Lo quiero todo y lo quiero ya
Puede que ciertos comportamientos respondan al modelo de sociedad que llevamos años alimentando, una sociedad del tipo "a mí lo que me vale es el aquí y ahora"
Jóvenes de botellón en la playa de la Barceloneta. /
Son los mismos. Los del pretendido 'habeas corpus' en un hotel de Mallorca y los que hacen hasta cuatro horas de cola en un CAP de Poblenou. Los que siguen de juerga a las seis de la mañana y los que a esa misma hora llevan ya dos de madrugón para ser de los primeros en la puerta del vacunódromo. Quiero decir que son todos del mismo grupo dispar y variado al que llamamos “los jóvenes”, y a los que, generalizando (¡generaliza, que algo queda!) se califica de gamberros, insolidarios, irresponsables, descerebrados y hasta asesinos en potencia. Generalizar es simple, demasiado simple. Demasiado cómodo, también. Y es injusto.
“Hablo en general” es una puñetera muletilla utilizada con frecuencia, tanto en la charla diaria del café y la oficina como en el debatir confuso y gritón de las tertulias amplificadas (elija usted mismo si por radio o televisión). Decir “hablo en general” es eludir la cuestión y negarse a entrar a fondo en el problema. Evitar el compromiso. Decir “hablo en general” es como decir “hablo en cobarde”. Decir “hablo en general” es dar carta de naturaleza a la desidia y a la apatía. Es negarse a meter las manos en la masa. Decir “hablo en general” es desdibujar el paisaje. Es decir que todos los gatos son pardos sin ponerse a comprobar si es de noche o es de día. Es marear la perdiz. Es dar gato por libre. Y es, por aquello de seguir en el laberinto de la metáfora animal en el que nos hemos metido, no pararse a distinguir con la suficiente atención si son galgos o podencos. Hablar en general es hablar por no callar. Hablar a lo tonto.
Porque jóvenes hay muchos, y cada uno tiene su casa y condición. Hace ya tiempo que aparqué lo de la copa y el trasnoche. No tengo, al respecto, más datos que lo que leo y veo en los medios y lo que me cuentan quienes siguen militando en esa clase de recreo. Quizás por eso me sorprende (sí) y me preocupa (claro) ver a algunos de esos jóvenes en ambientes multitudinarios haciendo, a gritos, declaraciones del estilo (y transcribo literalmente): “Me importo yo, nada más. Si tuviera 80 años tendría miedo, como tengo 20 no tengo ninguno”. Egoísmo, por supuesto, como primera consideración. Pero también burricie. Pura burricie.
Sé de otros jóvenes, sin embargo, que no renuncian a salir y divertirse (la sangre bulle por igual en edades similares; yo también tuve 20 en los 60), y que preguntados al respecto, responden con argumentos que apelan a la responsabilidad individual, a la importancia de pensar en el otro, y al respeto intergeneracional por encima de cualquier otro capricho o apetencia.
Puede que la diferencia entre unos y otros sea solo de carácter educacional. Puede. Y puede que ciertos comportamientos respondan al modelo de sociedad que llevamos años alimentando, una sociedad del tipo “a mí lo que me vale es el aquí y ahora” y “lo quiero todo y lo quiero ya”. Como puede también que este escrito no sea -mea culpa- más que un mero, estúpido y condenable “hablar en general”. Puede.