El océano es, como lo llama David Attenborough, el último refugio salvaje de la Tierra. Y casi toda la vida en el océano depende directa o indirectamente de los arrecifes de coral, los hábitats más ricos y diversos del planeta.
Siempre soñé con sumergirme en las aguas de Komodo. Es un lugar que, desde la distancia, ya era mítico: dragones en la superficie y jardines de coral en las profundidades. El Parque Nacional de Komodo, fundado en 1980 para proteger al dragón de Komodo (Varanus komodoensis) y ampliado posteriormente para salvaguardar también sus ecosistemas terrestres y marinos, fue declarado Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO en 1986 por su increíble valor biológico.
Actualmente abarca unas 29 islas volcánicas, entre ellas Rinca, Padar y Komodo, con una superficie total de más de 2.000 km². El paisaje es muy diverso: colinas, selvas, sabanas, playas y arrecifes de coral. Además de los 2.500 dragones de Komodo y otras muchas especies terrestres, el parque esconde su mayor joya bajo el agua: un mundo marino extraordinariamente rico y aún poco explorado.
Por eso fue muy emocionante disponerme a conocer a fondo este rincón del planeta acompañada de un pequeño equipo de buceadores comprometidos, biólogos marinos, videógrafos como Arnau Argemí -quien proporciona las imágenes de este artículo- y activistas que tienen el propósito de documentar la vida marina que lo habita, sus colores, sus fuertes corrientes… y su fragilidad.
Llegamos un martes a Labuan Bajo, donde nos embarcamos a bordo del Raja Laut y nos dirigimos al primer punto de buceo en pleno corazón del Parque Nacional de Komodo. Nos advierten de las fuertes corrientes que caracterizan al lugar, pero como bien dicen, donde hay corriente, hay vida.
Primera inmersión. Solo sumergirme, puedo admirar la belleza de los arrecifes de coral y el sonido crepitante que los caracteriza cuando están sanos. Siento una calma profunda. Era justo lo que necesitaba presenciar. En lo primero que me fijo es una preciosa anémona y sus peces payaso.
Entre las casi mil especies de anémonas que existen, solo unas pocas han formado un vínculo tan curioso como el que tienen con el pez payaso. El pez se protege gracias a una capa de mucus que lo hace inmune a las picaduras, y a cambio limpia los tentáculos de la anémona y la defiende de amenazas. Ella, por su parte, aprovecha los nutrientes que estos animales liberan para que sus algas simbióticas crezcan más y produzcan más alimento. Un pequeño recordatorio de cómo, en la naturaleza, cada vida está conectada con otra.
Komodo forma parte del Triángulo de Coral, la región con mayor biodiversidad marina del planeta. Más de 500 especies de coral duro (más que en cualquier otra parte del mundo), y miles de especies de peces, tortugas, tiburones y mantas habitan sus aguas. Pero este paraíso también se encuentra entre los más amenazados por el calentamiento global, el blanqueamiento de corales y la presión del turismo descontrolado.
Las corrientes son fuertes y nos arrastran en todas direcciones, pero de pronto, nos encontramos con algo mágico: varias mantas oceánicas en una estación de limpieza, flotando con una elegancia casi irreal mientras pequeños peces recorren sus cuerpos, liberándolas de parásitos. Nos quedamos en silencio, hipnotizados por su tamaño, su calma y la sensación de estar ante un encuentro único. Quien lo ha presenciado alguna vez, lo sabe.
Pero la magia se rompe cuando vemos a un grupo de personas acercándose demasiado y usando flash para fotografiarlas. Algo que, aunque parezca inofensivo, es muy dañino: muchos animales marinos no tienen párpados y la luz intensa les resulta extremadamente molesta, provocándoles estrés y alterando su comportamiento natural.
Cuidar de estos momentos significa respetar el espacio y las necesidades de los animales. La mejor interacción, y hasta la foto perfecta, es aquella que los animales no se dan cuenta de tu presencia y puedes disfrutar de su comportamiento natural sin alterarlo.
Este viaje también se ha convertido por tanto en una oportunidad para cuestionar el modelo de turismo que elegimos. ¿Estamos visitando estos lugares para admirarlos o para consumirlos? El turismo masivo, con su ritmo acelerado y su obsesión por la «foto perfecta», ¿nos permite realmente conectar con la belleza del lugar o nos aleja de ella? Cuando se trata de fauna, ¿pensamos en sus necesidades antes de acercarnos, o en la incomodidad que puede generarles nuestra presencia?
Viajar es un privilegio. Y con ese privilegio viene la responsabilidad de respetar aquello que nos maravilla.
Seguimos buceando y tiene lugar otro encuentro espectacular, este con tortugas verdes. Me quedo varios minutos observando una en concreto; imagino que es casi como si me topara con un dinosaurio vivo, un ser que parece venir de otro tiempo. Pero a pesar de que parecen tan fuertes y eternas, sé que su fragilidad es evidente.
Poco después, nos cruzamos con un grupo de buceadores que se acercan demasiado a las tortugas, poniendo sus GoPro tan cerca que casi las tocan. ¿Cuán desconectados tenéis que estar de la naturaleza para daros cuenta que esta tortuga tiene miedo?
Esta expedición a Komodo ha sido un espejo: nos muestra lo que aún queda por salvar, pero también lo mucho que hemos puesto en riesgo. Cada señal de fragilidad me recuerda lo urgente que es protegerlo antes de que sea demasiado tarde. El contacto directo con la naturaleza, cuando es profundo, pausado y respetuoso, puede transformarnos. Necesitamos experimentarlo para poder descubrir lo maravilloso que es este ecosistema para luego poder involucrarnos con su protección.
Sin embargo, no todo es negativo. En Komodo también encontramos bancos de peces de miles de especies y corales saludables que todavía resisten y nos recuerdan la increíble resiliencia de la naturaleza cuando se le brinda el cuidado necesario. Estos rincones de vida intacta nos ofrecen esperanza y nos impulsan a seguir luchando por conservar este paraíso.
Porque Komodo no es solo un refugio de especies extraordinarias, sino un espejo que refleja la urgente necesidad de cambiar nuestra relación con el planeta.
Esta semana han sido muy fructífera, y espero poder plasmarlo en este artículo. Porque, al final, mi propósito desde que tengo uso de razón es ser esa voz que inspire a otros a ver, sentir y proteger la vida en la Tierra. Recordando al mundo lo que me enseñaron las anémonas: cada vida está conectada con otra. Porque vivimos en un planeta finito con recursos finitos, y lo que hacemos en esta parte del mundo afecta a la otra. Siendo un ejemplo vivo de que se puede explorar el mundo, pero siempre de manera consciente y responsable, teniendo en cuenta las necesidades de la gente local y los animales. Porque solo así, podremos asegurar que las futuras generaciones también puedan maravillarse con la magia de Komodo, del océano y del mundo entero.
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