Durante años, científicos y exploradores han advertido que la Antártida no es un continente inmóvil, sino un gigante que cruje por dentro. Pero ahora, una nueva señal se suma a un paisaje ya inquietante: ruidos profundos, vibraciones inesperadas, movimientos que no deberían estar ahí, y es que no provienen de fallas tectónicas ni de volcanes ocultos, sino que surgen del hielo mismo.
En redes y foros especializados, el debate ha crecido en torno al porqué el llamado “Doomsday Glacier”, el glaciar del Juicio Final, parece activarse justo ahora, así como qué está provocando estos temblores silenciosos que no se sienten en la superficie, pero recorren miles de kilómetros bajo tierra. La comunidad científica intuía respuestas, pero faltaba una prueba clara y directa.
Ese indicio acaba de aparecer, y no se trata de unos cuantos eventos aislados, sino de cientos de fenómenos detectados donde hasta ahora solo había silencio. La magnitud del hallazgo obliga a repensar no solo el comportamiento del glaciar Thwaites, sino la velocidad con la que podría responder a los cambios en el clima y el océano.
Porque lo que ocurre en Thwaites no se queda en la Antártida, ya que si este glaciar colapsa (algo que los científicos consideran posible a largo plazo) el nivel del mar subiría varios metros, y ahora sabemos que, en su punto más crítico, el hielo está vibrando mucho más de lo que creíamos.
Un hallazgo que cambia el mapa sísmico del continente helado
Los llamados “terremotos glaciares” no se parecen a los terremotos comunes, ya que no nacen del roce de placas tectónicas, sino del vuelco de enormes icebergs cuando se desprenden del extremo de un glaciar. Esos bloques, altos y delgados, caen al océano, se desequilibran y, al zozobrar, golpean con violencia el hielo del que se separaron, cuyo impacto genera ondas sísmicas que viajan a miles de kilómetros, pero con una particularidad: carecen de las vibraciones de alta frecuencia que permiten detectar movimientos tradicionales.
Según lo publicado por Science Alert, durante décadas, estos fenómenos pasaron desapercibidos, puesto que, hasta ahora, el lugar del mundo donde se habían registrado de forma sistemática era Groenlandia, cuya capa de hielo más expuesta ha generado eventos tan potentes que incluso pueden compararse con pruebas nucleares norcoreanas. Además, siguen un patrón estacional claro: aumentan a finales del verano y se han vuelto más frecuentes con el avance del calentamiento global.
Pero en la Antártida, pese a ser la mayor masa de hielo del planeta, apenas se habían detectado unos pocos. La explicación parecía lógica, ya que si los terremotos glaciares antárticos eran mucho más débiles, la red sísmica global simplemente no era capaz de escucharlos, lo que cambió con un nuevo estudio que empleó estaciones sísmicas instaladas directamente en suelo antártico. Gracias a esa proximidad, el investigador Thanh-Son Pham identificó más de 360 eventos entre 2010 y 2023 que no figuraban en ningún catálogo sísmico, de los cuales, dos tercios estaban concentrados en un solo punto: el frente marino del glaciar Thwaites.
Y no se trató de un goteo constante, sino de picos claros. De hecho, entre 2018 y 2020, el glaciar experimentó un periodo de aceleración en su lengua de hielo, algo ya documentado por satélites mismo intervalo en que los terremotos glaciares se dispararon. Ahora bien, la relación temporal es tan estrecha que los investigadores creen que la causa podría estar en las condiciones del océano: aguas más cálidas, corrientes más agresivas o una combinación de ambos factores debilitando la base del glaciar.
Los "latidos" ocultos del hielo antártico y el futuro del nivel del mar
El hallazgo no solo muestra que Thwaites está más activo de lo que se pensaba, sino también que el océano puede afectar su estabilidad en periodos muy breves; una conexión rápida, de meses o pocos años, que constituye una de las piezas más importantes para proyectar qué podría pasar con el nivel del mar en los próximos siglos.
También se detectó un segundo grupo de eventos en el glaciar Pine Island, aunque en este caso los temblores no coinciden con zonas donde se desprenden icebergs, por lo que su origen sigue siendo un misterio. Es decir, son señales intermedias, sí, pero no encajan en ningún patrón conocido.
En suma, el estudio abre una nueva vía para entender el futuro de la Antártida, debido a que si somos capaces de detectar estos “latidos sísmicos” del hielo, podríamos anticipar cuándo un glaciar está entrando en una fase de inestabilidad, lo cual sería clave para resolver la mayor incógnita climática actual: cuánto, y con qué rapidez, aumentará el nivel del mar.
Los próximos pasos pasan por expandir la red de sensores, estudiar a fondo cómo interactúan el océano, el hielo y el lecho rocoso, y afinar modelos que permitan predecir cambios inminentes. El glaciar del Juicio Final no colapsará mañana, pero cada vibración registrada indica que su futuro es mucho más dinámico, y vulnerable, de lo que creíamos.

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