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La historia de Semíramis, la reina guerrera asiria
El nombre de Semíramis remite a un personaje de la antigua Mesopotamia, una reina asiria cuya existencia real oscila entre la Historia y el mito, y que pasó a la posteridad como soberana de un extenso imperio, aparte de protagonizar dos leyendas: haber sido la creadora de los famosos jardines colgantes de Babilonia y la madre del constructor de la Torre de Babel.
En realidad, la dimensión legendaria de Semíramis es aún mayor, ya que su propio origen se atribuyó a una naturaleza ultraterrena: sería hija de Derceto, la versión griega de la diosa siria Atargatis, que era la contraparte femenina de Dagón, dios de los cultivos y la fertilidad; al igual que él, se la representaba con cabeza y brazos de mujer (en su caso también con pechos), pero el resto del cuerpo correspondía a un pez (cola, escamas). Según la mitología mesopotámica estaba casada con Hadad, divinidad del trueno y la lluvia, pero los clásicos aportaron su propia interpretación.
Contaba Diodoro Sículo en su Biblioteca histórica que Derceto ofendió gravemente a Venus (Afrodita), por lo que ésta la maldijo sometiéndola a una pasión ciega hacia un hombre que estaba ofreciendo sacrificios en el templo, el pastor Caístro. De su consiguiente relación dio a luz a una niña, pero la maldición incluía que el amor se acabase inmediatamente, razón por la cual Derceto, avergonzada, mandó matar a su amante, abandonó a la criatura en el desierto y trató de quitarse la vida arrojándose al mar. Los dioses no permitieron su muerte y la salvaron, pero a cambio le quedó su característico cuerpo híbrido.
Como ya se imaginará el lector la niña desamparada era Semíramis, que hasta que la encontró un pastor llamado Simas sobrevivió alimentada por palomas (que además la mantuvieron caliente bajo sus alas), de ahí que la asociación iconográfica de ese ave con los peces, hallada en una estatua suya del templo de Hierápolis Bambyce (la antigua ciudad siria de Mabbog, cerca de Alepo), haya llevado a sugerir que fue ella quien mandó edificarlo. El caso es que, ya adulta, contrajo matrimonio con Onnes, general y gobernador de Siria al servicio del rey asirio Nino, con quien tuvo dos hijos.
Nino también es medio mitológico, pues se le consideraba hijo de Baal (dios del trueno, la lluvia y la fertilidad, de origen cananeo pero difundido por todo el Oriente Próximo, más tarde asimilado con Cronos y Saturno) y, de hecho, su nombre no figura en ninguna lista real ni en ningún texto coetáneo. Por eso hoy se considera que se trata de una fusión de varios personajes, unos históricos y otros no, hecha por autores griegos como Ctesias de Cnido -médico de Artajerjes II y cuya Historia de Persia, se ha perdido- o el mencionado Diodoro Sículo. Más tarde, la historiografía dio por verídica su existencia hasta que el desciframiento de la escritura cuneiforme en el siglo XIX cambió las cosas.
A Nino se debería la doma de los primeros perros de caza y los inicios de la equitación (de ahí que, a menudo, se le represente en el arte como un centauro). Pero, sobre todo, sería el fundador de Nínive, capital de Asiria, cuyo poder empezó a forjar él en el tercer milenio a.C. con la ayuda de Ariaeo, rey de Arabia. Así, se hizo con toda Mesopotamia, Asia Menor y parte de Oriente Medio, llegando hasta Bactriana. Precisamente durante el asedio de Bactra conoció a Semíramis a través de su citado marido, al que llevó consigo a la campaña entre sus mandos. Perdidamente enamorado, Nino forzó a Onnes a quitarse la vida para tomar a su viuda como esposa, con la que tuvo un heredero, Ninias (se conserva un documento narrando un episodio como éste auténtico: un funcionario que se rebeló contra el rey debido a que su esposa fue llevada al harén real).
Hablamos de Ninias como heredero porque su progenitor falleció en circunstancias sospechosas, presuntamente por orden de Semíramis, por mucho que luego ésta le erigiera cerca de Babilonia un fabuloso mausoleo, posterior escenario de los amores de Píramo y Tisbe, los antecedentes de Romeo y Julieta. Otra versión dice que fue una flecha la que acabó con el monarca, durante una batalla contra los bactrianos, disfrazándose ella con las ropas y armas de su hijo para dirigir al ejército (en ese contexto, habría sido la inventora del característico pantalón largo que usaban medos y persas). En cualquier caso, como se puede ver, Semíramis se las arregló para tomar las riendas del Imperio Asirio y ya no las soltó en los siguientes cuarenta y dos años.
Ese largo reinado está trufado de no pocos episodios fantásticos, contados no sólo por Diodoro sino también por otras ochenta antiguas ilustres plumas, entre ellas las de Heródoto (Los nueve libros de la Historia), Ovidio (La metamorfosis), Paulo Orosio (Historiae adversus paganus), Eusebio de Cesarea (Chronicon), Valerio Máximo (Factorum et dictorum memorabilium libri), Justino (Epitome Historiarum philippicarum Pompei Trogi), Cástor de Rodas (Biblioteca mitológica), Plutarco (Amatorius) o Polieno (Estratagemas). Asimismo, se fijaron en ella muchos escritores posteriores, como Dante (Divina comedia), Petrarca (Los triunfos), Bocaccio (De mulieribus claris), Calderón de la Barca (La hija del aire), William Shakespeare (Tito Andrónico), etc. A menudo en clave negativa, todo hay que decirlo, si bien Christine de Pizán (La ciudad de las damas) deja un retrato más positivo al describirla como «mujer heroica, resuelta y llena de valor».
Según esas y otras obras, Semíramis sometió a los pueblos que habían aprovechado la muerte de Nino para rebelarse; dirigió numerosas campañas de conquista que le permitieron ampliar las fronteras imperiales hasta Egipto y Libia por el oeste, Etiopía por el sur, y la India por el este (no llegó a conquistarla, dice Ctesias, al resultar herida dos veces; pero estuvo a punto de lograrlo, engañando al rey indio Stabrobates haciendo disfrazar a sus camellos con pieles de búfalo para simular un ejército de elefantes); adecuó las orillas artificiales del río Éufrates y fue responsable de muchas infraestructuras; mandó hacer la inscripción de Behistún (en realidad la hizo el persa Darío el Grande); fundó la ciudad de Shamiramagerd como residencia estival (es la actual Van, en Turquía); e ideó la figura del eunuco al mandar castrar jóvenes con ese fin.
También le adjudican protagonismo en la leyenda de Ara el Bello, según la cual Semíramis se enamoró del rey homónimo de Armenia, que era tan guapo como para haberse ganado el apodo consiguiente, pero al ser rechazada por él emprendió una campaña de conquista sólo para capturarlo y convertirlo en su marido. La reina asiria venció en el campo de batalla pero, pese a las órdenes que había dado al respecto, sus tropas mataron al soberano enemigo. Entonces disfrazó a uno de sus amantes con las ropas de Ara y, tras difundir el rumor de que los dioses lo habían resucitado, lo exhibió públicamente, logrando que los armenios renunciaran a cualquier venganza.
Otra versión cuenta que consiguió devolverle la vida con sus oraciones. El caso es que ese episodio se ha interpretado como una adaptación del mito de Er, que Platón cuenta en su obra, La república: un hombre llamado Er muere en combate y su cuerpo permanece diez días en el campo, sin pudrirse, reviviendo cuando están a punto de arrojarlo a una pira funeraria y contando su experiencia de ultratumba. El filósofo ateniense aprovecha para reflexionar sobre diversos temas, como la reencarnación, la moral, la recompensa ultraterrena, etc.
De todas las cosas que le atribuyen a Semiramís quizá la más conocida sea la de la creación de los famosos jardines colgantes de Babilonia. Los historiadores dicen que la que fue una de las siete maravillas del mundo Antiguo se debió en realidad al rey Nabucodonosor II, que habría ordenado su construcción en torno al año 600 a.C., durante el Imperio Neobabilónico, como regalo a su esposa Amitis, que era meda y echaba de menos el florido y montañoso paisaje de su tierra. Así, se colocaron junto al palacio varias terrazas sucesivas, cada una con exuberante vegetación, tal como cuenta Estrabón:
“Éste consta de terrazas abovedadas alzadas unas sobre otras, que descansan sobre pilares cúbicos. Éstas son ahuecadas y rellenas con tierra para permitir la plantación de árboles de gran tamaño. Los pilares, las bóvedas, y las terrazas están construidas con ladrillo cocido y asfalto».
Estrabón hablaba por referencias, ya que escribió su obra Geografía cinco siglos más tarde, poco después de que los jardines colgantes hubieran quedado arrasados por un incendio durante la conquista de la ciudad por el rey parto Evemero. Asimismo, esa infraestructura fue unos doscientos años anterior a Semíramis, quien, no obstante, sí habría llevado a cabo importantes trabajos de reconstrucción y reforma en Babilonia, dotándola de murallas, fortificaciones y palacios, protegiéndola y embelleciéndola.
Ahora bien, una mujer tan destacada y envuelta en un aura legendaria de semejante magnitud no podía sino levantar recelo en otros ámbitos. El cristiano, por ejemplo, que siempre puso su paganismo y su presunta inmoralidad por encima de cualquier virtud. Esa visión negativa empezó a difundirse ya en el tránsito entre las edades Antigua y Media, en el siglo V d.C., cuando el sacerdote e historiador hispano Paulo Orosio la asoció con la lujuria y la promiscuidad (hasta el punto de tener relaciones con su propio hijo e incluso con un caballo) en sus Siete libros de historia contra los paganos. Luego, Dante la situó en el segundo círculo del infierno y para Petrarca era la encarnación del amor malvado.
No obstante, la verdadera ofensiva contra Semíramis llegó en el puritano siglo XIX, de la mano del escocés Alexander Hislop, un párroco protestante que en 1853 publicó un libro titulado The two Babylons. Romanism and its origins. Se trata más bien de un panfleto contra la Iglesia Católica, a la que considera la Babilonia descrita en el Apocalipsis bíblico. Para ello, la compara con la religión asiria, atribuyéndole a Semíramis la invención del politeismo y la creación, junto a su hijo Nimrod, de una conspiración transcronológica para perpetuar su fe a través de los tiempos.
Rivalidad religiosa al margen, lo cierto es que Hislop mezcló deliberadamente mitos procedentes de culturas diferentes, equivocándose además al dar por ciertos muchos datos históricos que más tarde, cuando se tradujo la escritura cuneiforme, se revelaron erróneos. Entre ellos, considerar a Semíramis madre de Nimrod (el monarca que mandó erigir la Torre de Babel, según la Biblia), asegurar que se casó con él engendrando un hijo llamado Tammuz (luego divinizado, como veremos) e identificarla con la Ramera de Babilonia (el Anticristo, según el Apocalipsis).
Obviamente, la Semíramis histórica no tuvo relación alguna con Nimrod. Primero, porque éste es un personaje bíblico; según el Génesis, era hijo de Kush (por tanto, nieto de Cam y biznieto de Noé) y fue el fundador del primer reino tras el Diluvio, con las ciudades de Akkad, Uruk, Cal Eh y Babel (en la que, además mandó levantar la célebre torre). Hislop usó la identificación entre Nimrod y Nino que había hecho Ctesias de Cnido, dándola por buena. Con lo que la siguiente cuestión sería determinar qué hay de la Semíramis auténtica. La respuesta es difícil, si no imposible entre tanto bulo; baste añadir, como ejemplo, que se le adjudica también la invención del cinturón de castidad o que detuvo una rebelión mostrándose desnuda ante los insurrectos (o únicamente mostrando su cabellera sin cubrir, según versiones).
Algunos historiadores opinan que en realidad se trataba de Sammuramat (o Shamiram), una reina de comprobada existencia, consorte principal del rey neoasirio Shamsi-Adad IV. No hay muchos datos de su juventud, por lo que se especula que quizá era originaria de Urartu, Ascalón o Siria; tampoco se conserva más que una sencilla mención de su matrimonio con el monarca, por lo que no empieza a ser conocida hasta que asume la corregencia con su hijo Anad-Nirari III (o, al menos, le tutela durante los primeros cinco años, por su juventud, entre el 810 y el 805 a.C.), alcanzado un poder tan notorio como para que se le dedicasen las estelas de Pazarcik, la Saba’a y Assur, así como inscripciones en estatuas de Nimrud (la capital asiria). Cabe decir, por cierto, que durante ese período Babilonia no estaba bajo control asirio, así que Sammuramat no tuvo relación alguna con esa ciudad ni sus jardines colgantes.
Es posible que, cuando su hijo creció y asumió el trono plenamente, Sammuramat renunciase y se enclaustrara en un templo, lo que podría haber sido la chispa que encendió la tradición de su consideración divina. Fruto de ella fue la leyenda del embarazo milagroso de Semíramis tras fallecer Nino: la fecundación corrió a cargo de rayos solares y permitió al difunto reencarnarse en el niño, el citado Tammuz, que nació durante el solsticio de invierno (una fecha habitual en los alumbramientos divinos, como en el caso de Jesús, el Sol Invicto o Baal); cabe explicar que, en la religión babilónica, Tammuz era la deidad del pastoreo y la fertilidad, así como marido de Inanna.
Siendo esposa y madre de un dios, Semíramis pasó a ser identificada con Ishtar, diosa babilónica del amor, la belleza, la fertilidad y la vida, Reina del Cielo y destinataria de un peculiar culto, el de la prostitución sagrada (lo que hace más comprensible el mal concepto cristiano al que aludíamos antes). Como era habitual, más tarde se produjo una asimilación con otros panteones: la egipcia Isis, la cananea Astarté, la israelita Astarot, la romana Venus… Aunque no todo fueron diosas. Aparte de la reseñada Sammuramat, la figura de Semíramis es fruto de una amalgama de personajes que incluye también a humanas como Atalia, la esposa de Sergón II, y Naqi’a, mujer de Senaquerib (hijo del anterior) y abuela de Asurbanipal, ambas poderosas regentes.
Llegados a este punto, únicamente queda explicar el final del personaje. La leyenda dice que tuvo un reinado glorioso de cuarenta y dos años, al término de los cuales abdicó en favor de su hijo, el cual llevaba tiempo disputándoselo pese a ser considerado débil y poco guerrero. La causa directa, según Justino, habría sido el intento de su madre de acostarse con él, leyenda negra habitual de las mujeres fuertes de la Historia. Desde entonces no se volvió a saber más de ella, aunque no faltan tradiciones diversas: si Ctesias narraba que retuvo el trono pero nunca se volvió a casar por miedo a una traición (razón por la que asesinaba a todos sus amantes), otra cuenta que se quitó la vida arrojándose a una hoguera (como Dido, tras ser rechazada por Eneas); la más curiosa, empero, es la que dice que ascendió al cielo en forma de paloma.
«A mí la naturaleza me hizo mujer , pero yo con mis acciones no fui inferior a ningún hombre valiente. Yo, reina de Nínive, hacia el Levante lo limité con el rio Inamanes, por donde el sol media su caminar con la ruta que trae el incienso y la mirra, y por el lugar de los fríos, con los sacas y sogdos. Ningún asirio vio antes el mar; yo, en cambio, vi cuatro, más allá de los cuales no es posible llegar: pues ¿qué fuerza los contiene? Obligué a los ríos a correr por donde quería, y quise que lo hicieran por donde convenía. Enseñé a sembrar la tierra estéril, pues la regué con mis ríos. Hice inexpugnables las murallas, sometí con hierro rocas inaccesibles, abrí con mis carros caminos que ni las fieras cruzaron. Y me sobró en mis trabajos tiempo para disfrutar con mis amigos”.