Curiosidades
La Antártida sigue siendo uno de los grandes territorios desconocidos del planeta, su inmensidad helada esconde procesos que avanzan sin que nos enteremos, pero que pueden transformar el equilibrio climático global.
Lo que a simple vista parece un bloque de hielo a la deriva puede convertirse en una ventana privilegiada para entender cómo el calentamiento global está reconfigurando los océanos.
Un iceberg revela lo que ocurre bajo el hielo
Eso es precisamente lo que ha ocurrido con el A‑68a, uno de los mayores icebergs registrados, cuyo colapso ha podido observarse de cerca gracias a un robot submarino de última generación.
Este bloque de hielo representaba el 12 % de la barrera antártica, unos cinco mil ochocientos kilómetros cuadrados que se separaron de la masa principal en 2017.
Oficialmente se dio por desintegrado en abril, pero dos meses antes un equipo del British Antarctic Survey decidió adelantarse a su final y estudiar su comportamiento desde dentro.
Para ello desplegaron dos planeadores submarinos autónomos, Doombar‑405 y HSB‑439, lanzados desde el buque RRS James Cook y pilotados a más de doce mil kilómetros de distancia con ayuda de imágenes satelitales.
Durante diecisiete días, estos robots recorrieron las aguas bajo el iceberg, enviando datos en tiempo real sobre su deshielo y sus efectos en el entorno.
La misión no estuvo exenta de dificultades, algo habitual en este tipo de operaciones, y es que uno de los planeadores se perdió y maniobrar bajo una estructura de hielo en movimiento resultó más complejo de lo previsto.
Aun así, la información obtenida permitió confirmar un fenómeno que hasta ahora solo se intuía: el A‑68a se estaba desmoronando desde su base.
Ese colapso alteró una capa de agua fría conocida como winter water, que actúa como barrera natural e impide que los nutrientes de las profundidades asciendan a la superficie. Al romperse esa estructura, el océano liberó hierro, sílice y otros compuestos esenciales que fertilizaron la zona.
El fitoplancton respondió con un crecimiento explosivo y, con él, el krill, la base de la cadena alimentaria antártica.
El caso del A‑68a es un ejemplo más de un fenómeno cada vez más habitual: la ruptura de grandes icebergs vinculada al calentamiento global.
Estos eventos no solo cambian la geografía del continente blanco, sino que alteran la circulación de nutrientes, el intercambio de calor y carbono entre el océano y la atmósfera y, en última instancia, la dinámica de las corrientes marinas.
Comprender estos procesos es esencial para anticipar cómo responderán los océanos a un planeta que se calienta año tras año.
La investigación en la Antártida ha dado un salto cualitativo gracias a la robótica y es que los planeadores utilizados en esta misión demuestran cómo la tecnología permite explorar zonas inaccesibles y obtener datos que antes eran impensables.
La combinación de sensores avanzados, navegación autónoma y transmisión en tiempo real está transformando la forma en que estudiamos los ambientes más extremos.
Visitar la Antártida sigue siendo un privilegio reservado a unos pocos, o a los robots capaces de sumergirse bajo sus icebergs, pero la tecnología también abre puertas que hasta hace muy poco nadie imaginaba.

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