de los faraones desde las épocas más remotas, como relataban los propios egipcios: «Aquel que estaba enterrado como Halcón [el faraón] es arrancado de su sarcófago. El secreto de las pirámides es violado», se lee en un fragmento perteneciente a una obra literaria de finales del Imperio Antiguo, Las lamentaciones de Ipu-ur. En este difícil período, el saqueo de tumbas estaba a la orden del día y este documento relata la profanación más antigua de la que se tiene constancia por escrito.
Ninguna tumba estaba a salvo
Durante el Imperio Medio, los faraones trataron de evitar estos robos, pero no tuvieron éxito. Fueron los reyes de la dinastía XVIII quienes idearon un nuevo sistema para proteger sus sepulcros. Por un lado, el lugar de entierro del faraón se separó del templo dedicado a su culto funerario. Estos templos se situaban a la vista de todos, frente a la nueva capital, Tebas: en la orilla oeste del Nilo, en un área de transición entre la zona montañosa y los campos de cultivo junto al río. En cambio, la necrópolis con las tumbas reales se localizó por detrás de esa zona, en lo que hoy conocemos como Valle de los Reyes, un valle recóndito situado entre altas escarpaduras.
Para hacer menos obvia la localización de sus sepulturas, los faraones se hicieron enterrar en hipogeos excavados en la montaña, abandonando la estructura de pirámide. La entrada a estas tumbas rupestres no estaba marcada con ninguna señal, por lo que se hacía difícil saber si se trataba de una cueva natural o una construcción humana.
Los medyai, un cuerpo especial de policía constituido por mercenarios de origen nubio, protegían toda la zona. Y, para mayor seguridad, los obreros que construyeron estas tumbas vivían concentrados en un poblado, Deir el-Medina, del que prácticamente no salían. Todo ello para evitar que las tumbas de los soberanos fueran saqueadas. Pero los ladrones consiguieron burlar todas las medidas de seguridad.
Robados durante el entierro
Aunque los saqueadores podían actuar en cualquier momento, lo hicieron sobre todo en períodos de incertidumbre política, según apuntan las evidencias arqueológicas y los relatos de los papiros. Éste fue el caso del final de la dinastía XVIII. Entonces, la revolución religiosa promovida por el faraón hereje Akhenatón y el regreso al culto tradicional bajo Tutankhamón marcaron una época inestable, durante la que se produjeron intentos de robo en las tumbas de Amenhotep III, Tutmosis IV y el propio Tutankhamón.
El faraón Horemheb puso fin a este ciclo ordenando la reparación de las tumbas, como indican los sellos con su nombre que aparecen en algunas de ellas. A finales de la dinastía XX, una época marcada por la corrupción en la administración, las incursiones de los libios en el Delta e incluso huelgas de obreros de la necrópolis real provocadas por el hambre, las tumbas del Valle de los Reyes fueron de nuevo el objetivo de los ladrones.
Probablemente, la mayoría de los robos tenía lugar durante el mismo entierro o poco después de la colocación del cuerpo dentro de la tumba; en tales casos, los ladrones contaban, sin duda, con la colaboración de los constructores del sepulcro e, incluso, con la ayuda de los guardias de la necrópolis. La disposición de los elementos de la tumba permite saber si el robo se realizó en el momento del entierro. En ese caso, la puerta de la tumba aparece cerrada, mientras que en su interior la momia se encuentra fuera del sarcófago, y los materiales del ajuar funerario se hallan rotos y desperdigados.
A veces, los ladrones también actuaban en el momento de la momificación, ya que las vendas del cuerpo aparecen a menudo deshechas y no se encuentran los amuletos que deberían figurar entre ellas. Además de estos amuletos, los ladrones se llevaban telas, perfumes, alimentos, recipientes y muebles de madera o marfil, objetos todos ellos de uso cotidiano que no llamaban mucho la atención. Pero si en los robos estaban implicados altos oficiales, también eran sustraídas las joyas y otros objetos hechos con metales preciosos.
Durante mucho tiempo se supuso que los robos acaecidos en el Valle de los Reyes habían sido perpetrados por personajes de baja extracción social. Sin embargo, diversos historiadores han sugerido que durante el Tercer Período Intermedio los propios monarcas ordenaron abrir las tumbas para llevarse las joyas de oro y reutilizarlas en sus ajuares funerarios, a causa de la escasez de materiales nobles que acompañó esa época de crisis.
Saqueos: un negocio turbio
Los saqueos de tumbas no sólo se conocen por las evidencias arqueológicas, sino también por una serie de excepcionales testimonios escritos. Se trata de un conjunto de papiros en escritura hierática (derivada de la jeroglífica) que relatan con detalle los juicios a los ladrones de tumbas del Valle de los Reyes. Estos papiros fueron encontrados en el templo funerario de Ramsés III en Medinet Habu, y reciben el nombre de diversos estudiosos y mecenas: Ambras, Leopold II-Amherst, Harris A, Mayer A y B, y Abbott. Los más famosos relatan algunos procesos contra ladrones de tumbas que se llevaron a cabo en tiempos de algunos faraones de finales del Imperio Nuevo.
En ese momento, la corte se localizaba en la ciudad de Pi-Ramsés, en el Delta, aunque los faraones continuaban enterrándose en el Valle de los Reyes, en Tebas. Durante el reinado de Ramsés IX, Tebas estaba gobernada por el visir Jaemuaset; bajo su mando estaban el alcalde de Tebas Este, llamado Paser, y Pauraa, el responsable de Tebas Oeste. La necrópolis real estaba vigilada por los medyai, controlados por Pauraa, que era el jefe de la policía. En un determinado momento, Paser escuchó rumores acerca de robos en la necrópolis real y acusó a diversos trabajadores, que se defendieron diciendo que las tumbas ya estaban abiertas.
El visir ordenó examinar diez tumbas reales; comprobó que siete estaban intactas, mientras que en otras dos se apreciaban intentos de saqueo (las de Inyotef V y VI, de la dinastía XVII) y sólo había sido violada la de Sebekemsaf II. Pauraa proporcionó una lista de sospechosos que fueron interrogados y torturados, pero sólo la cuadrilla de un tal Amonpanefer admitió el robo de una tumba real.
Amonpanefer hizo una confesión en toda regla: «Cogimos nuestras herramientas de cobre y cavamos un pasadizo en la pirámide-tumba del rey, encontramos la cámara subterránea y descendimos con nuestras teas en la mano, y hallamos la sepultura de la reina, abrimos sus sarcófagos y los ataúdes donde reposaban y encontramos la noble momia de este rey, equipado con una espada jepesh; alrededor de su cuello había muchos amuletos y joyas de oro. Estaba cubierto con su máscara de oro.
La venerable momia del rey estaba toda recubierta de oro. Sus ataúdes estaban decorados con plata y oro tanto por dentro como por fuera y cubiertos de toda clase de piedras preciosas. Arrancamos el oro, encontramos a la reina en el mismo estado y también le arrancamos todo, y prendimos fuego a sus ataúdes». A pesar de esta declaración inculpatoria, Amonpanefer quedó libre, ya que es muy probable que Pauraa sobornase a los miembros de la comisión.
No fue éste el único juicio realizado en época de Ramsés IX. En en el año 19 de su reinado hubo otra investigación por robos en las tumbas de Seti I y Ramsés II que acabó con el apresamiento de cinco personas de clase humilde. Las listas de sospechosos que se elaboraron nos muestran la implicación en el asunto de personajes de todas las clases sociales: escribas, comerciantes, esclavos de oficiales, guardianes y barqueros.
Unos años más tarde, bajo el reinado del último faraón del Imperio Nuevo, Ramsés XI, que también estuvo marcado por los disturbios y la inestabilidad política, se produjeron nuevos saqueos de tumbas. El Papiro Mayer B relata el juicio a una serie de ladrones que penetraron en la sepultura de Ramsés VI, y describe al detalle lo que se llevaron entre utensilios de metal y tejidos.
Un castigo terrible
Los ladrones de tumbas se exponían a la implacable justicia del faraón. Para arrancar su confesión se recurría a diversos métodos de tortura, especialmente las palizas con bastones. Una vez demostrada su culpabilidad, se les condenaba a diversas penas, la más común de las cuales era la mutilación de orejas, nariz y otras partes del rostro. En el caso de que el ladrón hubiera destruido el cadáver de la sepultura asaltada, especialmente si lo había quemado, sufría el máximo castigo: era empalado y su nombre se eliminaba de su tumba, impidiéndole, así, tener vida en el Más Allá, ya que para los egipcios la conservación del nombre era tan importante como la del cuerpo.
Los robos de tumbas se prolongaron durante toda la historia de Egipto. En época griega y romana, las tumbas ya estaban abiertas, como indican las inscripciones en griego y latín que se han hallado en ellas, así como la presencia de cruces coptas realizadas durante el período cristiano. Y la presencia de graffiti modernos nos recuerda que los ladrones continúan saqueando las necrópolis hoy en día. Pero no todos los ladrones consiguieron escapar sin ser atrapados.
En una tumba romana de Dush se encontró un esqueleto junto a una carta del siglo XVIII referente al aprovisionamiento de hierba para un asno; una roca de la bóveda había caído encima del ladrón y lo había matado. ¿Casualidad o justicia divina?


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