En los últimos meses, el Sol ha experimentado un aumento en su actividad, provocando las ya habituales «llamaradas solares de gran intensidad». Este fenómeno fue detectado por última vez este 28 de marzo y clasificado como X1.1, un término asignado para los eventos más intensos. Esta última llamarada, que fue captada por la NASA, llega en el momento de mayor actividad solar en años. De hecho, está previsto que a lo largo de este 2025 nuestra estrella atraviese un período de extrema turbulencia, conocido como «zona de combate».
Cada 11 años aproximadamente el Sol atraviesa un ciclo realmente caótico, manifestado en distintas erupciones solares. Esto ocurre cuando dos ciclos magnéticos solares se superponen y compiten entre sí, provocando alteraciones violentas en la corona solar. Como resultado de este fenómeno se generan regiones en las que el campo magnético solar se abre al espacio, conocidas como agujeros coronales y traducidos en fuertes vientos solares.
Estos inmensos vientos serán más fuertes que nunca a lo largo del presente año, cuando el Sol entre en su «zona de combate» o «zona de batalla», con un mayor número de tormentas geomagnéticas intensas. Como consecuencia, los expertos ya aseguran que la actividad geomagnética podría aumentar un 50 % en la atmósfera superior de cara al año 2028.
Tal es la magnitud de este proceso que el físico Scott W. McIntosh, director del Centro Nacional para la Investigación Atmosférica de EE.UU., calificó esta 'zona de combate' como un «evento terminator».
«El potencial de que se produzcan tormentas geomagnéticas importantes y peligrosas en los próximos años es muy real», afirmó en declaraciones al portal Words Side Kick.
En líneas generales, estos fuertes vientos pueden traer consigo tormentas solares más intensas, afectando las comunicaciones, los satélites y, en casos extremos, incluso la infraestructura eléctrica del planeta. De igual manera, los vientos solares derivados de esta 'zona de batalla' pueden viajar a velocidades de hasta 700 kilómetros por segundo, poniendo en jaque a nuestros satélites, traduciéndose en fallos en la navegación aérea, marítima y terrestre.
En los casos más extremos, las tormentas solares podrán incluso inducir corrientes geomagnéticas en la superficie de la Tierra. Esto no es nuevo, ya en el año 1859 una tormenta solar –conocida como 'evento Carrington'– generó fallos en los sistemas telegráficos de la época.
A pesar de los impactos significativos derivados de la 'zona de combate' de nuestra estrella, no todo es negativo. Uno de los efectos más vistosos de esta actividad solar extrema es la posibilidad de ver auroras boreales y australes en lugares donde normalmente no son tan habituales.
Asimismo, para los astrónomos esta 'zona de combate' es un verdadero campo de investigación. Organizaciones como la NASA y la Agencia Espacial Europea monitorean constantemente la actividad solar con misiones como el Solar Dynamics Observatory y el Parker Solar Probe, que estudian los agujeros coronales y las erupciones solares en tiempo real.
Por ello, a pesar de la amenaza que supone, los operadores de redes eléctricas y telecomunicaciones han puesto en marcha protocolos para minimizar los efectos de estos vientos solares.
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