Larazon
Ya son más de 400 muertos. Desde hace una semana combaten el Ejército regular, comandado por Abdel Fattah al Burhan, y los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido del general Mohammed Hamdan Dagalo
La guerra civil no es ya una peligrosa posibilidad, sino una realidad en la que se halla inmersa el pueblo sudanés desde hace una semana. Desde el pasado día 15 se baten encarnizadamente por el poder las fuerzas del Ejército regular sudanés y de los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) en las calles de Jartum, la capital, aunque también en otras ciudades del norte y el oeste del país. Los grandes derrotados de la guerra son, cómo no, la población civil de uno de los países más pobres del planeta y un precario proceso de transición democrática apoyado por la comunidad internacional y hoy enterrado por la ambición de las partes en litigio.
Hasta el viernes, el conflicto bélico en Sudán arrojaba ya un balance de 413 muertos y 3.500 heridos, según datos de Naciones Unidas. El pasado viernes las FAR expresaban su plácet a un alto el fuego de 72 horas con motivo del fin del Ramadán, pero las hostilidades continuaron toda la jornada en Jartum.
Lo cierto es que la guerra no ha sido una sorpresa habida cuenta de que la tensión entre las Fuerzas Armadas de Sudán y las FAR venía aumentando desde hace meses por mor del desacuerdo entre ambas en relación al proceso de integración de los paramilitares en el seno del Ejército regular, uno de los principales escollos para el proceso de transición hacia un poder plenamente civil, y a las reformas en el seno del aparato de seguridad.
Una tensión que no es sino el corolario de la rivalidad entre sus líderes respectivos: por una parte el presidente del Consejo Soberano de Sudán y jefe de las fuerzas armadas, el general Abdel Fattah al Burhan –máxima autoridad de facto del país desde el golpe de 2019- y por otro, su adjunto y líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido, el general Mohammed Hamdan Dagalo, ampliamente conocido como Hemedti.
Las FAR fueron constituidas oficialmente en 2013 por Omar al Bachir, líder sudanés durante tres décadas de autocracia, como contrapeso –divide y vencerás- al Ejército y los servicios de inteligencia a partir de las milicias Janjaweed, sobre las que pesa la acusación de haber cometido las peores atrocidades durante la guerra de Darfur (2003-2009).
Burhan y Hemedti habían hecho frente común para desalojar al poder a Omar al Bachir en medio de la revuelta pro democrática del otoño de 2019. Lo volvieron a hacer dos años después al deponer al gobierno civil liderado por Abdallah Hamdok. De esta manera, como presidente y vicepresidente del Consejo Soberano de Sudán, ambos liquidaban las esperanzas de que el acuerdo alcanzado entre los movimientos civiles y los militares culminara con la celebración de elecciones libres y la constitución de una autoridad democrática.
Además, ambos habían desempeñado papeles destacados en la contrainsurgencia –labor en la que cooperaron- contra los rebeldes de Darfur durante la guerra (2003-2010), un conflicto considerado el primer genocidio del siglo. Según Naciones Unidas, 300.000 personas perdieron la vida y 2,7 millones se vieron obligadas a abandonar sus hogares.
Burhan, de 63 años, alcanzó los puestos de mando en el Ejército sudanés durante el conflicto de Darfur; en 2008 ascendió a comandante regional. Una década más tarde había culminado su ascenso a la jefatura de las Fuerzas Armadas. Desde que es líder de facto del país, Burhan ha sabido ganarse el respaldo Arabia Saudí, Emiratos y Egipto.
Su poder no es sólo militar y político, pues controla además la industria militar en Sudán. Desde 2021 el general golpista trabaja para dotar de cada vez más poder a los sectores islamistas –estrechamente vinculados al régimen de Omar al Bachir desde su llegada al poder hace más de treinta años-, un movimiento del máximo desagrado para los paramilitares de las FAR.
Su ahora archirrival, el general Mohammed Hamdan Dagalo, nació hace 47 años en el seno de una tribu de Darfur oriunda del Chad, los Rizeigat, y precisamente su origen humilde –solo fue a la escuela primaria- está detrás de la desconfianza y el desprecio que le profesa la élite sudanesa. Desde su creación hace una década, Hemedti lidera las Fuerzas de Apoyo Rápido, y su apoyo militar a la coalición liderada por Arabia Saudí en Yemen lo ha catapultado en los últimos años. Su influencia van también más allá de su liderazgo militares, pues ha amasado una importante fortuna merced a diversos negocios, entre ellos minas de oro en Darfur.
El pasado lunes Hemedti calificaba al líder de las Fuerzas Armadas sudanesas de “criminal” e “islamista radical que bombardea a los civiles desde el aire”. Los tiempos han cambiado y el líder de las FAR es consciente de la importancia de la otra batalla, la de las redes sociales, donde está haciendo gala de una intensa actividad, acompañada por centenares de cuentas afines, con vistas a presentarse como un líder responsable y dialogante defensor de la democracia –a pesar del largo historial de brutalidad de sus fuerzas en la represión de las protestas en los últimos años- ante la opinión pública mundial.
Por su parte, el general Burhan ha instado a ilegalizar a los paramilitares y se niega a negociar con ellos otra cosa que la rendición. El viernes el líder de las Fuerzas Armadas sudanesas aseveraba que el Ejército está comprometido con la transición democrática.
Las llamadas de la UE, Estados Unidos, Rusia, Irán, Turquía o Israel –el conflicto ha concitado una rara unanimidad mundial entre potencias mundiales y regionales- a las partes a poner fin a las hostilidades ha sido hasta ahora desoída por ambos líderes militares. Ambos ansían indisimuladamente la derrota total del adversario y el poder
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