martes, 10 de mayo de 2022

Barcelona abre el plazo de ayudas familiares de 100 a 475 euros mensuales

 

Barcelona abre el plazo de ayudas familiares de 100 a 475 euros mensuales




Metropoli    ...........    


El Ayuntamiento de Barcelona publicará este miércoles las bases de la nueva convocatoria del fondo de infancia 0-16. La ayuda está dotada con unos 12 millones de euros, para que la tramitación para acceder a estas ayudas se haga entre el 12 de mayo y el 10 de junio.

Las ayudas oscilan entre los 100 y los 475 euros mensuales, a percibir durante un máximo de seis meses en función del número de niños a cargo y del volumen de ingresos de la unidad familiar, mientras que en el caso de las familias monomarentales se añade una prestación complementaria de 100 euros más.

12 MILLONES DE EUROS A LA INFANCIA

Aunque inicialmente el fondo está dotado con unos 12 millones de euros, la partida definitiva dependerá de la tramitación y del volumen de personas que cumplan los requisitos para acceder, ha informado el consistorio este lunes en un comunicado.

Además, la edición de este año incorpora cambios para poder hacer la gestión de forma más ágil y menos burocrática, con unos 50 puntos en el territorio para ayudar en la tramitación si es necesario.

AYUDAS A FAMILIAS

El año pasado, este fondo para niños en situación de vulnerabilidad llegó a 17.424 menores de 10.265 familias, de las cuales 2.001 eran monomarentales, lo que supuso una inversión de 9,98 millones de euros.






lunes, 9 de mayo de 2022

La leyenda del rey Arturo revivida: afirman haber encontrado el castillo de Camelot

 

La leyenda del rey Arturo revivida: afirman haber encontrado el castillo de Camelot 








Un profesor retirado dice haber identificado la localización precisa de Camelot, el legendario castillo donde hace 1.400 años habría vivido el rey Arturo.


Peter Field, un profesor retirado y experto en literatura artúrica, afirma que ha encontrado el sitio donde 1.400 años atrás se erguía el mítico castillo de Camelot, según hallazgos presentados en la Universidad de Bangor, en Gales (Reino Unido).

El lugar en cuestión es el actual pueblo de Slack, en West Yorkshire, en el centro de Inglaterra. El experto argumenta que Camelot se encontraba en el emplazamiento de una antigua fortaleza romana llamada Camulodunum, en esa misma localidad.

Field llegó a esta conclusión luego de comparar las fortalezas históricas de la época en la que habría vivido el rey Arturo con los detalles de la leyenda. Asegura que el lugar que se adapta mejor a la descripción de Camelot es el actual pueblo de Slack.

El experto además sostiene que Slack, que aparentemente está en medio de la nada, podría haber sido el sitio ideal para montar un campamento y enviar tropas a cualquiera de las costas en defensa de la nación.

«Estaba mirando unos mapas, y de repente todo cobró sentido» dijo Field, al presentar sus hallazgos.

Y para agregar fundamento a su hipótesis, el exprofesor argumenta que Camulodunum, el supuesto antiguo nombre de la fortaleza romana en Slack, podría haberse convertido a lo largo de los años en el nombre de Camelot.

El brutal saqueo de Amberes que desencadenó la «Furia española» de los Tercios

 

El brutal saqueo de Amberes que desencadenó la «Furia española» de los Tercios








La propaganda holandesa se cuidó durante siglos de omitir que fue un incendio descontrolado el que arrasó casi un centenar de casas y no los actos de rapiña


A comienzos de la Edad Moderna, Amberes era una de las urbes más importantes de Europa y la más cosmopolita, entendido esto como un lugar de intercambio cultural. Una suerte de Nueva York enclavado en el corazón de Flandes. Sin embargo, cuando estalló la rebelión contra Felipe II, la ciudad ya había perdido parte de su relevancia. En medio de este declive económico y comercial, Amberes sufrió un golpe mortal con el saqueo realizado por las tropas del Rey entre el 4 y el 7 de noviembre de 1576. Un episodio que dio origen a lo que la leyenda negra llamó «la Furia española», pero que, ni siquiera aceptando la premisa de que los soldados actuaron como salvajes, explica el nivel de destrucción de la ciudad. La propaganda holandesa se cuidó durante siglos de omitir que fue un incendio descontrolado el que arrasó casi un centenar de casas y no los actos de rapiña.

Al inicio de la rebelión, el Duque de Alba situó en la capital de Brabante la más desmesurada ciudadela de Flandes y destinó para su protección a su mejor hombre, Sancho Dávila. Se trataba de una ciudadela española dentro de la propia ciudad, con capacidad para 800 soldados y sus familias. El duque, además, repartió indicaciones para alzar una estatua de su figura en la plaza central de Amberes. Lo cual suponía un peliagudo movimiento político. Sancho Dávila tuvo que lidiar con la enemistad que producía la presencia de los españoles en la ciudad y de una estatua tan temida como odiada. Para mayor impedimento, tuvo que hacerlo siempre con escasez de fondos y problemas logísticos: «El agua lo deshace y el viento se lo lleva».


La rapidez con la que se propagó la enfermedad imposibilitó que Luis de Requesens pudiera dejar orden de su sucesión


Los sucesivos intentos del Gran Duque de Alba por apagar la rebelión acabaron en fracaso y Felipe II tomó la decisión a mediados de 1573 de remplazarle en el mando por el catalán Luis de Requesens. Si bien el catalán no gozaba del talento militar de su predecesor, la debilidad de la hacienda real obligaba a buscar una solución pacífica. No obstante, este cambio de estrategia fue interpretado entre las filas rebeldes como lo que era, un síntoma de flaqueza; y, a finales del otoño de 1573, Requesens tuvo que recurrir nuevamente a las armas para imponer su autoridad. En ese mapa militar heredado del Gran Duque de Alba, aunque se mantenía bajo control la mayor parte de Flandes, se habían perdido las ciudades norteñas de la zona de Holanda y de Zelanda. Requesens ordenó a Dávila, a Julián Romero y a otros maestres de campo que recuperaran el terreno perdido.

Con este proposito, Sancho Dávila hizo valer la superioridad de su infantería, los Tercios españoles, en la batalla de Mook, que tuvo lugar en el valle del Mosa. Allí perecieron dos hermanos de Guillermo de Orange, el cabecilla de la rebelión contra la Corona, pero se obtuvieron pocas ventajas militares a consecuencia de lo que ocurrió tras la batalla.

Un motín en medio del levantamiento general

Luis de Requesens no pudo saborear siquiera la victoria. Cuando las tropas españolas al mando del coronel Cristóbal de Mondragón –con el agua al cuello y soportando los disparos de los soldados y marinos holandeses– avanzaban hacia Zelanda, se extendió un motín generalizado entre los ejércitos hispánicos por el retraso en las pagas de la soldada. El Rey enviaba más dinero que en el periodo de Fernando Álvarez de Toledo como gobernador (en 1574, más del doble que en los dos años anteriores), pero los gastos del Ejército, que en esas fechas contaba con 86.000 hombres, superaban con creces las posibilidades económicas de la hacienda real. El 1 de septiembre de 1575, Felipe II declaró la suspensión de pagos de los intereses de la deuda pública de Castilla y la financiación del Ejército de Flandes quedó en punto muerto. Sin fondos, sin tropas y cercado por el enemigo, que contraatacó al oler la sangre, Luis de Requesens trató de cerrar un pacto con las provincias católicas durante el tiempo que su salud se lo permitió. Enfermizo desde que era un niño, el catalán falleció en Bruselas el 5 de marzo de 1576, a causa posiblemente de la peste, dejando por primera vez inacabada una tarea que le había encomendado su Rey y amigo Felipe II.

Grabado de Sancho Dávila
Grabado de Sancho Dávila– Wikimedia

La rapidez con la que se propagó la enfermedad imposibilitó que el Comendador de Castilla pudiera dejar orden de su sucesión. Fue el conde de Mansfeld quien se hizo cargo temporalmente del mando del disperso ejército de 86.000 hombres, que llevaban más de dos años y medio sin cobrar. Sancho Dávila, junto a otros veteranos capitanes como Julián Romero, Mondragón, Bernardino de Mendoza y Fernando de Toledo, trataron sin éxito de convencer a los amotinados para permanecer unidos ante el enemigo común: los rebeldes, que aprovecharon las disensiones para medrar terreno. Temiendo precisamente que pudiera caer Amberes, Dávila mandó proveer a la ciudadela con 400 soldados y provisiones para un largo asedio.

Guillermo de Orange se movió con rapidez para entablar conversaciones con varios miembros del Consejo de Estado –que firmó una orden para degollar a los españoles y a quienes les ayudaran– y con gobernantes de varias villas para iniciar un levantamiento generalizado. El Consejo de Estado, que era, de hecho, un órgano directamente subordinado a la Corona, vivió un pequeño golpe de estado en su seno. Los miembros del consejo leales a Felipe II fueron arrestados. Asimismo, los gobernantes ordenaron repartir armas entre la población civil, supuestamente para protegerse de los amotinados, y a continuación los líderes rebeldes escribieron a la Reina de Inglaterra y al hermano del monarca francés pidiéndoles que enviaran tropas al país de forma urgente.

Además del castillo de Amberes, solo quedaba guarnición española en Liere, Maastricht, Utrecht, Viennen, Gante, Valenciennes y en Alost, aunque en este último caso estaba bajo el control de los amotinados. Los españoles combatían en solitario en la mayor parte de las plazas, sin que se pudieran fiar de nadie más. En Maastricht, los mercenarios alemanes cambiaron de bando a golpe de oro, de manera que los españoles quedaron atrapados dentro de la ciudad en dos torreones del castillo. Afortunadamente para ellos, Don Fernando de Toledo, hijo bastardo del Duque de Alba, y Don Martín de Ayala acudieron en rescate de los españoles de Maastricht. Frente a este inesperado fracaso, los rebeldes se dirigieron a Gante y, como temía Sancho Dávila, finalmente a Amberes.

Las tropas españolas que permanecían amotinadas en la ciudad de Alost acudieron en ayuda de sus compatriotas


El 3 de octubre aparecieron en Amberes los rebeldes dispuestos a rendir la ciudad. Los gobernadores locales traicionaron a los castellanos y entregaron la villa. A continuación, repartieron armas entre la población para sitiar la ciudadela, aún bajo el poder de los españoles. 14.000 ciudadanos armados y 6.000 soldados rebeldes iniciaron un asedio contra la pequeña fuerza defensora dirigida por Sancho Dávila. Sin embargo, al enterarse de la traición del pueblo de Amberes, las tropas españolas que permanecían amotinadas en la ciudad de Alost acudieron en ayuda de sus compatriotas. Lo que no habían conseguido las eternas negociaciones, ni las promesas del Rey, ni las noticias del levantamiento rebelde, lo pudo el ver a los compañeros traicionados y acorralados. Sin encontrar oposición, los amotinados consiguieron entrar en el castillo de Amberes ante la alegría de Dávila, que a esas alturas lo veía ya todo perdido.

Porque no hay nada más peligroso que acorralar a un animal herido. Los amotinados, cerca de 3.000, juntaron sus esfuerzos con 600 soldados traídos por el mítico capitán Julián Romero y arremetieron desde el castillo contra las 20.000 almas furiosas de Amberes. Fue cuando los españoles se prometieron, al estilo espartano, «comer en el Paraíso o cenar en la villa de Amberes». A pesar de la inferioridad numérica de los castellanos, los soldados de los tercios se abrieron paso entre las trincheras rebeldes provocando el caos entre sus filas. Al ver que muchos de sus enemigos se habían atrincherado en el Ayuntamiento de Amberes, desde cuya posición disparaban a los españoles, los soldados de los tercios prendieron fuego al edificio.

Un incendio arrasa la ciudad

El incendio se extendió a 80 casas vecinas para ruina de la ciudad. Así, lejos de lo que tradicionalmente se ha relatado, el responsable de la destrucción fue el fuego y no el saqueo, que paradójicamente fue bastante limitado para lo acostumbrado en aquella época. Los españoles habían actuado de forma colérica tomando en fechas recientes plazas como Naerden (1572) o Malinas (1572); pero nada comparado, en cualquier caso, con el saqueo de proporciones dantescas perpetrado por los ingleses el 9 de abril de 1580 también en Malinas. Los ingleses se tomaron un mes de saqueo y asesinatos en un episodio de la historia que suele ser omitido de los libros. «Con tan profunda avaricia de los vencedores, que después de saqueadas iglesias y casas, sin dejar cosa en ellas, después de haber obligado a los vecinos a redimir, no una vez sola, libertad y vida, penetró su crueldad hasta la jurisdicción de la muerte, arrancando las piedras sepulcrales, pasándolas a Inglaterra y vendiéndolas allí públicamente», escribe el cronista Faminiano Estrada sobre la participación en la guerra de un país, Inglaterra, que precisamente presumía de estar allí para combatir la crueldad de los españoles. Los ingleses arrancaron y vendieron incluso las lápidas del cementerio.

Incendio de Amberes iniciado en el ayuntamiento


Incendio de Amberes iniciado en el ayuntamiento– Wikimedia

El saqueo de Amberes empujó definitivamente a los Estados Generales de Flandes a unirse a Holanda y Zelanda para concertar una tregua entre católicos y protestantes, la Pacificación de Gante. Además, la ciudad de Amberes cayó finalmente en manos rebeldes ante la tardanza de Don Juan de Austria en tomar posesión de su cargo de gobernador de Flandes, lo cual mantuvo el desorden entre las tropas durante casi dos años. A la muerte también de éste, Alejandro Farnesio –el enésimo general que Felipe II mandaba a los Países Bajos, y probablemente el único que estuvo cerca de la victoria final– acometió en 1584 un complejísimo asedio en Amberes que requirió construir un canal de 22,5 kilómetros de longitud para drenar parte de las aguas que rodeaban la ciudad y levantar un puente compuesto de 32 barcos unidos entre sí para poder entrar en la muralla principal.

Una vez finalizado el asedio, que esta vez no terminó en saqueo por orden de Farnesio, Amberes se transformó en las siguientes décadas en el símbolo de la Contrarreforma cultural que llevaron a cabo los católicos de la época. El principal responsable de este florecimiento cultural fue el pintor Pedro Pablo Rubens. Sus innovaciones y más tarde la de su discípulo, Anton Van Dyck, ayudaron a convertir a Amberes en uno de los principales centros artísticos de Europa.

Savonarola: la ciudad en llamas

 

Savonarola: la ciudad en llamas










El dominico soñó con construir el reino de Dios en este mundo. Un utópico «asalto a los cielos» desde Florencia que tuvo en contra a Maquiavelo


El 9 de marzo de 1498, Nicolás Maquiavelo, en carta a Ricciardo Becchi, narra las últimas predicaciones del «frate» Savonarola: «Comentando el texto del Éxodo, en aquel pasaje en el que se dice que Moisés dio muerte a un egipcio, proclamó que el egipcio eran los hombres malvados y Moisés el predicador que les daba muerte, descubriendo sus vicios. Gritó entonces: ¡egipcio, también yo quiero asestarte una puñalada! Y ahí mismo comenzó a despedazar vuestros libros, ¡oh sacerdotes!, y a trataros en modo tal que ni aun los perros se hubieran dignado comeros; a continuación, añadió que él quería rematarlo y asestar al egipcio una nueva gran herida, y dijo que Dios le había dicho que uno había en Florencia que trataba de hacerse tirano y que estaba poniendo en marcha prácticas y modos que le permitieran triunfar, y que querer expulsar al fraile, excomulgar al fraile, perseguir al fraile, era querer edificar, querer construir, querer elevar a un tirano…».

La triple reiteración de Maquiavelo, «expulsar al fraile, excomulgar al fraile, perseguir al fraile», responde con exactitud a la situación de ese año de 1498, en el que ya el Papa Alejandro VI ha optado por la excomunión del dominico y está en marcha la confluencia entre las grandes familias de la ciudad y una autoridad papal que, durante demasiado tiempo, había tratado de suavizar las relaciones con el predicador y de llegar con él a una amistosa componenda.

Purificar Florencia

Savonarola no es el primero en haber soñado con construir el reino de Dios en este mundo. Pero su «Tratado para la gobernación de Florencia» hace jugar esa hipótesis de asalto a los cielos, no sobre un campesinado ignorante y mísero, sino sobre la sociedad más culta y rica de su tiempo: la florentina.

Su idea fue la de purificar Florencia en tres etapas. La primera instauraría el «paraíso mundano», prosperidad material que, al ser garantizada por Dios, no precisaría siquiera de defensa. El segundo momento, el de la «Ciudad espiritual», una vez suprimida toda necesidad y toda pobreza, liberaría a los ciudadanos de las preocupaciones materiales, para dedicarlos a los asuntos del espíritu. Finalmente, la ciudad desembocaría en la «bienaven-turanza eterna»: se habría completado, sin conflicto, el tránsito entre paraíso mundano y salvación. Y así, proclama Savonarola, «siendo, como ya hemos referido, el presente gobierno más obra de Dios que de los hombres, aquellos ciudadanos que, con gran celo y respeto hacia Dios y el bien común, y observando los puntos mencionados, se esfuercen dentro de sus posibilidades a perfeccionarlo, conquistarán felicidad terrena, espiritual y eterna… En primer lugar, se librarán de la servidumbre del tirano, cuya crueldad hemos descrito… Vivirán en libertad, que es cosa más preciada que todo el oro y la plata… En tercer lugar, por todo esto, los ciudadanos no solamente merecerán la felicidad ultraterrena, sino que también aumentarán mucho sus méritos y crecerá su corona en el Cielo; porque Dios otorga el máximo don a quien gobierna bien una ciudad».

No hay metáfora en el proyecto de Savonarola: todo es de una literalidad escalofriante

No hay metáfora en el proyecto de Savonarola, no nos equivoquemos: todo es de una literalidad escalofriante. Dios es el único gobernante de Florencia. Y él, su profeta, no hace otra cosa que transcribir las palabras que Dios dicta. Esas que, en octubre de 1495, transmite, por ejemplo, al rey de Francia Carlos VIII, a quien juzga poco acorde con los mandatos divinos que le ha venido revelando: «Observad lo que os he predicho, esto es, la rebelión de vuestros pueblos y las grandes dificultades que habríais de tener por parte de vuestros adversarios, de lo cual no creáis haberos liberado por vuestra fuerza sino tan sólo por la misericordia de Dios, mediante la oración que nosotros hemos realizado para el mantenimiento de vuestra gloria. Nuevamente, de parte de Dios, os anuncio que si no creéis y no os aprestáis a restituir a los florentinos lo que es suyo, Dios revocará vuestra elección».

Lucidez implacable

Maquiavelo y Francesco Guicciardini, que fueron sus enemigos, lo admiran por su potencia movilizadora del pueblo llano, del «popolo minuto». Al tiempo que lo saben funesto para la ciudad. Savonarola, proclaman, fue un personaje grandioso, culto, inteligente, moralmente impecable. Y fue catastrófico, no pese a ser grande, culto, inteligente y moralmente impecable; fue catastróficopor ser grande, culto, inteligente y moralmente impecable. Por tener la capacidad de poner en marcha algo que en sí mismo sólo lleva a lo peor: la idea, delirante, de poner la teología al mando de la política.

Es la lección que todos los florentinos de la generación maquiaveliana han extraído de esos años utópicos, sin por ello degradar personalmente al personaje. Leer lo que Maquiavelo escribe sobre Savonarola, en la «Correspondencia» o en la «Historia de Florencia», es asistir al despliegue de una lucidez implacable: el fraile fue un personaje grande y fatídico. Leer lo que Guicciardini escribe de él en su «Historia florentina» y en su «Historia de Italia», es ver nacer la historiografía moderna: Savonarola aparece allí como el más brillante de los hombres; y germen sólo de muerte. O ardía él, o la ciudad ardía. Es el retrato de un mundo imposible, que J. L. Rodríguez García dibuja en su bella novela sobre el dominico: «El ángel vencido».

Maquiavelo y Guicciardini han aprendido de esa desastrosa santidad esto: que nunca más, bajo ningún concepto, debe aceptarse imponer cánones teológicos a la política. Que nunca más, bajo ningún conceptola proyección de modelos morales sobre lo político puede repetirse. Nunca más, la santidad en el gobierno de la Señoría. Nunca más, la utopía del asalto a los cielos, del inmaculado reino de Dios en la tierra. Santidad, en política, es sinónimo de muerte.

La Orden del Temple y su eco en la península

 

La Orden del Temple y su eco en la península










En la madrugada del viernes 13 de octubre de 1307 un nutrido grupo de guardias del rey francés Felipe IV ‘El Hermoso’ forzaron la entrada de forma simultánea e inesperada (y por tanto casi sin oposición) en los cientos de encomiendas y capitanías de los caballeros templarios en toda Francia así como en su cuartel general en París. Este recinto fortificado situado al oeste de la Bastilla y rodeado de calles que pertenecían a la Orden del Temple constituía la residencia de Jacques de Molay, el anciano Gran Maestre de los Caballeros Templarios y víctima, junto con más de 500 templarios franceses, de la codicia del rey capeto.

Como ya había ocurrido pocos años antes con los judíos franceses, expulsados y desposeídos de sus propiedades, la razón de tan súbita y sorprendente agresión -que necesariamente hubo de contar con el visto bueno del Papa Clemente V, marioneta de Enrique- tenía que ver sobre todo con asuntos económicos. Efectivamente, los activos financieros de la Orden del Temple y sus propiedades inmobiliarias (cerca de 800 castillos, más de 6.000 caballos, miles de casas y una flota de barcos, además de oro y plata), sumados a las leyendas de tesoros y riquezas supuestamente traídas de Tierra Santa y -sobre todo- a su papel como acreedores de Felipe IV convencieron al arruinado rey francés de que la única manera de saldar sus cuentas con los templarios era eliminarlos.

Falsamente acusados de herejía, sodomía y paganismo, y con confesiones extraídas mediante terribles torturas, fueron, uno a uno, condenados a muerte con la forzada aquiescencia del Papa. De este modo su patrimonio en Francia fue expropiado, pasando primero a la corona francesa y luego a los Caballeros Hospitalarios. El Gran Maestre Jacques de Molay, tras un encarcelamiento de 7 años durante los que sufrió grandes padecimientos, murió en la hoguera en 1314, si bien años antes ya había quedado claro que la Orden del Temple como tal jamás recuperaría su lugar en la sociedad medieval.

Desde su fundación durante la Primera Cruzada por Hugo de Payens y el rey de Jerusalén, Balduino II, en el día de Navidad de 1119 y en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, la Orden de los Caballeros Templarios (esto es, la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, que fue su denominación original) se autoimpuso la misión de defender los Santos Lugares de la amenaza musulmana y a los peregrinos cristianos que a ellos se acercaran: concretamente, y en sus inicios, a aquellos que realizaban el trayecto, plagado de peligros, entre Jaffa y la propia Jerusalén. Desde entonces (y a pesar de la creación de otras Órdenes similares, como la de sus rivales los Hospitalarios), su poder fue aumentando década a década en Tierra Santa y Europa occidental, llegando a constituir un estado dentro del estado (cuyo ámbito de actuación era la Cristiandad), sólo obligado a rendir cuentas -a través del Gran Maestre- al Papa. Su ascenso y preeminencia se explican en gran parte por la dirección de San Bernardo, el reformador de la orden benedictina, sobre cuyo modelo articuló en el Concilio de Troyes de enero del año 1128 la regla primitiva que los caracteriza como ‘Militia Christi’ (ejército de Cristo).

Ciertamente su naturaleza militar era evidente pues se trataba de unos guerreros de gran habilidad y resistencia con excelente capacidad estratégica y organizativa. Pero a esto había que sumar su dimensión espiritual (no en vano se trataba de monjes-guerreros), pues conjugaban su actividad militar con unos estrictos votos de pobreza, castidad, piedad y obediencia y una vida de austeridad extrema y absoluto servicio a su misión, la defensa del cristianismo.

Su disciplina, valentía, capacidad de sufrimiento y lealtad a sus principios pronto los convirtieron, frente a la frecuente desorganización de los cruzados, en la fuerza de combate de mayor importancia en Tierra Santa. Y su estacionamiento permanente allí posibilitó su conocimiento del terreno y del enemigo musulmán, con quien estableció intensas relaciones no siempre hostiles que durante el proceso inquisitivo les resultaron fatales.

El Temple se instaló, inmediatamente tras su creación en Jerusalén, en Europa occidental y de forma muy notable en la península ibérica. Esta temprana implantación tiene, en primer lugar, una explicación puramente material: la imperiosa necesidad de obtener recursos económicos para la Orden a través de, fundamentalmente, las encomiendas (territorios controlados por un comendador que los explotaba para la Orden). Estos recursos se transferían anualmente a Oriente a través de la extraordinaria red financiera de los templarios para sufragar los enormes gastos que su presencia allí ocasionaba (el conocido como responsio). Pero al margen de esta actividad económica, fue en los Reinos de Aragón, Castilla y León y Portugal donde desarrollaron una labor similar a la que tenían encomendada en Tierra Santa: la lucha contra el Islam a través de su participación en la llamada Reconquista.

Los templarios participaron activamente en las conquistas cristianas de -entre otras plazas- Valencia, Mallorca, Caspe, Córdoba o Sevilla, así como en la defensa de Lisboa o la de Coimbra, por lo que recibieron vastos territorios, ciudades enteras, castillos y conventos como pago (Alfonso I de Aragón llegó a legarles todo su reino en 1134, aunque no se acató su voluntad).

No es de extrañar, pues, que en todos estos reinos peninsulares se evitaran a partir de 1307 las persecuciones, torturas y ejecuciones de templarios que se vieron en Francia; ni que a pesar del edicto papal de 1311 declarando la suspensión del Temple sus caballeros fueran en gran medida respetados y en muchos casos transferidos a otras órdenes, como la del Hospital, la de Calatrava (creada en Castilla en fecha tan temprana como 1164), o las de Montesa (Aragón) y la Orden de Cristo (Portugal), que heredaron muchas propiedades de estos monjes guerreros, tanto encomiendas como castillos.

Es por esto que en Aragón y Portugal, donde los templarios se instalaron en torno a 1130 (Teresa de Portugal les donó el Castillo de Soure en 1128), y en Castilla y León, donde lo hicieron poco más tarde, pervivió -a diferencia de Francia- el legado templario, que ha llegado hasta nuestros días en muchos casos extraordinariamente conservado. Estos casi dos siglos de presencia de estos caballeros han dado lugar a un riquísimo patrimonio de iglesias y castillosque -en el caso de la Península Ibérica- se extienden por casi la totalidad del territorio. Esto nos permite, en España y Portugal, recrear -como en ningún otro luga- el espíritu templario a través de los espacios en los que se desarrolló su historia.

Para este viaje resulta muy útil dividir imaginariamente la Península en tres sectores: los cuadrantes noreste y noroeste, y la mitad sur. Y tal vez convenga comenzar por la que fue la mayor encomienda templaria de todo el Reino de Aragón, la de Monzón, en Huesca, donde se encuentra el magnífico Castillo de Monzón. De origen musulmán, fue entregado a la Orden del Temple en 1143 y ha sido testigo de episodios importantísimos, de los que podemos destacar dos: en él cuidó el maestre templario Guillén de Monredón durante su infancia al futuro rey Jaime I ‘el Conquistador’. Siendo ya rey, este lógicamente recurrió a esta orden cristiana en su conquista de Valencia.

Más tarde, en 1309, fue este castillo defendido por el comendador templario Berenguer de Belvis del asedio de año y medio de las fuerzas reales de Jaime II de Aragón ‘el Justo’, quien a pesar de su defensa del Temple tuvo que incoar el proceso contra la Orden siguiendo instrucciones del Papa. Berenguer de Belvis, último Gran Maestre en el reino de Aragón, se rindió con otros 36 caballeros (los últimos que quedaban con vida en el castillo) al rey aragonés y tras un largo encarcelamiento fue absuelto por el Concilio de Tarragona. Nunca ingresó en otra Orden y murió, fiel a sus votos, en el Castillo de Chalamera. Sus restos, junto con los de sus caballeros, reposan en la ermita de Nuestra Señora de Gracia.

Ya en Cataluña encontramos el Castillo de Miravet, en Tarragona, también del s. XII y antigua fortaleza musulmana. El de Miravet -como el de Monzón- resistió heroicamente (defendido por el templario Ramón de Guardia) el asedio del ejército del rey durante meses.

Miravet, el excepcional Castillo de Peñíscola y la propia ciudad de Tortosa (los tres emplazamientos casi en línea recta en paralelo a la costa levantina) constituyen una ruta templaria de primer orden, que alberga mucha y rica historia y que se puede recorrer con facilidad. La ciudad de Tortosa, de extraordinaria importancia para la historia del Temple (que obtuvo un tercio de la ciudad tras su conquista) conserva abundantes referencias a estos caballeros, muy notablemente el Castillo de La Zuda (hoy Parador de Turismo) o la Catedral, que aunque construida en el s. XIV procede de una iglesia templaria anterior.

A tan sólo 24 kms. de Peñíscola y su magnífico castillo templario encontramos, también en la provincia de Castellón, el Castillo de Xivert. Ambos se encuentran en el Parque Natural de la Sierra de Irta, a muy poca distancia uno del otro, y muy relacionados. Este Castillo de Xivert fue entregado al Temple en 1169, esto es, cuando esta Orden Militar se encontraba en su apogeo en Tierra Santa, y permaneció bajo su control durante más de un siglo.

Por último, en el extremo occidental de este cuadrante noreste encontramos el soriano Castillo de Ucero, de imponente aspecto y situado junto al barranco del río Lobos. Desarrollado a partir de un castro celta, estuvo vinculado en los siglos XII y XIII a la capilla templaria de San Bartolomé y al convento de San Juan de Otero, lo cual se explica por la importante presencia templaria en la zona desde mediados del s. XII.

Si continuamos nuestro viaje hacia el oeste hallaremos una densa e interesantísima concentración de edificaciones vinculadas con los templarios en las provincias de Zamora y León, de las que vamos a señalar tres. El Castillo de Alcañices (Zamora) se encuentra situado en una villa fortificada por los templarios entre 1126 y 1312. Las construcciones del Temple de esta villa, y de la comarca en general, tienen que ver con la encomienda concedida y mantenida por los reyes de León a lo largo de los siglos. XII y XIII, y de la que se conservan hoy en día varios torreones (dentro de la villa). La importancia del castillo se pone de manifiesto si recordamos que fue el escenario de la firma en 1294 de un acuerdo fronterizo entre los reinos de Castilla y Portugal, el conocido como Acuerdo de Alcañices. Y a sólo 20 kilómetros de Alcañices se levanta el Castillo de Alba de Aliste, también en Zamora, cuya función (como la de otros enclaves templarios en tierras de cristianos) no fue tanto la de proteger la zona de ataques musulmanes (muy improbables) sino de incursiones portuguesas, lo que contravendría la misión de los templarios, raras veces implicados en conflictos que enfrentaran a los cristianos.

Finalmente, merece una muy especial atención el extraordinario Castillo de Ponferrada, en la comarca leonesa del Bierzo. Construido en 1178, restaurado en 1340 y originariamente un castro celta y posteriormente una fortificación romana y visigoda, fue donado en 1178 -junto con la villa de Ponferrada- por Fernando II de León al Temple con el objeto de que estos protegieran a los peregrinos del Camino de Santiago (aunque en 1170 había sido creada con este fin la Orden de Santiago, todavía estaba en sus comienzos). Podemos imaginar pues que este castillo significaba para la Orden algo muy cercano a lo que constituía su misión en Tierra Santa: proteger de ataques musulmanes a los peregrinos cristianos (recordemos que en esta época se calcula que Santiago recibía medio millón de peregrinos al año procedentes de Europa).

El bello municipio portugués de Tomar, fundado en 1160 sobre las ruinas de una antigua villa romana por el cuarto Gran Maestre de Portugal, el héroe luso Gualdim Pais, contaba con una Iglesia circular (dentro del Convento de Cristo, e inspirada con seguridad en las que Pais conoció en Palestina), y un castillo que se convertiría en el cuartel general del Temple en Portugal. Con la función de defender de incursiones musulmanas a los colonos del norte de Portugal que se iban estableciendo en esta zona del país, en 1190 rechazaron a un ejército almohade mucho más numeroso que tuvo que abandonar sus intentos de reconquistar el centro y norte de Portugal. El recuerdo de esta importante victoria cristiana, crucial para el establecimiento del reino de Portugal, fue la que, décadas más tarde, decidió al rey Dionisio de Portugal a resistir las presiones del Papa Clemente V y Felipe IV de Francia para que expropiara y entregara a la Iglesia todas las posesiones del Temple.

En cambio, Dionisio creó la ‘Orden de Cristo’, a la que hizo depositaria de gran parte del legado del Temple, incluyendo el Castillo de Tomar. Más tarde, el extraordinario monarca Enrique ‘El Navegante’ financiaría muchas de las pioneras expediciones navales de Portugal con recursos procedentes del Temple: las carabelas portuguesas navegaron por todo el mundo luciendo en sus velas la cruz patada roja sobre fondo blanco de los templarios.

Tan sólo 15 kilómetros al sur de Tomar encontramos el impactante Castillo de Almourol, edificado en una isla en medio del Tajo. Entregado al Temple, que lo restauró y reforzó en 1171, consta de 10 torres y tres niveles, como el de Tomar. De planta irregular, pues se adapta a una isleta rocosa en medio del río, sólo se puede acceder a él por barco, lo que lo convierte en un imponente centinela, por su altura y emplazamiento, de todo el área y el tráfico fluvial.

La huella templaria, por supuesto, no acaba aquí. Además de los mencionados Berenguer de Belvis o Gualdim Pais, otro personaje a tener en cuenta fue Bernardo de Fuentes, el templario aragonés que, tras la disolución de la Orden, llegó a ser embajador del Emir de Túnez.

Las visitas de índole histórico-turístico ayudarán a entender el espíritu de abnegación, de inconformismo ante una situación que se quiere cambiar(primero en Tierra Santa, luego en la Península, por último ante su falsa acusación en Francia) y de lealtad a unos principios, lo que realmente imbuye a este recorrido de su auténtico valor.

Si somos capaces (y deberíamos serlo) de admirar estos restos del Temple en la Península con una mirada serena, podremos atisbar algo de su grandeza. Simultáneamente guerreros y santos, así como ascetas a la vez que banqueros, su misticismo y austera existencia -para muchos autores una influencia sufí adquirida en Oriente- permea su presencia en nuestra tierra, acompañando los ecos de sus cada vez más apagadas voces.


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