miércoles, 4 de mayo de 2022

Cuando la flota persa de Jerjes atravesó una península excavando un canal durante la Segunda Guerra Médica

 

Cuando la flota persa de Jerjes atravesó una península excavando un canal durante la Segunda Guerra Médica









Por Jorge Álvarez   .........   Brujula Verde  


«Y por cuanto habían padecido los persas años atrás un gran naufragio al ir a doblar el cabo de Atos empezóse además, cosa de tres años antes de la presente expedición, a disponer el paso por dicho monte, practicándose del siguiente modo: tenían sus galeras en Eleunte, ciudad del Quersoneso, y desde allí hacían venir soldados de todas naciones, y les obligaban con el látigo en la mano a que abriesen un canal; los unos sucedían a los otros en los trabajos, y los pueblos vecinos al monte Athos entraban también a la parte de la fatiga».

Así empieza a contar Heródoto, en su obra Los nueve libros de la Historia, el inicio de una de las obras de ingeniería militar más importantes de la Antigüedad: la excavación del llamado Canal de Jerjes, también conocido como Foso de Acanthe, un estrecho paso inundable que debía atravesar el istmo de la península del Monte Athos, en la región griega de la Calcídica, para evitar el rodeo que debería dar si no su flota y, así, no exponerla a la meterología adversa.

El rey persa, que lo mandó empezar a hacer en el año 480 a.C., no hacía esto por capricho. Tenía muy presente lo que le había pasado a su cuñado -y primo- Mardonio en el 492 a.C., durante la Primera Guerra Médica, cuando estaba al mando de la formidable flota de invasión reunida por Darío I el Grande. Constituída por unos tres centenares de barcos y alrededor de veinte mil hombres, con esa fuerza se pretendía pasar al contraataque, tras reprimir la Revuelta Jónica queLos jonios, los griegos de Asia Menor, fueron aplastados por los persas, que se aprovecharon de su ancestral división interna para imponerse en el mar en la batalla de Lade. Entonces Darío decidió extender las operaciones a suelo heleno por su apoyo a la rebelión. Primero cayeron en sus manos varias islas del Egeo (Quíos, Lesbos, Ténedos, Tasos) y luego las naves continuaron adueñándose de la costa calcídica mientras el ejército ocupaba Macedonia, una tierra rica en oro, y llegaba hasta el Danubio.

Fue entonces cuando la naturaleza se volvió en contra del invasor: cuando navegaba a la altura de la citada península para sobrepasarla hacia el sur, una violenta tempestad se abatió sobre la flota descomponiéndola, mandando a pique muchas unidades y obligando a regresar, de manera que el rey persa tuvo que poner fin a sus planes. En realidad todavía habría una segunda campaña naval, que ya no mandaba Mardonio sino los generales Datis y Artafernes, pero con objetivos menos ambiciosos: conquistar Naxos y controlar así el Egeo; tuvieron éxito, aunque fallaron en tierra al ser derrotados en Maratón.

El caso es que el sucesor de Darío, su hijo Jerjes, fue quien tomó el relevo a la muerte de su padre en el 486 a.C. El ejército que reunió para ello durante cuatro años era muchísimo mayor y, consecuentemente, también necesitaba de una flota más grande para transportarlo; Heródoto habla de un millón setecientos mil hombres (más los auxiliares) y otros autores duplican e incluso triplican el número, si bien los historiadores actuales rebajan esa cantidad a menos de doscientos cincuenta mil.


Una cifra enorme, de todas maneras, que requirió de más de cuatro mil barcos, de los que mil doscientos eran trirremes y tres mil galeras, incluyendo medio centenar de pentecónteros (buques de cincuenta remeros). Por supuesto, no todos eran persas; había representantes de casi todos los pueblos bajo su control, desde medos a indios, pasando por partos, cilicios, asirios, fenicios, bactrianos, frigios, egipcios, bitinios, árabes, etíopes, libios, etc.

Ahora bien, Jerjes no estaba dispuesto a repetir el error de su padre exponiendo la flota ante los elementos. Por tanto, mientras aún estaba con los preparativos, ordenó que se excavase un canal que evitara tener que rodear la península del monte Athos; en eso sí imitó a Darío, quien terminó el intento de los faraones del Imperio Nuevo egipcio de abrir un colosal canal (doscientos diez kilómetros) en el Delta del Nilo que comunicase el Mediterráneo con el Mar Rojo. Cuenta Heródoto que la dirección de los trabajos fue confiada a dos notables llamados Bubares y Artaquees. El monte se adentra en el mar y forma así una maciza lengua de tierra que, sin embargo, se adelgaza formando un istmo entre los actuales pueblos de Nea Roda y Tripiti.


El canal debía atravesar dos kilómetros y tener un ancho de treinta metros por tres de profundidad, suficiente para permitir pasar dos trirremes simultáneamente. Una empresa faraónica que, según Heródoto, tenía algo de megalómano: «Cuando me paro a pensar en este canal, hallo que Jerjes lo mandó abrir para hacer alarde y ostentación de su grandeza, queriendo manifestar su poder y dejar de él un monumento». Tres años tardaron los persas en tenerlo listo, usando para ello trabajadores reclutados a la fuerza más otros llevados desde Egipto y Fenicia que se repartieron por naciones.

Primero se trazó el canal con cuerdas, después se empezó a picar la piedra por turnos y se excavaba sacando la tierra en capazos que pasaban de mano en mano desde el fondo hasta los bordes mediante escaleras. En cada extremo se levantó un dique para trabajar en seco. Heródoto reseña la compleja red de intendencia y suministro que fue necesario montar para poder alimentar a toda aquella gente, de entre la que llevaban la voz cantante los fenicios por su habilidad, no sólo en esa obra sino en las otras, pues fue necesario construir varios puentes.

De hecho, uno de los episodios más conocidos de esa guerra fue el doble pontón formado con embarcaciones que Jerjes mandó tender sobre el Helesponto para que sus tropas pudieran cruzarlo, con ese momento tan especial de la tormenta que lo desbarató y que el soberano vengó mandando azotar al mar… y decapitando a los ingenieros. Un mal presagio que los augures solventaron interpretando un oscurecimiento del sol -quizá un eclipse- como una señal de victoria (el astro rey «era el pronosticador de los griegos y la luna la profetisa de los persas», según testimonia Heródoto).

Itinerario de la invasión persa/Imagen: Wikimedia Commons

 




Jerjes lloró de emoción al contemplar su inmensa flota desde un promontorio, autoidentificándose con Zeus e iniciando la marcha hacia Grecia. No obstante, estando en Acanto le llegó otra mala noticia: la muerte de Artaquees, uno de los responsables de la apertura del canal, al que hizo un funeral lleno de honores. Luego dividió su ejército y una parte siguió por tierra con él al frente mientras la otra lo hacía por mar. Volvamos a citar a Heródoto: «La armada naval, separada ya de Jerjes, navegó por el canal abierto en Athos, canal que llega hasta el golfo en que se hallan las ciudades de Asa, Piloro, Singo y Santa. Habiendo tomado a bordo la gente de armas, continuó desde allí su derrota hacia el seno Termeo. Dobló, pues, el Ampelo, promontorio de Torona, y fue recogiendo las galeras y tropas de las ciudades griegas por donde pasaba…»

La historicidad del Canal de Jerjes fue puesta en duda durante mucho tiempo. Ello se debió a que, si bien formó parte del paisaje del entorno del Athos durante un siglo, nunca más se volvió a utilizar después del paso de la flota persa, por lo que se deterioró progresivamente cubriéndose de sedimentos. Tucídides lo menciona en su Historia de la Guerra del Peloponeso, escrita en torno al año 400 a.C., y Demetrio de Escepsis hizo otro tanto en el siglo II a.C.

Hubo que esperar a que las técnicas de la Arqueología moderna demostrasen su existencia mediante la fotografía aérea, así como por los análisis geológicos sobre el terreno que fueron haciendo el francés Choiseul-Gouffier en el siglo XVIII, el inglés T. Spratt en 1838 y el alemán A. Struck en 1901. Aún así, en 1990 todavía no se tenían claras sus dimensiones ni si funcionaba como canal o simplemente como pista de arrastre para los barcos, tal cual pasaba en el diolkos que atravesaba el istmo de Corinto.

Fue al año siguiente cuando un equipo de geofísicos griegos y británicos confirmó, por el análisis de los sedimentos y otras técnicas, que el Canal de Jerjes cruzaba la península de parte a parte y, por tanto, que Heródoto no mentía. Sus restos constituyen hoy lo que es uno de los pocos monumentos persas en territorio europeo.









La República Pirata de Nassau, creada en 1706

 

La República Pirata de Nassau, creada en 1706




Brujula Verde   ............     Por Jorge Álvarez


Una de las series televisivas más interesantes de los últimos años es Black sails, que terminó su cuarta y última temporada en 2017. Al estar concebida como una precuela de La isla del tesoro, sus protagonistas principales son ficticios: el capitán Flint, John Silver el Largo, Billy Bones y otros personajes de la novela de Stevenson. Pero también los hay históricos y todos ellos vivieron lo que se hoy se conoce como la Edad de Oro de la piratería, con un elemento en común: la localidad de Nassau, donde establecieron la llamada república de los piratas.

Nassau es la capital de New Providence, isla del archipiélago de las Bahamas. Un lugar paradisíaco que actualmente constituye un importante centro turístico, con clima tropical, preciosas playas y arquitectura colonial; un atractivo rincón anglosajón en el Caribe, mar fundamentalmente de habla hispana.

Pero es que Nassau fue fundada por colonos británicos en 1670 a partir de un fuerte llamado Charles Town (en honor a su rey, Carlos II), construido catorce años antes para aprovechar la ausencia de ocupación por parte de España.



En realidad la isla aún volvería efímeramente a manos españolas pero a la nueva dinastía reinante en Madrid, la borbónica que encarnaba Felipe V, le costaba cada vez más defender sus posesiones de ultramar debido al esfuerzo bélico que supuso la Guerra de Sucesión.

De manera que, entre 1703 y 1718, aquel rincón disputado por los dos imperios estuvo sin gobierno y eso favoreció que a partir de 1706 empezara a convertirse en un santuario para la efervescente piratería caribeña.

No era la primera vez que aquellos proscritos se adueñaban de un territorio insular para instalarse en él de forma más o menos organizada. A mediados del siglo anterior la primera gran generación de filibusteros utilizó la famosa Isla de la Tortuga, alargada franja de tierra de 37 kilómetros de longitud por 7 de ancho, situada al noroeste de Haití, en cuyos 180 kilómetros cuadrados de superficie encontraron un sitio perfecto para establecer una base de abastecimiento y descanso, a salvo de la persecución de las autoridades.




Allí fundaron la llamada Cofradía de los Hermanos de la Costa, más o menos regida por un gobernador extraoficial y un consejo de ancianos, mientras los verdaderos gobernadores franceses se lo permitían porque traían riqueza a la isla,; además, él mismo era un ex-bucanero. Aquella situación perduró hasta 1670, en que se restableció la legalidad, pero los piratas encontraron alternativas: primero en Port Royal, la capital de Jamaica, que acababa de caer en manos inglesas; luego, cuando se firmó una alianza anglo-española contra Francia (más un terremoto que destruyó la ciudad en 1692), tuvieron que trasladarse a Nassau.

En 1696 el corsario Henry Every fondeó en New Providence su barco, el Fancy, para descargar el botín que había ido acumulando a bordo. Sobornó al gobernador, Nicholas Trott, un juez de ilustre familia que era sobrino del gobernador homónimo de Bahamas, y eso atrajo a otros colegas de profesión, que poco a poco fueron imponiendo sus condiciones. España colaboró en ello sin pretenderlo, al bombardear Nassau dos veces, en 1703 y 1706, provocando que buena parte de los habitantes honrados optaran por irse. Los piratas llegaron entonces a constituir el grueso de la población en una proporción de 10 a uno.



La Guerra de Sucesión estaba entonces en su apogeo y los corsarios ingleses aprovecharon lo que era un puerto seguro desde el que asaltar navíos españoles y franceses en un dinámica continua de ataques y represalias. Cuando en 1713 terminó la contienda, aquellos corsarios se quedaron sin patrocinador y para seguir con su provechoso modo de vida se convirtieron en piratas, es decir, trabajando para sí mismos, sin tener que ceder parte del botín a Su Graciosa Majestad.

De nuevo se organizaron. La cofradía fue sustituida por una república no formal que se regía por un código de conducta, el cual constituía lo más parecido a una democracia que había en aquella época. Como no se dejó nada por escrito es difícil conocer la institución con detalle, pero seguramente se basaría en sus viejas máximas que concedían libertad individual a sus miembros (lo que se traducía en la ausencia de dos cosas odiadas, el código penal y los impuestos) y descartaban los prejuicios por raza o religión (de hecho, había piratas católicos, jacobitas y negros, algunos mandando barcos).





En esa especie de anarquismo pionero, otra ley no escrita abolía la propiedad inmobiliaria individual en la isla. Respecto a esto último, las tripulaciones se repartían las ganancias de una forma razonablemente equitativa, recibiendo el capitán y su primer oficial dos partes o parte y media, mientras que los demás se quedaban la parte restante (los que no luchaban cuerpo a cuerpo, como artilleros, carpinteros o cirujanos sólo obtenían un cuarto de parte). Asimismo, eran los marineros los que elegían a su capitán votando y quienes, si lo creían oportuno, podían deponerlo.

Las únicas que quedaron al margen de tanta modernidad fueron, como siempre, las mujeres. No se permitía llevarlas a bordo por los conflictos que pudieran ocasionar, aunque las esclavas -generalmente de raza negra- no entraban en ese grupo por no ser consideradas capaces de embaucar a un hombre. Piratas femeninas como Anne Bonny o Mary Read fueron casos excepcionales.



Algunos de los nombres que dieron sentido a la citada expresión Edad de Oro de la Piratería, la que se desarrolló aproximadamente entre 1620 y 1795, tenían su base en la república pirata de Nassau. Gente como Jack Calicó Rackham, Charles Vane, Edward Teach Barbanegra, Benjamin Hornigold o Henry Jennings. Casi todos habían combatido en la Guerra de Sucesión con patente de corso y por eso siguieron manteniendo cierta relación, a veces amistosa, a veces no tanto.

Jennings, por ejemplo, asaltó el campamento español de la Flota del Tesoro robando un fabuloso botín y luego se alió con Samuel Bellamy hasta que se enemistaron. Más tarde fue declarado fuera de la ley por el mismo hombre que le había apadrinado en ese mundo, Benjamin Hornigold, viéndose obligado a huir de Jamaica para convertirse en uno de los fundadores de la república pirata de Nassau; allí ejerció de alcalde hasta que se retiró acogiéndose a una amnistía general, pasando el resto de su vida como un rico hacendado.

Su mentor, el citado Hornigold, fue una de las personalidades más importantes de Nassau, pues también patrocinó a otros como el mencionado Bellamy, Stede Bonnet o Barbanegra. De hecho, Hornigold nombró a este último magistrado (encargado de mantener el orden) cuando le eligieron gobernador de la república pirata, cargo que compartió con otro filibustero llamado Thomas Barrow. Bajo ese mandato los piratas caribeños actuaron casi a placer, a menudo colaborando entre sí y provocando graves perjuicios al comercio marítimo.

Esta situación se acabó en 1718 por el contexto internacional; las grandes potencias habían firmado la paz por el Tratado de Utrecht e Inglaterra, a la que España había concedido el Asiento de Negros para proveer de esclavos a sus dominios, empezó a notar los estragos que causaba la piratería en sus propias posesiones americanas, así que reorientó su política y comisionó a un nuevo gobernador de las Bahamas con el objetivo de poner fin a aquella lacra. Se trataba de Woodes Rogers, que al margen de este contexto tendría su rincón en la Historia por haber rescatado en 1709 a Alexander Serkirk, el náufrago que pasó más de cuatro años en una isla desierta inspirando probablemente a Daniel Defoe para su novela Robinsón Crusoe (Defoe, por cierto, también escribió una completa historia de la piratería).



Rogers, un experimentado marino que había combatido contra los españoles con patente de corso, llegó a las Bahamas en 1718 ofreciendo el perdón real a todos los piratas. Algunos, caso del brutal Charles Vane o de Stede Bonnet, se negaron a aceptarlo y acabaron en la horca, que fue el destino final de la mayoría porque no tenían derecho a abogado en los tribunales; otros, como los astutos Benjamin Hornigold o John Cockram,barbanegra no sólo firmaron sino que pasaron a dar caza a sus antiguos camaradas reticentes.

Dibujo anónimo de Benjamin Hornigold/Imagen: Wikimedia Commons

Uno tras otro fueron cayendo: Nicholas Woodall y John Auger, apresados por Hornigold; Barbanegra, muerto en combate con la Royal Navy; Rackham, atrapado junto a Anne Bonny y Mary Read por otro ex-pirata como Jonathan Barnet… El mismo Hornigold desapareció cuando un huracán le hizo naufragar en 1719 sin que se volviera a saber de él, al igual que pasó con Bellamy, perdido en una tormenta. Tampoco hay noticias de Cockram tras estos hechos, así que quizá se retiró a su casa de Eleuthera. En la década transcurrida entre 1716 y 1726 fueron ejecutados en torno a medio millar de piratas.

Siguió habiendo piratería durante décadas, por supuesto, pero los buenos tiempos pasaron y a la inaudita república instaurada en Nassau se le puso punto final, con un gobernador legal, Rogers, y una administración colonial. Eso hizo que los que persistían en ese modo de vida buscasen otras regiones donde operar, como la costa Este de EEUU (por ejemplo Jean Lafitte) o África (Bartholomew Roberts)




En 1720 España trató de reconquistar New Providence, pero no tuvo éxito y ocho años después se constituía el primer gobierno parlamentario de Bahamas, con sede precisamente en aquella localidad. Quién lo hubiera pensado no mucho antes. El caso es que hoy en día Nassau asume con orgullo su pasado e incluso tiene un museo temático para ilustrar a los turistas. 
















Piratas y tesoros: el huracán que hundió al imperio español

 

Piratas y tesoros: el huracán que hundió al imperio español





La Brujula Verde   ...........   Por Jorge Álvarez 


¿Puede hundirse un imperio por los efectos de un huracán? En principio esto parece absurdo ¿no? ¿Qué clase de imperio sería ése? Máxime si hablamos de la poderosa España del siglo XVII. Ahora bien, si entendemos que se trata de una hipérbole y que no hace referencia a daños materiales en el país sino en su ya maltrecha economía, la cosa parecería más aceptable.

En realidad es, más que nada, una idea llamativa, una teoría impactante formulada para atraer curiosos, porque de lo que hablamos es de una exposición que estos días está abierta al público en Boston (EEUU). Se titula Shipwreck! Pirates and treasures (¡Pecios! Piratas y tesoros) y reúne tesoros procedentes de un galeón hundido frente a aquellas costas a causa del citado fenómeno meteorológico que se abatió sobre la flota de la que formaba parte.

El pecio fue localizado por la polémica Odissey Marine Exploration, la misma compañía a la que llevó a los tribunales el estado español por saquear el tesoro de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, hundido por la armada británica cuando venía de Perú y del que la empresa se había llevado 574.553 monedas y otras piezas. La ley se impuso y Odissey tuvo que devolver a España el botín; ahora presenta uno nuevo.

Aunque lo de nuevo es relativo, puesto que el descubrimiento se remonta a 1989, a partir del hallazgo de algunas monedas por parte de un pescador local en 1965, en aguas de Dry Tortugas, al oeste de Cayo Hueso. Se trataría del navío Buen Jesús y Nuestra Señora del Rosario, hundido en 1622 cuando navegaba en compañía de otros 28 barcos para encontrarse con otra flota y, unidas, seguir rumbo hacia España, según la costumbre. Al parecer, la fecha se retrasó unas semanas y así se echó encima fatalmente la temporada de huracanes. Las naves fueron zarandeadas por la implacable fuerza de la naturaleza como si fueran cáscaras de nuez y varias se hundieron.

Odissey rescató el contenido del mencionado Buen Jesús y Nuestra Señora del Rosario, un mercante de 117 toneladas, exponiendo de forma itinerante por varias ciudades (y atrayendo a 2 millones de visitantes) el contenido de sus bodegas: lingotes de oro, más de un millar de monedas de plata, otros 6 de perlas y muchas joyas más. Riquezas arrancadas a las entrañas del Nuevo Mundo que se enviaban al Viejo para costear, entre otras cosas, las guerras europeas contra los protestantes, ese cáncer que desangró a España no sólo en el sentido literal sino también en el financiero.

Y aquí retomamos la propuesta del imperio hundido por el huracán. Dicen que la pérdida de la llamada Flota de Tierra Firme dejó sin recursos al Imperio y a la larga terminó por hacerlo caer. No es muy exacto porque la quiebra inmediatamente posterior a esos hechos no se produjo hasta la quiebra declarada por Felipe IV, que suspendió pagos en 1627 haciendo tambalearse la economía internacional. Pero sí sirve para hacerse a la idea de que la España de los Austrias se dejó llevar por el flujo de riquezas americanas sin saber aprovecharlas realmente ni desarrollar un sistema económico racional no dependiente.




Vuelve el Cinema Lliure a la playa de Barcelona

 

Vuelve el Cinema Lliure a la playa de Barcelona




Metropoli    ..........     


Las sesiones del Cinema Lliure, que organiza jornadas de cine al aire libre en las playas catalanas, volverán tras dos años de pandemia a la playa de Sant Sebastià de Barcelona todos los jueves del 7 de julio al 11 de agosto, entre las 21:30 y las 22:00 horas, de forma gratuita.

Según ha informado la organización, antes de cada película se proyectará un cortometraje del festival Filmets y habrá un día en el que se proyectará un corto de la convocatoria Nou Talent, dirigida a estudiantes de cine de Cataluña y Mallorca, que este año se suma a la iniciativa.

Las jornadas de "Cinema Lliure" programan películas que han pasado por festivales de cine de renombre, aptas para todos los públicos, para que todo el mundo pueda disfrutar del buen cine de las noches de verano, por lo que habrá una sesión dirigida al público familiar. En algunas sesiones también se invita a profesionales del cine, con coloquios y debates en torno a las películas que se proyectan.

Además de la playa de Sant Sebastià (y la isla de Mallorca), el Cine Lliure volverá a las playas del Prat de Llobregat y se hará por primera vez en Vilanova i la Geltrú y Sitges. También repetirán las playas de Palamós y Tossa de Mar






Canal Salud : La gripe ya es "epidemia" en España y se ceba sobre todo con los niños de 1 a 4 años que duplican los contagios en una semana

 Noticias20M La  gripe  ha superado ya el umbral epidémico en España. Llega además con adelanto respecto a las dos temporadas anteriores y s...