La Puerta del Infierno sigue abierta, y no parece que el portero tenga intención de echar el cierre. En mitad del desierto de Karakum, en Turkmenistán, un cráter de gas lleva escupiendo fuego ininterrumpidamente desde hace más de medio siglo. Lo que empezó como un "ups" de la ingeniería soviética se ha convertido en el mayor reclamo turístico de un país que, curiosamente, no tiene ni idea (o no quiere tenerla) de cómo empezó todo.
La versión oficial que todo el mundo da por buena, pero que nadie se atreve a certificar con un sello oficial, nos traslada a 1971. Un grupo de geólogos de la antigua URSS estaba perforando en busca de petróleo cuando, para su sorpresa, se toparon con una cueva de gas natural. El suelo decidió que no quería aguantar el peso de la maquinaria y se hundió, creando un agujero de 70 metros de diámetro.
Para evitar que el metano gaseoso asfixiara a las poblaciones cercanas, los ingenieros pensaron que lo más "brillante" sería prenderle fuego, convencidos de que se apagaría en un par de semanas. Cincuenta y cuatro años después, ahí siguen las llamas. Sin embargo, el rastro de papel es tan difuso como el humo que no existe en el cráter. Algunos archivos permanecen clasificados y los geólogos locales ni siquiera se ponen de acuerdo: hay quienes aseguran que el fuego no empezó hasta los años 80. Un callejón sin salida burocrático que huele a chamusquina.
Un "coliseo de fuego" que atrae hasta a las arañas
A pesar de ser un desastre ecológico de manual, el cráter de Darvaza es un imán para los buscadores de experiencias extremas. El explorador canadiense George Kourounis, el primer humano en bajar a ese horno en 2013, lo describió de forma casi poética:
"Lo describo como un coliseo de fuego; mires donde mires hay miles de estas pequeñas llamas. El sonido era como el de un motor a reacción, ese rugido de gas ardiendo a alta presión".
Kourounis también destacó que, al ser una combustión tan limpia, no hay humo que oculte la vista, lo que permite disfrutar del espectáculo de cada lengua de fuego. Un espectáculo que, según cuentan los lugareños, fascina hasta a las arañas, que se lanzan de cabeza a las llamas atraídas por la luz.
El Gobierno intenta cerrar la oficina
El actual presidente, Gurbanguly Berdimuhamedow, parece que se ha cansado de tener un infierno particular en su patio trasero. Ha ordenado buscar soluciones para extinguir el incendio de una vez por todas, alegando que el cráter afecta negativamente a la salud de los habitantes de la zona y, por supuesto, supone un desperdicio de gas natural que hoy en día se paga a precio de oro.
Irina Luryeva, directiva de la empresa estatal Turkmengaz, parece optimista respecto a los esfuerzos de contención: "La reducción [de los incendios] es de casi el triple".
Sin embargo, frenar la sangre de la cuenca de Amu-Darya, una de las provincias de gas más productivas del mundo, no es tan fácil como soplar una vela. Mientras los expertos deciden qué manguera usar, los turistas pueden seguir durmiendo en yurtas junto al cráter, disfrutando de un olor "extraño" y del rugido constante de un error histórico que se niega a morir.

No hay comentarios:
Publicar un comentario