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Hay militares y políticos en Washington que, en su ardor guerrero, consideran inevitable un próximo conflicto militar con China en torno a Taiwán, la isla que Pekín considera parte de su territorio nacional.
Una guerra entre dos potencias nucleares tendría consecuencias inimaginables no sólo para ambas, sino para el conjunto del planeta, y pensar en ello da escalofríos, por lo que sólo queda esperar que se imponga la cordura.
Pero no parece que es lo que de momento está sucediendo: el llamado espacio Indo-Pacífico se ha convertido en escenario de una cada vez más peligrosa escalada armamentista entre Washington y Pekín.
El último episodio hasta el momento es la firma de un acuerdo de seguridad entre Washington y el Estado oceánico de Papúa Nueva Guinea, famoso por sus playas y arrecifes de coral.
Su Gobierno cree que ese acuerdo de cooperación militar, que permitirá a las tropas de EEUU aumentar su presencia en la mitad oriental de la isla – la otra pertenece a Indonesia-, le reportará al país beneficios económicos.
Gracias a otro acuerdo bilateral, la Guardia Costera estadounidense podrá patrullar sus aguas y controlar así mejor una región del Pacífico que interesa especialmente a Washington en su creciente rivalidad geoestratégica y económica con China.
Es cierto que Papúa Nueva Guinea no se limita a cooperar con EEUU y con Australia, de la que la separan sólo ochenta millas náuticas, sino también con Pekín, que ha construido en esa parte de la isla importantes infraestructuras.
Su primer ministro, James Marape, que firmó el nuevo acuerdo militar en la capital del país, Port Moresby, con el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, niega que ello vaya a dañar a sus relaciones con China, pero hay quien lo duda .
Así, por ejemplo, Patrick Kaiku, de la Universidad de Papúa Nueva Guinea, advierte del peligro que supone tomar partido y entrar en el juego geopolítico de las rivalidades regionales.
La oposición política no está tampoco contenta con lo ocurrido, y en algunas universidades del país, los estudiantes se han manifestado en protesta por la firma de ese tratado a espaldas de los ciudadanos.
Lo cierto, sin embargo, es que ese acuerdo tiene un antecedente: en abril de 2022, las islas Salomón, situadas al noreste de Australia firmaron, esta vez con China, un acuerdo que permite a los buques de la Armada de ese país atracar en sus puertos para, entre otras cosas. abastecerse de provisiones.
Acuerdo que no pareció gustar a EEUU ni tampoco a Australia, que decidieron responder a lo que consideraban un claro desafío militar: las Salomón tiene para Australia gran importancia estratégica ya que pueden protegerla, siempre y cuando las controle, de eventuales ataques militares.
Así, en la Segunda Guerra Mundial, el Japón imperial trató de hacerse fuerte allí para atacar a Australia, lo que culminaría en la famosa batalla de Guadalcanal (agosto de 1942 hasta febrero de 1943-, finalmente ganada por las fuerzas aliadas.
El entonces primer ministro australiano, Scott Morrison, consideró ese acuerdo militar con China una “línea roja” que las Salomón no debieron cruzar y acusó a Pekín de querer instalar allí una base militar, algo que el Gobierno chino negó.
A partir de ese momento, tanto Canberra como Washington decidieron lanzar una contraofensiva, intensificando su presión sobre los Estados isleños, lo que frustró en parte los planes chinos de firmar con ellos acuerdos ventajosos para Pekín.
El presidente de EEUU, Joe Biden, invitó el pasado septiembre a los gobernantes de esos pequeños países a una primera reunión en la Casa Blanca, a la que está previsto que sigan otras.
La estrategia parece estar dando por el momento resultado, y así, Fiyi, otro país del Pacífico Sur compuesto de más de 300 islas, firmó en octubre un acuerdo militar con Australia y rescindió el que tenía con China en materia de policía.
Mientras tanto, la otra gran potencia asiática aprovecha la llamada alianza Quad con EEUU, Japón y Australia, claramente dirigida contra su rival, China, para perseguir sus propios objetivos estratégicos y económicos en un mundo que, como Pekín, quiere que sea multipolar.
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