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Groenlandia no solo pierde hielo. También se desplaza, se deforma y cambia de tamaño. Un nuevo análisis liderado por el geodesta Danjal Longfors Berg (Universidad Técnica de Dinamarca, DTU) concluye que la isla más grande del planeta deriva unos 2,3 centímetros al año hacia el noroeste, mientras distintas zonas se elevan, se hunden o se estiran en direcciones opuestas.
La clave de la investigación es el tipo de evidencia. El equipo ha explotado dos décadas de observaciones GNSS (GPS y sistemas equivalentes) para medir movimientos horizontales y verticales del terreno con precisión milimétrica. En el caso de Groenlandia, las estimaciones se apoyan en decenas de estaciones repartidas por el territorio, y se integran en un marco regional más amplio con miles de puntos de control en América del Norte.
Tres fuerzas que empujan en direcciones distintas
El estudio describe un resultado incómodo para los modelos “de manual” que atribuyen la deriva casi por completo a la placa tectónica. La señal que detectan es la suma de tres procesos.
La primera es la tectónica de placas, que arrastra a Groenlandia como parte de la placa de América del Norte. Esa componente explica parte del desplazamiento sostenido hacia el noroeste, pero no el patrón completo.
La segunda es la herencia de la última Edad de Hielo. Aunque el máximo glacial quedó atrás hace decenas de miles de años, la corteza y el manto siguen reajustándose lentamente. Ese “recuerdo” geológico todavía genera hundimientos y elevaciones diferenciales, y en Groenlandia aparece con más intensidad de lo que muchos modelos anticipaban.
La tercera fuerza es contemporánea y es la que conecta esta historia con el cambio climático. El deshielo actual aligera la carga sobre el basamento rocoso y modifica la deformación regional, con zonas costeras que se elevan y se desplazan al ritmo al que cambia la distribución del hielo.
No es un detalle académico (afecta a coordenadas y obras)
La parte más práctica del hallazgo es que la deformación no es uniforme. En términos operativos esto obliga a afinar sistemas que dependen de coordenadas estables, desde redes geodésicas hasta navegación por satélite, cartografía oficial y planificación de infraestructuras. El propio equipo subraya que el nuevo mapa de movimientos permite actualizar referencias con mayor precisión.
Además, estas deformaciones se cruzan con un problema mayor. Groenlandia es una de las grandes fuentes de aporte al aumento del nivel del mar a escala global y la pérdida de masa se monitoriza con satélites como GRACE y GRACE Follow On. NASA resume la tendencia con un orden de magnitud elocuente, alrededor de 270.000 millones de toneladas de hielo perdidas por año en promedio, aunque con variabilidad interanual.
En paralelo, centros como el NSIDC publican series casi en tiempo real del deshielo superficial. En su balance de la temporada de 2025, la institución situaba el arranque del deshielo en una senda ligeramente por encima de la media, con protagonismo de la costa occidental.
El enfoque que cambia la lectura del fenómeno
La idea más interesante no es que la isla “se mueva”, porque eso entra dentro de lo esperable en un planeta vivo. Lo relevante es que el movimiento observado es un mosaico donde se solapan escalas de tiempo incompatibles.
Por un lado está el reloj lento de la geología, con ajustes que tardan milenios en completarse. Por otro, la señal rápida del deshielo moderno, que reconfigura cargas en décadas. Y en medio, la tectónica, que marca una deriva sostenida pero insuficiente para explicar por sí sola la deformación regional. Ese encaje de procesos ayuda a interpretar mejor qué parte del cambio es reversible, cuál no lo es y qué incertidumbres arrastran los modelos cuando se usan para proyectar escenarios.
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