Un estudio realizado por los científicos que trabajan en el yacimiento de Tall el-Hammam en Jordania afirma que han descubierto evidencias de una gran explosión, un evento catastrófico sucedido al norte del Mar Muerto que devastó automáticamente 500 kilómetros cuadrados de territorio. La explosión habría destruido todas las ciudades de la zona y matado a entre 40.000 y 65.000 personas en el área del Medio Ghor.
Las excavaciones realizadas en varios yacimientos indican que fueron ocupados ininterrumpidamente durante al menos 2.500 años, hasta que se produjo un repentino colapso colectivo hacia el final de la Edad del Bronce.
La datación por radiocarbono y los minerales desenterrados que cristalizaron instantáneamente a altas temperaturas, indican que la causa fue un estallido masivo en la atmósfera, causado por un meteorito. Algo similar al famoso evento de Tunguska de 1908 o al bólido del Mediterráneo Oriental de 2002.
La evidencia más directa de esta explosión procede del yacimiento de Tall el-Hammam, donde el equipo del profesor Phillip J. Silvia lleva trabajando 13 años: las paredes de adobe de todas las estructuras desaparecieron repentinamente hace unos 3.700 años, dejando solo cimientos de piedra.
Asimismo las capas exteriores de muchas piezas de cerámica encontradas de la misma época, muestran signos de haberse fundido en vidrio, formando cristales de circonio a temperaturas extremadamente altas.
El suelo de la zona habría sido desprovisto de nutrientes por el alto calor, y las olas salobres del Mar Muerto habrían arrasado, como un tsunami, todo el área circundante. Al mismo tiempo la explosión habría causado fuertes vientos abrasadores, que depositaron granos de minerales que se han encontrado incrustados en la cerámica.
Las evidencias arqueológicas muestran que se necesitaron entre 600 y 700 años para que la tierra se recuperase de la destrucción y contaminación del suelo, antes de que una nueva civilización pudiera volver a asentarse en la región.
Ya en el año 2013 se identificó a Tall el-Hammam como el posible asentamiento original de la Sodoma bíblica. En el Génesis se relata que
el Señor hizo llover azufre ardiente sobre Sodoma y Gomorra desde los cielos. Así arrasó esas ciudades y toda la llanura, aniquilando a todos los que vivían en ellas y también la vegetación de la tierra
Una descripción que encaja bastante bien con la cerámica cristalizada, las casas quemadas hasta los cimientos y las capas de ceniza encontradas en el yacimiento.
Basándose en estudios realizados por Samuel Gladstone, los autores del estudio afirman que una explosión de 10 megatones sobre el borde noreste del Mar Muerto sería suficiente para producir los daños observados en las excavaciones.
Medio mundo parece creer que la Biblia no contiene más que patrañas, mientras que la otra mitad cree, digamos, que es la palabra de Dios.
Medio mundo parece creer que la Biblia no contiene más que patrañas, mientras que la otra mitad cree, digamos, que es la palabra de Dios. Pero ahora llega un profesor no creyente para decirnos que una tablilla de cerámica de la antigua Babilonia aporta pruebas de que la bíblica Torre de Babel fue real. Y son pruebas bastante convincentes.
En lingüística existe la teoría de que hubo un único lenguaje original hablado por toda la humanidad. El libro bíblico del Génesis, en su capítulo 11, parece coincidir en este sentido en el pasaje que habla de la Torre de Babel:
Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. (Génesis 11,1-2)
La gente de aquel tiempo decidió construir una torre que llegara hasta el cielo para así alcanzar la fama y evitar dispersarse por el mundo. Pero el Señor observó la construcción de esta torre y pensó que si su pueblo podía construirla y seguía hablando una sola lengua, podrían conseguir todo aquello que se propusieran. Dios decidió entonces impedirlo dispersando a las gentes por todo el mundo e imponiéndoles diferentes lenguas.
La Torre de Babel, óleo de Marten van Valckenborch el Viejo. (Dominio público)
No cabe duda de que el relato bíblico es bastante diferente de la teoría lingüística. Pero en cuanto a la torre, Andrew George, profesor de Historia de Babilonia en la Universidad de Londres, cree haber hallado pruebas sólidas de su existencia en una antigua tablilla cerámica de la ciudad de Babilonia.
En este vídeo de la Institución Smithsoniana, el investigador comenta en detalle su teoría, que sin duda suena bastante plausible:
La tablilla cerámica que el Dr. George ha examinado, descubierta hace un siglo en Babilonia y ahora en manos privadas, nos muestra el aspecto que tenía aquel zigurat, con sus siete niveles. En ella podemos observar también al rey con su sombrero cónico y su cetro. Y por debajo, el texto que describe la orden de construir la torre.
“Es una evidencia muy poderosa de que la historia de la Torre de Babel se inspiró en esta construcción real,” comenta el Dr. George en la web de la Institución Smithsoniana: “En su parte superior (…) hay un relieve que representa una torre escalonada y (…) la figura de un ser humano con un sombrero cónico y portando un cetro. Por debajo de este relieve hay un texto que fue tallado en el propio monumento, y el rótulo se puede leer fácilmente. Dice así:
Etemenanki, Ziggurat Babel.
“Lo que significa ‘El zigurat o torre-templo de la ciudad de Babilonia’. El edificio y su constructor aparecen en el mismo relieve,” explica el profesor George.
Reconstrucción de la Torre de Babel. Captura de un vídeo de la Institución Smithsoniana
El texto aporta datos sobre los trabajadores reclutados para construir la torre, como expone en su traducción el Dr. George:
Desde el Mar Superior [Mediterráneo] hasta el Mar Inferior [Golfo Pérsico], de los vastos territorios he movilizado a los numerosos pueblos de los asentamientos a fin de construir este Zigurat de Babilonia.
En el vídeo de la Institución Smithsoniana observamos además que la tablilla aporta nuevas pruebas de que la torre de Babel fue un edificio que existió realmente.
“Tras las dudas que planteó Darwin sobre el relato de la creación en seis días, la gente empezó a preguntarse qué más podía haber en la Biblia que no fuese cierto,” comenta el Dr. George para el diario Breaking Israel News, añadiendo a continuación que “En el siglo XIX se descubrió que los reyes asirios descritos en la Biblia eran reales y estaban corroborados por la evidencia arqueológica, haciendo que nos preguntáramos a su vez, ¿cuánto más hay de cierto en la Biblia?”
Los expertos ya creían con anterioridad que el rey Nabucodonosor II de hecho construyó un zigurat en Babilonia tras designar esta ciudad como su capital. La tablilla ofrece nuevas pruebas de ello.
La Torre de Babel en un óleo de Pieter Brueghel el Viejo (1563) (Dominio público)
La ciudad de Babilonia fue fundada en torno al 2300 a. C., unas 80 millas al sur de la actual Bagdad. Los hititas saquearon Babilonia en el 1595 a. C., pero Nabucodonosor inició la reconstrucción de la ciudad en el 612 a. C., erigiendo el nuevo zigurat en el emplazamiento de una torre más antigua.
Los arqueólogos creen que la torre de Babel tenía unos 90 metros de lado en su base y otros 90 de alto. Apenas quedan unos escasos fragmentos de las ruinas de este edificio, dispersos y destruidos.
Imagen de portada: La tablilla cerámica descifrada recientemente por el Dr. George se encuentra finamente grabada con un relieve que nos muestra imágenes del rey y la torre, encontrándose además incisa con un texto en el que se da testimonio de cómo se reclutaron constructores de todo el imperio para erigir el zigurat. (Captura de un vídeo de la Institución Smithsoniana)
El 2 de mayo de 1808, el mariscal Murat publicó un edicto en el que ordenada calcinar las villas que se alzaran contra el ejército francés
Ni pacíficos, ni bonachones. Los soldados franceses que pisaron Madrid en mayo de 1808 no venían con rosas en la mano; más bien traían las espinas. Los sucesos acontecidos en la capital son de sobra conocidos, aunque no tanto las represalias tomadas por el enviado de Napoleón Bonaparte, el mariscal Joachim Murat, contra la ciudad en particular y los españoles en general. Y es que, en lugar de llamar a la calma tras las revueltas acontecidas el día 2, prefirió avivar las llamas con gasolina y acongojar a la población a golpe de arcabuz. El ejemplo más claro fueron los fusilamientos de la jornada siguiente, pero existen otros menos conocidos como la orden de quemar cualquier villa que tomase represalias contra sus hombres.
La fecha de la infamia fue la tarde del 2 de mayo. Ese día se terminó de perpetrar la afrenta de la mano de Murat. El mariscal, igual de altivo que hastiado, firmó una proclama en la que cargaba contra aquellos que se habían alzado contra la ocupación francesa. Conocido como el ‘decreto represivo‘, el texto no se andaba con rodeos ya desde sus primeras líneas: «Soldados. Mal aconsejado el populacho de Madrid se ha sublevado y ha llegado hasta el asesinato. Bien sé que los españoles que merecen nombre de tales han lamentado los desórdenes, y estoy muy distante de confundirles a ellos con miserables que no desean más que el crimen y el pillaje, pero la sangre francesa derramada clama venganza».
A continuación, establecía las consecuencias con las que se toparían los revoltosos a través de una serie de puntos concretos. Artículos que fueron difundidos en la ‘ Gazeta de Madrid‘, precursora de nuestro actual Boletín Oficial del Estado, el 6 de mayo. Sorprende que el texto no apareciese al principio de la publicación, sino en la página 430, tras una extensa pila de noticias que expresaban las victorias francesas a lo largo y ancho de Europa. Pero, más allá de la forma, el contenido era brutal y dejaba más que claro –cristalino– que la ‘Grande Armée’ no había pasado por la capital de camino a Portugal, sino para conquistar el país con el beneplático tácito de Godoy.
El primer punto del decreto de Murat establecía que la comisión militar del general y gobernador Emmanuel de Grouchy se reuniría esa misma noche para hacer una estimación de las consecuencias y establecer, si fuera necesario, más represalias. Después comenzaba el núcleo del ordenamiento: «Artículo II. Serán arcabuceados todos cuantos durante la rebelión han sido presos con armas». La desgraciada amenaza se materializó pocas horas después, cuando las fuerzas del Batallón de Marineros la Guardia Imperial sacaron del cuartel del Prado Nuevo a decenas de reos y los ejecutaron en la cercana Montaña de Príncipe Pío. Huelga decir que la escena quedó inmortalizada por Goya en el que fue uno de sus cuadros más famosos: ‘Los fusilamientos del 3 de mayo‘.
En el artículo tercero del manifiesto, Murat ordenó a sus hombres acabar con la violencia en las calles por las bravas: «La Junta de Gobierno va a mandar desarmar a los vecinos de Madrid. Todos los moradores de la corte que pasado el tiempo proscrito para la exención de esta resolución anden con las armas o las conserven en su casa sin licencia serán arcabuceados». El cuarto punto recordaba a aquella norma no escrita del franquismo, pues establecía que «todo corrillo que pase de ocho personas se reportará reunión de sediciosos y, como tal, se dispersará a fusilazos». A la postre, este edicto se sustentó en los 65.000 combatientes galos que se asentaron en la capital.
«Serán quemadas»
Uno de los artículos más controvertidos fue el quinto: «Toda villa o aldea donde sea asesinado un francés será incendiada». Esta máxima provocó la destrucción virtual de pueblos como Chinchón. La villa fue vapuleada en diciembre de 1808 –aunque algunos autores defienden que los tristes acontecimientos se sucedieron un año después–, cuando un puñado de soldados galos fueron pasados a cuchillo por los vecinos de la localidad. Según los datos recogidos por investigadores como Manolo Carrasco, cuando el alto mando de Napoleón se enteró de los sucesos, ordenó a una columna dar un escarmiento a la urbe. Los franceses fusilaron a un centenar de hombres, nada menos que el diez por ciento de la población, y quemaron una infinidad de edificios.
Algo parecido sucedió en Valdepeñas. En este pueblo de Ciudad Real, los habitantes decidieron alzarse en armas para evitar el paso de las columnas galas hacia Cádiz. La diferencia fue que, hartos del invasor, organizaron una pequeña resistencia de 2.000 hombres y mujeres para defenderse. «La batalla estaba concebida como una emboscada a las fuerzas de caballería, que sin duda serían las primeras que entrarían, en el desfiladero de la calle central, en el que nada más entrar el batallón de Cazadores a lomos de sus fieros animales, caerían víctimas de las trampas que habría bajo sus casos, escondidas entre la arena y la calzada. A falta de fusiles, se utilizarían todo tipo de objetos contundentes y aperos de labranza», se explica en ‘Valdepeñas: Guerra de la Independencia‘.
Aunque fueron sorprendidos en los instantes iniciales, los franceses se organizaron y acabaron con la resistencia de Valdepeñas a principios de junio de 1808. No hubo piedad para los españoles. El general Ligier-Belair, al mando del contingente, ordenó a sus hombres que cargaran sus fusiles con unos pequeños cohetes incendiarios. Durante varios minutos, los miembros de la ‘ Grande Armée‘ lanzaron sobre los tejados de las casas del pueblo estos crueles ingenios. Para desgracia de los hispanos, el humo y las llamas no tardaron en abrirse camino. Por último, el oficial determinó que sus tropas rodearan la villa y que acabaran a bayoneta calada con todos aquellos que salieran a la calle para escapar de las llamas.
Los puntos finales del ‘decreto represivo’ de Murat buscaban que los propios españoles vigilaran a sus vecinos; una forma de segar las posibles revueltas antes de que se sucedieran. «Los amos responderán de sus criados. Los empresarios de fábricas, de sus oficiales. Los padres, de sus hijos. Los prelados de los conventos, de sus religiosos». El último punto atacaba de forma directa la libertad de prensa y los posibles pasquines que anhelasen animar a la población a alzarse en armas contra el invasor: «Los autores de libelos impresos o manuscritos que provoquen a la sedición, los que los atribuyesen o vendieren, se reputarán agentes de la Inglaterra, y como tal serán pasados por las armas».
Si a Murat no le sirvieron sus amenazas para evitar que los pueblos españoles se sublevasen, otro tanto le ocurrió con la propaganda. Según explica José Manuel Matilla en ‘Estampas españolas de la Guerra de la Independencia‘, la llegada de la armada napoleónica a la península generó un torrente de publicaciones contrarias a la invasión. «Básicamente se emplearon dos medios complementarios. Por un lado, la exaltación del patriotismo mediante la narración de las gestas propias que pudieran ser calificadas de gloriosas en la lucha. Por otro lado, la presentación de la violencia aborrecible ejercida contra la población y los combatientes», añade el autor. Por descontado, se contaron también toneladas de caricaturas, poemas y tonadillas que atacaban, humor mediante, a Bonaparte.
Reacción española
El mismo 2 de mayo llegó la reacción oficial de España. Fue a través de un edicto emitido por el Consejo de Castilla, la columna vertebral de gobierno a principios del siglo XIX. A pesar de que estaba claro que los ejércitos franceses habían llegado para quedarse y que lo firmado en el Tratado de Fontainebleau era más falso que un Real de madera, desde las autoridades se llamó a la calma en la creencia de que los gabachos se marcharían de Madrid a no mucho tardar. Si durante el 2 de mayo fue una excepción ver al Ejército en las calles –los míticos Daoíz y Velarde defendieron el cuartel de Monteleón con ayuda del pueblo–, otro tanto sucedió con las advertencias publicadas tras la revuelta:
«Aunque por las providencias tomadas se logró contener el alboroto del pueblo en la mañana de este día, y se ha visto ya desde la tarde el sosiego público, conviene tomar otras precauciones que aseguren el que no se repitan tan funestos sucesos. Y con este objeto se hace saber a todos los habitantes de Madrid que por ningún título ni pretexto se reúnan en las calles y plazas; en el concepto de que si advertidos por cualquier Alcalde de Corte o de Barrio, o Cabeza de ronda, o Jefe militar con patrulla de cualquiera graduación que sea, no se dispersasen inmediatamente, se les tratará como violadores de la pública tranquilidad, e impondrán las penas correspondientes hasta la de muerte».
Llamar a la calma y a quedarse en casa no fue la única recomendación. El Consejo de Castilla instó también a los alcaldes a que recogiesen «el día de mañana en sus respectivos cuarteles todas las armas cortas blancas –en las cuales es sabido que se comprenden también los puñales– y de fuego–. Tan solo se permitió mantener en las viviendas «las escopetas y armas largas permitidas por la Pragmática para la defensa propia», aunque después de haber informado de su existencia al ejército francés. «Si después de la publicación de este bando se encontrare alguno usando de dichas armas se le impondrá no solo la pena de pragmática, sino también se agravarán hasta la de último suplicio».
El Consejo de Castilla esperaba «la ilustración y obediencia de todos los vecinos honrados de Madrid, que procurarán impedir todo desorden, cuidando se conserve la mejor buena armonía con la tropa francesa para no exponerse a las fatales resultas». Ni unos ni otros sabían lo que se les venía encima. Poco después, el alzamiento y la represión acontecidos en Madrid se extendieron por toda la península y sirvieron de ejemplo a un pueblo ansioso por plantar cara al invasor. Lo que primó a partir de entonces fue, más bien, el bando firmado por los alcaldes de Móstoles, Andrés Torrejón y Simón Hernández, en la tarde del 2 de mayo de 1808:
«Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de Madrid y dentro de la Corte, han tomado la defensa, sobre este pueblo capital y las tropas españolas; de manera que en Madrid está corriendo a esta hora mucha sangre. Como españoles es necesario que muramos por el Rey y por la Patria, amándonos contra unos pérfidos que so color de amistad y alianza nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del Rey. Procedamos, pues, a tomar las activas providencias para escarmentar tanta perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos y alentándonos, pues no hay fuerzas que prevalezcan contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son. Dios guarde a Vuestras Mercedes muchos años».
Los faraones en el Antiguo Egipto esculpieron en los muros de sus templos imágenes en las que podíamos verlos como líderes victoriosos aplastando a sus enemigos. Sobre todo en el Reino Nuevo (1550- 1069 a.C.), momento en el que Egipto alcanza su momento álgido, vamos a poder ver numerosas inscripciones relativas a sitios conquistados, crónicas de batallas y expediciones exitosas. En este sentido, si hubo un rey que destacó en el mundo militar fue Tutmosis III, que reinó entre los años 1479-1425 a.C., de los cuales reinó en solitario a partir del 1458 a.C. (Hatshepsut gobernó en su lugar los años previos).
Tutmosis III fue criado dentro del estamento militar, por lo que recibió una educación muy esmerada en el arte de la guerra y la dirección de un ejército. Este aprendizaje lo terminó por convertir, como veremos a continuación, en el faraón que llevó a Egipto a su máxima extensión territorial.
Antecedentes en la política exterior egipcia
Antes de hablar sobre las campañas de Tutmosis III cabe hacer un breve repaso por la historia de la política exterior en el reino nuevo egipcio. Este periodo dorado surgió tras una serie de campañas militares que hicieron que los egipcios se liberaran del dominio de los Hicsos, quienes habían controlado el norte de Egipto durante un siglo.
Una vez conseguido esto, Ahmose y Amenhotep I (1550-1504 a.C. sumando ambos reinados) pusieron como objetivo la expansión hacia el sur. Primero se reorganizaron las regiones más sureñas del Alto Egipto, afectadas por posibles rebeliones, y luego asaltaron Nubia para obtener su tan preciado oro.
Tutmosis I (1504-1492 a.C.) prosiguió con estas campañas y consiguió un logro inédito en la historia egipcia: consiguió extender sus fronteras hasta la cuarta catarata del Nilo. Ese fue el golpe que hizo desaparecer a la civilización nubia de Kerma y consolidar la ocupación egipcia en los siglos venideros.
Por otra parte, parece que este faraón fue el primero que lanzó campañas hacia Asia, aunque no se puede confirmar el alcance de las mismas; para algunos pudo llegar hasta el río Éufrates y para otros no llegó tan siquiera al río Orontes. Aun así, había sentado un precedente para que en el futuro se convirtiera en la región que los faraones buscaran controlar.
Tras el efímero reinado de su hijo, Tutmosis II, del que se desconoce cuánto tiempo reinó, pero se presume muy corto, llegó al poder su hermana Hatshepsut (1479-1458 a.C.). Esta reina se dedicó a mantener lo conseguido en Nubia y no pareció interesarle lo más mínimo extenderse hacia el Levante mediterráneo.
Es muy probable que Egipto en este momento no tuviera la capacidad militar suficiente para entrar en esta zona del continente asiático. Más concretamente, en este periodo la zona estaba bajo influencia de Mitanni, la primera potencia en estas tierras, y los egipcios no deseaban un enfrentamiento directo con ellos.
Las campañas de Tutmosis III
Cuando muere Hatshepsut (1458 a.C.), Tutmosis III pudo iniciar su reinado en solitario y con una edad bastante joven. Había recibido como herencia de su tía un Egipto muy próspero económicamente y estable a nivel interno, lo que le permitió enfocarse en su mayor especialidad: el ejército.
Los egipcios habían comenzado a adoptar técnicas y armamento que habían heredado de los hicsos, como podía ser el arco compuesto o el carro de combate. Estas innovaciones venidas de Oriente Próximo van a proporcionar a Egipto, sumado a su potencial económico, la creación de un poderoso ejército.
Tutmosis III no pareció estar muy interesado en expandirse en Nubia, aunque se aseguró de mantener el control y la estabilidad heredada; de hecho, solo se reporta una campaña importante a finales de su reinado.
Es posible que esto se deba a que tenía como objetivo principal la expansión egipcia en todo el Levante mediterráneo para controlar regiones comerciales importantes y obtener el éxito donde ningún otro faraón lo hizo.
El primer gran enfrentamiento de Tutmosis III fue en la famosa batalla de Megido, contra una coalición de ciudades-estado lideradas por el príncipe de Qadesh. Además, por primera vez en la historia, podemos conocer con relativa aproximación cómo era una guerra debido a que las campañas de Tutmosis III fueron registradas en sus anales.
Tutmosis III, el faraón guerrero e ingenioso
Los beneficios de su primera campaña, tanto por el botín como por el prestigio, hicieron que este faraón se adentrara en una campaña meteórica por el control de la región frente a Mitanni. De una de ellas surgió un relato, posiblemente legendario, que inspiró seguramente al caballo de Troya homérico: la toma de Joppa.
Ante la imposibilidad de tomar la ciudad por asedio, el general Dyehuty ordenó ofrecer 200 cestas con regalos, en señal de rendición, a los habitantes de la ciudad. El engaño era que esos cestos, en realidad, contenían soldados dentro que abrieron las puertas y permitieron la entrada del ejército egipcio. No se sabe hasta que punto es cierto porque el relato se encontró en un papiro varios siglos posterior, aunque Dyehuty existió.
En total, Tutmosis III realizó un total de catorce campañas registradas, pudiéndose extender esta cifra a diecisiete. Tras la primera de ellas (la de Megido), entre los años 25 y 29 de su reinado (contando los años de regencia de Hatshepsut), lanzó un total de cuatro campañas para hacerse con el control de la actual franja siropalestina, además de consolidar las posiciones anteriormente ganadas.
Entre los años 30 y 33 de su gobierno nos encontramos con las campañas más importantes debido a que consiguió cruzar el río Éufrates y alcanzar tierras de Mitanni. Egipto llegaba de esta manera a su momento de mayor extensión territorial.
Las últimas campañas militares de Tutmosis III fueron entre los años 34 y 42 de su reinado. En ellas se centró en defenderse de las contraofensivas de Mitanni y en conquistar definitivamente Qadesh. Aunque la tensión entre ambos imperios se mantuvo, el resto del reinado de Tutmosis III fue pacífico y, en el futuro, sus sucesores establecieron las fronteras actuales de Egipto como legítimas.
El gobierno imperial del faraón Tutmosis III
Egipto, como hemos dicho antes, se había extendido como nunca antes lo había hecho, por lo que era necesario establecer una administración para los diferentes territorios que había conquistado. Para el caso de Nubia, que ya había sido ocupada en gran medida en épocas previas, se mantuvo una ocupación militar y el establecimiento de un gobernador que dirigiera la región en nombre del faraón. Aparte, se intervino para proteger el lucrativo comercio del oro nubio, el metal más preciado por los egipcios.
En cambio, el Levante mediterráneo presentaba mayores dificultades para mantener su control. Mientras que los nubios tenían un mayor vínculo con los egipcios y ya habían sido controlados previamente, los sirios o cananeos no lo habían sido nunca. Además, aunque se sabe que en torno al 3.000 a.C. los egipcios habían ocupado militarmente la zona, para esta época ya era algo muy complicado; una enorme red de ciudades-estado que dificultaba una ocupación militar debido a que implicaba un gran despliegue que los egipcios no podían ejecutar.
Por esto mismo se estableció una política de derrocamiento de gobernantes locales para poner a líderes afines a los intereses egipcios. Asimismo, sus hijos serían criados en la corte egipcia para poder alinearlos en su órbita y reducir las posibilidades de que se rebelasen. Este fue un sistema que estuvo en vigor prácticamente durante todo el Reino Nuevo con buenos resultados.
De los más de cincuenta años de reinado de Mentuhotep II no solo hay que destacar la reunificación de Egipto y sus numerosas campañas militares, sino también la construcción de multitud de edificios. Aunque muchos de ellos ya no existen, otros templos y capillas que erigió se encuentran a día de hoy todavía en el Alto Egipto, en sitios como Dendera, Gebelein, Abydos, Tod, Armant, Elkab, Karnak y Asuán. Sin duda, el más impresionante de los edificios conservados es el templo funerario de Mentuhotep II, ubicado en Deir el Bahari, en la orilla occidental de Tebas.
Los soberanos de la dinastía XI, en su versión local tebana anterior a Mentuhotep II, fueron enterrados en una tipología de tumbas específica para la Tebas del Primer Periodo Intermedio, la tumba saff. Eran unas tumbas excavadas en la roca que contaban con un patio delantero, tras el cual había un pórtico de pilares cuadrangulares que conducía a la zona privada, compuesta de una capilla funeraria y una cámara funeraria, a lo que habría que sumar una serie de tumbas subsidiarias a los lados del patio para albergar a otros miembros de la familia real y cortesanos.
En el caso de las tumbas saff de los tres soberanosIntef (2125-2055 a.C.), cada una tenía un gran patio de 300 metros de longitud y 75 metros de anchura, ubicado todo a una profundidad de cuatro o cinco metros de la superficie, en una montaña con una mezcla particularmente dura de roca y barro. En cualquiera de los casos, los patios servían de antesala a las grandes fachadas de los hipogeos, formadas por una doble fila de entre veinte y veinticuatro pilares excavados directamente en el acantilado de roca.
Tras los pilares, un corredor seguía el eje central de la tumba y conducía a una habitación destinada al culto, desde la cual un nuevo corredor permitía la entrada a la cámara funeraria. A pesar de que estas tumbas se encuentran en muy mal estado en la actualidad, algunos de los restos encontrados nos dan a entender que pudieron estar revestidas de losas de arenisca y parcialmente decoradas.
En contraposición con esta tipología de construcciones funerarias de sus antepasados más directos, Mentuhotep II va a erigir una estructura organizada en diversos niveles, a los que se accedía por medio de rampas que llevaban a un patio y a la zona más privada, un lugar sagrado dedicado a la diosa Hathor en el corazón de la montaña de Tebas.
En la parte baja del recinto se abría un primer templo a imitación de los de las pirámides, contando probablemente a ambos lados de la rampa de acceso con sicómoros, árboles relacionados con la supervivencia en el Más Allá. Por lo que conocemos, los diferentes niveles del complejo estaban decorados con relieves, y en la parte superior se encontraba una estructura de la que no tenemos mucha información.
Acerca de lo que pudiera culminar el templo funerario de Mentuhotep II se barajan tres teorías, basadas en que esa estructura fuera una pirámide, un terraplén plano de piedra, o un montículo de tierra con árboles. Más allá de su rupturismo con el pasado, el complejo funerario de Mentuhotep II supone todo un símbolo del renacimiento egipcio al alcanzar varios hitos: entre otros, ser la primera estructura regia que puso el énfasis en las creencias osiriacas, contar con terrazas y deambulatorios en forma de galerías abiertas añadidas al edificio central, o el diseño anteriormente mencionado de la arboleda de sicomoros.
Las tumbas de las esposas, Neferu y Tem (la madre del futuro Mentuhotep III), también se encuentran en el templo funerario de Mentuhotep II. Mientras que la segunda fue enterrada en una tumba en la parte posterior del templo del recinto, la primera lo fue en una tumba en la roca, excavada dentro del muro norte del temenos del patio anterior
Además, detrás del edificio central, a lo largo del corredor occidental, se encontraron capillas y tumbas para seis mujeres, cuatro de las cuales poseían el título de esposa real. Todas parecen haber sido de categoría inferior a Neferu y Tem, compartiendo el hecho de que eran muy jóvenes, ya que la más joven solo tenía cinco años y la más vieja veintidós. El significado de estas “esposas” es aún muy incierto. Pudieron ser hijas de nobles a los cuales el rey deseaba tener controlados, aunque la teoría más aceptada es que pudieron formar parte de algún culto de la diosa Hathor, de la que aparecen mencionadas como sacerdotisas.