El incendio del edificio que ha dejado tres fallecidos esta madrugada en Santa Coloma de Gramenet ha despertado ampollas entre el vecindario. "Estamos hartos de los okupas", enfatiza una vecina a Metrópoli, mientras paseo con su perro por las calles colindantes a Sant Joaquim, donde se ha producido la tragedia. "Toda esta zona está llena de okupas, yo misma tengo encima a uno que no me deja vivir tranquila". La mujer no se sorprende cuando ve al montante de policía en el número 23 de la vía: "Personalmente, no me he enterado del incendio, pero no me extraña".
Tan solo unos metros más adelante, la zona se encuentra acordonada. Las paredes negras por el humo y el fuego dejan claro cuál es el edificio que ha sido pasto de las llamas sobre las 04:30 horas de este miércoles. El coche fúnebre provoca temor entre el vecindario: "Vivo al lado, la ventana de mi hijo da al patio trasero", explica otro vecino mientras se santigua. El señor está desayunando en un bar y comenta con el camarero lo sucedido: "Es muy raro, me han dicho que había fuego en dos sitios distintos. Fijo que ha sido provocado".
"TENÍAN TODO ENCHUFADO"
La sorpresa no abunda entre los residentes del barrio de Riu Nord. El edificio estaba okupado desde hacía tiempo. "Solo dos personas no eran okupas, el resto sí", explican los vecinos a este medio. Varios de los pisos eran de alquiler social, por lo que la situación de ciertos inquilinos era regular, pero no así el de la totalidad. "Lo tenían todo enchufado. A veces, descolgaban un cable por el balcón y cargaban las motos eléctricas", narra una vecina mayor.
Un hombre que habla con un agente de la Policía Local pide pasar a la zona acordonada. "Vivo al lado desde hace 54 años", le dice al policía. "No hacían nada bueno, cuando no te ponían la música hasta las nueve de la mañana, los oías discutir a gritos", explica, harto. "La semana pasada uno de ellos salió a la calle con un cuchillo para amenazar a la gente. Un tal Cristian", detalla el hombre, que se desplaza con muletas.
Una cinta de bomberos prohíbe el paso en la calle de Sant Joaquim de Santa Coloma, el lugar del incendio mortal / METRÓPOLI - ÁNGELA VÁZQUEZ
"A VER QUIÉN SE ATREVÍA A HABLAR"
El mismo vecino, indignado, discute con el agente: "Los llevábamos aguantando mucho tiempo y nadie hacía nada". El policía le intenta hacer entender que "el problema es de la sociedad", a lo que el residente responde marchándose del lugar.
Mientras espera para entrar en su casa, el ático, el hombre explica que también vivían con miedo de hablar: "Nos conocían y nos tenían fichados. A ver quién se atrevía a hablar o a dar nombres".
INVESTIGAN SI EL FUEGO HA SIDO PROVOCADO
La policía científica de los Mossos d'Esquadra trabaja con la hipótesis que el fuego habría sido provocado. Esto se debe a que al incendio podría tener origen en dos focos distintos, que han ardido de forma simultánea. El primero estaba en la sala de contadores, en la planta baja, donde también hay un trastero. Y el otro se encontraba en el segundo piso.
En el rellano de la primera planta ha sido localizado el cuerpo sin vida de una persona. En el segundo piso se han encontrado a las otras dos víctimas mortales, una en el rellano y la otra en el interior de una de las viviendas. Además, en la parte posterior de este mismo piso han encontrado a una mujer herida gravemente, con quemaduras en varias partes del cuerpo, que ha sido trasladada en estado crítico al Hospital Vall d'Hebron. Hay otras tres personas heridas de carácter leve.
Camiones de bomberos en el incendio de Santa Coloma / CEDIDA
Un grabado del siglo XVI que muestra la flota otomana de Barbarroja atacando un puerto del Mediterráneo. Getty
Tras la caída de Constantinopla en 1453, el Imperio turco iniciará su expansión hacia Europa. En 1480, las tropas otomanas desembarcan en el sur de Italia y toman la
Tras la caída de Constantinopla en 1453, el Imperio turco iniciará su expansión hacia Europa. En 1480, las tropas otomanas desembarcan en el sur de Italia y toman la ciudad de Otranto, cuyo canal es la puerta de entrada al Adriático. Un año más tarde, el duque de Calabria, con ayuda de su primo el rey Fernando el Católico y del rey de Portugal, recupera la ciudad.
En 1500, Fernando envía una flota, bajo las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba a encontrarse con la armada veneciana, para levantar el asedio de Corfú y recuperar la isla de Cefalonia. Francia y la Corona española siguen enfrentadas en tierra italiana, pero, tras las victorias del Gran Capitán en Ceriñola y Garellano (1503), los franceses son expulsados de Nápoles, que se vincula a España.
Ya con Carlos V al frente de la Corona hispana, los otomanos conquistan Belgrado en 1521, y cinco años después se hacen con el reino de Hungría. El poderío turco, representado por el sultán Solimán el Magnífico, junto a Barbarroja, pirata y señor de Argel, nombrado almirante por el sultán, no da tregua en su avance. No obstante, en 1535, el mismo año en que Barbarroja ataca y saquea Menorca, la armada española toma la fortaleza de La Goleta y recupera Túnez.
La Santa Liga
La victoria conseguida en esta última plaza no cambió la situación en el Mediterráneo. La guerra de Carlos V con Francia desatada en 1536 supone el abandono de las campañas mediterráneas. No se pudieron retomar hasta que, dos años después, se firmó con los galos la Tregua de Niza.
Europa se halla en una tesitura comprometida. Por una parte, es imprescindible detener el poder turco y frenar el acoso continuo de corsarios berberiscos sobre las costas del Levante español. A su vez, Venecia, también a causa de la piratería, ve peligrar sus rutas comerciales con Oriente Medio. Y, por último, los Estados Pontificios están preocupados ante un eventual desembarco otomano que sitúe a los turcos a las puertas de Roma.
Retrato de Solimán el Magnífico.
Terceros
El 8 de febrero de 1538, en Roma, el papa Paulo III, Venecia y el emperador Carlos V firman una alianza que será conocida como la Santa Liga, cuyo objetivo es detener el avance turco hacia el centro y el sur de Europa. Uno de los puntos especificados en el acuerdo disponía que las tierras tomadas al turco en las costas dálmatas y griegas serían cedidas a Venecia. Por su parte, Francisco I de Francia no solo no se sumó a la Liga, sino que llegó a un acuerdo con Solimán el Magnífico en virtud del cual las tropas otomanas podían recalar en sus costas y puertos.
En la coalición alcanzada, el papado debía contribuir con 36 galeras, y España y Venecia con 82 cada una. Al frente de la flota de la Santa Liga, estará el conocido almirante genovés Andrea Doria. A pesar de haber servido al rey de Francia durante décadas, Doria se enemistó con Francisco I y aceptó la oferta que Carlos V le hizo para entrar a su servicio.
A partir de ese momento, los movimientos de tropas se suceden. El propio emperador dispuso el envío de dos mil soldados para apoyar a su hermano Fernando, rey de Hungría, y frenar el avance turco. Por otra parte, la flota de la Santa Liga debía reunirse en el puerto de Mesina. Cuatro compañías del Tercio de Lombardía partieron hacia la ciudad siciliana, y otros contingentes militares repartidos por Italia harían lo mismo. Uno de ellos era el Tercio de Florencia, cuyo maestre de campo era el burgalés Francisco Sarmiento de Mendoza.
Derrota en Preveza
En septiembre zarpó toda la flota española. Una parte puso rumbo al puerto de la ciudad de Crotona, donde debía resguardarse, ya que se tenía información de que Barbarroja navegaba por esas aguas. Al mismo tiempo, la escuadra al mando de Doria se dirigió a la isla de Corfú, donde les estaba esperando el general veneciano Vincenzo Capelo, con 55 galeras, el galeón San Marcos y 10 naves de provisiones, y su sobrino y patriarca de Aquilea, Marino Grimani, con 27 galeras del papado y de Malta.
Antes de que llegara el resto de la flota española, Grimani, por su cuenta, levó anclas y decidió atacar Preveza. Por la noche envió a su infantería al asalto de la plaza. Después de tres intentos infructuosos, ordenó a las tropas replegarse a sus naves, momento que aprovecharon los turcos para atacar e infligir numerosas bajas.
La flota otomana derrotó a la Liga Santa de Carlos V en la Batalla de Preveza en 1538.
Terceros
Andrea Doria y Barbarroja se encontraron en la bahía griega de Preveza, al sur de Corfú, el 28 de septiembre. El primer enfrentamiento entre las fuerzas de la coalición y la armada turca se saldó con la derrota de la Santa Liga. Barbarroja supo aprovechar las desavenencias entre los distintos mandos de la Liga, al tiempo que contó con una meteorología favorable.
Tras el desastre en Preveza, donde los turcos hicieron tres mil prisioneros, las galeras de Doria, las del papa y las venecianas tardaron tres jornadas en reunirse. Finalmente lo consiguieron en aguas de Corfú, donde permanecieron quince días reparando las naves y reorganizando estrategias.
Ante la superioridad de las tropas y los duros bombardeos, el 28 de octubre, los turcos se rindieron y entregaron Castelnuovo a la Liga
En los encuentros que tuvieron los almirantes y oficiales para evaluar la tragedia, las diferencias entre Capelo y Doria se pusieron una vez más de manifiesto. Capelo recriminaba al genovés no haberse enfrentado con más decisión a Barbarroja. Doria le recordó que se tuvo que retirar al ser los venecianos quienes habían abandonado la formación, y le reprochó no haber permitido que soldados españoles de infantería fuesen en las naves venecianas.
Toma de Castelnuovo
En Los Tercios en el Mediterráneo, el investigador Hugo Á. Cañete escribe: “Tras la mala jornada de Preveza quedaba claro que las fuerzas coaligadas tenían que hacer algún gesto antes de que llegase el invierno y terminara la campaña”. En la elección de la toma de Castelnuovo tuvieron que ver dos circunstancias. En primer lugar, la necesidad de buscar un sitio donde la infantería pudiera pasar el invierno, y, en segundo, la importancia de la plaza para controlar el Adriático.
Con soldados españoles repartidos en las galeras venecianas, la flota de la Santa Liga partió rumbo a Castelnuovo. La ciudad, en manos turcas, disponía de una guarnición de unos trescientos cincuenta hombres. Ante la superioridad de las tropas que llegaron y los duros bombardeos, el 28 de octubre, los turcos se rindieron y entregaron Castelnuovo a la Liga.
Vista de Castelnuovo.
Dominio público
La negativa de España a ceder la plaza a Venecia, en contra de lo estipulado, provocó un enfrentamiento que terminó con el abandono de la Liga por parte de los venecianos. Andrea Doria nombró gobernador de Castelnuovo a Francisco Sarmiento de Mendoza, quien quedó al frente de la guarnición como maestre de campo de catorce compañías de los Tercios de Florencia, de Málaga, de Lombardía y de Nápoles. Estas unidades dieron lugar al que fue conocido como el Tercio de Sarmiento, o Tercio de Castelnuovo.
El abandono de Venecia y la disolución de la Santa Liga supusieron una merma importante de la flota española frente a la armada turca. A excepción de las fuerzas que debían permanecer en la fortaleza, Doria llevó sus naves hacia Brindisi, Otranto, Gallipoli y Tarento, donde licenció a las tropas italianas. La guarnición de Castelnuovo quedó así a su suerte. Los hombres del tercio viejo al mando de Sarmiento sabían que, en caso de ser atacados, debían defender la plaza sin posibilidad de recibir ayuda.
Las noticias de la pérdida de Castelnuovo llegaron hasta Barbarroja, quien zarpó desde Preveza con ciento cuarenta embarcaciones. Al día siguiente de su llegada frente a las costas de Castelnuovo, se desató una fuerte tempestad que ocasionó muy severos daños a la flota turca.
Solimán, conocedor de la importancia estratégica de la ciudad, dio instrucciones para recuperar Castelnuovo a toda costa. El otomano temía que la plaza pudiera convertirse en un punto débil de su imperio, desde el que Carlos tuviera la tentación de emprender una campaña terrestre contra sus posesiones.
Asedio por mar y tierra
El sultán ordenó a Barbarroja recomponer y rearmar la flota para tenerla lista en la primavera de 1539. Con la armada turca preparada, Barbarroja debía bloquear la plaza por mar. Para ello contaba con una flota formada por doscientas naves que embarcarían alrededor de diez mil infantes y más 4.000 jenízaros, unidades de élite del ejército otomano.
Asimismo, el gobernador turco de Bosnia, el persa Ulamen, deseoso de expulsar a aquellos españoles que habían acosado distintas zonas en su provincia, aportó un total de 35.000 soldados. Es decir, los turcos movilizaron cerca de cincuenta mil efectivos para desalojar a menos de tres mil defensores.
Jenízaros otomanos.
Dominio público
Venecia duda entre el enfrentamiento o la alianza con el turco. Sus rutas comerciales, imprescindible motor económico para su supervivencia, ya estaban suficientemente amenazadas. Además, Carlos V ofrece a la Serenísima la plaza conquistada en Castelnuovo. Pero los venecianos han tomado ya su decisión: rechazan la oferta española e inician conversaciones de paz con Solimán el Magnífico.
Ya en primavera, los tercios, desde el interior de la fortaleza, observan a las fuerzas otomanas desembarcar y empezar a tomar posiciones. Queda patente la veteranía de las unidades españolas, cuyas sorpresivas acciones de hostigamiento infligieron las primeras bajas de hombres y material a los turcos. Una vez reunido y ubicado el ejército turco, en derredor de la fortaleza, empezaron los trabajos para iniciar el asedio.
Los jenízaros no cesaban en su vocerío, haciendo llegar todo tipo de provocaciones al interior de las murallas
Casi una semana estuvieron cavando trincheras; al mismo tiempo, construyeron tres plataformas en las que emplazar los 44 cañones de sitio que habían traído para castigar la posición. En las numerosas salidas que hicieron los españoles con el fin de sabotear dichas tareas mataron en torno a mil turcos.
Iban pasando los días, y los ánimos estaban cada vez más alterados. Los jenízaros no cesaban en su vocerío, haciendo llegar todo tipo de provocaciones al interior de las murallas. En palabras de Cañete: “Aceptando finalmente la lucha y furiosos por la afrenta salieron en tromba por la puerta de la plaza 800 españoles, la mitad arcabuceros; y fue tal la escabechina que mataron a mil jenízaros e hirieron a otros tantos, obligando a los demás a retirarse y meterse literalmente en el mar”.
Defensa hasta el final
Transcurrían los meses, y Sarmiento y sus hombres iban agotando las provisiones. Tras innumerables intentos fallidos de tomar la fortaleza con la infantería, Barbarroja prohíbe las escaramuzas cuerpo a cuerpo y decide hacer uso de la artillería. Pero antes, como establecen las normas de combate, da la opción de rendirse con honra.
Poco antes, Sarmiento había recibido una misiva en la que se le comunicaba que la flota española en la zona, al disponer tan solo de 46 naves, no podía hacer nada frente a los turcos. Teniendo en cuenta la situación en la que se encontraban los suyos, la propuesta era más que tentadora. Tras una breve deliberación con sus capitanes, Sarmiento responde al mensaje: los tercios no se rinden e invitan a los turcos, con una frase que pasaría a la historia, a que vengan cuando quieran.
Barbarroja recibe la respuesta estupefacto e insiste en su oferta sin el resultado esperado. Sin más opciones, Barbarroja ordena el uso masivo de la artillería pesada de asedio. Durante nueve días los cañonazos no cesaron. Buena parte de la muralla fue derruida, y los turcos lanzaron el primer asalto, que acabó con numerosas bajas para ambos bandos. Los españoles no renunciaban a realizar salidas nocturnas, en las que eran capaces de liquidar a cientos de enemigos en pocas horas. A pesar de todo, Sarmiento era muy consciente de la situación: tenían numerosos heridos y ya habían perdido mil hombres.
Barbarroja mandó traer veinte cañones más desde las naves. Durante cinco jornadas intensificó los ataques con la artillería. A continuación, una multitud de turcos se abalanzóa través de las ruinosas murallas, y, tras un combate endiablado, los atacantes tuvieron que replegarse de nuevo.
El temible pirata Barbarroja
Getty
Entre las ruinas de la fortaleza apenas quedan 800 españoles, en su mayoría heridos. El 7 de agosto entran en tromba miles de turcos y arrasan la plaza. En este último combate, Sarmiento y la mayoría de oficiales mueren, y los turcos se hacen con 300 prisioneros. Parte de ellos fueron a galeras y el resto llevados a Constantinopla para ser vendidos como esclavos. En total, el sitio duró veintidós días, y el número de bajas del bando turco fue de entre 16.000 y 20.000 aproximadamente.
Tras Castelnuovo, los turcos recuperaron el poder naval en el Mediterráneo, y en los años posteriores obtuvieron destacadas victorias, como Argel (1541), Trípoli y Bugía (1555), y también alguna derrota, como Orán (1563) y Malta (1565). Después del fracaso de la armada turca en Malta, se vivieron cuatro años de cierta tranquilidad en el Mediterráneo occidental.
Solimán muere en la campaña de Hungría al año siguiente. Su sucesor, Selim II, desembarcó en Chipre en 1570, y tres años después se hizo con el poder de la isla. Algo antes, en 1571, se conformó una nueva Santa Liga. Felipe II puso al frente a su hermanastro, don Juan de Austria, quien en octubre se encontró con la armada del sultán otomano frente a las aguas de Patrás, donde tendría lugar la batalla de Lepanto. Los cristianos vencieron y acabaron, en cierto sentido, con el mito de la superioridad de la flota turca.
En el 161 d.C., los partos asaltaron Armenia y destruyeron la legión romana dirigida por Severiano. En la actualidad, todavía se desconoce cuál era su número
Que no le engañen, querido lector. La historia de Roma (sea republicana, sea imperial) no es solo la de una apisonadora militar capaz de sobreponerse a cualquier enemigo que se atreviera a plantar cara a sus soldados. Bien lo sabemos en Hispania, donde las Cauca, Numancia y otras tantas ciudades supusieron un severo dolor de tripas para un Senado acostumbrado a las victorias. En lo que sí eran unos maestros desde la ‘urbs’ era en pasar por alto, como el que no quiere la cosa, algunas de las debacles más sonadas de sus unidades. Y una de ellas fue la destrucción de una legión romana a manos de los partos en el 161 d.C.
Por historiadores como Dión Casio, nacido en ese mismo siglo, sabemos lo que sucedió: tras una revuelta, el monarca de Partia, Vologases III, asaltó Armenia y aniquiló una legión comandada por Severiano. Lo que se desconoce, y ha provocado un gran revuelo entre los historiadores presentes y pretéritos, es cuál era aquella unidad. El debate sigue abierto. Según narra el divulgador Stephen Dando-Collins en ‘Legiones romanas. La historia definitiva de todas las legiones imperiales romanas’, la lógica dicta que los hombres aniquilados pertenecieran a la Legio XXII Deiotariana. Pero es solo una de las muchas posibilidades que esgrimen los expertos. El enigma, una vez más, sigue abierto.
Pero vayamos al origen de este conflicto. La historia arranca con una muerte, la de un anciano llamado Antonino Pío. El emperador, hombre recordado por regir Roma valiéndose de la paz como arma, exhaló su último aliento el 9 de marzo del 161 d.C. por culpa de unas fiebres. Dicen las malas lenguas que provocadas por una comida a base de queso en mal estado, aunque vaya usted a saber. Lo que sí conocemos es que, tras dos décadas de mandato, su partida dejó en el poder a sus dos hijos adoptivos: Marco Aurelio y Lucio Vero. Algo que, según Dando-Collins, no se había visto jamás en la historia del imperio.
Así lo confirma el propio Dión Casio. En su extensa ‘Historia de Roma’, el autor afirma que, en principio, Marco Antonio fue el que asió las riendas de la ‘urbs’. Su carácter, no obstante, le llevó a pedir ayuda. «Marco Antonio, el filósofo, tras acceder al trono a la muerte de Antonino, su padre adoptivo, compartió inmediatamente su poder con Lucio Vero, el hijo de Lucio Cómodo. Y es que era de cuerpo débil y dedicaba la mayor parte de su tiempo al estudio». El historiador afirma también que, mientras el primero prefería pasar el tiempo entre libros y clases de filosofía, el segundo «era un hombre vigoroso, más joven y mejor dispuesto para las empresas militares».
Según afirman David Barrera y Cristina Duran en ‘Breve historia de la caída del Imperio romano’, el cambio en la poltrona romana agitó las aguas de Partia. En el reino, ubicado al norte del actual Irán, el monarca Vologases III armó a sus hombres y se dispuso a asediar las posesiones imperiales en la zona. Su máxima no era otra que aprovechar el momento de incertidumbre y la supuesta debilidad de sus enemigos. De esta forma se reanudó una contienda que había comenzado en el siglo I y que, durante dos más, enfrentó a ambos bandos por el control de Siria, Mesopotamia y Armenia. Como mascarón de proa destacaba su caballería, una de las pesadillas de las legiones romanas.
Destrucción y enigmas
Aunque Dión Casio no se extiende en exceso sobre los sucesos acaecidos durante los primeros días de la revuelta, los autores modernos han reconstruido, gracias a otros tantos textos clásicos, los primeros pasos de Vologases. El parto, acompañado de un gran ejército, avanzó en principio sobre Armenia en una suerte de ‘ Blitzkrieg’ (‘guerra relámpago’) de tiempos inmemoriales. Su primer escollo fue Elegeia, al noroeste de Turquía, donde apenas había acantonada una legión romana a las órdenes de Publio Elio Severiano. Y así, sin mediar palabra y sin declaración oficial de conflicto, las tropas encargadas de defender la urbe se convirtieron en el único escollo entre los asaltantes y la población civil. No quedaba sino batirse…
En palabras de Dando-Collins, la legión de Severiano tuvo que enfrentarse a las dos armas secretas de los partos. En primer lugar, los ‘catafractos’: jinetes acorazados cuya montura contaba también con armadura pesada y que podrían ser definidos como los carros de combate de la antigüedad. «A pesar de todo, los catafractos eran capaces de moverse lo suficientemente rápido como para llevar a cabo ataques envolventes, aunque su gran ventaja era la carga directa», explica Manuel J. Prieto en sus obras sobre la caballería medieval. Su otro gran activo eran arqueros montados; combatientes capaces de dejar caer una lluvia de saetas sobre la infantería sin recibir daño alguno.
Recreación de una legión romana
Al parecer, fueron los segundos los que dieron buena cuenta de los combatientes de Severiano después de rodearles y obligarles a luchar. Al menos, si nos valemos del escueto testimonio de Dión Casio: «Vologeso, según parece, había empezado la guerra cercando por todas partes la legión romana que, bajo el mando de Severiano, estaba estacionada en Elegeia, una plaza de Armenia, destruyendo a golpe de flechas a toda la fuerza, incluyendo a sus mandos». Poco más desvela para un evento tan trágico como era perder, de una única sentada, una legión romana entera. Quizá por el impacto que suponía en la ‘urbs’ la muerte de miles y miles de hombres de una maquinaria militar que parecía perfecta.
En todo caso, la resistencia planteada por la legión de Severiano permitió a Marco Aurelio ganar tiempo para organizar un contingente que detuviera a un ejército invasor que Dión Casio define como «poderoso y formidable».
La solución fue despachar a toda prisa a Lucio, de treinta y un años, hasta la zona para detener el avance de Vologases. «Lucio zarpó hacia Siria desde Brundisium, llevándose varias legiones y buena parte de la flota de Miseno con él; permanecerían en el este a lo largo de la guerra que se desencadenaría a continuación», explica Dando-Collins. Los soldados arribaron a su destino a finales de año, tras una travesía de vómitos y mareos. Con ellos comenzó un nuevo conflicto que Casio resume de esta guisa:
«Lucio, por consiguiente, marchó a Antioquía y reunió un gran número de tropas; luego, manteniendo bajo su mando personal a los mejores generales, se instaló en la ciudad donde tomó todas las disposiciones y acumuló los suministros para la guerra, mientras encomendaba los ejércitos a Casio. Este último resistió valientemente el ataque de Vologeso y, finalmente, cuando el rey fue abandonado por sus aliados y comenzó a retirarse, lo persiguió hasta Seleucia y Ctesifonte, destruyendo Seleucia mediante el fuego y arrasando hasta los cimientos el palacio de Vologeso en Ctesifonte. Al regresar, perdió a muchos de sus soldados por el hambre y la enfermedad, pudiendo sin embargo regresar a Siria con los supervivientes».
Nace el misterio
Dos mil años después todavía existe un misterio que rodea a este suceso: la unidad concreta, con nombres y apellidos, que fue borrada de la faz de la Tierra. Dando-Collins es partidario de que Severiano dirigía a la XXII Deiotariana. Para ello, se basa en un estadillo posterior –de la época de Marco Aurelio– en el que se enumeraba a las veintiocho legiones a las órdenes del emperador. «La XXII Deiotariana no se incluía entre ellas», sentencia. En sus palabras, es probable que aquellos hombres estuvieran acuartelados en Armenia después de que Adriano los trasladara hasta primera línea en el 135 d.C. como una forma de disuadir a los posibles invasores.
Lo cierto es que, desde su alumbramiento, la XXII Deiotariana está rodeada de ciertas sombras. Se sabe que fue reclutada en el siglo I a.C. en Galacia (la Turquía actual) y que, a pesar de ser entrenada a la romana, permaneció una buena parte de su vida a las órdenes de sus propios mandos. Tras varios desmanes se le perdió la pista a mediados del siglo dos. «En el año 135 salió de Egipto para no regresar jamás», explica Sabino Perea en ‘Campamentos y defensa del territorio en el Egipto romano’.
La otra opción que baraja el experto es la popular IX Hispana. Su alumbramiento tampoco está claro. Para Juan José Palao, profesor del Dpto. de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad de Salamanca, «los primeros testimonios de una legión IX parecen situarse en el primer tercio del siglo I a.C.». Aunque, según explica, todo apunta a que el origen más probable sea una legión con este mismo numeral creada por Octavio (futuro emperador Augusto) en el 40-41 a.C.
Tras combatir en la Galia o el Rin, la versión más extendida es que halló su final en la invasión de Britannia, donde la unidad tomó parte junto con las legiones II Augusta, XIV Gémina y XX Valeria Victrix en el año 43 d.C. Allí se le perdió la pista, pero Dando-Collins cree que pudo ser reorganizada y enviada hasta Armenia.