martes, 16 de diciembre de 2025

Canal Aragón : Las vistas más impactantes en otoño están en Aragón: un valle que le debe todo a Juan II

  Hoyaragon

Cuando el otoño empieza a teñir de ocres y rojos las laderas del Pirineo, hay un rincón en Aragón que se convierte en uno de los miradores más espectaculares de España. En el extremo este de un pequeño pueblo de la comarca de Sobrarbe, la iglesia de San Salvador, levantada en el siglo XIII, se asoma al vacío como una atalaya natural sobre los grandes paisajes del Pirineo oscense.

Desde su entorno, las vistas son de 360 grados: al frente, el cañón de Ordesa se abre como una inmensa herida verde entre paredes de roca; al fondo, las cumbres nevadas de Monte Perdido brillan con las primeras nieves; alrededor, se encadenan valles y collados que se pierden más allá de donde alcanza la vista. Es, literalmente, un balcón sobre el corazón del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido.

Un valle modelado por la historia… y por Juan II

La comarca en la que se enclava este pueblo fue, durante siglos, territorio fronterizo, zona de paso y objeto de interés de la Corona de Aragón. Buena parte de su organización histórica, de sus rutas, de sus derechos de pasto y aprovechamiento del monte se consolidaron en época de los reyes aragoneses, cuando las decisiones de la corte marcaban el destino de valles enteros.

 
Una ruta por el valle que te deja sin palabras / HOY ARAGÓN

Hoy, esos mismos valles viven sobre todo del turismo de naturaleza, del senderismo y del patrimonio, pero conservan en su trazado urbano, en sus ermitas y en sus antiguas construcciones defensivas la huella de aquella época de fueros, privilegios y protección de caminos y montes.

Ordesa y Monte Perdido: el otoño como espectáculo

A pocos kilómetros de este mirador, se abre uno de los paisajes más reconocibles de Aragón: el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Declarado espacio protegido hace más de cien años, fue el segundo parque nacional de España y hoy está reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

En su orografía domina Monte Perdido (3.355 metros), el macizo calcáreo más alto de Europa, flanqueado por las cimas de las Tres Sorores. A sus pies, una red de valles emblemáticos —Ordesa, Añisclo, Escuaín y Pineta— dibuja un mapa único de cañones, paredes verticales, bosques y cascadas. Desde 1982, todos ellos forman parte del perímetro del parque.



Los cañones de Ordesa es de unas sensaciones difíciles de explicar si no se vive / HOY ARAGÓN

Es en otoño cuando este conjunto alcanza uno de sus momentos más impresionantes. Los bosques de hayas, abetos, pino negro, abedules y robles se transforman en un mosaico que va del amarillo más intenso al rojo oscuro, pasando por toda la gama de cobres y anaranjados. Cada valle ofrece su propia versión del otoño: más umbrío y cerrado en Ordesa, dramático y escarpado en Añisclo, luminoso en Pineta, abrupto y salvaje en Escuaín.

Un laboratorio vivo de biodiversidad

Más allá de su belleza, Ordesa y Monte Perdido es una pieza clave del patrimonio natural europeo. El parque combina factores geográficos, climáticos y ecológicos que lo convierten en un refugio privilegiado para numerosas especies: zonas de alta montaña, bosques húmedos y paredes verticales, comunidades vegetales únicas ligadas a los suelos calizos y especies emblemáticas como el quebrantahuesos, el sarrio, el urogallo o el tritón pirenaico.

Este mosaico de hábitats hace que el parque sea esencial para el equilibrio ecológico del Pirineo y para la conservación de la biodiversidad a escala europea. En otoño, la combinación de fauna en movimiento, bosques en transformación y cambios de luz convierte cada jornada en un espectáculo distinto.

Un mirador privilegiado para entender el Pirineo

Desde la iglesia de San Salvador, la panorámica resume en un solo golpe de vista lo que significa el Pirineo aragonés: montaña, historia y paisaje condensados. El viajero puede pasar de contemplar las grandes cimas a adentrarse a pie en senderos que llevan a ermitas, antiguos caminos de herradura o miradores naturales.

La escena tiene algo de resumen perfecto: un pueblo pequeño, una iglesia medieval, un valle que creció a la sombra de las decisiones de la monarquía aragonesa y, al fondo, el pulso silencioso de Ordesa y Monte Perdido, que cada otoño recuerda por qué Aragón es uno de los grandes santuarios naturales de Europa.

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