martes, 26 de abril de 2022

Las flotas de Indias, el verdadero pilar del Imperio español: así fue el sistema que conectó el mundo

 

Las flotas de Indias, el verdadero pilar del Imperio español: así fue el sistema que conectó el mundo







'Vista de la ciudad de Sevilla', un lienzo de finales del siglo XVI atribuido a Alonso Sánchez Coello. Museo del Prado
‘Vista de la ciudad de Sevilla’, un lienzo de finales del siglo XVI atribuido a Alonso Sánchez Coello. Museo del Prado

El historiador Enrique Martínez Ruiz radiografía en su nueva obra el funcionamiento de las flotas que atravesaron el Atlántico, cambiaron el comercio y las comunicaciones y sostuvieron a la Monarquía Hispánica.

A menudo se reivindica la actividad de los Tercios, la unidad militar que dominó los campos de batalla de toda Europa —y más allá— entre los siglos XVI y la primera mitad del XVII, como el aglutinante del poder de la Monarquía Hispánica, el mayor imperio de la Edad Moderna. Pero en esa afirmación se omite una pieza clave, principal, en la cohesión de los dominios españoles: las flotas de Indias. «Son el sostén de ese imperio, sin ellas hubiera sido imposible mantener semejante despliegue territorial y la infraestructura política, económica y militar».

Quien habla es voz autorizada en el tema, el historiador Enrique Martínez Ruiz, autor, entre muchas otras obras, de Los soldados del rey (Actas) y una estupenda biografía de Felipe II (La Esfera de los Libros). Acaba de publicar, también con esta última editorial, Las flotas de Indias, una completa radiografía de ese asombroso y exitoso esfuerzo colectivo —a nivel comercial, de comunicaciones y científico— que se prolongó durante casi tres siglos y desarrolló una primera globalización geográfica, económica y política. Fue una auténtica «revolución» que a través de las rutas marítimas conectó Europa, América y Asia.

El sistema funcionó desde su establecimiento oficial en 1561-64 por orden del Rey Prudente hasta 1783, momento en que despareció al instalarse el libre comercio entre los puertos españoles y americanos. Para su correcto desarrollo, durante todo ese tiempo se arbitraron medidas para paliar los peligros, aminorar los ataques piráticos y proporcionar la seguridad necesaria a las embarcaciones y las ciudades implicadas en monopolio comercial —controlado a través de la figura de la Casa de Contratación de Sevilla, de donde partían y arribaban las flotas—, así como el desarrollo de redes logísticas y abastecimiento que garantizaron la llegada a la Península Ibérica de los metales preciosos.

Las dos flotas

El sistema acordado por Felipe II entre 1561 y 1564 estableció la separación de las flotas. La de Nueva España debería salir en abril y su puerto de arribada final era Veracruz, en México, tras hacer escala en Santo Domingo. La de Tierra Firme zarpaba en agosto y su destino era Nombre de Dios, destruida por Drake en 1596 y sustituida por Portobello, tras recalar en Cartagena de Indias. Ambas flotas deberían pasar el invierno en América y realizar unidas el viaje de retorno desde La Habana. El Galeón de Manila fue la prolongación de la Carrera de Indias hacia Asia a través del Pacífico.

«Que este sistema se mantuviera durante dos siglos y medio sí que es un hito. Hay que pensar que Manila y Madrid están separadas por medio globo. Se pudo conseguir a base de enorme esfuerzo y gran heroísmo. Los barcos que se utilizaban, como mucho de mil toneladas y de cincuenta metros de eslora, eran cascarones de nuez comparados con los de hoy en día«, señala Martínez Ruiz, Premio Nacional de Historia. En su obra aborda las características de los buques y las tripulaciones que cubrieron las enormes travesías, las penurias que padecían marinos y viajeros y los limitados instrumentos del momento —hasta mediados del siglo XVIII no se pudo medir con fiabilidad la longitud—.

Los cálculos de los historiadores apuntan que el viaje de ida entre España y América lo hicieron alrededor de 45.000 barcos, de los que regresaron unos 27.000. ¿Hubo entonces muchas pérdidas? «Hay que tener en cuenta que algunos hicieron más de un viaje y que muchos navíos arribaban deteriorados y era más barato prescindir de ellos que repararlos. Otras veces se necesitaban navíos allí para proteger la propia navegación entre islas y Tierra Firme y garantizar la relación comercial en el Caribe. Esa ponderación hay que hacerla con un poco de cuidado porque no solo apunta a que los barcos se perdieran», explica el investigador.

Fraude y contrabando

Pero como es lógico, las flotas sufrieron naufragios —como el de la capitana Nuestra Señora del Juncal en 1631— y fueron víctimas de ataques de los piratas —en 1656, cuando la Flota de Tierra Firme se aproximaba a Cádiz, el inglés Robert Blake capturó a la capitana y un galeón, haciéndose con un suculento botín—. Entre 1504 y 1650 se perdieron 519 barcos, aunque solo una flota completa. Fue en 1628, capturada por los holandeses en la bahía de Matanzas. Los veinte navíos españoles, que transportaban seis millones de pesos, fueron sorprendidos por una gran armada enemiga de 300 barcos, 3.000 hombres y 700 cañones.

Portada de 'Las flotas de Indias'.

Portada de ‘Las flotas de Indias’. La Esfera de los Libros

En cualquier caso, el historiador señala que las pérdidas en la Carrera de Indias provocada por las acciones enemigas fueron pocas y destaca dos cuestiones que sí incidieron negativamente en el funcionamiento de las flotas y del monopolio: el fraude y el contrabando. El primero lo propició el propio volumen comercial del sistema, que generó un paraíso de resquicios para los embaucadores y sus tretas, como falsificar las cargas de mercancías. «Todo el mundo estaba al tanto, desde los funcionarios de la Casa de Contratación hasta los armadores, era imposible de cortar por la connivencia de intereses que había», señala el historiador. El contrabando se impulsó, sobre todo, desde las islas menores caribeñas que quedaron fuera de la protección hispánica. En algunos momentos, de hecho, se produjo una saturación del mercado por exceso de este tipo de productos.

Un logro relevante que cabe achacar al sistema de flotas fue el avance del conocimiento científico y náutico. Los viajes —todo piloto debía reportar a la Casa de Contratación de los territorios vistos y descubiertos, información con la que se iba completando el padrón real, una especie de mapa general— permitieron la publicación de una serie de tratados de náutica que empujaron a la Monarquía Hispánica a la vanguardia mundial también en este ámbito. De hecho, se ha llegado a decir que «Europa aprendió a navegar en libros españoles». En Sevilla, en 1552, se creó la Cátedra de Arte de Navegación y Cosmografía, convirtiendo a la Casa en la primera escuela continental de esta naturaleza.

Martínez Ruiz asegura que el mecanismo del sistema de flotas y la composición de los barcos son temas bastante bien estudios, pero con respecto al factor humano, el mando de las expediciones, apunta, «ahí sí que hay un campo en el que todavía se pueden hacer grandes aportaciones y puede que nos llevemos alguna sorpresa». Destaca, como responsables de esta triunfal empresa, tanto a Felipe II como a su entorno, compuesto por tres personajes fundamentales: Bernardino de Mendoza, capitán general de galeras desde 1535; don Álvaro de Bazán el Viejo, almirante que elaboró cuatro proyectos para establecer un sistema de navegación basado en el monopolio; y Pedro Menéndez de Avilés, quien culminó estas aspiraciones.

La Sábana Santa, ¿reliquia o fraude?

 

La Sábana Santa, ¿reliquia o fraude?









Detalle de la réplica exacta de la Sábana Santa de Turín que se conserva desde 2014 en el Real Santuario del Cristo de La Laguna, Tenerife. Wikimedia Commons.
Detalle de la réplica exacta de la Sábana Santa de Turín que se conserva desde 2014 en el Real Santuario del Cristo de La Laguna, Tenerife. Wikimedia Commons.

Se la ha llamado “la reliquia más importante del cristianismo”, pero su autenticidad resulta tan controvertida que incluso la Iglesia prefiere dejar la última

Se la ha llamado “la reliquia más importante del cristianismo”, pero su autenticidad resulta tan controvertida que incluso la Iglesia prefiere dejar la última palabra al respecto en manos de la ciencia. El problema es que esta no ofrece todavía una respuesta definitiva sobre si la denominada Sábana Santa, conservada en la catedral de Turín, es o no el sudario con que se amortajó el cuerpo de Jesucristo tras la crucifixión.

No se trata de una discusión teológica o doctrinal. Tampoco de poner en tela de juicio la historicidad, indudable, del personaje. El quid de la cuestión, puramente arqueológico, pasa por determinar si la pieza que se preserva en la capital lombarda es aquel lienzo sepulcral mencionado en los Evangelios de Lucas y Juan o si, como afirman los escépticos, es una falsificación medieval.

La historia de la tela

El debate para dilucidar este misterio viene agitando a la comunidad científica desde finales del siglo XIX y a la cristiana desde el XIV, poco después de que por primera vez se exhibiera públicamente la Síndone como tal. Varios estudios han señalado que es una pieza medieval. Pero quienes defienden su autenticidad también esgrimen evidencias y argumentos de peso.

Dos de los cuatro evangelios canónicos hablan de “los lienzos” mortuorios que vio el apóstol Pedro cuando corrió al sepulcro donde un Jesús resucitado ya no estaba. Sin embargo, ninguno describe una figura humana impresa en ellos como la que presenta el presunto vestigio sacro de Turín.

Parte de quienes abogan por la autenticidad del sudario de Turín lo identifican con el esfumado lienzo de Edesa

La verónica (o imagen verdadera de Cristo) más antigua y aproximada de las que se han citado a lo largo de la historia fue la llamada tela de Edesa, que sería el eslabón perdido con el sudario actual. Mencionada desde el siglo I, habría mostrado en esa ciudad, hoy turca, la cara de Jesús como tantas otras supuestas verónicas. Pero, desplegada, también lo habría hecho de la cabeza a los pies, según las crónicas.

El tema es que la imagen de Edesa, que solía exponerse a los fieles en las misas de los viernes, desapareció en la cuarta cruzada, a principios del siglo XIII, durante el saqueo italo-francés de Constantinopla, adonde se había trasladado la pieza tres siglos antes. Desde entonces se perdió el rastro de la supuestamente única representación real e integral de Jesús.

En opinión de algunos autores, la orden del Temple pasó a custodiarla en secreto para su protección. Los templarios se habían especializado en el comercio de reliquias, entre otras actividades muy lucrativas. Tanto que el capítulo francés, el principal, terminó siendo masacrado por un Felipe IV de Francia ávido de riquezas.

Sorprendentemente, en 1355, cuatro décadas después de su desaparición, el tejido que hoy conocemos como la Sábana Santa apareció en Lirey, cerca de París. Su propietario era Geoffroy de Charny, nieto de un caballero del mismo nombre que había militado en el Temple.

Comienza la polémica

Como se desprende de estos sucesos, parte de quienes abogan por la autenticidad del sudario de Turín lo identifican con el esfumado lienzo de Edesa. El caso es que los De Charny no tardaron en prosperar gracias a la exhibición pública de la pieza en una época en que, dado el analfabetismo general, “eran más importantes las pinturas y reliquias que cien sermones”, como reconoció un papa.

Vertical

Cartel que anunciaba la exhibición del sudario en 1898.

Wikimedia Commons

Las reliquias atraían multitudes de fieles a las iglesias que contaban con ellas, y las peregrinaciones se traducían en cuantiosos ingresos en concepto de alojamiento, comida, donaciones y demás. Ahora bien, nada más surgir la presunta Síndone, cuya historia posterior está documentada sin lagunas hasta el presente, se alzó la primera voz en su contra.

El obispado de Troyes pidió a la Santa Sede que prohibiera su exposición, ya que decía haber averiguado que era una simple pintura. Pese a ello, el papa falló que se continuara con la muestra.

Años después, por problemas económicos, la familia propietaria vendió el sudario al duque de Saboya, que lo paseó por media Italia antes de construirle una capilla en Chambéry, capital del antiguo ducado.

Allí, después de que el Vaticano autorizara la veneración del objeto por el fervor popular que inspiraba, hubo un incendio. El fuego dañó el tejido al perforarlo con una gota de plata fundida del relicario en el que se guardaba. Pero la figura en sí salió intacta del siniestro.

Esto aumentó su aura milagrosa, y en adelante llevó a que fuera exhibida tan solo en ocasiones excepcionales por motivos de seguridad. Parcheada y llevada a Turín, la Sábana Santa ha permanecido desde entonces en la capital lombarda.

¿Jesucristo revelado?

Fue en esta ciudad donde, en 1898, los Saboya, monarcas de Italia desde poco antes, volvieron a conmocionar al mundo con el tesoro tan especial del que eran dueños. Humberto I autorizó al abogado y fotógrafo Secondo Pia a que plasmara el sudario con motivo de una esperada exhibición.

Vertical

Imagen del Códice Pray, manuscrito húngaro de 1192-95 en el que supuestamente aparece representado el sudario.

Wikimedia Commons

Aquellas sesiones revelaron una imagen estremecedora, pues los negativos mostraron que la Síndone actuaba a su vez como el negativo del hombre reproducido en el tejido. Al invertirse los colores, surgió el retrato en positivo de este modelo. Nada menos que una especie de instantánea de Jesucristo, para los creyentes en la autenticidad del lienzo.

Ese momento marcó el nacimiento de la investigación científica de la Sábana Santa. De repente se contaba con planos generales y detallados. El preciado objeto, además, podía examinarse desde cualquier lugar del planeta, ya que la prensa había difundido los clichés. Esto reabrió la polémica en torno a si la tela era la del Santo Sepulcro o una refinada falsificación medieval.

El sacerdote e historiador francés Ulysse Chevalier, considerado en vida el autor de “la obra más extraordinariamente documentada” sobre la Edad Media –por sus textos analíticos de la bibliografía de ese período–, tuvo de inmediato una opinión tajante: la reliquia de Turín era un fraude.

Pero no fue más que el comienzo de una disputa en la que defensores y detractores de la Síndone han apelado a diversas disciplinas auxiliares de la arqueología para rebatirse los unos a los otros.

Teorías que se refutan y contradicen

La tesis pictórica

Es la más antigua, del siglo XIV, y niega la autenticidad del lienzo rectangular (4,36 x 1,10 m). Postula que la figura yacente habría sido plasmada en la Edad Media con pintura, no en la Antigüedad con sangre.

Así lo confirmó en 1979 un estudio microscópico del prestigioso Instituto McCrone, que halló pigmentos de ocre rojo y bermellón en témpera al colágeno, pero no restos hemáticos. Sin embargo, al año siguiente, el doctor Allen Adler, del no menos relevante proyecto sindonológico STURP, negó estos resultados al encontrar químicamente proteínas de sangre.

Es una foto, y de Leonardo da Vinci

La teoría más curiosa afirma que la Sábana Santa es la primera foto de la historia. La habría creado Leonardo da Vinci en 1494 con una cámara oscura y una emulsión sensible a la luz (sal de mesa y nitrato de plata). El fotógrafo Stephen Berkman reprodujo con éxito esta técnica y la Universidad de Michigan demostró con antropometría que incluso podría ser un autorretrato.

Al hilo de esta tesis, el eminente forense italiano Pierluigi Baima Bollone se pregunta cómo hizo Leonardo para replicar también dos monedas de la época de Pilatos identificadas sobre los ojos del difunto en 1987 y 1996.

El veredicto del carbono 14

En 1988, tres laboratorios independientes, de Zúrich, Oxford y Tucson, concluyeron, con un 95% de certeza, que el sudario se creó entre 1262 y 1384, según indicaría el radiocarbono. Aunque hasta el Vaticano aceptó, con reservas, este dictamen, otros científicos pronto plantearon dudas razonables sobre la datación.

El físico John Jackson, excolaborador de la fuerza aérea de EE.UU., señaló que el incendio de 1532 pudo alterar la composición química del tejido. Raymond Rogers, del Laboratorio Nacional de Los Álamos, detectó en 2005 que las muestras examinadas podrían proceder de un remiendo posterior de la tela original.

Esta misma idea la postuló el pasado mes de julio otro estudio liderado por el historiador Tristan Casabianca. Y poco antes, en mayo, un equipo dirigido por Benedetto Torrisi, cuestionó los resultados de 1988 al comprobar que no se eliminó un contaminante presente por operaciones previas de limpieza.

En septiembre, dos científicos de la Universidad de Padua, Giulio Fanti y Claudio Furlan, hallaron en las muestras extraídas en 1978, durante el proyecto de investigación del citado John Jackson, restos microscópicos de electro que les llevan a pensar que el sudario estuvo en contacto con monedas bizantinas existentes hasta dos siglos antes de la fecha de creación establecida en el análisis de 1988.

Estudios forenses

Los peritajes forenses tampoco han arrojado luz sobre la autenticidad de la pieza. El expolicía Robert Cornuke y el consultor independiente Barie Goetz vieron en la Síndone evidencias de la Pasión: manchas de cortes y abrasiones en la espalda por los azotes y la cruz, salpicaduras en la cabeza por la corona de espinas y sangre seca en los brazos.

Sin embargo, todo resulta demasiado bien dispuesto, artificial, teniendo en cuenta cómo se comporta el fluido hemático cuando hay cuero cabelludo de por medio. Además, no hay que olvidar que la coagulación habría impedido que ciertas heridas dejaran huella en el lienzo.

En 2018, la teoría pictórica volvió a surgir a raíz de un estudio de Matteo Borrini y Luigi Garlachelli , de las universidades John Moores de Liverpool y de Pavía, respectivamente. Según sus pruebas forenses, las manchas en la tela no encajan con las que dejaría un cuerpo ensangrentado de las características que se atribuyen al de Jesús, y concluyeron que al menos la mitad de ellas serían producto de un artista.

Una verónica en 3D

El VP-8, un analizador militar de imágenes satelitales, indicó en 1976 que la silueta de la Sábana Santa fue estampada por una figura tridimensional, o sea, por un cuerpo, lo que invalidaría que el sudario sea una pintura. A la misma conclusión llegó, décadas más tarde, un estudio de animación empleando tecnología digital.

Una proyección en tres dimensiones realizada por otro equipo de diseñadores encontró irregularidades anatómicas en el hombre del lienzo. Los brazos y el rostro son demasiado alargados para las proporciones humanas.

Eso no ha impedido que, en marzo pasado, varios investigadores de la Universidad de Padua presentaran una imagen de Jesús en 3D, reproducida en yeso, a partir de los datos de la Síndone.

El debate, como vemos, parece lejos de concluir. A falta de evidencias científicas indiscutibles, la legitimidad o no de la pieza sigue siendo ante todo una cuestión de fe.


La enorme ciudad fortificada que Napoleón construyó en el centro de Madrid de la que nunca oíste hablar

 

La enorme ciudad fortificada que Napoleón construyó en el centro de Madrid de la que nunca oíste hablar







Cuadro de Napoleón, sobre el mapa de la fortificación de El Retiro, uno documento que queda de aquella ciudadela que estuvo en pie en el centro de Madrid desde 1808 hasta 1814 - ABC
Cuadro de Napoleón, sobre el mapa de la fortificación de El Retiro, uno documento que queda de aquella ciudadela que estuvo en pie en el centro de Madrid desde 1808 hasta 1814 – ABC

Ocupó gran parte del Retiro y en ella vivieron más de 2.000 soldados franceses hasta el final de la Guerra de Independencia, causando enormes daños al famoso parque, al talar casi todos sus árboles para alimentar sus hogueras. Era tan grande que se dibujaron planos de ella para que quedara constancia de sus caminos, jardines y viviendas

«Es un juego de niños, esa gente no sabe lo que es un ejército francés; créame, será rápido», aseguró Napoleón en el otoño de 1807. Poco después, el Emperador engañó al primer ministro Manuel Godoy para que firmara el Tratado de Fontainebleau y obtuvo el permiso del Rey para atravesar España con más de 110.000 soldados con el objetivo oficial de, supuestamente, conquistar Portugal. Pero todo fue un engaño. A su paso por la península, el ambicioso general fue conquistando casi todas las ciudades españolas que encontró a su paso.

Cuando el 24 de marzo de 1808 Fernando VII hacía su entrada en la capital por la Puerta de Atocha, aclamado por su pueblo, la escena no era tan bonita como la describía Benito Pérez Galdós en sus «Episodios Nacionales»: «Parecía un día de junio, en el que la naturaleza sonreía como la Nación».

Mientras los madrileños celebraban la llegada de su nuevo Rey, el cuñado de Napoleón y jefe de su Ejército en España, el famoso general Joaquín Murat, se apostaban en Chamartín. Su nuevo jefe de estado mayor, Augustin Daniel Belliard, fue destacado para preparar el alojamiento del cuartel general con veinticinco mil hombres.

Las calles se mantuvieron relativamente tranquilas en las semanas siguientes gracias a la presencia de los soldados galos, que paseaban a sus anchas por el resto de la capital sin que los madrileños se hubieran percatado del desdén con que trataban a su Monarca. «Nos cuesta mucho trabajo creer que los propósitos de los franceses no fueran evidentes ante los ojos de nuestros conciudadanos. Los testigos de aquella situación nos hablan insistentemente del malestar creciente de la población madrileña. ¿Qué hacer? Porque los franceses tenían en Madrid y sus alrededores a 25.000 hombres ocupando el Retiro con numerosa Artillería», explicaba el historiador José Manuel Guerrero, comandante del Ejército de Tierra, en su artículo «El ejército francés en Madrid», publicado en la «Revista de Historia Militar» en 2004.

«¡Armas, armas, armas!»

La capital era ya una ciudad completamente tomada el célebre 2 de mayo de 1808, cuando Madrid saltó por los aires y dio comienzo la Guerra de Independencia. «No se oían más voces que ¡armas, armas, armas! Los que no vociferaban en las calles, vociferaban en los balcones. Y si un momento antes la mitad de los madrileños eran simplemente curiosos, después de la aparición de la artillería todos fueron actores», contaba Galdós. El pueblo español no tardó en levantarse, convencido de que podía y debía echar al invasor. El Gobierno llamó a filas a sus ciudadanos y consiguieron reunir a 30.000 hombres, la gran mayoría de ellos milicianos sin ninguna experiencia en combate.

Los asedios a las ciudades recordaban a los de la Antigüedad. Reducirlas suponía meses de lucha, calle por calle, casa por casa, peleando contra hombres, mujeres y niños. Todas estas escenas sumieron a los soldados franceses en un infierno que no habían conocido hasta ese momento, con un ejército compuesto de jóvenes reclutas organizados apresuradamente y obligados a invadir, en condiciones lamentables, un país que se suponía aliado. Se dividía en tres cuerpos: uno con destino a Portugal, al mando de Jean-Andoche Junot; otro para internarse en España, con el objetivo de llegar a Cádiz, y el tercero, denominado «Observación de las Costas del Océano» bajo pretexto de reforzar las costas del sur contra los británicos, pero cuya misión encubierta fue, efectivamente, ocupar Madrid.

Primero, en tiendas de campaña

Y a mediados de junio, ante la incertidumbre y las continuas bajas, los franceses deciden fortificar El Retiro entero. «A pesar de todo, no tuvieron la más mínima demostración de cortesía», recordaba años después Mesonero Romanos, que tenía cinco años cuando vivió aquel inmenso despliegue de fuerzas, distribuidas por el convento de San Bernardino (actual Ciudad Universitaria), las calles Leganitos y Fuencarral, el barrio de El Pardo y Carabanchel, además del famoso parque donde acampó la artillería y la caballería, con su memorable brigada de Dragones de Moncey, utilizando las tiendas confiscadas al ejército español en Ciudad Rodrigo y Zamora.

Desde El Retiro había salido precisamente el mariscal Emmanuel de Grouchy el día del levantamiento para recorrer la calle de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo hasta la Puerta del Sol. En las cercanías de la plaza –calles Mayor, Alcalá, Montera y Carretas– se reunieron la mayoría de los rebeldes y vecinos. «La evacuación de las calles no detenía la viva fusilería y la lluvia de piedras y de tejas que, desde las ventanas y los tejados de las casas, nos alcanzaban y herían a mucha gente. Vanamente he intentado mediante oficiales franceses y españoles que los habitantes cesaran el fuego, pero los portadores de estas palabras de paz han sido recibidos a tiros de fusil», detallaba el informe del enemigo recogido por Guerrero.

Vista la situación, la orden de Belliard para que se construyera el enorme complejo se produjo así: «Debéis tomar el mando del Retiro [general Lagrange] y considerarlo como ciudadela dependiente de la plaza de Madrid bajo el mando de Grouchy». Al día siguiente, este último subrayaba: «Su Alteza Imperial ordena que toda la administración sea establecida en El Retiro. Debéis ocuparos particularmente del establecimiento del Retiro, que desde este momento debe considerarse una colonia francesa. Es necesario que esa ciudadela haga temblar a la villa y que pueda albergar con seguridad a todos los franceses si las circunstancias exigen que las tropas partan para disipar algunas concentraciones». Y contaba después en sus memorias un desconocido capitán Boulart: «Fui encargado del armamento de las fortificaciones del Retiro, que se había fijado en 50 bocas de fuego, número elevado, porque se quería contener la población de Madrid por medio de medidas enérgicas […]. La temperatura era de 28 grados a la sombra, y todos los trabajos se hacían bajo este sol».

Plano del Retiro y Fortificaciones que hicieron los Franceses en los Años de 1808, 1809, 1810, 1811, 1812 y 1813
Plano del Retiro y Fortificaciones que hicieron los Franceses en los Años de 1808, 1809, 1810, 1811, 1812 y 1813 – BIBLIOTECA DEL MINISTERIO DE DEFENSA

Los hombres de Napoleón no tardaron en levantar en aquel emplazamiento una gigantesca fortificación, tan grande que ocupaba casi por completo el famoso parque, actualmente considerado el principal pulmón de Madrid. Un complejo del que no queda absolutamente nada hoy en día. Conocemos su existencia, de hecho, gracias a una serie de documentos gráficos que revelan la enorme cantidad de soldados que lo habitaron y la actividad que concentró.

Se convirtió en el cuartel general francés, desde donde los mandos franceses tomaron las principales decisiones en lo que respecta a la ocupación de la ciudad y el país. Cuesta imaginarse en la actualidad semejantes instalaciones, con sus calles, casas y almacenes llenos de baterías y piezas de artillería, en un remanso de paz como el famoso parque de 1.180.000 metros cuadrados. Murat, además, construyó dentro de él una gran una ciudadela, aprovechando que era uno de los puntos más elevados de la ciudad de Madrid.

Las instalaciones erigidas en el Parque del Retiro eran tan grandes que más de 2.000 soldados vivieron en ellas hasta el final de la Guerra de Independencia en 1814. Seis años en los que, incluso, tuvieron que dibujar los planos del lugar, para que quedara constancia de los caminos, jardines y viviendas construidas en su interior, con el objetivo de que los militares no se perdieran caminando por dentro. Todo ello mientras en el resto de la ciudad las noticias de los enfrentamientos se sucedían con expresiones como esta recogida por el «Diario de Madrid»: «En todos los barrios, los madrileños asesinaban a los franceses que encontraban solos».

Desde que se levantó en junio de 1808, la población gala que vivió en el Retiro causó enormes daños sobre el famoso parque. Podaron prácticamente todos los árboles para alimentar sus hogueras. El centro neurálgico de la fortificación se encontraba donde hoy se ubica la Fuente del Ángel Caído. Pero, tras seis años de bulliciosa actividad, los ingleses se encargaron de hacerla desaparecer. Al entrar en Madrid en apoyo de los españoles, lo primero que hicieron estos fue marchar sobre el fuerte y arrasarlo. Eran conscientes de que si lo tomaban, se harían con la ciudad entera. Y cuando estos últimos se fueron, los vecinos de Madrid acudieron a El Retiro a terminar de destruir lo que quedara en pie. Todo aquello había sido una pesadilla y quería deshacerse de cualquier vestigio de sus restos.


La ignorada y feroz guerra que España libró durante tres siglos contra los piratas moros de Filipinas

 

La ignorada y feroz guerra que España libró durante tres siglos contra los piratas moros de Filipinas








Ataque a la isla y fuerte de Balanguingui (Filipinas), 16 de febrero de 1848. Un lienzo de Antonio de Brugada / Biblioteca Virtual de Defensa.
Ataque a la isla y fuerte de Balanguingui (Filipinas), 16 de febrero de 1848. Un lienzo de Antonio de Brugada / Biblioteca Virtual de Defensa.

Un monumental ensayo de Julio Albi de la Cuesta despliega una historia total de la secular contienda que enfrentó a la Armada y al Ejército españoles con unos empedernidos adversarios del remoto archipiélago.

Al abigarrado mosaico de grupos de indígenas que practicaban las doctrinas del islam y se encontraban desperdigados principalmente en las islas de Mindanao y Joló, en el sur de Filipinas, los contingentes hispanos que desembarcaron en el archipiélago en el siglo XVI los definieron como «moros». Un ilustre marino resumió de esta forma la coartada del término: «Allí fue donde, por primer vez desde la conquista de Granada, los españoles se hallaron de nuevo frente al estandarte del Profeta». No obstante, otro perspicaz comentarista señalaría una realidad diferente: «Los españoles tienen cincuenta veces más sangre árabe que los moros filipinos».

Esta cuestión no dejaría de ser anecdótica, baladí, si no fuese porque estos indoblegables mahometanos, estructurados en una sociedad piramidal, una especie de feudalismo imperfecto, encabezaron una multisecular y despiadada guerra contra el Ejército y la Armada españoles. La ignorada y ardua lucha en mares inclementes y junglas exóticas rebosantes de trampas que se prolongó durante más de tres siglos, hasta el estallido del movimiento independentista filipino, es el tema que aborda el prestigioso historiador militar Julio Albi de la Cuesta en su nueva y monumental obra, Moros. España contra los piratas musulmanes de Filipinas (1574-1896), editada por Desperta Ferro.

También necesita aclaración esa referencia a la piratería del subtítulo. No fueron estos indígenas corsarios al uso, sino que el principal objetivo de su actividad consistió en la captura en tierra de seres humanos. Su botín residía en hacer esclavos, mano de obra gratuita a la que explotar y con la que comerciar para garantizar su supervivencia. José Rizal, el héroe nacional, calculó que en 250 años fueron más de 200.000 las personas vendidas y asesinadas por los moros. Una razia temprana de 1603 sobre Mindoro, isla vecina a Luzón, refleja la pauta habitual de las incursiones: los atacantes, después de quemar el pueblo principal y los árboles frutales, «todo lo asolaron; hicieron gran presa de oro, plata, mujeres y niños; mataron muchos hombres; sacrílegamente profanaron la iglesia, vasos y vestiduras, y cautivaron al señor canónigo».

Albi de la Cuesta, consagrado historiador gracias a obras como Banderas olvidadas o De Pavía a Rocroi. Los tercios españoles (también en Desperta Ferro), explica que su investigación pretende llenar un vacío historiográfico «difícil de entender»: desde que José Montero y Vidal publicó en 1888 su Historia de la piratería malayo-mahometana en Mindanao, Joló y Borneo, este tema no se había estudiado con detenimiento. Lo cierto es que lo logra con creces, firmando un libro impresionante tanto por la vasta cantidad de temas a analizar y la cronología que abarca —dicha guerra fue una montaña rusa de conquistas y derrotas, de aventuras heroicas y enfermedades y masacres terribles—, como por su excelente forma. Un deleite de lectura por lo que se cuenta, un capítulo desconocido y singular de la historia de España, y por cómo se cuenta.

Pirata del mar de Joló armado con una espada kampeli, una lanza y un kris.

Pirata del mar de Joló armado con una espada kampeli, una lanza y un kris. Wikimedia Commons

Desde los primeros compases, el autor pone de relieve la especialidad filipina dentro de los territorios de la Monarquía Hispánica. No solo era el más alejado de Madrid —podían transcurrir dos o tres años entre que se hacía una consulta al rey desde Manila, la llamada «Perla de Oriente», el centro del poder hispano en el archipiélago, y llegaba la respuesta del monarca—, también que fue visto por muchos como «país de destierro». Siempre hubo un reducidísimo número de españoles por diversas cuestiones: la evidente distancia, la insalubridad del clima y la ausencia de metales preciosos que permitiesen un rápido enriquecimiento. Sorprende, por el contrario, los muchos religiosos —más de diez mil— que allí se asentaron, convirtiéndose en pieza esencial para cuestiones políticas, administrativas, económicas o bélicas.

De la Cuesta realiza una excepcional radiografía de la organización, funcionamiento y evolución del Ejército español durante las tres centurias, marcadas por la escasez de efectivos y de recursos. Destaca el poco peso que tuvieron las tropas peninsulares, por lo que el grueso de la defensa recayó en delincuentes y vagabundos enviados desde el Nuevo Mundo y en las tropas locales, como los pampangos, excelentes solados que en palabras del gobernador Hurtado de Corcuera, uno de los principales personajes de esta historia, dijo que «son acá como los valones o alemanes en Flandes», al tiempo que afirmaba que «sin ellos sería imposible guardar y conservar estas islas tan dilatadas y tan separadas unas de otras». De hecho, el cuerpo de infantería apenas hubiera podido guarecer con un hombre cada isla del archipiélago.

Como gran paradoja, a pesar de que la guerra contra los piratas fue principalmente naval, la Marina Real no llegó a aguas filipinas hasta el siglo XIX. «Que un territorio de la extensión del archipiélago fuese conservado durante tanto tiempo, contando con una guarnición tan escasa de tropas metropolitanas, es algo inédito en la historia de las posesiones europeas en Ultramar, y dice mucho del grado de aceptación de la soberanía española, fuera cual fuese el motivo, por parte de la mayoría de la población», resume el autor.

Fortaleza, ¡al abordaje!

Los irreductibles moros, que se movían en ligeras embarcaciones y asolaban rápidamente asentamientos costeros, destacaron por una habilidad «estremecedora» en el uso de armas blancas, tanto las de puño como las arrojadizas. De la Cuesta señala, además, que luchaban «casi hasta el aniquilamiento», e incluso entre sus filas contaban con los «juramentados», una suerte de precursores de los terroristas suicidas modernos: «Es por eso que los españoles acabarían aprendiendo, ya en el siglo XIX, que en el ataque a las cottas o fortalezas moras, resultaba preferible dejarles una vía de escape, para que tuvieran la tentación de huir por ella, en lugar de pelear a ultranza», apunta.

1754, por ejemplo, fue un año nefasto, en el que los moros «entraron a sangre y fuego por toda partes, matando religiosos, indios y españoles, quemando y robando pueblos, y cautivando millares de cristianos», según relatos de la época. Aunque quizá la imagen más cruda de que la piratería era «un mal sin remedio», como había dicho el gobernador Marquina, fue la captura en Mindanao en 1796 de Pantaleón Arzillas, teniente de Marina. Tras estar tres días en un cepo sobre un hormiguero poblado de insectos voraces, le desollaron «desde la frente al cerebro, dejándole el casco limpio», para luego matarle a golpes de kris —una daga serpenteada, una especie de gran cuchillo—, «después de dos horas de horribles torturas». Por si no fuese suficientemente escabrosa la escena, se colgó el pellejo del español de un asta, a modo de bandera.

Portada de 'Moros'.

Portada de ‘Moros’. Desperta Ferro Ediciones

«Raramente la Marina y el Ejército de España se han encontrado en condiciones tan ásperas», abrevia De la Cuesta, que en la introducción de su obra incluso va más allá: «Quizá, fueron los adversarios más empedernidos que tuvo España durante su larga aventura ultramarina». Por eso se explican episodios bélicos inauditos, como la captura mediante abordaje de una fortaleza mora en Pagalungán en septiembre de 1861, en la que participaron el entonces capitán de fragata Casto Méndez Núñez o el teniente de navío José de Malcampo, quien, tras recibir un tiro que le atravesó el pecho y para comprobar el alcance de la herida, encendió un puro para ver si salía humo por ella.

Asimismo, está llena de personajes singulares, pero quizá cabe resaltar por encima del resto al llamado Alimudín, nombrado sultán de Joló en 1735. No solo trató de implementar una política de acercamiento a España, sino que además pidió bautizarse y abrazar el cristianismo. Sin embargo, la historia del desde entonces Fernando I no acabaría bien: fue detenido en 1751 acusado de conversión ficticia y de traicionar a sus nuevos soberanos. Un novelesco episodio más de una guerra tremenda, inconclusa: cuando finalmente parecía que se iba a ganar gracias a los vapores decimonónicos y la fuerza de los cañones, estalló la sublevación independentista y apareció un nueve enemigo, Estados Unidos. De hecho, el general Blanco se estaba preparando para lanzar las operaciones finales contra un enemigo prácticamente derrotado.

La narración de Julio Albi de la Cuesta es el mejor homenaje posible a la memoria de esta guerra feroz, remota, oculta, pero a la vez fascinante y conmovedora, y a sus víctimas y protagonistas, también olvidados.

Canal Mitologia : Perseo y sus Increíbles Aventuras - Mitología Griega

 Canal   Mitologia   :  








Perseo y sus Increíbles Aventuras - Mitología Griega





https://youtu.be/FYknWY0QGpw

Canal Mitologia : Mitología Griega: Lo Esencial - El Origen de los Dioses del Olimpo

 Canal Mitologia  :   








Mitología Griega: Lo Esencial - El Origen de los Dioses del Olimpo






https://youtu.be/DeIbRemE6Kg

Canal Mitologia : Mitología Egipcia: Lo Esencial - Horus - Ra - Anubis - Set - Osiris - Bastet -

 Canal  Mitologia  :  








Mitología Egipcia: Lo Esencial - Horus - Ra - Anubis - Set - Osiris - Bastet -






https://youtu.be/36qFLWPiXpc

Descubren en la costa tanzana las posibles ruinas de la ciudad perdida de Rhapta

 

Descubren en la costa tanzana las posibles ruinas de la ciudad perdida de Rhapta




La Brujula Verde   ............   Por Jorge Álvarez



Suena a novela de aventuras de Rider Haggard o Rice Burroughs, o a película de Indiana Jones, pero el caso es que un submarinista cree haber descubierto las ruinas de una legendaria urbe africana bimilenaria mencionada en fuentes clásicas y que algunos historiadores consideran que fue la primera gran metrópoli de la parte no mediterránea del continente: la misteriosa ciudad perdida de Rhapta.

En realidad no se sabe gran cosa sobre ese lugar, más allá de una cita en la obra Periplo por el Mar Eritreo (año 50 d.C), donde se identifica con la localidad más meridional de Azania, así como la que menciona el escritor greco-egipcio Claudio Ptolomeo en su obra Geografía. Según este autor, un marinero llamado Diógenes que navegaba en una ruta con la India le explicó que se trataba de un importante centro de comercio de armas hechas de metal y carey, mercado que le habría suministrado grandes beneficios hasta convertirla en una de las metrópolis más ricas de su tiempo.

Descubren costa tanzana presuntas ruinas ciudad perdida Rhapta

El problema es que no hay muchas más noticias porque ese sitio, si es que existió, desapareció enigmáticamente de la Historia hace unos 1600 años. Tan sólo se dispone de un mapa, trazado en 1890 por el explorador alemán Carl Peters, situando Rhapta junto a la isla de Mafia (antaño Monfia) y aludiendo a un fuerte portugués levantado sobre ruinas anteriores.

Por no saber ni siquiera sabemos su localización exacta, salvo vagas referencias a la costa sudeste africana, a la altura del litoral tanzano y la isla de Zanzíbar. Al menos así era hasta que en 2013 un helicóptero que sobrevolaba esa zona percibió unas extrañas e inusuales formas medio aflorando sobre la superficie marina en forma circular. Inmediatamente se dispararon las alarmas y se identificó ese descubrimiento con estructuras arquitectónicas y no con arrecifes, como hasta entonces.

Descubren costa tanzana presuntas ruinas ciudad perdida de Rhapta

Y ahora hay nuevas noticias al respecto, en este caso facilitadas por un submarinista llamado Alan Sutton, quien, tras una serie de inmersiones y pese a la baja visibilidad subacuática, cree haber dado con el lugar exacto. Asegura haber visto lo que identifica con murallas y restos de edificios, aparte de piezas de cerámica en la arena del fondo. La marea baja que trajo la primavera hizo aflorar parte de esos restos.

Las ruinas halladas están en un gran banco de arena (de hecho, la isla de Mafia es de arena, no tiene rocas), lo que combinado con la cálida temperatura del agua y la proliferación de algas hace que el agua se enturbie y la visibilidad sea mala. No obstante, se pueden apreciar bloques, aparentemente de piedra arenisca y de considerable tamaño (5 x 5 metros y 40 centímetros de grosor).

Descubren costa tanzana las presuntas ruinas ciudad perdida Rhapta

Las imágenes muestran lo que asemejan ser montones de construcciones cúbicas y rectangulares dispuestas formando un anillo en un área bastante amplia. A priori no es mucho; desde luego, no suficiente para una identificación en términos absolutos. Pero Felix Chami, arqueólogo de la Universidad de Dar es-Salaam, confirma que podrían -el condicional es importante- pertenecer a Rhapta, pues las gentes locales siempre han asegurado que había casas sumergidas. Otra cosa es si se trata de ruinas tan antiguas, puesto que muchos expertos las identifican más bien con construcciones coloniales portuguesas, de las que se conservan ejemplos abundantes en esa parte del Índico. Aparte, en varias islas del entorno hay patrimonio monumental shirazi (swahili).

Descubren en costa tanzana presuntas ruinas ciudad perdida Rhapta


La NASA detecta una alarmante caída en los niveles de agua en la Tierra

Para la Tierra y todos los que vivimos en ella,   el agua es indispensable ; es la esencia de la vida y la columna vertebral de los ecosiste...