HoyAragon
Situada a un paso de la Catedral, esta vía histórica concentra en apenas unos cientos de metros una de las mayores densidades de restaurantes, tabernas y casas de comida de toda España. Es un hervidero de acentos, peregrinos, turistas y gallegos que acuden atraídos por algo que aquí se respira con naturalidad: el culto al buen producto.
Un legado culinario que nace en la Edad Media
La Rúa do Franco no es un invento turístico reciente. Su identidad gastronómica se remonta a la Edad Media, cuando los peregrinos procedentes de Francia entraban por este punto camino del Obradoiro. De ellos tomó el nombre la calle, pero también parte de su carácter hospitalario. Muchas fachadas aún conservan símbolos grabados en piedra —vieiras, árboles, estrellas— que recuerdan ese pasado ligado al Camino de Santiago.
Los mesones de madera conviven con restaurantes más modernos, pero todos mantienen una base común: el producto gallego.
Una oferta gastronómica inagotable
Aunque su fama se debe sobre todo al marisco, la fuerza de esta calle está en la diversidad. En la Rúa do Franco hay parrillas, tabernas que defienden recetas de abuela, locales donde el pulpo se corta con precisión y restaurantes que reinterpretan la tradición con mirada contemporánea.
El pulpo á feira, el percebe, las almejas a la marinera o los mejillones picantes conviven con propuestas tan populares como el “cocodrilo” —una tapa de lomo con patatas muy apreciada por los compostelanos— o clásicos como el hígado encebollado de toda la vida. Cada local tiene algo propio, una especialidad que lo ha hecho imprescindible en la ruta gastronómica de la ciudad.
El ambiente que lo cambia todo
Parte del encanto de esta calle es su atmósfera. La Rúa do Franco empieza a despertar a mediodía. Al caer la tarde, se convierte en una explosión de vida: familias, grupos de estudiantes, visitantes extranjeros y compostelanos de toda la vida llenan las mesas.
Entre los universitarios de los años 90 nació una costumbre que hoy forma parte del folclore local: el famoso “rally París-Dakar”. La prueba —no apta para principiantes— consistía en recorrer todos los bares comprendidos entre dos locales bautizados con esos nombres y tomar en cada uno una taza de vino Ribeiro.
Por eso, aunque en España abundan calles gastronómicas emblemáticas —desde el Tubo hasta la Laurel— pocas pueden presumir de ofrecer una experiencia tan completa, intensa y auténtica como esta.

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